La plata, el llamado “Metal de la Luna” por los alquimistas debido a la semejanza de su brillo blanquecino con la reina de la noche, es el metal-símbolo de lo femenino por excelencia. Su color blanco y brillante le otorga un alto grado de reflexión, por lo que se emplea para fabricar espejos y embellecer objetos metálicos al recubrirlos con un “baño de plata”. De ahí la denominación romana de “argentum”, que significa “blanco y brillante” y del cual deriva su símbolo químico “Ag”. Es también un metal único en cuanto que combina la más alta conductividad térmica de todos los metales con la máxima conductividad eléctrica, lo que hace que resulte muy adecuado para recubrir y proteger los cables que transportan corrientes de alta frecuencia. Embellecer, relacionar, combinar, proteger y transportar la corriente de la vida, son todas, como vemos, cualidades y características propias de lo femenino.
Su rayo-color está vinculado, ultérrimamente, al principio y cierre de la manifestación surgida en el seno de la Materia Primordial, la Gran Madre. El plateado es un color puro, asociado por los esoteristas al Primer Principio de la Década Pitagórica (o al Décimo, si se cuenta en sentido inverso), y su plasmación en nuestro mundo está materializada en el gris, mezcla o síntesis del blanco y el negro. Se refiere por tanto a la paz, a la armonía, a la expansión de la conciencia en sus niveles más altos y espirituales. Es el color de la persistencia serena en la lucha del alma por su libertad. El llamado “Cordón de Plata” es el que une el negro del cuerpo con el blanco puro del espíritu.
Los metales, en general, son denominados por la Astrología “planetas terrestres” o subterráneos, por constituir correspondencias analógicas con aquellos. Simbolizan en general solidificaciones de la energía cósmica. Por eso afirmaba C.G.Jung que “los metales bajos son los deseos y pasiones corporales, y extraer la quintaesencia de esos metales o transformarlos en los superiores, equivale a liberar la energía creadora con respecto a los lazos del mundo sensible”. En este sentido, los metales constituyen una serie gradual, en la que cada uno presenta una superioridad jerárquica sobre el inmediato inferior, siendo el oro (Sol) el final de la cumbre evolutiva de todos ellos, seguido del cobre (Venus) y la plata (Luna).
Desde la antigüedad, la plata se ha asociado al valor de las cosas, a su equivalencia en dinero. La escasez y belleza de este metal hizo de él un importante medio de intercambio para las transacciones comerciales, al principio en barritas que se cortaban de distintas medidas, y más tarde acuñando monedas, costumbre que ha permanecido hasta finales del siglo XIX. Todavía hoy, sobre todo en los países hispanoamericanos, para afirmar que no se tiene dinero, se dice “no tengo plata”.
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