Gratitud al año que nos deja

Autor: Delia Steinberg Guzmán

publicado el 15-12-2025

El mes de Diciembre marca el fin de un año, y la espera ilusionada del próximo año que se inicia. Así, este pobre mes, el último, asume las veces de una víctima propiciatoria, cuya muerte es casi bienvenida y aun acelerada, en holocausto al ciclo nuevo que imaginamos mejor, tan sólo por el hecho de ser nuevo.

Es curiosa la ingratitud humana, que festeja en presencia del moribundo el arribo del recién nacido, que tiende a alegrarse más por lo que desconoce que por lo conocido. Es cierto que, según la tradición, lo último que se pierde es la esperanza, y hasta diríamos que prácticamente lo único que nos queda es la esperanza. De este modo, nuestra esperanza de que el Año Nuevo sea más bueno y alentador que el pasado, nos hace celebrarlo por anticipado. Tal vez el Año Nuevo los merezca de verdad, y tal vez no lo merezca… porque ni con respecto al nuevo ciclo, ni al viejo, hemos hecho ni haremos nosotros mismos gran cosa por convertirlos en mejores o en peores. Simplemente esperamos, simplemente deseamos cosas, simplemente atisbamos la llegada de una felicidad que concebimos más como un regalo gracioso de la Divinidad, que como un triunfo conquistado en base a esfuerzos.

Diciembre

Sin embargo, y a estar con el sentido práctico que los hombres tendemos a adjudicarnos en la actualidad, deberíamos rendir un homenaje más profundo al año que nos deja, un homenaje de recuerdo y gratitud, tanto por las alegrías como por los dolores que nos aportó, porque todo en conjunto ha constituido un mayor acopio de experiencia por nuestra parte. No es lógico pretender de la vida tan sólo dulzuras, pues sabido es que el verdadero beneficio se le da al hombre a través de un equilibrio armónico entre premios y castigos, tal como los padres o los maestros educan a los niños, con sonrisas a veces, o con regaños que provocan el llanto… y el conocimiento.

Tengamos piedad para con este mes de Diciembre, que se nos antoja barbado y con las espaldas cargadas de días y de hora infinitamente largas, pero cumplidas. Brindemos por este Diciembre, donde se guardan aun las incógnitas que hemos de develar a partir de ahora, y el sabor a fruta madura de las muchas preguntas que se hicieron certeza antes de ahora.

Si bien coincidimos en la esperanza del Futuro, en la alegría que produce volver a empezar, contar con nuevas oportunidades de realizar nuestra vida, con ese “borrón y cuenta nueva” que en cierta forma nos limpia de los errores del pasado, pensamos también que el futuro tiene siempre algo de incierto, algo de inestable que sólo se aclara en la medida en que se va concretando, es decir, en la medida en que va dejando de ser futuro para transformarse en efímero presente, y en sólido pasado.

Esa es la característica del pasado: él es sólido, inamovible, no sujeto a cambios. Mientras todo gira vertiginosamente a nuestro alrededor, mientras ideas y creencias aparecen y desaparecen, solo el pasado permanece cual pétrea columna señalando un camino: o para pasar por él, o para soslayarlo, que tal es el sentido de la experiencia. Así, lejos de negar y desconocer nuestro pasado, hagámonos cargo de él con cabal responsabilidad, demostrando que quien sabe reconocer aciertos y errores, puede igualmente evitar errores y repetir aciertos.

Símbolo del Tiempo, de la vida y de la muerte, Diciembre nos sugiere un doble brindis: de nostálgico agradecimiento y de promesa, de saber aprovechar sus recuerdos y de ser dignos de los presagios de aquellos augures que jamás han perdido la Fe en una Año Nuevo y Mejor.

 

Créditos de las imágenes: Ian Schneider

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Referencias del artículo

Publicado en la revista Nueva Acrópolis número 12, en diciembre de 1974.

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