Hoy vi una estrella…
La vi con otras estrellas que Dios puso en los hombres: los ojos. Y así, entre mis ojos y la estrella de cielo se entabló una extraña relación de simpatía y un mismo anhelo de luz.
De pronto se borraron de mi mente todas las extensas enseñanzas sobre los soles que brillan en el firmamento; sobre los años luz de distancia que separan un astro de otro; sobre la materia inconcebible que conforma esos mundos espaciales, y la estrella que vi cobró la nueva dimensión de la Belleza. Su mensaje ya no fue el simple hecho matemático de su existencia dentro del magno universo.
Recordé que desde épocas lejanas, las estrellas fueron asociadas al sino de los hombres y de sus hechos principales. Supe por qué los seres humanos buscaron en las estrellas el resultado de sus vidas. Unas estrellas se abren a la vida con renovado fulgor; otras se opacan y caen lentamente. Placer y dolor, felicidad y tristeza… la rueda eterna del existir también se refleja en las estrellas.
Cierto es que cuando vi mi estrella puse toda mi alma en verla más reluciente que ninguna otra, pidiéndole que su brillo demarcase momentos triunfantes. Y también es cierto que, a pesar de todo, la estrella perdía luz por instantes, pareciendo que, en contra de mi interno sentir, podía apagarse sin más.
¿Qué es una estrella que se apaga? ¿Es un ciclo que acaba, que ella resume en su propia vida? ¿Es malo, acaso, el que una estrella se apague? ¿Es malo que aquello que ha vivido se disuelva lentamente en el espacio, dejando rastros brillantes? Si la estrella ha vivido, si ha recogido en su espejo de luz momentos gloriosos, si ha cumplido con su destino, el fin es el digno broche de un no menos digno existir. Hay en la muerte de una estrella, hay en el oscuro vacío que ella deja, un misterio más profundo que la misma vida.
¿Qué es una estrella que nace? Es un rayo que se abre paso en el cosmos. Es un viejo ser que, bajo nueva luminosidad, comienza otra vez su destino ante los ojos visibles. Ella tiene una nueva misión que cumplir y nuevos hombres a los que alentar en el camino de la vida que, al fin y al cabo, es la misma Vida para estrellas que para hombres.
Allí es donde se produce la comunión: brilla la estrella del destino, brillan los ojos que la ven, y surge un mágico compromiso. Mientras dure la estrella durará el juramento; mientras haya luz, habrá fuerza; mientras ella palpite en el cielo, habrá vida en el corazón; mientras ella recorra senderos siderales, nosotros trazaremos surcos en la tierra.
Y cuando ella acabe, cuando su luz se esconda tras el manto del Silencio, nuestros ojos, acostumbrados a seguirla, se cerrarán simultáneamente para buscarla por mundos insondables, y para regresar en pos de nuevos ideales con su inalterable guía.
Hoy vi una estrella… ¿La volveré a ver?
Créditos de las imágenes: Greg Rakozy
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