Hace ya unos cuantos años decía Bacon que «La satisfacción de la curiosidad es, para algunos hombres, el fin del conocimiento». Y hace más de un siglo un gran Maestro agregaba que «Bacon estuvo tan en lo justo al formular esta verdad trillada, como los que la conocieron antes que él lo estaban al Separar la Sabiduría del Conocimiento».
La divulgación de los conocimientos en todas las ramas, científicas, filosóficas, artísticas, sociológicas, políticas, económicas, y otras tantas que ahora se nos escapan, han logrado, más que una difusión seria, la creación de un mercado destinado a satisfacer curiosidades. Y si la curiosidad no se manifiesta o no existe, ya aparece quien se encarga de promoverla a través de la propaganda sensacionalista y el amplio e indiscriminado uso de los medios de comunicación.
De más está decir que la curiosidad nunca se satisface por estas vías, porque el público —en su mayoría— no está preparado para agotar en profundidad temas tan diversos, y porque las disciplinas arriba mencionadas —y las que podamos haber olvidado mencionar— cambian de posturas y opiniones con la misma velocidad con que descubren o creen descubrir nuevos aspectos en los ámbitos de su investigación.
Así, hay temas y curiosidad para rato…
Pero avancemos un paso más. Pasemos de la simple curiosidad al conocimiento desarrollado y profundizado en años de estudio y trabajo. Aunque ésta pudiera parecer la meta más alta a alcanzar, tampoco es así, porque el conocimiento sólo atañe a una parte específica de la persona: ocupa, según los casos, la mente, el cuerpo, los sentimientos, pero es muy difícil que abra las impresionantes puertas de la intuición, los resortes escondidos del alma, la ansiedad imparable de perfección, sea cual sea la tarea que hayamos acometido.
Es aquí donde entramos en el dominio de la Sabiduría. Saber es mucho más que conocer. Es un conocimiento que no se olvida, que no radica simplemente en la superficie externa de la memoria sino en los pliegues más profundos del verdadero ser. Lo que se sabe se convierte en parte de uno mismo. Y así como uno mismo siempre «es», aunque no sea igual de niño que de adulto, la Sabiduría obliga a ese avance en madurez que corre con el Tiempo, si bien un tiempo que se hace eterno cuando se refiere al propio crecimiento.
Estamos en época de grandes conquistas. Todos pretenden ofrecernos lo mejor. Exijamos, pues, lo mejor, y empecemos por exigírnoslo a nosotros mismos. Allí donde pongamos las manos, los ojos, el sentimiento o la idea de nuestro quehacer, hagámoslo con espíritu de grandeza y perfección; con esa visión que, de puro amplia, vuelve hermanas a las ciencias, las artes, las religiones y las filosofías.
Lo nuestro es SABER.
Créditos de las imágenes: JohnBlow
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Sí. No es saludable sólo ocuparse de curiosidades. Buscar un sentido del ¿que , por qué y para que? Sería una herramienta del Alma