¿Qué madre no está orgullosa de sus hijos? ¿Quién no se enamora de sus propias obras? Shakespeare decía que no son lícitos los versos que no están bañados con las propias lágrimas, y éstas son lágrimas de amor y de emoción. Pero ¿cómo pueden conmovernos aquellos que aparentemente no son más que una proyección de nosotros mismos? ¿Es que no nos conocemos?
He aquí una de las claves de una verdadera obra artística, lo que hace, por ejemplo, que el músico derrame lágrimas ante una partitura que él mismo está creando. Lo que inspira al verdadero artista es lo más profundo y luminoso de sí , es una corriente de “electricidad divina” que desciende de un mundo de belleza perpetua, donde vive su alma más elevada.
Todos conocemos la acusación que se ha hecho a Leonardo da Vinci, cuando al comparar los rasgos de la Gioconda y los propios se hallaron tantas similitudes. Él, como Pigmalión, estaba enamorado de la mejor de sus obras, porque en ella había fijado su propia alma, y seguro que, para él, tenía más vida que su vida. Y es que no es moralmente lícito enamorarse de lo que uno hace si refleja el yo cotidiano, lo vulgar y mediocre que el tiempo se encargará de roer. Esto lleva a creer que uno es centro del mundo y al culto al yo personal, y por lo tanto a la congelación de la capacidad de respuesta al entorno. Y éste es el primer paso de un camino descendente que hace del incauto una estatua de piedra o de sal.
Pero si la obra es bella, auténtica, sincera, ¿no amamos la belleza? Si, como los clásicos nos enseñaban, debemos ver los dedos de Dios en todas partes, ¿no habremos de verlo en estos “dedos de Dios” que surgen de lo más luminoso de nuestro ser. De aquello que vive dentro y se despierta ante la llamada de todo lo noble, lo bueno y lo justo?
Este es uno de los significados del mito de Pigmalión, el artífice enamorado de su creación. Como en todo mito los significados son como las ramas que parten de un mismo tronco. De una misma imagen, de una misma idea, surgen innúmeras ideas que llenan el campo de la conciencia. Se ha dicho que básicamente un mito tiene siete claves de interpretación, que podemos ampliar a 49 ó 343 si queremos profundizar más en los matices. Claves que analizan el significado del mismo desde un ángulo matemático o astronómico, alquímico…Nos esforzaremos en dilucidar el significado psicológico y moral de este mito.
Cuenta Ovidio en su Metamorfosis que Pigmalión había rehuido desde joven la compañía de mujer; que había vivido célibe y sin esposa, por la repulsión que le causaran las obscenas Propétides. Ellas “se habían atrevido a decir que Venus no era una divinidad, por lo que cuentan que, a causa de la ira de la diosa, fueron las primeras que prostituyeron sus cuerpos y su belleza. Y al perderse su pudor y endurecerse la sangre en sus mejillas, se convirtieron, poca era ya la diferencia, en rígido pedernal”
Un día talló una estatua de marfil, con arte tan admirable, que se enamoró del simulacro. Tan bella era que no podía comparársele la belleza de una mujer de padre y madre nacida. Tal era su porte y su gesto que diríase que estaba viva “y que por pudor no se movía” Encendióse el amor en el pecho de Pigmalión, que cree estar viva la inmóvil imagen. “Muchas veces pone las manos sobre la estatua y la toca para ver si es un cuerpo o marfil (…) Le da besos y cree que son devueltos, le habla, le abraza y le parece que sus dedos se hunden en sus miembros cuando los toca(…) Unas veces la halaga con ternura, y otras le lleva regalos de los que gustan las muchachas, como conchas, lisos guijarros, pájaros y flores de mil colores, lirios, bolas decoradas y lágrimas caídas del árbol de las Helíades. También adorna sus miembros con ropas: pone gemas en sus dedos y en su cuello largos collares, de sus oídos cuelgan ligeros pendientes, y sobre su pecho cintas. Y desnuda no es menos bella. La tiende sobre cobertores teñidos de púrpura de Sidón, la llama compañera de lecho y recuesta su cuello sobre blandos cojines de plumas, como si ella pudiera notarlo”.
En la fiesta de Venus, suplica a la diosa que otorgue vida a quien es el objeto de su única pasión. La diosa, atenta al amor sincero y benévola con quienes al amor se sacrifican convirtió en realidad su deseo, y Pigmalión “por fin no besó una boca falsa”. Y parecieron dar vida estos besos a quien antes fuera de piedra. “La virgen sintió los besos que le daba y se sonrojó, y alzando hacia él sus ojos y hacia su luz su tímida mirada, a la vez vio el cielo y a su amante”
La diosa misma estuvo presente en la boda, “que ella misma había hecho posible”. Y después de nueve lunas la joven dio a luz a Pafos, de quien la isla recibe su nombre.
Este es el mito tal como nos lo describe Ovidio. En otras versiones, Pigmalión se enamora de la misma Afrodita, pero la diosa no quiere yacer con él. Pigmalión suplica y ante la negativa de la diosa crea una estatua a la que venera, la habla, la besa y la acuesta en su lecho. Contenta la diosa por estas muestras de amor da alma y vida a la estatua como Galatea, que concibe de Pigmalión dos hijos: Pafos y Metarne. Pafos sería el sucesor de Pigmalión y padre de Cíniras, quien fundaría la ciudad chipriota de Pafos, construyendo un templo a la diosa del Amor.
Decían los clásicos que los dioses habitan y visten las formas que la imaginación del hombre les atribuye. Este es uno de los significados del mito de Pigmalión. Cuando el cristianismo o el islamismo abolieron la idolatría se enfrentaban a la degeneración de una práctica de orígenes muy puros y de enorme eficacia para bañar el alma de los creyentes del influjo de los dioses: el de las estatuas animadas. Filóstrato, en su Vida de Apolonio de Tiana, explica cómo a este mago -el mago de mayor y comprobado poderío de la antigüedad clásica- le preguntaron el secreto de la fabricación de estatuas mágicas. Y él respondió que, sin entrar en detalles astrológicos, de teurgia y magia ceremonial, el amor y la imaginación del artista eran fundamentales. Y que sobre los cánones y reglas fijas de este Arte Magno, el artista debía imaginar las cualidades propias del dios pues no es lo mismo vestir a un Rey que a un ermitaño, y las formas imaginadas y luego esculpidas se convierten en el vestido del dios, La voluntad invoca y la imaginación viste a estas fuerzas de la naturaleza y de la mente divinas.
El mismo Apolonio de Tiana se burla de un joven que se tomó al pie de la letra el mito de Pigmalión y se enamoró de una estatua de Afrodita hasta el extremo obsesivo de querer yacer con ella. Estas pasiones irracionales llevan en su seno los gérmenes de la locura.
Los monjes de la escuela kargyupa, discípulos de Milarepa, se encierran en cuevas- en ocasiones durante varios años- para trazar y esculpir en su imaginación complejas representaciones de dioses que luego deben deshacer. Cuando han adquirido mucho mayor realismo y vida que las imágenes que los sentidos nos muestran, los disuelven en el mismo seno virgen y puro del que surgieron, el espacio: morada en el pensamiento tibetano de Prajna, la Gran Sabiduría.
Es como si Pigmalión, después de amar y dar vida a su estatua, decidiese convertirla en polvo y amase ahora a la diosa en el aire que respira o en la luz que ante su mirada baña cuanto toca.
En el mito de Pigmalión se encierran significados más profundos aún. Según las antiguas tradiciones- lo mismo afirma Platón- el hombre puede y debe volver a convertirse en el Dios que es. Los dioses habrían trazado un camino que despierta y une al hombre a sus luminosas esencias. Es el Camino de la Iniciación. Los trabajos y pruebas que el alma allí debe realizar fueron descritos en símbolos en las aventuras y desventuras de Herakles o en el Asno de Oro de Apuleyo, que narra en uno de sus capítulos las purificaciones que debe experimentar Psique para volver a desposarse con Eros, el amor sin cambios ni condiciones.
Estas mismas enseñanzas afirman que el Aspirante forja, con el fuego inmortal que en él mora y con imágenes nacidas en el atanor de su propia alma, un “doble luminoso”, un testigo permanente del Ojo del Dios que espera al fin del Camino. Es para el discípulo el Amigo y el Amado, la reserva incondicional de cuantos valores conducen al Alma a su condición divina. Una fuente inagotable de virtud y luz espiritual. Una fuente que mana más y más cuanto más se usa. La Afrodita del mito debe representar un momento especial de la Iniciación en que este “doble luminoso” no es ya más una “estatua inanimada”, sino que el dios mismo invocado no sólo en él vive sino que le otorga la vida. Como la mayor parte de los mitos de la Antigüedad clásica, tras sus velos de alegoría, describen en sus distintos aspectos, las Metamorfosis del Alma o Iniciación.
No nos debe extrañar esta afirmación, pues -y con idéntico significado- es el mito de Pigmalión otra versión del mito sumerio de Gilgamesh y su doble luminoso Enkidu, a quien soñó como Hacha de Doble Filo a los pies del Árbol de la Vida.
Y más cerca aún repitió las mismas imágenes, las mismas verdades, Walt Disney en su versión de Pinocho; el niño de madera que adquiere vida y conciencia -Pepito Grillo- pero que debe conquistar su condición humana mediante trabajos y sacrificios que le hagan digno hijo de la Estrella, digna dádiva de la diosa del Amor.
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Hermoso. Muchas gracias José Carlos.
Un interesante análisis, me he identificado completamente con Pigmalión. Gracias con publicar algo más que hermosa literatura. Saludos fraternos…
ElHumanizar a los dioses es igual a lo que los judíos hacen al poner a Dios con cólera rabia o sin escrúpulos cómo está puesto en lo biblia
Muy bueno el analisis, que cada persona tiene sentimientos emociones y atracion por algo
Muy valioso, gracias!!!
Sorprendente
Bastante ilustrativo,
Gracias por compartir