“Los coléricos tienen su alma en las manos de otros. No importa quién, puede agitarlos, atormentarlos, enloquecerlos.” Amado Nervo.
El hombre colérico es un esclavo por doble partida. Lo es de sí mismo, porque una parte de su alma, la más burda y basta, puede más que su alma sutil y pensante. Lo es también de los demás… La pérdida del propio control lo deja bajo el control de quienes saben aprovechar esta circunstancia en su beneficio.
El alma del colérico está en manos de los demás… ¡Qué fácil es enfadar al colérico con los argumentos que le hacen estallar! ¡Qué fácil es entonces lograr que tome las determinaciones que su “amo” circunstancial le inspira! El dueño de la situación le hará creer que es él quien dirige sus actos y sus palabras, pero todo está previamente decidido…
Es bueno dominar la cólera y mucho mejor todavía cambiarla por el coraje. Ese coraje que pone sus energías junto a la razón, el coraje que “piensa” antes de actuar, que trabaja con el corazón, tal cual su origen latín lo revela: “cor, cordis” -corazón- y “agere”, infinitivo de “ago, agis” -obrar-. En síntesis: “coragere” Obrar con el Corazón.
El coraje pone en juego la verdadera alma humana. Es el valor de ver las cosas tal cual son, de moderar las emociones, de escuchar, interpretar ideas, escoger lo válido, desechar lo inservible, actuar con justicia.
Una justicia que no se limita a las acciones externas del hombre sino, que se aplica también a la acción interior del hombre sobre sí mismo y los principios que hay en él, estableciendo un orden verdadero en su interior, induciéndolo a gobernarse, a disciplinarse y a ser amigo de sí mismo.
Créditos de las imágenes: Crimfants
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