Resulta desconcertante, cuando no molesto, comprobar hasta qué punto de incertidumbre nos llevan las actuales formas de pensamiento, sea en lo social, político, económico, religioso, científico, artístico, filosófico, precisamente en una época que se vanagloria de haber logrado un elevado índice de comunicación y diálogo en buena parte del mundo.
Pero, como siempre, la sabiduría de los refranes populares llega más a fondo que el intelectualismo vano. “Dime de qué hablas y te diré qué te falta”. Sí, es mucho, demasiado lo que se habla de comunicación y diálogo, de comprensión y acercamiento, como para no sospechar que son esas cosas las que más falta nos hacen.
Las comunicaciones se han expandido hasta límites insospechados, es verdad, pero, ¿qué se comunica y qué sentido tiene ese despliegue de noticias? ¿Solamente conocer lo que pasa –si es que nos cuentan la verdad– y enterarse de los distintos puntos de vista que existen acerca de lo que pasa?
Aquí comienza nuestro desconcierto y el desasosiego interior.
A pesar de las cantadas loas a la libertad de pensamiento, cada cual pretende convertir su forma particular de pensar en cualquiera de los campos, en la única forma posible. Y el que, llevado por su decisión o por su ignorancia en el tema, se deja convencer por alguna de estas prédicas, se vuelve un miserable “adepto” de un execrable “tirano”. El que propone una única forma de pensamiento, carece del derecho a hacerlo, aun dentro de la amplitud de esos derechos continuamente mencionados… de palabras. Y el que se adhiere a sus conceptos, queda marcado para toda su vida, sin ocasión de revisar ni corregir sus ideas.
Por otra parte, los que sostienen la pluralidad de opiniones, admiten por igual tanto lo uno como lo otro, sin medir hasta qué punto unas ideas pueden ser más acertadas y otras más perniciosas. Y que conste que consideramos que nada es tan pernicioso como no pensar nada sobre nada. Pero esa multiplicidad heterogénea, sin valores claros, sume a la gente en una pasividad huidiza. Elegir entre tantas propuestas es un problema, y para evitar problemas es mejor no elegir; es mejor dejarse llevar por la corriente, por el viento que sopla más fuerte y, en todo caso, si uno tiene alguna visión personal, se la guarda celosamente antes de convertirse en un blanco de críticas y sátiras.
Hoy no podemos decir que estamos “más allá del bien y del mal”; simplemente no hay nada bueno ni nada malo. Sin embargo, la vida, con sus naturales consecuencias, se encarga de demostrarnos que muchas cosas nos resultan francamente nefastas y otras, en cambio, nos dan algunas satisfacciones. Pero también esta experiencia vital es rechazada de plano, como si la razón enrevesada pudiese matar al inapreciable sentido común. Por momentos parece que el pensamiento humano está tan contaminado como nuestro planeta físico. Y así como se clama por leyes más ecológicas mientras se sigue envenenando la tierra, se exige libertad de conciencia mientras nadie educa la conciencia, mientras están de más los valores estables y la multiplicación nos sigue deformando a gusto.
Es lógico que si nos regimos por meras opiniones, la diversidad seguirá haciendo estragos y la tan soñada comprensión entre los hombres se irá alejando del horizonte. ¿No habrá llegado el momento de buscar un poco de Sabiduría –así, con mayúscula– para encontrar verdaderos puntos comunes que, en lugar de masificarlos, promuevan una unión real y consciente? Tal vez, si insistimos lo suficiente en este aspecto, consigamos darnos cuenta de lo mucho que nos falta. Falta Filosofía, falta el tan viejo y sin embargo tan actual Amor a la Sabiduría para que el pensamiento reencuentre cauces lógicos hacia una meta verdadera.
Créditos de las imágenes: Jason Rosewell
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