En torno a la dignidad

Autor: Carlos Adelantado

publicado el 15-11-2023

Para nosotros la filosofía consiste fundamentalmente en hacernos una serie de preguntas y tratar de encontrar, si es posible, la respuesta. En este sentido la búsqueda es el comienzo de algo. Es el principio de un camino que nos lleva a abrir los ojos hacia nuestro interior y hacia nuestro exterior; es una especie de iniciación en el mundo del pensamiento, de la observación continua.

La figura del filósofo que aquí defendemos es la de un buscador. ¿Y dónde estará el final de toda esta búsqueda? Yo no sé si hay final. Lo que sé es que cada vez que encontramos algo que es válido para nosotros, a su vez esto nos ayuda a seguir preguntándonos y a seguir buscando. De ahí que el filósofo, tal como nosotros lo entendemos, nunca será una persona que diga que posee la verdad sobre las cosas. Y como también es tradicional en nosotros, los filósofos acropolitanos, vamos a abordar este tema basándonos en un estudio comparado de filosofías y de filósofos de Oriente y de Occidente.

Estoa de Átalo

Estoa de Átalo, en Atenas (Grecia). Fue un regalo de Átalo, rey de Pérgamo, a la polis de Atenas, en agradecimiento a la educación que había recibido en ella antes de ser rey.

¿Por qué hemos elegido el tema que hoy nos reúne? ¿Por qué hablar de la Dignidad? La respuesta es que en un momento histórico donde hay tanto conflicto, tanto dolor, tanto sufrimiento, tanta desorientación en cuanto a fines y principios… En un momento tan tecnológico, donde nos estamos deshumanizando, nos estamos enterrando debajo de muchas cifras y de la importancia de los balances, y de la oferta, y de la demanda, y de mejorar el rendimiento, y de ampliar los campos de explotación y de tantas otras cosas. Un momento en el que la educación es incapaz de formar seres humanos que puedan dar respuesta a los problemas que todos tenemos. Por todo eso queremos hablar de la dignidad; sin dogmas, sin prejuicios.

1 – La filosofía y los filósofos de todos los tiempos consideraron que era una de las facetas más importantes del ser humano. Y me permitiréis que, brevemente, empiece por aquello que todos nos van a decir que no es la dignidad. Aunque utilizamos ciertos términos en el vocabulario y ciertas palabras como hablar de “los dignatarios”, los dignatarios del régimen por ejemplo en el campo de la política…, la dignidad no tiene nada que ver con lo externo a un ser humano. No tiene que ver con los honores, con el reconocimiento social de los demás, con ocupar una posición más o menos privilegiada. No tiene que ver con nada de eso. Más bien tendría que ver con la parte interna del ser humano. Sería bueno recordar, por ejemplo, que la palabra viene del latín dignus que significa lo valioso. Aquello que realmente es valioso para un ser humano y que se encontraría en el interior de cada uno de nosotros: los valores humanos.

2 – Nos vamos a encontrar con grandes filósofos de Occidente, representativos de diferentes épocas, como puede ser Platón, Pico de la Mirándola y Kant, que tienen una serie de elementos en común cuando hablan de la dignidad. Nos hablan de la sabiduría, o sea, de que hay algo en el ser humano que es capaz de estar aprendiendo continuamente. Algo que es capaz de ir más allá de lo lógico en el sentido materialista de la palabra; unos hablan de la razón, otros hablan de la verdadera inteligencia, pero todos otorgan al ser humano una capacidad de volvernos mucho más sabios de lo que somos y mucho menos ignorantes. Todos hablan de conocimiento, de un tratar de conocerse a uno mismo; lo cual implica también el dominio sobre la parte más inferior e instintiva del ser humano.

3 – Todos hablan a su vez de la libertad, la libertad que tenemos cuando somos capaces de dominar, de conocer y de controlar esa parte inferior, muy relacionada con el mundo animal. Y el saber usar esa gran capacidad que tenemos de elección, saber usar la libertad para mejorarnos, para tomar decisiones adecuadas, tiene mucho que ver con la dignidad.

4 – Y por último, hay un cuarto elemento a tener en cuenta. Todos estos filósofos nos van a decir que la libertad y la dignidad están muy relacionadas con el desarrollo de poderes latentes en el ser humano. Todos van a coincidir en que el ser humano tiene una serie de fuerzas interiores, de valores internos, de poderes latentes, de virtudes, y que el tratar de desarrollar esto nos otorga dignidad.

Ahí hemos cerrado el ciclo. Hemos empezado por los valores y la necesidad de tener más conocimiento del que tenemos, la necesidad de saber un poco más acerca de nosotros mismos y acerca de la vida, y el círculo se completa con la puesta en práctica de lo que vamos descubriendo. La aplicación del conocimiento nos vuelve menos ignorantes y es lo que nos hace desarrollar esos poderes latentes que, a su vez, nos van a otorgar dignidad.

La clave de todo esto, como hemos dicho hace un momento, no reside fuera de nosotros, sino que más bien está dentro del ser humano.

Por eso nos gusta remarcar que somos una escuela de filosofía con un marcado carácter humanista. Nos interesa el ser humano, y todo lo que atañe al ser humano. Y por eso mismo pensamos que el problema actual de nuestro mundo no es la ciencia; los científicos han descubierto cosas muy interesantes y han conseguido que nuestro mundo y nuestra sociedad avancen mucho en una serie de campos. El problema es el uso que otro tipo de seres humanos están haciendo de esos avances científicos. El problema actual no es la política; los políticos han llegado a acuerdos decisivos para mejorar la sociedad que eran impensables hace unos siglos porque estábamos muy atrasados a nivel social. El problema es que depende de los seres humanos el cumplir o no esos acuerdos, pero no es un problema de la política. La psicología ha avanzado muchísimo; la muestra está en que consumimos más que nunca, porque los grandes psicólogos están al servicio del sistema: por medio de la publicidad perpetúan la monstruosa cadena de producir y consumir. Pero el problema no es de la psicología, el problema es de los seres humanos. ¿Qué vamos a decir de la medicina? La medicina ha avanzado de manera increíble. El gran problema son los laboratorios farmacéuticos y su voracidad económica, claro. Según nos dicen algunos investigadores, las industrias farmacéuticas son especialistas en crear dependientes. Hay estudios en este sentido que nos indican que cuando alguien tiene una enfermedad lo más normal es que la tenga para toda la vida y va a depender de una serie de medicamentos toda la vida. Nuestros medicamentos están muy bien elegidos y pensados para que seamos adictos. Toda la vida seremos adictos a ciertos medicamentos porque seremos enfermos crónicos y, por lo tanto, consumidores fieles. Sin embargo, tenemos cierta carencia de resultados porque no tratamos la causa, la raíz de la enfermedad, y nos conformamos con minimizar los efectos. Con lo cual, tenemos que darnos cuenta de que el problema es el ser humano. Y ¿qué piensa la filosofía del ser humano?

Bueno, pensamos muchas cosas, pero vamos a resumir. En el mundo clásico había una máxima, una enseñanza que compartían todas las escuelas de filosofía, que venía a decir algo así como que el ser humano era una especie de misterio muy difícil de descubrir. En realidad ¿qué es un ser humano? ¿Qué es en esencia? ¿Qué es en lo más profundo de su ser? ¿Qué es aquello que tenemos cada uno que nos diferencia de los demás? ¿Qué es aquello que nos hace pensar, meditar, reflexionar? ¿Qué es aquello que tal vez nos trae y se nos lleva de la vida? ¿Qué es un ser humano? Posiblemente en su esencia sea un gran misterio. Y en eso estaban todos de acuerdo.

Pero también estaban de acuerdo en que el ser humano podía mejorar, que no era un producto acabado dentro de la evolución y dentro de la vida, que no habíamos llegado al final de nada, sino que era un “ser humano”, o sea, un ser con mente, y que continuamente podía estar mejorando. Podía ser mejor de lo que era, y para ello había una condición: ellos explicaban que la fuerza interior, el desarrollo de los poderes latentes, alcanzar la virtud, es lo que hacía mejorar al ser humano. Si nosotros, entonces, nos preguntamos ¿cómo puede mejorar un ser humano?, aparece la dignidad muy relacionada con esta pregunta, porque nos dirían que el desarrollo de nuestras fuerzas interiores es el desarrollo de nuestras dignidades. No estamos hablando de cualquier cosa banal cuando hablamos de la dignidad, sino que desde el punto de vista filosófico estamos hablamos de aquello que puede convertirnos en mejores seres humanos. Volvamos a hacernos otra pregunta: cuando hablamos del ser humano, ¿de qué estamos hablando en realidad? ¿Qué somos? ¿Qué hay dentro de nosotros? A lo largo de la historia del pensamiento, muchas veces se ha dicho que el ser humano está compuesto de cuerpo y alma. También se habla de cuerpo, alma y espíritu. En otros lugares del planeta lo explican a través de un sistema un poco más complejo, dividiendo al ser humano en siete escalas de consciencia, siete escalas de vibración. Y las teorías más modernas, a raíz del darwinismo, como ya sabéis dicen que solo hay un cuerpo, un cuerpo con un cerebro que evoluciona y nada más. Queramos aceptar la propuesta que queramos, hay algo que la filosofía jamás negó: hay una especie de lucha dentro del ser humano. Hay una parte inferior, conformada por nuestro cuerpo físico, sus instintos y necesidades biológicas; también entraría dentro de esa parte inferior nuestras pasiones y nuestros deseos, todo nuestro mundo emocional. Incluso nuestros pensamientos egocéntricos y egoístas en torno a nuestros intereses, nuestras apetencias, aspiraciones y ambiciones de carácter personal. Pero, al mismo tiempo, también hay dentro de nosotros una parte superior que nos pone en contacto con los grandes misterios del universo. Hay una parte superior que nos pone en contacto con lo elevado, lo brillante, lo luminoso, aquello que está un poco fuera del tiempo, que es atemporal, que sirve para cualquier época y para cualquier lugar. Una parte superior que, como diría Platón, es alada, y anhela acercarse a las cosas eternas y a las cosas inmortales. Todos van a coincidir en que esas dos partes, tarde o temprano, si queremos alcanzar un poco más de conocimiento, si queremos conocer un poco más lo que es la libertad, si queremos conocernos a nosotros mismos, si queremos desarrollarnos como seres humanos, tarde o temprano esas dos partes van a entrar en conflicto, van a entrar en lucha y a partir de ahí, podemos desarrollar nuestra dignidad.

Una vieja epopeya de la India, el Mahabarata (la Gran Guerra) habla de esa lucha entre las dos partes que hay en los seres humanos. Nos va a hablar de esa lucha y lo va a hacer de manera preciosa. Y va a explicar cómo no podemos eludir ese conflicto, no podemos evitar que nuestra parte superior entre en conflicto con nuestra parte inferior: es inevitable. Nos va a explicar el porqué, la necesidad de ese combate interno: es la necesidad precisamente de descubrir y desarrollar la dignidad que todos tenemos dentro. Para convertirnos realmente en algo valioso (dignus) necesitamos de ese combate interior. Pensemos por un momento que los griegos hablaban mucho de la areté, la areté era la excelencia, llegar a la excelencia. Para los griegos, en los hombres esa areté residía en el valor, y en las mujeres residía en la belleza. Y siempre con la idea presente de que todo puede mejorar, porque como decía Schiller, “lo bello tiene que volverse sublime”. Una mujer bella tenía areté, pero la belleza no debía ser sólo física: tenía que hablar correctamente, saber expresarse, saber caminar con gracia y armonía, una mujer bella podía calmar el dolor de los que sufren, podía poner paz y concordia donde había discordia, con su sola presencia. La más humilde de las mujeres podía alcanzar la areté: la excelencia (de ahí viene el concepto de aristocracia que, como podemos comprobar, no tiene nada que ver con el volumen de la cuenta corriente en los bancos, sino que hablamos de una aristocracia del espíritu). En el caso del varón la areté residía en el valor. Pero no solamente valor para enfrentar los problemas de la vida, para luchar contra la adversidad. También hace falta ser valiente para vivir de manera virtuosa, para decirle a alguien “me he equivocado, lo siento, te pido perdón”. Hay que tener mucho valor para luchar contra uno mismo, contra nuestra parte oscura. Hace falta ser muy valiente para reconocer que al final todo es un misterio. El gran Misterio de la Vida. A veces alguien me pregunta por la muerte, a nivel filosófico; pero descubrir el enigma de la muerte es cuestión de tiempo. Tarde o temprano todos lo vamos a saber. Pero la muerte forma parte de la vida, y el gran misterio es la vida. La vida… el movimiento… ¿qué es todo esto?, ¿qué es un Universo? Miles de millones de galaxias, cada galaxia con miles de millones de soles y planetas, todos en marcha, como en una danza cósmica siempre alrededor de un centro… ¿De qué estamos hablando? ¿Qué es esto? ¿Por qué tan grande además? ¿Para qué? El gran problema es la Vida. Detrás de los grandes enigmas de la Vida está el Misterio, y la filosofía siempre ha enseñado que podemos acercarnos a ese Misterio a través del conocimiento de uno mismo. Y la areté puede ayudarnos en este sentido, porque areté viene de la palabra Ares, y Ares era el dios de la guerra interior. Vemos que ya con esta palabra los griegos estaban enseñando que esa excelencia, ese sacar lo mejor desde adentro de los seres humanos, no viene de buenas a primeras; eso viene a raíz de un esfuerzo, de una lucha, muchas veces titánica entre nuestra parte superior y nuestra parte inferior, y eso explica por qué tenemos que vivir, por qué tenemos que actuar, por qué la vida nos trae situaciones en las que tenemos que elegir, por qué tenemos problemas, ¿por qué…? Era la pregunta de nuestro héroe en el Bhagavad Gita, en el Mahabarata: ¿por qué tengo que luchar? Esa es la cuestión porque yo no quiero, yo no quiero luchar. Pero claro, démonos cuenta de que decir no quiero luchar es como decir: “yo no quiero vivir”. Porque estar encarnado, estar aquí en este lado de la vida, es tener que luchar todos los días, nuestra parte superior contra la inferior; nuestras virtudes contra nuestros defectos; nuestras tentaciones, nuestras debilidades, contra nuestras convicciones. Todos los días, a medida que tengamos más conciencia de seres humanos, más tendremos que luchar. Porque el problema es tener conciencia, y ahí estaría explicado el porqué de la acción. No sólo actuar para ser mejores. También actuar para encontrar el sentido de la vida. Porque los viejos filósofos nos dirían que el sentido de la vida –el sentido de nuestra vida– no se encuentra sin esfuerzo, no se encuentra yendo por la calle un buen día y de pronto tropezamos con nuestro sentido de la vida y ¡fíjate! ¡nunca lo habíamos buscado y de pronto lo hallamos por casualidad! Parece ser que no es tan sencillo. Se trata de esforzarnos, de actuar, de ir al encuentro de ese conflicto, y luchar contra nuestra parte inferior. Encontrar el sentido de la vida tal vez sea lo más importante que puede conseguir un ser humano, o sea, darle sentido a por qué estamos aquí. ¿Por qué nos pasa lo que nos pasa? ¿Qué sentido tiene? ¿Adónde va todo lo que se mueve? ¿Adónde va el universo, la vida y nosotros con ella? Ya sabemos que estamos en un mundo en eterno movimiento, donde no hay nada que sea estático; en este plano de la manifestación nada está quieto, todo se mueve. Todo marcha hacia algún lugar y seguramente por una razón, por una causa: ese es el Sentido de la Vida.

También nos van a decir los antiguos filósofos que aquel ser humano que logra encontrar el sentido de su vida, está a un paso de la felicidad, porque esto es lo que realmente nos hace felices: encontrar el sentido de la vida. Para eso hay que luchar, como hemos visto, y hay que luchar bien. ¿Cómo podemos luchar bien? Esos filósofos coinciden en que todos tenemos una herramienta fundamental: la mente. A mí me gusta mucho la etimología: la palabra anthropos, en griego, se aplica al ser humano, y viene a significar: “Aquel que puede mirar hacia lo alto, contemplar y pensar, reflexionar sobre eso que está contemplando”. Eso es un ser humano, anthropos. Eso significa la palabra humano: el que tiene mente. Y esa mente tenemos que saber usarla. Hay un viejo tratado tibetano que nos llegó a Occidente a través de Helena Blavastsky: La Voz del Silencio. Posiblemente sea lo mejor que hay escrito acerca de la mente, de su desarrollo, de su dominio. Nos habla de sus potencialidades y de sus peligros. Blavastsky, gran viajera, gran filósofa, valiente mujer que se enfrentó a su tiempo, a su sociedad, a su mundo del siglo XIX, nos ha legado el patrimonio de su obra que ha cambiado la visión de la filosofía. Esa mujer trajo a occidente La Voz del Silencio, un libro tibetano muy antiguo. En él nos habla de la importancia de la mente en cuanto a concentración, introspección y reflexión. Nos explica cómo eso es necesario para el desarrollo de nuestros poderes internos, de nuestras fuerzas internas y, por ende, de nuestra dignidad. Nos explica cómo la mente nos puede ayudar si encontramos la manera de hablar con nuestro ser interno, de dialogar con nosotros mismos. Se trata de saber realmente los motivos de lo que hacemos, reconocer la naturaleza de nuestros pensamientos, experimentar con nuestras emociones, es un camino que conduce a la realización interna. En ese camino de mejoramiento necesitamos a la mente. La necesitamos para dialogar con nosotros mismos, para dialogar y relacionarnos con los demás, para resolver dudas y problemas, para evitar malentendidos, para solucionar conflictos. Una mente adiestrada puede hacer todo esto. Por cierto, hay algo anecdótico si se quiere ¿Sabéis quién era un adicto de la Voz del Silencio? Elvis Presley. Lo sabemos por la biografía que escribió su esposa Priscilla. Lo leía todas las noches, y reflexionaba mucho sobre él. A su conjunto le puso La Voz, en honor a la Voz del Silencio, y a veces paraba los ensayos para leerles algunos trozos.

Ese magnífico texto tibetano de La Voz del Silencio nos explica algunas pautas para que podamos encontrar esa voz interior, la voz del silencio, que es un poco la voz de nuestra conciencia y es la que nos permite mantener ese diálogo tan importante con nuestra parte interna, con los demás y con Dios, ¡con Dios! Hoy tenemos vergüenza de hablar de Dios, pero aquí habría que aclarar el concepto filosófico de Dios. No es un concepto religioso, no está sujeto a las épocas ni a las modas, ni a la presión social. Es un concepto muy abstracto, pero podríamos relacionarlo con una especie de Mente Cósmica ordenadora del Universo, y gracias a esa Mente existe el Cosmos funcionando como un Todo ordenado, organizado y sujeto a una serie de Leyes Naturales que afectan tanto a lo más grande como a lo más pequeño. Por eso necesitamos conocer y dominar nuestra pequeña mente: para conectarnos con ese Misterio, al que los pueblos siempre han llamado Dios, y nosotros (filosóficamente hablando) relacionamos con la Mente del Universo. Y también en ese libro nos previene de los grandes peligros que dificultan el desarrollo de la dignidad humana. Los grandes peligros son: el halago y el miedo. Dicho de otra manera, el ser humano puede ser comprado con dinero, con oro, con cargos, con honores; la vida misma nos puede presentar un panorama brillante, magnífico, hermoso, pero ¡cuidado! con la condición de que uno venda y renuncia a su dignidad si quiere vivir en ese paraíso. También el hombre puede ser asustado, coaccionado por miedo, y entonces ahí nos encontramos con un ser humano manejable y manipulable. Esos son los grandes peligros que atentan contra la dignidad humana. Cuidado con poner precio a lo que, como decía Kant, no tiene ningún precio. La dignidad de un ser humano es de aquellas pocas cosas que no pueden ser compradas, que no tiene precio porque no tiene equivalente, porque no hay nada que pueda corresponderse con lo valioso que es –en cada uno de nosotros– la dignidad.

También todos los filósofos nos previnieron sobre algo que luego el Buda desarrolló; nos previnieron sobre las crisis y el dolor. Nos decían que ese desarrollo de nuestras potencias internas, ese desarrollo de nuestra dignidad, de alguna manera tiene que ser puesto a prueba por los problemas de la vida. Lo que nosotros llamamos crisis. Las crisis, tal como indica su palabra, son momentos de cambio; crisis no significa nada malo. Crisis lo único que significa es transición, cambio, un momento de crisis es un momento de cambio. En esta última crisis en esta parte del mundo, ha habido una modificación en la forma de vivir, de trabajar, de pensar… un cambio. Y los cambios forman parte de la naturaleza de la vida. Cuando alguien deja de ser niño y pasa a ser adolescente hay un período de crisis, de cambio. Cuando alguien deja de ser adolescente y se convierte en adulto hay un período de crisis, de cambio. Incluso al nivel más inferior, el cuerpo físico también reacciona ante estos momentos de crisis, de cambio. Pero el problema no es la crisis, el problema es el dolor.

Porque todos esos momentos de crisis, de cambios, producen dolor. Y tenemos que aprender a manejarnos con el dolor sobre todo en los momentos de crisis, porque es otra de las condiciones necesarias, según la filosofía, para desarrollar la dignidad y los poderes latentes. Es precisamente en esos momentos de crisis, en esos momentos en que la vida nos trae verdadero dolor, donde se verá realmente cada uno de nosotros de qué material está hecho. Si es un buen material siempre saldremos de las crisis, sabremos superar los momentos de dolor; detrás de una caída vendrá un ponerse de pie, y si caemos mil veces nos levantaremos mil y una. Esto es necesario para que nuestra dignidad adquiera brillo. Lo explicó muy bien Sidharta Gautama, que pasó por momentos de crisis impresionantes y nos enseñó muchas cosas al respecto. Tal vez es el que más ha ahondado en lo que ahora estamos comentando: en la naturaleza del dolor, las causas del dolor, cómo puede eliminarse el dolor, cuál es el camino que conduce a la eliminación del dolor. La cruda realidad es que no podemos afirmar que tenemos una serie de características positivas a no ser que pasemos por momentos de crisis personales y comprobemos que realmente tenemos esas características positivas. El problema es que no podemos comprobarlo cuando todo va bien; vamos a tener que comprobarlo cuando las cosas no nos vayan tan bien. Y ahí veremos quién es cada uno. Como se dice en España, en los momentos realmente malos veremos qué fuerzas internas tenemos y quiénes son verdaderamente nuestros amigos, cómo reacciona cada uno de nosotros y quiénes permanecen a nuestro lado. También comprobaremos todo lo que era decoración inútil dentro y alrededor nuestro: humo, apariencia y conveniencia.

No quiero acabar sin mencionar la filosofía china, y en concreto a Confucio, que vivió alrededor del siglo VI a.C. Filósofo muy querido al principio en su propia tierra, y después perseguido y rechazado. Confucio decía, entre otras cosas, que si dignificamos al ser humano en el plano individual estamos dignificando la sociedad. Y ya sea Confucio, ya sea el Buda, ya sea los viejos libros orientales de los que hemos hablado, ya sea Platón, o Kant, o Pico…, todos van a coincidir en que los seres humanos tenemos una serie de compromisos respecto de la sociedad. Que no podemos estar desligados del entorno, no podemos evadirnos de los problemas sociales, no podemos evadirnos de aquello que nos rodea. No podemos y no debemos. Estamos altamente relacionados con nuestro entorno y tenemos la responsabilidad moral de hacer algo por los demás. Kant decía algo que es impresionante a nivel de dignidad humana. Decía que, si nosotros tratamos a otro ser humano de forma y manera que le quitamos dignidad a ese otro ser humano, si lo tratamos de manera indigna, estamos atentando contra la dignidad común de toda la humanidad, y el actuar así también nos quita a nosotros mismos dignidad. Y al revés, obviamente: si nosotros tratamos a los demás de manera que les ayudamos a fomentar y desarrollar su dignidad, al mismo tiempo, no solo nos estamos ayudando a nosotros mismos a tener más fuerza, sino que también estamos ayudando a toda la humanidad.

El Templo de Apolo en Delfos era un lugar de reunión para el mundo clásico, un punto de peregrinación para todos los pueblos griegos. En Delfos estaban grabadas una serie de máximas: la más conocida –seguramente a todos nos suena– era “Conócete a ti mismo”; pero había otras, por ejemplo: “Nada en demasía” y había una que era la siguiente: “Llegar a ser digno”. Todos aquellos que acudían a consultar al oráculo de Apolo, mientras se dirigían hacia esa especie de santuario, iban viendo las máximas que les recordaban la condición humana, que les recordaban el destino del ser humano en la tierra; que les recordaban lo más elevado, lo más brillante, lo más valioso (la areté que cada uno de nosotros tenía que alcanzar). “Llegar a ser digno”, o sea, trata de ser más sabio de lo que eres, trata de conocerte y dominarte mucho más de lo que te dominas; ese esfuerzo te otorgará verdadera libertad y, si eres capaz de liberarte del yugo de la parte inferior, esa libertad te ayudará a elegir bien las acciones que nos permiten fortalecernos y desarrollar nuestra parte interna, nuestros poderes latentes, nuestros valores internos. Tenemos, pues, que luchar día tras día contra esa parte inferior en nosotros mismos; tenemos que saber superar los momentos de crisis, los momentos de duda, los momentos de debilidad. Y aprendiendo a hablar con nosotros mismos, a escuchar esa voz interna de la que hemos hablado, la Voz del Silencio, tal vez podríamos llegar a ser un poco más dignos, como decía la frase grabada en Delfos.

 

Créditos de las imágenes: Lazarescu Alexandra

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Referencias del artículo

Conferencia impartida en la sede de Nueva Acrópolis Madrid, el 19 de septiembre de 2015.

3 comentarios

  1. VICTORIA CALLE dice:

    Excelente

  2. Federico Isabella dice:

    Excelente reflexión. Gracias

  3. Jose Carlos Fernández dice:

    Excelente conferencia, de gran profundidad, pura Filosofía Práctica. Gracias!

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