Los que escriben la Historia no siempre han sido justos al valorar a los hombres del pasado. para estos antecesores nuestros en el tiempo son buenas todas las críticas y es corriente atribuirles cuanto infantilismo mental haga falta con tal de resaltar los logros, la inteligencia y la capacidad del hombre moderno.
Durante años hemos aprendido la consabida lección de que la mentalidad del hombre antiguo no era racional ni científica; sus formas artísticas eran rígidas y sus religiones eran la pantalla de sus amores y sus temores.
Claro está que este hombre prelógico no conocía ni por lo visto tenía medios para hacerlo el Universo en el que vivía, ni la Tierra que lo albergaba ni el resto de las estrellas y planetas. Concebía un mundo animado y vitalizado por fuerzas naturales y, del mismo modo que alzaba los ojos al cielo en busca de explicaciones, los hundía en el fondo de la tierra para imaginar infiernos y monstruos indescriptibles. Así, las piedras, los árboles, los animales, el aire, las aguas, todo estaba lleno de dioses terroríficos o hermosos, reflejos de los miedos y los anhelos cotidianos; dioses caprichosos a los cuales había que atribuir el comportamiento de la vida, por cuanto no se concebían las leyes matemáticas y físicas que rigen la existencia. Hablar entonces de este y de otros mundos era absolutamente normal: uno y otros eran ampliamente desconocidos y ampliamente divinizados.
Los siglos fueron pasando y los avances técnicos y científicos proporcionaron una nueva visión de las cosas. La Tierra pareció más pequeña en cuanto pudo descubrirse y rasurarse en todas direcciones; creció el sentimiento humano del poder, que se extendió a las estrellas. La conquista espacial fue apenas una prolongación del ánimo del hombre que se sentía en posesión de la llave de la vida.
Sin embargo estos aportes no trajeron la felicidad ni la seguridad interior… ni tampoco la exterior. Al igual que el hombre antiguo, el hombre actual ha empezado a proyectar sus miedos y sus angustias, aunque no las divinice en figuras ideales. En todo caso, diviniza sus vicios y sus debilidades para encontrar una justificación psicológica.
También hoy podrían señalarse muchos errores y tal vez los hombres del futuro sean generosamente despiadados con nosotros, igualando nuestro proceder con las viejas culturas.
¿Qué pensarán de nuestra forma de vida los que vengan dentro de algunos siglos?
Que se nos escapa el tiempo aparentando lo que no somos, en parte porque no sabemos con exactitud qué ni quiénes somos, y en parte porque la fuerza de las modas impone de tal manera, que hay que seguirlas aun sin llegar a identificarse con ellas.
Que por vergüenza o inhabilidad, no sublimamos nuestros temores y en cambio estamos llenos de traumas. Que nos hemos liberado de la cárcel de la moralidad para caer en la prisión de la inmoralidad como estilo de comportamiento habitual.
Que por fin llegamos a vivir un mundo sin dioses y sin Dios, para glorificar falsos héroes y personajes imaginarios.
Que por fin llegamos a prescindir de las jerarquías y de la autoridad, para sentirnos desamparados e incapaces de tomar determinaciones.
Que todos los sistemas que se ensayan fallan estrepitosamente más pronto o más tarde, porque fallan los hombres que los encarnan.
Que buscando la felicidad a través de la liberalidad, conseguimos expandir la corrupción, hacer desaparecer las diferencias entre hombres y mujeres, niños y ancianos; injertamos odio y venganzas sofisticadas en todos los rincones…
La Tierra se queda estrecha e incómoda: hay que volver la mirada hacia otros mundos…
Es evidente que la gente no está satisfecha. Por una razón u otra que, curiosamente no se alcanza a discernir, nadie está contento con lo que tiene ni consigo mismo.
¿Por qué? O de una manera más simple: ¿dónde están los culpables? ¿Podemos acaso reconocer que el error está en nosotros, que hemos equivocado el camino, que escogimos metas inexistentes o que empleamos medios incorrectos? No. hace falta mucho valor para reconocer los errores, y el valor no es precisamente una de las virtudes del presente.
Así, aparecen los culpables extraterrestres o los salvadores extraterrestres. O bien el problema nos llega desde afuera porque nosotros somos buenos, o bien la solución nos llega desde afuera porque nosotros somos incapaces de encontrarla.
Es interesante detectar la proliferación de libros, películas, historietas y relatos en que intervienen seres de otros mundos bajo los más diversos aspectos.
A veces hombres indefensos, espantados ante el mal y el poder que proviene de lejanos planetas; personajes de horror que sólo buscan la destrucción de la humanidad y la desolación en la Tierra.
Personajes inteligentes, sin embargo, capaces de fabricar aparatos voladores que cubren distancias impresionantes, armas letales, ordenadores que todo lo manejan. Personajes que parecen desafiar a la muerte ya que nada les hace daño, o al menos nada de lo que usamos los hombres les afecta. Ellos, en cambio, hacen de los humanos esclavos baboseantes o conejillos de Indias para los más exóticos experimentos. Son perversos y dañinos; encarnan el mal en su más pura expresión. Son el conjunto encarnado de todos los problemas que vivimos a diario y no podemos resolver, aunque les hemos puesto rostros y cuerpos deformes y enormes… igual que nuestros problemas.
Otras veces la polaridad se invierte. Los que sufren en la Tierra, reciben la posibilidad de salvación de manos de seres extraterrestres que ya han superado nuestros males y están dispuestos a ofrecernos el paraíso constante con tal de que abandonemos nuestro mundo para viajar al de ellos. Ellos, radiantes y buenos, vienen a buscar a los escogidos, vienen a instruir a unos pocos y ponen sus naves espaciales a disposición de los que quieren y pueden conseguir la liberación. Sin embargo, el hombre sigue siendo una débil marioneta en poder de otras voluntades más fuertes; no tiene inteligencia ni valentía para entender ni decidir; sólo puede ir detrás de los que le señalan un camino, sin preguntar, sin rechistar, sin volver hacia atrás la mirada a riesgo de convertirse en una auténtica mole de piedra. Los dioses salvadores retornan en el presente con las mismas o peores características que en la antigüedad; se les sigue con temor reverencial, con la docilidad del que se siente culpable en lo más íntimo de su ser.
Como vemos, los siglos corren y muchas cosas cambian a nuestro alrededor, pero el alma humana avanza con pasos más lentos. Por momentos, incluso, parece retroceder, para cobrar nuevo impulso y volver a avanzar, pero siempre con dificultades.
Objetivamente considerado, ¿qué diferencia hay entre aquellos antiguos que hablaban de otros mundos y localizaban sus dioses en aquellos misteriosos parajes, y las modernas mentalidades que vuelcan su miedo y su ignorancia en seres extraterrestres dotados de poderes superiores a los humanos? Apenas diferencias de matiz, debidos a la época y los sitios.
En todo caso, los antiguos no siempre dirigieron su mirada al espacio infinito para proyectar su desesperanza. Al contrario, todavía subsisten enseñanzas tradicionales que relacionan inteligente y profundamente el desarrollo de todos los planetas del Sistema Solar; estableciendo lazos entre unos y otros, y entre los seres vivos de unos y otros. El hecho de pertenecer a un mismo “Cuerpo” o Sistema, hizo pensar -y no sin lógica- que podrían existir interrelaciones tales como las hay entre los diferentes órganos de nuestro cuerpo humano. De allí surgieron ciencias tales como la astrología apoyada en la astronomía, la alquimia apoyada en el proceso evolutivo de las transformaciones, y otras del mismo estilo y corte esotérico que hoy duermen más o menos incomprendidas -o malamente comprendidas- en los anaqueles de oscuras bibliotecas. Pero también vuelven a surgir cantidades de libros y escritos que aunque no siempre coinciden con el espíritu primitivo de estas enseñanzas, al menos intentan recuperarlas.
Sin embargo, ni entonces ni ahora estas relaciones entre los mundos fueron ni pueden ser soluciones a nuestros problemas.
Hermanos o no de otros seres planetarios, cada cual ha de ganar el dominio de su propia conciencia y el manejo de su propia voluntad. Nadie puede regalar ninguno de estos dones; lo único que se puede hacer es señalar el camino y los medios para recorrerlo, la meta y las ventajas de la meta. Nadie camina ni llega a la meta en el lugar de otro.
La solución, pues, está en nosotros, en este mundo, en el nuestro, por muy relacionado que esté con otros mundos y otras formas de vida. Aquí están los malhechores y aquí están los salvadores: basta con mirarnos al espejo.
Los teólogos afirman que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; los menos creyentes sostienen que fue el hombre quien inventó a Dios a su imagen y semejanza. Ya que hoy predomina esa tendencia a liberarse de las creencias y la esclavitud de la fe, no habrá más remedio que aceptar que los hombres han creado los extraterrestres a su imagen y semejanza… Todo consiste ahora en bajarlos, no a la Tierra, sino en situarlos en el punto exacto de la conciencia, allí donde se localizan nuestros dolores, nuestros desconciertos, nuestra angustia y nuestra falta de finalidades.
La guerra de las galaxias existe en el interior de cada hombre que esté dispuesto a combatir las sombras y los monstruos del mal; los héroes valientes y decididos viven también en el corazón de quienes, lanzados a la batalla, descubren que pueden hacer más de lo que imaginaban y que nunca habían utilizado el riquísimo caudal de energías y esperanzas que estaba aletargado a la espera de una señal.
La verdad está aquí y allá, en este y en otros mundos; de lo contrario no sería verdad. Pero puede encontrarse aquí, en la Tierra y puede hallarla cada uno de los hombres que inicie la búsqueda y conquista de la Sabiduría.
Créditos de las imágenes: BotMultichillT
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