Entrevista a H. P. Blavatsky

Autor: Jorge Ángel Livraga

publicado el 07-04-2016

En las primeras semanas de 1991 me encontraba en Londres; fui a mantener mis periódicas entrevistas con los principales responsables de Nueva Acrópolis en Inglaterra y en Irlanda, que viajaron a dicha ciudad con ese fin.

Nueva Acrópolis - Entrevista a H. P. BlavatskyUna mañana muy “londinense”, fría y lluviosa, me dediqué a recorrer uno de mis paseos habituales: la feria de “Portobello”, con sus miles de antigüedades, curiosidades y artesanías. Entonces recordamos que no estábamos lejos de la que había sido la penúltima casa, en este mundo, de Helena Petrovna Blavatsky (H.P.B.), donde ella escribió gran parte de su monumental obra La Doctrina Secreta. Un taxi nos dejó en la puerta y de allí proviene la informal fotografía que puede apreciarse en este trabajo. Es el número 17 de Lansdowne Road.

El barrio, hoy muy céntrico, pero familiar y tranquilo, bajo esa fría llovizna de enero, me sugirió el presente reportaje… la posibilidad de hundir mi conciencia un siglo atrás y visitar esa casa cuando su ilustre moradora aún vivía allí.

Lo que sigue es, entonces, una ficción… o no, por lo menos en parte. Ni yo mismo lo sé… pues he aprendido que la ficción y la realidad no están tan separadas como imaginamos.

Una de las pruebas a que se sometía al aspirante al primer grado –el de acusmático– en la escuela de Pitágoras, era presentarle, pintados sobre una tabla blanca, tres puntos negros. Al preguntarles qué era eso, solo eran aceptados los que contestaban “tres puntos negros”, y los que respondían que veían un triángulo eran descartados. La relación imaginaria, muchas veces simplemente fantástica, de una cosa con la otra, no es una virtud en muchas circunstancias. La verdad es más bella y más simple y no se beneficia si se la explica en exceso. Dejo, pues, a cada uno la libertad de creer lo que quiera y pueda.

Un carruaje me deja en la misma puerta del 17 de Lansdowne Road; hace un tiempo magnífico y el sol –bastante raro en Londres– ilumina fuertemente todas las cosas. Sé que la señora Blavatsky me espera y constato que he sido puntual en demasía, por lo que traspongo lentamente el corto porche y hago sonar la campanilla, tirando del llamador de bronce. Puerta y fachada parecen recién pintadas.

Una señora, probablemente del servicio, me hace entrar en un hall diminuto; le entrego mi tarjeta de visita y, apenas desaparecida por una puerta lateral, ya me indica que puedo pasar, pues la señora Blavatsky me recibirá, y allí está ella…el mito. H. P. B. está sentada en un amplio sillón de trabajo, ante una mesa que enfrenta una grande y muy luminosa ventana; a sus costados, otras mesas auxiliares, todas repletas de papeles manuscritos y pilas de hojas mecanografiadas. Es bastante parecida a las fotografías conocidas, pero se la ve más humana y cordial, sonriente. Viste sencillamente y se cubre los hombros con varias pañoletas oscuras, rematadas en flecos, algunos de colores. Sin dejar de sonreír, me tiende una mano regordeta, aunque sus dedos son finos y muy suaves. La saludo y digo algunas palabras protocolarias, explicando por qué estoy allí. Sus ojos, grandes, saltones y de un gris inquietante, me miran con una curiosidad no exenta de picardía. Creo que mi nerviosismo, aunque oculto, le divierte. Retomando un ya muy gastado y grueso lápiz azul, me ruega, apoyándolo con un ademán, que tenga la bondad de esperar un poco en este amplio salón, pues está terminando una frase de un libro que se llamará La Doctrina Secreta y que será mucho más amplio que Isis sin velo. Sin más, vuelve a su trabajo.

La habitación es típica de la época victoriana, bastante grande, y noto muchas mesas pequeñas y estanterías que están cercando a H.P.B., ya muy enferma y con una hidropesía que ha dado a su cuerpo, otrora ágil, una corpulencia anormal; apenas si puede levantarse del sillón. La veo desde atrás, enmarcada por la luz que entra por la ventana; más allá se ven los verdes de Holland Park.

Nueva Acrópolis - HPB

El autor frente a la casa en que vivió H. P. Blavatsky, el 17 de Lansdowne Road, en Londres

Recorro la estancia tratando de no hacer ruido. La parte posterior es una abigarrada colección de libros, pergaminos, rollos de tela presuntamente escritos, bronces del sur de India elegidos más por su simbolismo que por su antigüedad o factura, tapices de Adoni, fuentes de madera de Moradabad, plaquetas de Cachemira, imágenes singalesas, mientras el mismo suelo está cubierto por alfombras de fibra de Palghat. Extrañas figurillas que no puedo identificar, trozos de rocas, algunos pequeños fósiles, dan al todo un aspecto extraño, con recuerdos recogidos en viajes por países lejanos sin significado para el visitante y que más cuadraría al despacho de un viejo lord aventurero que a una dama de la nobleza rusa.

No me había percatado de que el sillón de H.P. B. era giratorio y ya no me daba la espalda, sino que me miraba, divertida, esperando a que yo terminase mi recorrido. Tras una ocasional excusa me acerqué y me senté en una silla de madera que ella me señaló a unos dos metros de sí, junto a una mesa solo parcialmente cubierta.

Sin abandonar su sonrisa y sin dejar de mirarme a los ojos, me ofreció unos cigarrillos de artesanía que rechacé amablemente. Ella hizo rodar uno entre sus dedos y lo encendió con un fósforo largo de madera. Se expandió por el ambiente una nubecilla cuyo olor rememoraba los cigarrillos turcos que conozco.

Por la derecha apareció una figura femenina, vestida de gris y negro, que se acercó a nosotros muy respetuosamente y musitó algo en el oído de H. P. B.

–Dice la Condesa si le acepta un té… –me sugirió.

Luego de haberla escuchado, me sentí turbado y me puse de pie prontamente, pues no sabía quién era esa aparente asistente de cámara. Dije que sí, y antes de poder cumplimentarla debidamente, tras una graciosa y leve reverencia, se alejó hacia otra sala.

Otra vez sentí la mirada divertida de H.P.B., que me preguntó:

–¿Creía usted que quien penetrase sería un Elemental?

Su sonrisa quitaba toda dureza a la pregunta. Pero sus ojos grises, color niebla, muy transparentes en su pupila, me impresionaban vivamente. No pude menos que fijar mi vista en una campanilla de plata y recordar los extraños fenómenos que se atribuían a la cercanía de H.P.B., consistentes en tantas y extrañas cosas, entre ellas un sonar de campanilla. Al notar mi atención, ella me explicó, siempre divertida, que era solo para llamar a Constance, la Condesa, si la necesitaba. Agregó que esta distinguida señora era una buena amiga y una excelente discípula, no solo de ella, sino que ya podría tomar contacto con otros Seres superiores si no estuviese tan atareada cuidándola y atendiéndola a todas horas.

–Señora… perdone usted mi embarazo… he venido a hacerle un reportaje, pero no sé ni por dónde empezar… El solo pensar que aquí están los originales manuscritos de La Doctrina Secreta, borra mis preguntas.

–Pues tranquilícese y tome su té… Yo tomaré café –dijo, señalando la mesa en la que yo había apoyado un brazo y que ahora tenía sobre sí un servicio completo de plata, sobre una bandeja con fondo de raíz de nogal, probablemente pesada, aunque yo no había percibido que nadie la pusiese allí ni entrase en la habitación. H.P.B. había dejado de sonreír y se acercaba su café. Preferí no ser indiscreto y tomé mi té, muy caliente y perfumado; té de Ceilán.

–Viendo a la Condesa Constance de Wachtmeister en tan humilde actitud, y recordando los muchos nobles, generales y académicos que la han frecuentado, parecería que usted tuviese una marcada inclinación hacia esas muy altas clases sociales; pero por otra parte, sabemos que ha prodigado su amistad y ayuda a muchísima gente humilde, especialmente entre los hindúes… ¿Puede decirme algo al respecto?

–Yo también, digamos, que he leído algo de lo que usted ha escrito, y si bien es cierto que lo que ha evolucionado realmente con el correr de los siglos no ha sido el Hombre en sí, sino sus máquinas, sus vehículos, sus comunicaciones, hay algo que le invito a revisar para entender mejor el siglo XIX. Yo he nacido en 1831 en una ciudad provincial de Rusia, hace ya más de medio siglo. La época en que he vivido ha tenido unas características que usted no ha contemplado; aún en Europa Central más de la mitad de las personas eran analfabetas y muy pocos habían hecho estudios superiores. Las condiciones socioeconómicas obligaron, con las debidas excepciones, a que ser noble y culto fuese una misma cosa. Sobre todo con respecto a los caballeros, pues a las damas solo se nos pedía saber hablar francés, tocar algún instrumento musical y manejar con desenvoltura un ceremonial de relaciones humanas bastante complejo. Cuanto más, algún viaje o nociones de pintura eran lo necesario. Por otra parte, los tirajes de los libros no solían ser grandes, y sus costosas encuadernaciones, en muchos casos, los hacían inaccesibles a quien tuviese que vivir en base a un sueldo. Como muy pocas mujeres podían ir a una universidad, se veían obligadas a tomar lecciones en las propias casas, y la escasez de bibliotecas públicas daba gran ventaja a quien, como mi abuela, tuviese una privada en su castillo. El Hombre, créame, ha avanzado mucho y seguirá avanzando aún más en el siglo XX en ese sentido, por lo menos en Europa, Norteamérica y las principales ciudades del mundo desde el que usted viene; el que no es culto es porque no quiere… pero no siempre fue así.

–Usted alaba, sin embargo, la sabiduría y aun el conocimiento de muchos hindúes.

–Sí… En la India de mediados del siglo XIX la situación fue algo diferente, pero idéntica en el fondo… El sistema de castas permite a un Brahmán, e incluso a algunos Chatryas, el contacto con una cultura superior. Y los sabios que menciono son viejos monjes que tienen acceso a increíbles bibliotecas o a enseñanzas tradicionales. Mis Maestros directos son príncipes, pues allá, aún la raza física, el abolengo, tiene que ver con el desarrollo espiritual. Si usted se encuentra con un porteador que pueda leer sánscrito, por ejemplo, tenga por seguro que es un discípulo, un “Lanú” a prueba, y lo más probable es que, hasta hace poco, haya vivido en un palacio. Además, en mi juventud, la esclavitud –y no la que reguló Augusto– era un hecho, desde los Estados Unidos de Norteamérica hasta Rusia. Esa gente tan solo sobrevivía, e independientemente de si eran o no infelices, lo cierto es que no tenían tiempo ni inclinación hacia las ciencias, exotéricas o esotéricas… Tan solo creencias… supersticiones… curanderismo…

–Pero usted trabó contacto desde su niñez con esas gentes crédulas y simples, y hasta parece participar de sus convicciones. ¿Me equivoco?

–No del todo… Pero lo que para ellos eran dogmas y fanatismos, teñidos fuertemente de terror “religioso”, para mí era un motivo de estudio y de orientación para mis investigaciones en lo Oculto.

–Señora, todos la conocemos por H.P.B. No querría ser descortés, pero mis lectores se preguntan, frecuentemente, por qué usted se llama Blavatsky, apellido de un esposo que podía haber sido su abuelo y con quien se negó a convivir. Sé que no es por motivos económicos, pues al tomar usted la nacionalidad norteamericana renunció automáticamente a su cuantiosa pensión de viuda de un general ruso. Tampoco por prestigio, pues usted nació noble y emparentada con la familia del Zar… ¿Por qué Blavatsky?

–La verdad es que no creí, en mi juventud, que eso tuviese importancia. Yo me había casado intempestivamente para librarme del control familiar, y para reafirmarlo, tomé el apellido de mi marido, tal como era uso entonces. Y después… ya estaba adaptada al nombre y a las siglas, y me pareció una falta de respeto a la memoria de aquel anciano caballero el retornar a mi nombre de soltera.

–Usted atacó muy duramente el espiritismo y se hizo popular su enseñanza sobre los “cascarones” que torturan a los médiums… ¿Por qué lo practicó a pesar de las dificultades que ello le trajo? Y de alguna manera, ¿no fue usted misma una especie de médium en algunas ocasiones?

–A mediados del siglo XIX, el espiritismo fue una moda explosiva… Varias veces ha pasado en la Historia, y hasta en el Antiguo Testamento son condenados los que realizan tales prácticas. El convocar a los espíritus de los muertos, o de los que se hacen pasar por ellos, es la forma más popular, más simple, de reemplazar los fenómenos de origen… digamos religioso. El avance del materialismo positivista hizo retroceder a todas las religiones conocidas, incluso en Asia, y algunos cultos estaban tan desprestigiados, como los cristianos con la Inquisición y la corrupción de los obispos, que la Jerarquía decidió alentar ese movimiento como oportunidad momentánea de alimento espiritual. Yo no combatía el espiritismo, sino que dije lo que era y en los excesos en que había caído… muchas veces de la mano de las mismas religiones. Pude haber sido una buena “médium”, y en cierta forma lo fui en mi infancia y adolescencia, pero la presencia de mi Maestro estuvo presente siempre, y sus poderosos Servidores me protegieron.

Tendría yo veinte años cuando, paseando con mi padre por Hyde Park, en Londres, vi a mi Maestro físicamente, tal cual lo había visualizado tantas veces en la Luz Astral… Yo “sentía” que estaba vivo, que era un Ser real y encarnado… pero me produjo una gran emoción el constatarlo. Iba rodeado de otros personajes hindúes, y al notar mi intención de acercarme a él, me hizo una señal para que no me moviese. Le conté todo a mi padre, que por entonces era ya muy partidario mío. Al otro día, volví sola al mismo lugar, y el Maestro también estaba. Paseamos un par de horas por ese parque y hablamos de muchas cosas…

Obviamente no las puedo repetir en parte… pero conversamos, sobre todo, acerca de mí… Se me explicaron mis rarezas, el haber sido siempre tan distinta de los demás, y se me dio razón de ello, de mi trabajo en mi presente encarnación, y, en especial, de cómo dominar mis propios poderes y el mundo de los Elementales y demás seres invisibles y fuerzas extrañas que se manifestaban ante mí. Se me aconsejaron viajes y personas, libros y… ¿lo dejamos así?

–¿Era el Maestro K.H.?

–Excúseme, pero… ¿diría usted en un reportaje público el nombre de su Maestro? Ya hubo demasiados malentendidos y estallaron tormentas de odio e incomprensión por lo que se filtró externamente. En el afán de difundir esta forma arcaica de Filosofía a la que llamamos Teosofía, nos ganamos amigos y causamos mucha inquietud saludable en la lucha contra las tinieblas oscurantistas, pero también llevamos al vituperio público cosas respetables y a la burla los Libros Sagrados, que, afortunadamente, solo se publican con transformaciones, fragmentados. Yo pasé duras pruebas y, en parte, estoy tan enferma que casi no siento mis extremidades inferiores de este pobre cuerpo, por no haber sabido dominar debidamente mis ataques de nervios ante tantas injusticias.

–Señora… no podemos evitar preguntarnos cómo H.P.B., con poderes psíquicos, extraordinarios, y una capacidad de concentración y desarrollo mental excepcional, fue, sin embargo, tan vulnerable a los ataques de quienes, por propia naturaleza y convicción, era de prever que los lanzarían.

–Este tema es muy complejo. Yo misma no lo sé exactamente… pero, haciendo un símil, pensemos en una retorta de un laboratorio químico, dentro de la cual se estuviesen produciendo reacciones que liberasen fuertes calores y otros tipos de vibraciones. No siempre el recipiente resiste y entonces aparecen grietas y carbonizaciones; ese recipiente, inconscientemente, se irá autodestruyendo y hasta puede quemar a los más cercanos. Pero la Obra debía ser hecha… el atanor no importa… Cuando termine de romperse, se hará polvo… Yo quiero que cremen mi cuerpo y avienten mis cenizas… La retorta está –¿cómo dirían en el siglo XX?– contaminada.

–Díganos algo sobre la Sociedad Teosófica.

–Se supone que sabe más usted que yo sobre su desarrollo, pero no puedo ni quiero saber detalles del futuro. Del pasado le diré que, cuando muy joven hice mi primer viaje a Egipto, quise fundar alguna forma de sociedad o centro de estudios de Esoterismo. Fue años más tarde, en New York, cuando conocí al bueno de Olcott, tratando de hacer lo mismo con la ayuda de algunos amigos muy relevantes, y otros simplemente curiosos. El 17 de noviembre de 1875, plasmamos la Sociedad Teosófica, la que ayudé a fundar con el permiso de mi Maestro… Sus principios variaron varias veces en sus formas porque el entusiasmo nos turbaba a todos. Pero, por consejo de mi Maestro, yo solamente fui, oficialmente, Miembro Corresponsal, ya que se preveían muchos viajes en mi futuro… El verdadero fundador fue el Coronel Olcott que, como usted sabe, es abogado y un experto en fenómenos psíquicos y espiritismo.

Yo sé que sin mí la Sociedad Teosófica no habría podido interesar a tanta gente. Hoy hay tres focos poderosos: los Estados Unidos, Inglaterra e India, donde está Adyar, que tal vez un día sea su capital oficial a nivel mundial. Por ahora, eso es más de nombre que en la realidad. Pero también sé que le hice mucho daño, pues los ataques de los incompetentes fanáticos religiosos y científicos, han embarrado a la sociedad y a muchos de sus miembros por mi culpa. Jamás engañé a nadie y tampoco me hizo falta, pues más bien tuve que reducir los fenómenos paranormales que provocarlos, como era natural en mí. Pero no tuve la habilidad de saber hacer las cosas, de evitar las compañías de personas enloquecidas por los efectos de la mediumnidad o por sus simples bajezas espirituales, envidias y deseos de protagonismo. Ahora, a la vez que escribo La Doctrina Secreta y corrijo su versión mecanografiada, escribo artículos para The Theosophist y otras revistas teosóficas y científicas, y he comenzado a reunir alrededor mío lo que algunos llaman la Logia Blavatsky: una Sección Interna, que es la verdadera Escuela Esotérica. Sé que muchos no están preparados, pero es todo lo que puedo hacer; trabajar con el material humano disponible… No hacer esto sería peor, aunque muchas veces no sé… Mis Voces, que tanto me enseñan, enmudecen… mi Espejo Astral no refleja nada… Yo obedezco y cumplo, en la medida de mis fuerzas, lo que se me ha ordenado.

También he pensado en escribir un Glosario de palabras útiles para la lectura de La Doctrina Secreta. Hay muchos diagramas pedagógicos que asimismo se le adosarán con el tiempo.

–Señora, para todos los que apreciamos su extraordinaria y sobrehumana labor, nos es especialmente molesto que no se haya podido evitar que tantos curiosos robasen su tiempo en busca de fenómenos y consultas privadas… Hoy, para que tenga la posibilidad de terminar su Obra, entiendo que los Maestros han tenido que darle… vitalidad extra.

¿Por qué derrochó esa vitalidad anteriormente, en fenómenos de escasa utilidad real?

–Usted perdone, pero cada cual es dueño de emplear su vida como quiere y puede. Libertad no es votar entre las ovejas al pastor de turno, sino algo mucho más profundo, de raíz individual e intransferible…

–Discúlpeme… yo no quise criticar su actitud, sino que muchos sufrimos con usted tanta ingratitud y el que, habiendo hecho un movimiento mundial, esté de alguna manera dependiendo de amigos y discípulos no comprometidos por otra cosa que por un lazo personal hacia usted…

–Es una forma de trabajo, que no es la suya, pero que es la mía. A mí me suena como ridícula toda forma de autoridad que no esté firmemente basada en la concordia espiritual, y es probable que ese sea uno de mis muchos defectos, pues se hace inevitable la participación de la propia personalidad… Pero cada cual es como es, y sin autenticidad no haríamos nada. Yo protesto, pero me encantan las largas veladas y discutir de mil temas con quienes no piensan igual que yo, y me es muy difícil negarme a quien me pide algo… Yo no creo en la trascendencia de los fenómenos paranormales, pero los han utilizado desde la más remota Antigüedad. Despoje usted de fenómenos paranormales a la Biblia, por ejemplo, y el Viejo Testamento se convierte en una mera recopilación de las vicisitudes de un conjunto tribal, y el Nuevo, en una serie de preceptos moralizantes a la manera de cualquier libro de los estoicos. El fenómeno es un ingrediente del que no se puede prescindir totalmente… El fenómeno paranormal, si verdadero y hecho sin fin de lucro, aunque muy peligroso, se suele recordar mucho más que una enseñanza oral o escrita, sobre todo en quienes temen a la vida y a la muerte… y todos, de alguna manera, tememos algunos aspectos de este ciclo de la vida y de la muerte. No basta con recordar encarnaciones pasadas… usted lo sabe bien.

–¿Por qué no podemos recordar nada de los períodos entre las encarnaciones, cuando nuestra conciencia está en el Devakán, en el Cielo, o como se llame?

–Porque se trata de recordar con la parte mortal, y así solo recordamos nuestras existencias mortales. Si elevamos nuestra conciencia a lo que no es afectado directamente por la destrucción, podemos tener información de esa Vida Celeste de que hablaron Platón y tantos Iniciados… Y ahora, si me permite, vuelvo a mi trabajo… Es lento… a veces necesito dos días para que me traigan un dato, una cita, una simple relación sobre libros editados recientemente pero que yo jamás pude leer… Le agradezco la intención de este reportaje y el que haya enseñado a sus discípulos que mis obras no son un techo, sino una puerta. De cualquier forma, el futuro parece difícil, y pensar en él es frecuentemente frustrante. Es más aconsejable hacer nuestro trabajo sin proyectos a largo plazo…

–Gracias  a usted, Señora, por existir, pues ese lazo que usted dice haber puesto para unir tantos ramilletes de Sabiduría, nos ha permitido conocer cosas ciertas y válidas en medio de la creciente hojarasca. Y gracias por el té tan extrañamente servido…

–Ya ve: en unos años, tal vez de este reportaje solo recordarán la forma de servir el té.

H.P.B. ríe y parece de excelente humor, aunque la noto algo cansada y sus manos, maquinalmente, han vuelto a sus papeles. La saludo y me levanto. Me han parecido pocos minutos.

En la puerta se da entrada a nuevos visitantes, pues hoy es sábado y la Sra. Blavatsky recibe visitas seleccionadas, pero tan numerosas como antes. No puedo dejar de sonreír a mi vez y pensar que H.P.B., en el fondo, no cambiará nunca… Es un fenómeno; lo sabe y no le importa disimularlo.

Ha comenzado a caer el sol y yo camino lentamente hacia las sombras… apretando, como un tesoro, mi cuaderno de notas… que deberé memorizar para confeccionar esta entrevista.

Artículo aparecido en la revista Nueva Acrópolis de España núm. 193, en el mes de mayo de 1991.

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Artículo aparecido en la revista Nueva Acrópolis de España núm. 193, en el mes de mayo de 1991.

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Un comentario

  1. Jose Alecrim dice:

    Asombroso artículo! Asombrosa entrevista! Ciertamente, como dice el Bhagavad Gita lo que es verdad para los Dioses es mentira para los hombres, y viceversa. Y debe haber un estado intermedio donde, como en la penumbra, se entretejen la luz y las sombras, lo real y lo imaginado, que no es menos real.
    La entrevista de “varios minutos” han debido ser, entonces, algunos segundos para un observador externo, por eso:
    “…y yo camino lentamente hacia las sombras… apretando, como un tesoro, mi cuaderno de notas… que deberé memorizar para confeccionar esta entrevista.”

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