Pesimismo y optimismo

Autor: Delia Steinberg Guzmán

publicado el 10-09-2025

En las épocas de gozne histórico, tal como la que ahora vivimos, suele ser difícil enfocar la realidad con precisión, sin las distorsiones que impone ese mismo gozne, donde todas las cosas giran, cambian de rumbo, alteran sus perspectivas.

Es propio de tales momentos encuadrar la realidad bajo dos enfoques característicos, extremos y opuestos: el pesimismo y el optimismo. Y no se crea que esto es tan simple como definir la postura del que todo lo ve mal y del que todo lo ve bien. Cada época, cada momento, tiene su particular matiz, y es bueno reconocer las formas que hoy asumen el pesimismo y el optimismo.

El pesimista refleja la realidad bajo su lente especial: ve las cosas, incluso con lujo de detalles y con notable capacidad de captación. Cuando las ve buenas, piensa que todo ha de terminar, más bien antes que después, y que ese bien es apenas una luz pasajera. Cuando las ve malas, agudiza sus críticas y su ironía, reconoce los problemas con gran lucidez, pero carece de esperanzas en posibles soluciones. El futuro nunca será positivo, pues lo bueno acabará y lo malo persistirá, sin arreglo ninguno para esta situación. Así, quema en sí mismo y en los demás, todo intento de resurgimiento, de confianza en el porvenir, de fe en los ciclos históricos relevantes. Ante lo malo, dejar pasar… y ante lo positivo, esbozar una sonrisa conmiserativa con un toque de pena y de desprecio.

El optimista se nos presenta de otra manera. Enfrenta la realidad como un niño que, las más de las veces, cierra los ojos ante las cosas que no le gustan, o se esconde ante los hechos tremendos, creyendo que por evitar su presencia, evita asimismo su existencia. Cuando no tiene más remedio que aceptar, se evade psicológicamente, remitiéndose a fuerzas externas y extrañas que habrán de venir en su propia ayuda y el la de toda la humanidad. El destino todo lo resolverá, o si no, es el tiempo, la buena suerte y otros muchos amuletos por el estilo. Hay que tener confianza… ese es el lema perpetuo, aunque no se sepa muy bien en qué hay que confiarse. Ante lo bueno, el optimista se extasía y lo aplaude, ante lo malo, ora y espera las soluciones que bajarán desde “lo alto”.Optimismo

Notamos en ambas posiciones –pesimismo y optimismo—una inercia semejante. El uno no hace nada, porque ya nada tiene solución. El otro tampoco hace nada, porque todo lo factible vendrá por vías “superiores”. Ambos se desvían de la realidad, pasando por sus flancos, pero sin dar en el centro.

Como filósofos acropolitanos nos exigimos un mayor acercamiento a la verdad. No a la Verdad Absoluta que, de momento, queda lejos de nuestra capacidad, sino a aquellas verdades que nos ayudan a vivir de la mejor manera y, lo más importante, a seguir hacia adelante superando obstáculos.

Nuestras acciones producen resultados, frutos palpables: unas veces son positivos y otras veces son dolorosos. Esa es la realidad, compuesta de lo uno y de lo otro. Y de allí surgen nuestras posibilidades humanas. Ante lo bueno y ante lo malo, siempre recoger experiencias. Lo bueno es digno de tomarse en cuenta para repetirlo, lo malo debe movilizar nuestras energías para superarlo. No hay nada definitivamente perdido, ni hay nada que venga a nosotros sin que nosotros hayamos puesto nuestro grano de voluntad para realizarlo. Dios, el destino, el tiempo o la “buena suerte”, participan en nuestras vidas en la medida en que nosotros les abrimos las puertas.

Como filósofos acropolitanos, no nos sentimos ni pesimistas ni optimistas. Queremos ser realistas, buscadores del conocimiento y de la verdad, conscientes de nuestro momento histórico, de sus dificultades y de sus potencialidades. El futuro llegará, sí, de las manos del tiempo y de las nuestras propias, y lo hará con la misma fortaleza con que hayamos salido en su busca.

Créditos de las imágenes: Romina BM

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Referencias del artículo

Publicado en la revista Nueva Acrópolis número 225, en abril de 1994.

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