El número Uno es el primero, el principio de unidad, de identidad y de concordia, al igual que el Dos va a ser el de la desigualdad, de la dualidad y el principio de discordia.
El Uno simboliza el Bien, la armonía absoluta, la primera manifestación abstracta del inefable Cero. Su sombra es la primera actividad del punto en la circunferencia. En geometría se relaciona con el punto como entidad carente de dimensión, a partir de la cual se originan todas las formas.
Según el diccionario de símbolos de J.E.Cirlot, el uno equivale al centro, al punto, al inicio del poder creador no manifestado o “motor inmóvil”. Plotino lo identifica con el Bien o el fin moral, el Uno-Bien, mientras asimila la multiplicidad al mal, con lo cual está en plena conformidad con la doctrina simbolista.
Según otros, el uno es el símbolo del hombre de pie, el único ser vivo que goza de esta facultad, hasta el punto de que algunos antropólogos ven en la verticalidad un signo distintivo del hombre, más radical aún que la razón. Este simbolismo de verticalidad se encuentra igualmente en las imágenes de las piedras erguidas, presentes en todas las culturas de la antigüedad, del bastón de mando o del falo erecto, que representan al hombre activo, a la obra de la creación.
Fuera de los caracteres generales y universales de la cifra uno como base y como punto de partida, esta cifra presenta algunas particularidades en la literatura y el folklore de los pueblos. En el folklore iranio, por ejemplo, el uno representa al Dios Único y se escribe con la primera letra del alfabeto arabo-pérsico, la alif (= a), que tiene el valor de uno.
En las leyendas caballerescas del Islam, el héroe afirma con arrogancia su pertenencia a una cultura extendida por todo el Oriente, cuya divisa es “no hay otro dios que el Dios Uno”. El héroe se erige en defensor del pensamiento religioso en el que ha sido educado y cuando penetra en alguna corte, declara en actitud de desafío: “Mi saludo en esta corte, va al que sabe que en los dieciocho mil universos Dios es Uno”.
Este símbolo unificador estaría, según C.G. Jung, cargado de una energía psíquica extremadamente poderosa. El hombre es capaz de asumir toda la energía de este símbolo unificador para consumar en él la armonía de lo consciente y lo inconsciente, para realizar el equilibrio dinámico de los contrarios, de lo concreto y lo abstracto, de la razón y la imaginación, de lo ideal y lo cotidiano. La totalidad se unifica en su personalidad y ésta florece en la totalidad.
En su Doctrina Secreta, HPB habla del uno ilusorio, sumable e irreal, hijo de la necesidad práctica, y de otro Uno Real que es una cosa y otra, ambas a la vez, pues Él es la única realidad: a este Uno total es al que ella llama el “Uno sin Segundo”, pues en realidad tan sólo Él existe según todos los principios de la tradición esotérica, donde todo lo que percibimos por los sentidos es ilusorio y mayávico.
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