El simbolismo de la Luna se manifiesta en correlación con el del Sol. Sus dos caracteres fundamentales derivan, por una parte, de que la Luna está privada de luz propia y no es más que un reflejo del Sol y, por otra, de que atraviesa fases diferentes y cambia de forma. Por todo esto simboliza la dependencia, así como la periodicidad y la renovación, los ritmos biológicos, la transformación y el crecimiento.
La Luna es un astro que crece, decrece y desaparece; su vida está sometida a la ley universal del devenir, del nacimiento y de la muerte que, para ella, nunca es definitiva. La Luna es por excelencia el astro de los ritmos de la vida, pues controla los planos cósmicos regidos por la ley del devenir cíclico: las mareas del mar, la lluvia, la vegetación cambiante, la fertilidad, etc. La luna es un instrumento de medida temporal universal. Representa el poder femenino, la Diosa Madre, la Reina del Cielo junto con el Sol como poder masculino. Es un símbolo universal del ritmo y del tiempo-cíclico, del devenir universal. Las fases de nacimiento, muerte y resurrección de la Luna simbolizan la inmortalidad y la eternidad, la renovación perpetua de todo lo que está manifestado.
También representa el lado oscuro e invisible de la naturaleza; el aspecto espiritual de la luz en la oscuridad, el conocimiento interior, lo irracional, intuitivo y subjetivo. Es el ojo de la noche, así como el Sol es el ojo del día.
Su influencia sobre las aguas, las inundaciones y las estaciones es determinante en la duración de la vida. Todas las diosas lunares controlan y tejen el destino. Por eso a veces se la representa como una araña que va tejiendo su tela desde el centro, teniendo entonces como atributos el huso y la rueca.
Los tres días no visibles de la luna simbolizan el descenso de la diosa al mundo subterráneo del que luego emerge nuevamente. La luna llena significa plenitud, fuerza y poder espiritual. El cuarto menguante es funeral; la luna menguante es lo siniestro y demoníaco, y la luna creciente es la luz, el crecimiento y la regeneración.
Las divinidades lunares comprendían entre los aztecas a los dioses de la embriaguez, por una parte, ya que el borracho que se duerme se olvida de todo y su despertar se asocia a una renovación, y, por otra parte, porque la embriaguez acompañaba los banquetes que se celebraban para agradecer las cosechas como expresión de la fertilidad. Los aztecas llamaban a las divinidades de la embriaguez “los cuatrocientos conejos”. Es notoria la importancia de la liebre en el bestiario lunar.
En astrología la Luna tiene un papel especialmente importante: simboliza el principio pasivo, pero fecundo; la noche, la humedad, lo subconsciente, la imaginación, el psiquismo, el sueño, la receptividad, lo inestable, lo transitorio y todo lo sujeto a influencias externas, por analogía con su papel astronómico como reflectora de la luz solar.
Fuente de innumerables mitos y con la imagen de diversas divinidades (Isis, Isthar, Artemisa, Selene, Hécate…) la Luna es un símbolo cósmico que se ha extendido a todas las épocas desde tiempo inmemorial y de uno a otro continente.
Créditos de las imágenes: Benjamin Voros
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