Egipto se mantiene ante nosotros, y aun ante los especialistas que nos hemos dedicado al estudio de su Historia, como un gran enigma, algo que no podemos entender. Tenemos que buscar, entonces, no solamente con nuestra mente racional, sino también en otras vías, el motivo de su extensa continuidad como civilización. Egipto se va a proyectar, a través de los primeros Maestros Iniciáticos, hasta Grecia, llegando hasta su Siglo de Oro, de donde va a saltar al Imperio Romano; sus elementos, a través de todos los pueblos que se ponen en contacto con el Imperio, van a llegar, por medio de alquimistas y astrólogos, hasta nuestros días.
Hay un hecho francamente curioso que yo he visto varias veces. Cuando uno va al Louvre, al British Museum o al Metropolitan, se encuentra con un turismo masivo que marcha detrás de un guía; y mientras este va mostrándoles las obras de arte, las personas hablan, conversan entre ellas, se preguntan cosas… pero de golpe, deja de oírse ese murmullo, el guía ya no explica prácticamente nada y la gente camina en silencio, mira, observa… es que han llegado a la Sala Egipcia.
Incluso en el Museo de El Cairo se puede ver cómo entra la gente turísticamente, y a medida que se van internando, que ven esas grandes moles, esos ojos extraños que les miran desde las maderas, esos metales raros, van bajando la voz, se van callando y van penetrando en un sendero de misterio y enigma donde se preguntan a sí mismos qué es lo que están viendo.
El Destino, las Moiras, la Suerte, como se quiera llamar, me ha permitido visitar muchos lugares en el mundo en donde se dice que se ha plasmado una Fuerza metafísica, y he podido ver de qué forma, en Aquello que hoy llamamos Egipto, esa Fuerza metafísica se plasmó de tal manera que no solamente tuvo una enorme continuidad histórica a través de su propia evolución, es decir, desde lo que podríamos llamar un Egipto arcaico o predinástico hasta el Egipto terminal, en la época de los Ptolomeos y los romanos, sino que todavía hoy tiene influencia.
Para hablar de dicha influencia, tal vez convenga definir lo que es la Magia. Es muy difícil definir algo que es eminentemente vital y espiritual. Todos podemos definir fácilmente cualquier objeto material, pero si tuviésemos que definir la vida, la muerte o el amor, el problema sería más complicado. Si bien todos sabemos lo que es el amor, cada uno tiene el suyo, y habría tan solo un común denominador que diferenciaría el amor del odio.
Así, cuando hablamos de Magia, lo primero que hemos de hacer es no identificarla con sacar un conejo de una chistera. Eso no es Magia, sino prestidigitación, o un recuerdo de algo que acaso una vez ocurrió.
A veces quedan recuerdos en los pueblos de cosas que sucedieron; como esos recuerdos que tenemos de cuando éramos niños, pero que no podemos situar exactamente, que no podemos decir dónde comienzan y dónde acaban, y que sin embargo influencian nuestra vida y sobrecargan incluso nuestra expresión y nuestro lenguaje.
Así, Magia no es ese conjunto de hechos más o menos fenoménicos, de prestidigitaciones, de cosas más o menos extrañas, que se pueden hacer para divertir al público. La verdadera Magia, la única que hay, no es para divertir al público, sino que es la Magna Ciencia, es el espíritu de las cosas, allí donde realmente se encuentran. Nosotros amamos el arte, la ciencia, una forma de vida, una manera de ser; en ese lugar, en esa encrucijada donde se encuentran nuestros amores, donde se halla lo mejor de nosotros mismos, donde está el corazón de la vida, allí está la Magia.
Esa es la Magna Ciencia, ese es el conocimiento, el interior esotérico de todas las cosas; es la semilla de todos los frutos, el motor que movió todos los mecanismos de la Historia, aquello que todos tenemos dentro, aunque no sepamos tal vez definirlo con palabras.
Los franceses lo llaman “charme”, nosotros podemos hablar de simpatía, y otros lo llamarán de mil modos distintos. Es aquello que tenemos dentro, que está más allá de nuestra cultura o incultura, de nuestra edad o de nuestra forma de vestir; es aquello que tenemos muy cerca del corazón, del Alma, lo que nos permite realizar prodigios, avanzar en la vida, hacer cosas; lo que nos permite, de alguna manera, ser quienes somos. Allí, en el corazón de la vida de cada uno de nosotros, está esa chispa que es la Magia.
Desde el comienzo de todos los tiempos, desde que la Humanidad lo es, parece ser que esa chispa que todos llevamos dentro, quiso, en algunos, en los más espirituales, unirse y conformarse, para constituir una fuerza espiritual de ayuda a todos los hombres.
Los viejos textos dicen que hemos sido ayudados por los Dioses para obtenerla; que estos Dioses, o Seres superiores, llegaron a los primeros hombres y les dieron esa chispa, así como la posibilidad de aplicarla en la ciencia y en el arte, de configurar los esquemas culturales y civilizatorios y de posibilitar ese contacto con lo invisible, más allá de la periodicidad histórica.
Si nos encontramos con los hechos religiosos que han sucedido a lo largo de la Historia, vamos a ver que el Hombre en determinado momento se postra ante una concha marina, por ejemplo, en las costas de África, o ante un cráneo de oso en Centroeuropa, o ante un obelisco en Egipto, pero eso son formas exteriores. Hay algo anterior a todo eso.
Dicen los antiguos libros que hace millones de años, de alguna manera, vino la Magia al mundo. Los hombres se iniciaron y fueron Adeptos de esa Magia, de esa capacidad de encontrar todas las cosas, de tener la llave que puede abrir las diferentes puertas de la Naturaleza, empezando por aquellas que tenemos nosotros mismos.
Así, el Hombre empezó a conocerse a sí mismo, a comprender que era algo más que un poco de carne, que estaba constituido por cuerpos mucho más sutiles; que el Universo no era tampoco un simple fenómeno hostil, sino un Macrobios, un gran Ser vivo, y que había una unión física y metafísica entre el Universo, es decir, la parte que podríamos llamar exterior a nosotros mismos y este microcosmos que es el ser humano.
Así fueron naciendo las ciencias, como la astrología, por ejemplo, que relaciona las posiciones de los astros con las personas, no solamente en el momento del nacimiento, sino en el de la gestación, y también con aquello que les puede ocurrir en la vida, así como marca su naturaleza y características.
Tal vez habréis visto camafeos dedicados al Emperador Augusto. Augusto pertenecía astrológicamente al signo de Virgo, pero en todos sus camafeos aparece el símbolo de Capricornio. Esto es porque en la Antigüedad se hacía el horóscopo del momento en que la persona era gestada, y otro secundario del momento en que se le cortaba el cordón umbilical. En realidad, existe aún una tercera forma horoscópica, que se refiere a la individualización de la persona, en otros planos de conciencia y hace millones de años.
Estas antiguas magias fueron trasladándose de uno a otro lugar. Dicen los viejos libros que antiguamente la Tierra tenía otra conformación; esto se está comprobando hoy a través de medios científicos. Los continentes siguen las leyes de la balanza isostática; se han elevado, han bajado, se han desplazado y han cambiado varias veces. Incluso varió su relación con la eclíptica -ese plano donde teóricamente giran los planetas alrededor del Sol-, de tal suerte que hoy se han encontrado restos de carbón en la Antártida. De manera que lo que hoy es el continente helado, donde sólo hay musgo, fue alguna vez un lugar con bosques y grandes animales, cuyos cadáveres se petrificaron y llegaron a convertirse en carbón. El mundo modificó varias veces su posición en cuanto al plano de la eclíptica, y varias veces cambió también su temperatura.
La Doctrina Secreta, por ejemplo, menciona continentes de los cuales nos llegan tan sólo, a través de la cultura occidental, los recuerdos de sus últimos fragmentos, como el continente atlante.
A través de las anotaciones de Platón, que dice haber recibido estos conocimientos de los egipcios, sabemos de la existencia del último resto del continente atlante, que él llamaba Poseidonis, y que se habría hundido hace unos once mil quinientos años, en el Océano Atlántico.
Las comisiones científicas francesas lograron detectar, desde el año cincuenta, una serie de elementos en medio del Océano Atlántico, que demuestran la anterior existencia de un continente. Se han encontrado, por ejemplo, restos de lava que se petrificaron en contacto con el aire, y también pequeños restos de peces de agua dulce debajo del mar.
Así pues, hoy día, la existencia de la Atlántida como continente está demostrada. Lo que no está demostrado científicamente, bien porque no tenemos material, bien porque no sabemos interpretar el que tenemos, es que haya existido una civilización dentro del continente. Pero si aun en las pequeñas islas del Pacífico, si aun en cualquiera de los lugares del globo, vamos a encontrar hombres que han poblado las tierras, tenemos que deducir, por lógica, que si hubo tan gran continente a no muchos kilómetros de lo que hoy es América, y a no muchos tampoco de lo que hoy es Europa y África, este continente tuvo que haber estado poblado también. Además, es mencionado y con datos bastante coincidentes, tanto por los pueblos históricos de América, como por los de Europa y África y aun de Asia, pues en los libros de la India, aparece con el nombre de Lanka, o sea, la Gran Isla.
Se dice que cuando este continente desapareció, o a medida que iba desapareciendo -ya que antes del hundimiento de Poseidonis pasaron miles de años de convulsiones, durante las cuales se fue destrozando el gran continente madre-, los Misterios, la Magia, esa Magia esencial que unía la Voluntad (Primer Rayo) con la Magia ceremonial (Séptimo Rayo), que se plasma en la Armonía por oposición (el Cuarto Rayo, el de color verde) fue trasladada al viejo Egipto, que no se llamaba así, porque “Egipto” es una palabra que ha derivado de otra griega que significa “Lugar Secreto”, “Lugar de los Misterios”.
Parece ser que Egipto, según lo que podemos percibir, se llamaba Kem, la Tierra quemada, la Tierra negra. Algunos dicen que esto es porque el sol quemaba la tierra, y otros porque el barro del Nilo, que es oscuro, empezó realmente a construir Kem o Egipto.
Hoy se han confirmado viejas tradiciones. Sabemos que Egipto no tuvo siempre la misma conformación geográfica; por el contrario, en su parte norte, lo que conocemos como el delta del Nilo, y a partir de la última catarata hacia el norte, Egipto se ha levantado en épocas bastante cercanas a nosotros. Y lo que llamamos desierto, o Sáhara en árabe, es nada más que el fondo de un mar. Por eso se encuentran todavía, en sus arenas, fósiles de peces y animales marinos. Los anales esotéricos dicen que Egipto tuvo su comienzo hace unos setenta mil años, con los Grupos Iniciáticos que estaban en la parte sur, en los lugares donde se encuentran Luxor, Tebas, Abydos y otras ciudades; la parte de Nubia.
Al norte existían algunas islas, que todavía hoy se ven como tal en medio de la arena, donde se elevaron las misteriosas Pirámides y la Esfinge.
Los libros dicen que la Gran Pirámide contiene en su interior el cartucho con los jeroglíficos de Keops, que la datarían como mucho más moderna. Lo que no dicen normalmente los libros es el lugar donde está ese cartucho. Dicho cartucho no existe en ninguna parte de piedra de la Pirámide, sino que está en unas juntas de escayola que hay sobre las piedras de descarga de la, hoy llamada, cámara del Rey. Es, pues, algo que puede ser bastante posterior. Además, hay otro pequeño problema, y es que tampoco dice Keops, sino Kem. Ha sido interpretado como Keops a partir de los viajes de Herodoto y otros griegos, fundamentalmente Manetón, que fueron los que nos dejaron las relaciones de lo que hoy conocemos como Dinastías reales, y de Faraones. Así es que esta interpretación no la debemos a ningún documento egipcio, y salvo a partir del Egipto de las nuevas Dinastías, especialmente de la XVIII, es muy difícil de poder constatar y aun afirmar absolutamente nada.
Así pues, la vieja Magia, el viejo Conocimiento Integral, ese Conocimiento Secreto, pasó a través de distintas manos hasta llegar al Egipto histórico, el que nosotros podemos conocer, por lo menos relativamente.
¿Cómo es que hubo esa continuidad en el Misterio? ¿Cómo es que permaneció tanto tiempo esa Magia? ¿De qué manera?
Es muy fácil decir que los egipcios, en las primeras Dinastías, estaban prácticamente en una edad neolítica, y que de repente construyeron las pirámides, los templos y todo lo demás. Pero esto es algo completamente irracional. Las medidas científicas tomadas en la Gran Pirámide, por ejemplo, revelan una perfección técnica que solamente hoy podemos alcanzar; o tal vez ni siquiera eso, porque a medida que el Hombre avanza va descubriendo más prodigios sobre la colosal construcción. Veamos un ejemplo.
La Pirámide era admirada en el siglo pasado, cuando se aplicaban los primeros teodolitos, por la exactitud que tenía; pero cuando se aplicó la cinta de Invar, se vio que era mucho más exacta. Y hoy, que ha llegado a ser medida con sistemas electrónicos, se ha descubierto una exactitud superior aún. Esto debería sobrecogernos, y hacernos pensar que tal vez en el futuro, si desarrollamos técnicas superiores a las actuales, podamos apreciar un nivel de perfección aún superior. Si observamos que solo su revestimiento llevaba veinticinco mil bloques, y que cada uno de ellos tenía la misma perfección que la que puede tener un gran espejo parabólico de los que se utilizan para las observaciones astronómicas, es difícil creer en un hombre que está con una piedra tallando otra.
Los que hayan visitado las ruinas de Menfis (lo poco que queda), tal vez hayan visto a un hombre sentado en el suelo, que con una piedra está tallando otra. Hace muchos años que ese hombre está allí con la misma piedra, y cuando pasan los turistas, los guías afirman que así se hicieron todas las piedras de Menfis. Francamente, todavía hoy tendrían que estar trabajando en el Muro de las Cobras, sobre todo considerando que la población del Egipto antiguo nunca sobrepasó los doce o catorce millones de habitantes.
Magia, pues, no es sacar un conejo de una chistera, o hacer aparecer una moneda en el aire. Magia es un conjunto de conocimientos que abarcan desde lo metafísico, como el conocimiento de encarnaciones anteriores, el contacto con el Alma o saber dónde radican nuestras virtudes y defectos, hasta la aplicación en el aquí y el ahora de la parte científica o de la artística. Egipto, a través de esta Magia, de este conocimiento, obró prodigios. Por ejemplo la diorita, una piedra cuya dureza puede ser solo superada por el diamante, los egipcios la cortaban como si fuese mantequilla.
En el Metropolitan Museum de Nueva York existe un gran cánope, en que se muestra que lo que cortó la diorita –que no sabemos lo que es–, avanzaba diecisiete veces más de lo que puede avanzar un diamante, o sea, tenía una dureza diecisiete veces superior a un diamante. Pero hay un problema: los egipcios no conocían los diamantes. Y hay otro problema: se ha hecho un análisis espectrográfico sobre los cortes y aparece cobre, y está claro que el cobre no puede cortar la diorita.
En el Museo Rodrigo Caro existe un pequeño vaso isíaco que contuvo agua del Nilo. Está hecho de una aleación de cobre, estaño y otros materiales que darían cierto bronce, pero ante el tensionómetro da una dureza de hierro. Todo esto son muestras de lo que se podía hacer con un conocimiento íntimo de la Naturaleza.
Mucho antes de que se hablase de la física atómica, cuando se pensaba que el mundo estaba hecho de moléculas solamente, cuando se despreciaban las teorías de los griegos de la época de Demócrito, que nos hablan de los átomos, y aun de lo que está más allá de lo que nosotros hoy llamamos átomos, puesto que “a-tomo” significa “lo que no se puede partir”, las pequeñas partículas que permiten que no solamente pueda haber diferenciaciones en cuanto a las cosas físicas, sino que los elementos mismos puedan ser transmutados y cambiados, ya existía la vieja alquimia, que algunos hacen derivar de una palabra árabe, que sería alcemún, y otros del antiguo nombre de Egipto, “Kem” o “Kemur”, aquello que está quemado, aquello que es negro.
Sabemos también que los egipcios mantuvieron a través de los siglos una serie de conocimientos técnicos. Ver al natural un bloque de mil toneladas en un lugar cerrado, que no tenga ni una marca de algo que lo haya movido, es algo increíble. Hay solamente dos posibilidades: que hayan poseído instrumentos completamente desconocidos por nosotros, de los que no ha quedado ni rastro, o que hayan podido desgravitar de alguna forma las grandes masas de piedra, cosa que hoy sabemos no sería un imposible desde el punto de vista científico. Los egipcios mantuvieron estos conocimientos secretos y poderosos a través del tiempo.
Muchos se han quejado de que el arte egipcio es un arte petrificado. Y dicen, en parte con razón y en parte sin ella, que el arte egipcio en las primeras dinastías es prácticamente el mismo que podemos encontrar en la época saíta. Para los especialistas no es exactamente igual, ya que se distingue perfectamente un jeroglífico de las primeras dinastías de otro del Imperio Nuevo, leyéndose además de manera diferente. Los primeros son jeroglíficos gráficos que se leen por conceptos, luego van a ser silábicos, y después alfabéticos. Más tarde pasan a ser la llamada escritura demótica (de “demos”, pueblo), y esto a su vez será origen de lo que hoy se conoce como el árabe, que se escribe de derecha a izquierda.
Estos jeroglíficos tenían otra característica, y es que el color también tenía significado. En un escarabajo del Museo Rodrigo Caro, hay unos jeroglíficos en negro y rojo, y no significa lo mismo lo que dicen los negros que lo que dicen los rojos. Se trata de un encantamiento para evadir las serpientes físicas y también las metafísicas, las serpientes de la luz astral, una especie de Elementales que nos pueden atacar en los momentos en que nuestras defensas psicológicas están bajas.
Todo esto que encontramos a mediados o fines del Imperio Nuevo, lo encontramos también a comienzos de las primeras dinastías. Y es que el arte, aunque tenga pequeñas diferencias, en líneas generales sigue siendo el mismo a través de miles de años.
Si nos fijamos en la representación de una de las tríadas divinas que existieron en Egipto, Osiris, Isis y Horus, vemos que se dan unos colores rituales que son específicos en su representación. Isis tiene que ir sobre una banda roja, Osiris sobre una azul (en estado funerario) y Horus sobre una amarilla o dorada solar. En Egipto no hay nada casual, los colores tienen su significado, hecho que nosotros descubrimos recientemente, en el siglo XVIII, cuando se logró dividir la luz en sus distintos espectros, y se supo, algo más tarde, que había espectros de luz invisibles al ojo humano, tales como el ultravioleta o el infrarrojo.
Los egipcios ya sabían todo eso, tal como puede constatarse en los restos de sus papiros e inscripciones; algunos de ellos hablan sobre sus luces visibles y las luces invisibles, y de qué manera las visibles están rechazando lo que nosotros vemos, y no son del color que apreciamos. Así, si vemos una pintura de color azul, eso significa que dicha pintura retiene todos los colores menos el azul, que es el que devuelve, y ese es el que se ve. Estos conocimientos, cuyo redescubrimiento fue reciente, por el avance de la técnica, eran ya conocidos por los egipcios.
¿Por qué no cambió el arte egipcio, y los pies figuran de costado y los ojos de frente, y todo parece tan artificial? No es artificial, sino que simplemente obedece a determinados cánones de relaciones secretas que conocen aquellos que están Iniciados.
Si nosotros presentamos, por ejemplo, un circuito impreso a alguien que no conozca nada de electricidad, se preguntará por qué es así, por qué tiene colores diferentes y para qué sirve. Es obvio que nosotros hacemos lo mismo ante elementos que desconocemos. La representación pictórica egipcia es una ciencia perdida, un arte perdido. Al menos, públicamente.
El arte y la literatura egipcia presentan variaciones sobre un mismo tema, lo que demuestra también una permanencia de lo que llamamos lo mágico, el corazón de las cosas. Esto obedece a cierta apreciación propia de los egipcios, que a través de los griegos podemos recoger nosotros. Cuando llegamos a la perfección de las cosas, hay que aprovecharlas sin modificar. Por ejemplo, si alguien camina para llegar a la cima de una montaña, si cuando llega a lo más alto sigue caminando, baja; así pues, el hombre que es inteligente, cuando llega arriba, no camina más; puede girar sobre sí mismo, pero ya no desciende.
Lo que muchos se preguntan es, si esta Magia no tiene nada de diabólico o inmoral, ¿por qué no es conocida por todos? Por lo mismo que hoy no son conocidos una serie de fenómenos sobre las explosiones atómicas: porque es demasiado peligroso.
Utilizar la Magia, poder dominar la voluntad, no solamente la propia, sino también la de los demás, traería una serie de desgracias para nosotros, provocadas por los que hicieran uso de este gran conocimiento sin escrúpulos y de forma inmoral.
Lo que ha tratado de salvar siempre el sentido mágico ha sido la posibilidad de caer en manos de hombres de mala voluntad. De ahí las Pruebas de Iniciación, en las que solo los que las superaban podían ser dueños, podían entrar en contacto con los elementos de la Magia, que permitían, ante todo, tener un concepto de lo que es este mundo en su integridad.
Lo primero que podemos hacer sobre este tema es tratar de ver qué relaciones existen entre las distintas partes del Universo y nosotros mismos, qué relaciones se dan en nuestro interior y qué relaciones existen dentro del Universo; y no sentirnos solos, ni angustiados, ni pensar que entre cada uno de nosotros hay una barrera, sino darnos cuenta de que formamos parte de una gran Unidad, de una gran Vida, de algo que está dirigido, obviamente, por la voluntad de Dios, de lo que está más allá de nosotros; poder cultivar la voluntad interior, la voluntad de ser, aquí y en cualquier parte.
Decía una de las grandes Iniciadas del siglo pasado, H. P. Blavatsky, que todos somos inmortales, pero que muchos al morir fallecen realmente, porque de alguna forma se convencen de que no son inmortales. Haría falta llegar con la humildad de los viejos viajeros, de aquellos peregrinos que iban a Santiago con los pies desnudos, y ver estas viejas figuras, estas viejas muestras de un conocimiento perdido, y tratar de preguntar humildemente qué significan, qué son, qué es lo que permitió a través de miles y miles de años mantener una forma de Cultura y Civilización, cuando las nuestras están cambiando íntegramente con los choques generacionales y con la tecnificación que hoy nos agobia y destruye.
Tenemos que reencontrar el hilo de esa continuidad mágica para poder conformar un mundo unido, un mundo de manos juntas, un Mundo Nuevo, un Mundo Mejor, donde no rechacen ese Mágico Mundo Viejo. Recordemos siempre los símbolos de Osiris, el látigo y el gancho. Son las dos Fuerzas de la Naturaleza, la que atrae y la que rechaza. Eso no lo inventaron los egipcios, está tomado de la Naturaleza. En todas las cosas hay una fuerza que rechaza y otra que atrae. Nuestro planeta da vueltas alrededor del Sol porque hay una fuerza centrípeta que atrae y una fuerza centrífuga que rechaza. Entre estas dos fuerzas está el equilibrio y la marcha.
Nosotros estamos siempre entre dos fuerzas. Tratemos de entender los símbolos del Antiguo Egipto; no son decorativos. En Magia no hay símbolos decorativos. En la mesa ceremonial egipcia, los agujeros y distintos canales no son decorativos (¡no son tampoco para que corra la sangre de las víctimas!); son como el circuito impreso del que os hablaba, son lugares para que pasen las energías. Cada energía precisa de un color, de una forma. No podemos atraer a un pez de la misma forma que a un gato o a un perro; cada uno tiene su forma, su idioma, su tentación. Así también, las Fuerzas de la Naturaleza, las que se mueven a través nuestro y a nuestro alrededor tienen su forma y tienen su tentación para marchar. El Mago no las invoca, sino que las evoca. El Mago conoce los caminos de las Fuerzas y rige esos caminos, y hace que ellas, en unión con él mismo, realicen prodigios para bien de la Humanidad.
Ese es el verdadero Mago y lo demás es mentira, es para distraer los ocios; o son viejos recuerdos, como el de la señora que mira las cartas o lee las líneas de las manos. Está haciendo algo sin saber por qué, simplemente tiene cierta sensibilidad y acierta muchas veces. Pero son ciencias perdidas que existían en la Antigüedad. Las líneas de nuestras manos, de nuestros pies, y la forma de nuestro rostro y sus expresiones, tienen un significado mágico, como lo tiene el vuelo de los pájaros, o la voz del viento o las aguas cuando corren. Así, todo el mundo es susceptible de convertirse en un Gran Libro, en una inmensa Biblia, en donde podemos leer los Designios de Dios.
Cuando lleguemos a contactar con la Magia, podremos leer dichos Designios divinos. Eso no da felicidad; da simplemente Sabiduría. La felicidad, como dijo Pitágoras, no es planta de la Tierra.
Jorge Ángel Livraga
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