Nunca te compares con nadie, pues la perfección absoluta de cada ser radica únicamente en su comparación consigo mismo.
Helena P. Blavatsky
La igualdad está en nuestros espíritus, en la meta hacia la que nos encaminamos, en las enseñanzas que compartimos, en los espacios en los que trabajamos. Y tantas cosas más, similares a estas citadas. Confiamos en que estas igualdades esenciales favorezcan la sana convivencia y puedan limar las asperezas que surgen de las naturales diferencias, que no se pueden obviar ni ocultar.
¿Es que somos desiguales en algo? Sí, en muchas cosas, sin que esto deba interpretarse como una ofensa. Somos desiguales en sexos, en edades, en educación recibida, en factores personales de desarrollo, en gustos, en la forma de expresarnos, en ritmos de trabajo… y en docenas de puntos más en los que no podemos establecer similitudes por el solo hecho de imponerlas. Sabemos que estas diferencias no afectan al espíritu esencial, pero sí lo hacen con la personalidad y, por desgracia, solemos trabajar diariamente mucho más con la personalidad que con el espíritu, es decir, con las diferencias y no con las igualdades.
Hay que entender que, fuera de los valores esenciales, los humanos somos diferentes y esas diferencias merecen una atención, una comprensión, para poder llegar por fin a un respeto.
La dificultad para trabajar en equipo es un rasgo de egoísmo. Y el egoísmo es una traba decisiva para el propio trabajo interno. El que no sabe convivir con otros tampoco sabe vivir consigo mismo. Lo que no consigue entre los demás, tampoco lo conseguirá para sí.
Cuidémonos de los que exigen ejemplos pero no los dan: son los mismos que jamás usan lo que venden ni aplican lo que enseñan; en otras palabras, son engañadores. Cuidémonos de los críticos permanentes, porque no son buenos para obras de largo alcance ni para construir el futuro; solo valen para socavar lo que otros hacen. Cuidémonos, más bien, de dar buenos ejemplos y no nos preocupemos tanto por los que ofrecen los demás.
Solo los débiles se amparan en las diferencias; se hacen fuertes en ellas, pues no tienen otro método para afirmar su personalidad.
El fuerte, el que se siente firme en sus convicciones y humilde en su andar por el sendero, no pierde ni una migaja de seguridad por acercarse a todos y compartir algo con todos, pues todos tenemos algo que dar y algo que recibir.
Créditos de las imágenes: Analise Benevides
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