Tradicionalmente, es mayo el mes de las flores, el mes de la primavera por excelencia. Y no recurrimos a estas expresiones como simples imágenes literarias mil veces repetidas, sino que pretendemos buscar el sentido simple y real de la primavera y la flor. Cual filósofos a la vieja usanza, tan vieja que ya es otra vez nueva, queremos la respuesta directa de la Naturaleza a la sed de conocimiento que duerme en nosotros.
Es cierto que la primavera es el despertar tras el sueño que supone el frío invierno. También es cierto que en el hombre existen cíclicos despertares que suceden a períodos oscuros o de letargo. Despertar es siempre bello, porque supone luz, actividad, renovación, movimiento…
Pero, una vez despiertos, ¿cómo enfocar y continuar con la acción? Una vez nacida la primavera en nosotros, ¿cómo hacerla duradera?
Tal vez el mayor mal de los hombres consista en querer comenzar muchas cosas, pero no poder continuar con ellas. Porque el comienzo supone poco esfuerzo y además encierra el atractivo de la novedad, mientras que la continuación de la labor es sinónimo de paciencia y experiencia, de sacrificio y responsabilidad… Y es entonces cuando se evade la dificultad de la continuidad en busca de lo nuevo, por lo que simplemente tiene de nuevo.
Es aquí donde el lenguaje de la flor nace con la primavera, ella es fruto de un despertar. Pero allí no acaba su función, sino que pacientemente, día tras día, entabla lucha con los elementos adversos para elevarse verticalmente hacia su destino de sol y expansión. La flor viene de la tierra; la flor comienza siendo pequeña semilla, pero no se conforma con seguir siendo semilla sino que se abre en pétalos de perfume y color. La flor usa de todas sus fuerzas para levantarse hacia el cielo, a pesar de las raíces que la atan fuertemente… Y también la flor muere cuando agota su ciclo… Como mueren los hombres, como acaban tarde o temprano los dolores de la vida, como viene la piadosa noche tras los cálidos rayos solares.
Sin embargo, nada es muerte en la Naturaleza. Todos son ciclos. La flor que opaca el brillo de sus pétalos vuelve a la tierra primigenia, guardando en su seno semillas de igual estirpe a la flor inicial. Así, el hombre que crece verticalmente, como las flores, no conoce la muerte, y sus cambios son formas de evolución que, ciclo tras ciclo, repiten la misma flor, cada vez más brillante, más pura, más perfumada. Como mayo, como las flores, como los hombres…
Créditos de las imágenes: wangxiawhx
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