El camino de la filosofía es largo pero no es duro. Es un camino de búsqueda, de estar siempre aprendiendo. Nos gusta definir al filósofo como un buscador, un amante de la sabiduría; el filósofo es aquel que se hace preguntas acerca de la vida y que trata de encontrar respuestas. Respuestas que le puedan ser válidas y útiles para encontrar un poco el sentido de la vida.
Hoy nos reúne una pregunta: ¿Cómo construir nuestro futuro? Esta pregunta lleva en sí misma una afirmación: el futuro se puede construir.
Hablar de construir el futuro parece una afirmación tajante a primera vista… pero sí, se puede construir el futuro, aunque tenemos que considerar algunos elementos desde el punto de vista filosófico. Como Escuela de Filosofía a la manera clásica, pensamos que la teoría y la práctica deben formar una unidad inseparable, y que si ponemos en práctica aquello válido que seamos capaces de aprender podremos llegar a ser actores de nuestra propia vida, y no meramente espectadores arrastrados por las circunstancias. Vamos a desarrollar esta breve charla basándonos en elementos, enseñanzas y conceptos filosóficos comparados de Oriente y de Occidente, como por ejemplo la vida, el tiempo y la mente, que considero están estrechamente relacionados.
De la vida podríamos hablar horas, días, meses, años enteros y, posiblemente, no llegaríamos a una última conclusión, puesto que la VIDA es el gran misterio que nadie sabe de dónde viene. Nosotros podemos interaccionar con la vida pero no sabemos cuál es realmente el origen de la vida. Lo único que conocemos son algunas de sus características… ¿La principal y más evidente? Que la vida está en movimiento, la vida se mueve.
Todo lo que participa de esto que llamamos vida está en movimiento; no hay nada que esté parado, detenido, quieto en el espacio y en el tiempo, y por tanto podríamos decir que la principal característica de la vida es el movimiento. Al movimiento de la vida lo llamamos evolución y, por eso, decimos que dentro de la vida toda la gama de seres vivos que existen son seres en evolución.
Tampoco podemos separar lo que es vida de los conceptos de energía o materia. Hoy sabemos, gracias a los avances científicos, que toda forma de vida es una forma de energía y también, de alguna manera, es una forma material. Es muy posible que toda energía sea una forma de vida y que todo, absolutamente todo, esté en continuo movimiento.
Después tenemos el concepto del Tiempo. Dentro de la vida aparece algo tan intangible, tan escurridizo, como es el tiempo. También podríamos hablar mucho del tiempo pero vamos a mencionar solo una de sus características: el tiempo es un limitador, en el momento en que aparece es ya una limitación. Porque el tiempo nos trae todas las cosas pero también se las lleva. Nos trae la juventud y la juventud desaparece un buen día. Nos trae la “suerte”, y tenemos momentos de buena suerte, pero también el tiempo se la lleva, y hay momentos de mala “suerte”. El tiempo nos trae alegría, nos trae buenas compañías pero el tiempo, tarde o temprano, se lo lleva todo. Todo lo desgasta, todo lo aleja.
El tiempo es un limitador porque podemos hacer muchas cosas dentro de la vida pero hay un tiempo para hacerlas: el tiempo nos limita. Si queremos estudiar una carrera o queremos practicar un deporte, ¡hay un tiempo! Ya sé que me diréis: «Pero ¡a los 90 años también se puede practicar deporte o estudiar una carrera!» También, pero hay un tiempo para hacer las cosas, y todos lo sabemos por experiencia propia. Incluso dentro de la naturaleza hay tiempo de sembrar, de esperar, de cosechar. El tiempo es un limitador, nos trae muchas oportunidades y también se las lleva. Las puertas que nos abre el tiempo no son para siempre y hay un tiempo para cada cosa. Por decirlo de alguna manera, el tiempo está contado.
Y luego tenemos que hablar de la mente. La mente humana es algo en desarrollo, y es la que se imbrica con las características del tiempo, es la que puede rastrear un pasado, es la que proyecta un futuro. La mente tiene recuerdos agradables y trata, también, de que esos momentos placenteros aparezcan en el futuro y se prolonguen en el tiempo.
Nuestra mente puede planificar o soñar ese futuro y lo hace de acuerdo con sus deseos, a esas fuerzas que son las que mantienen a nuestra mente en constante combate: lo que nos gusta, lo que no nos gusta; lo que nos trajo dolor, lo que nos trajo placer. Pero está claro que la mente modifica el tiempo porque cuando estamos a gusto el tiempo pasa muy rápido; cuando nuestra mente está haciendo lo que le gusta, y está entretenida, el tiempo huye, como decían los romanos. Sin embargo, cuando estamos aburridos, cuando tenemos que aguantar algo que no nos gusta y no tenemos más remedio, el tiempo no pasa nunca, es lento, lento, lento…
Toda esta apariencia de lentitud o rapidez relativa al transcurso del tiempo es producto de la mente. Y lo que estamos diciendo, es que podemos construir nuestro futuro si somos capaces de conjugar en la Vida, de manera efectiva, la fuerza de la Mente y el poder del Tiempo.
Vamos a explicarlo recurriendo a nuestros padres culturales: los griegos. Ya sabéis que nuestra escuela de filosofía se basa en un estudio comparado del pensamiento tanto de Oriente como de Occidente y, en este caso, para ilustrar estos tres conceptos, vamos a recurrir a la cultura griega.
Dentro del mundo griego, en una época arcaica, tenemos que hablar de Hesíodo y de Homero. Todos sabemos que Grecia fue la cuna de nuestro mundo occidental, eso no hace falta repetirlo. Si nosotros mínimamente estudiamos o viajamos, vamos a encontrar la influencia de la cultura griega prácticamente en todos los aspectos de la vida. Pues bien, el gran educador por excelencia de los griegos fue Homero, del que hoy ya se sabe que escribió ocho libros acerca de la guerra de Troya. La Ilíada –que casi todos habremos leído– es el segundo de sus libros, el primero desapareció; y la Odisea, que narra las aventuras de Ulises, es el séptimo aunque, en realidad, parece ser que en total eran ocho libros como decía.
Homero es el padre de la cultura griega, el gran educador. En general, se cree que la mentalidad griega nació a la sombra de los textos poéticos de Homero; pero además de Homero estaba Hesíodo, del que apenas sabemos nada. Algunos dicen que es posterior, otros dicen que es contemporáneo y aún hay testimonios de que es todavía más antiguo que Homero. Uno de los testimonios es muy interesante, porque se cuenta que en cierto momento ellos dos compitieron ante un jurado especializado para saber quién era el mejor poeta. Homero, era mucho Homero…, sin embargo, se dice que ganó Hesíodo. Hesíodo fue superior porque –según reflejan los textos– Homero cantó a la guerra e incitó a la gente a que fuera a la guerra; pero Hesíodo cantó a la paz y la paz, como todos sabemos, es superior a la guerra.
Hesíodo, personaje misterioso, nos habla de que en el principio de todo había una tríada, eso era lo único que existía y lo que dio origen a todo lo demás. Él escribía inspirado por las musas, dado que era un pastor que vivía en el monte Helicón donde ellas moraban. Y en sus escritos siempre invocaba a la memoria, a Mnemosine y a sus hijas, las nueve musas. Cuando Hesíodo nos explica el principio de las cosas, nos dice que al principio había una tríada que no se podía separar, y esa tríada profunda y estrechamente unida era Caos, Gea y Eros. Aquí empiezan las claves para que nosotros tratemos de entender por qué el futuro sí se puede modificar y sí depende, en gran parte, de nosotros.
Caos no era el desorden, puesto que Hesíodo habla del caos como de algo homogéneo. El origen de la palabra viene etimológicamente de algo así como “apertura”, que en griego significa el vacío que se abre; eso es el caos y de ahí surge la materia: Gea.
Algunos hablan de Gea como de nuestra Tierra, pero, en realidad, lo que representa Gea es la materia; la materia primordial que empieza a crear, a crear formas diferentes y a moverse. Todas las formas diferentes que nosotros podamos ver en la existencia serían formas de Gea, de esa materia primordial.
Luego tenemos a Eros, el amor primordial. Eros es el constructor del universo, según Hesíodo. Eros es el gran arquitecto, el Demiurgo. Es el que diferencia y organiza la materia y ahí empieza otra forma de movimiento porque la materia diferenciada empieza a atraerse o a repelerse. Desde el momento en que aparece Eros en el Universo, todas las cosas empiezan a moverse bien por atracción o bien por alejamiento.
Gea procrea, ella misma, a Urano, el cielo estrellado, y con él empieza a tener hijos. Tienen muchos hijos, entre ellos, a los Titanes que son 12. Uno de los Titanes es el Tiempo, porque el tiempo viene después de la Vida, que es la materia en movimiento. Aparece Cronos que es un limitador. Cronos es el dios que castra a su padre Urano y, a partir de ahí, él asume la supremacía. Tiene que castrarlo, se ve obligado a ello: le corta los órganos genitales para que la materia no siga produciendo. Ya tenemos al tiempo como un limitador, como alguien que detiene un proceso, alguien que corta.
Cronos asume la supremacía. Uranos, el cielo estrellado, es compensado y se le da el don de profetizar, y de ahí –tal vez– viene aquello de que el futuro está escrito en las estrellas, porque Uranos es el cielo estrellado. Uranos hace gala de su poder y profetiza, y le profetiza a Cronos que será destronado por uno de sus hijos.
Vamos avanzando en todo este proceso. Aparece Zeus que es uno de los hijos de Cronos, porque Cronos ante esta profecía de que iba a ser destronado, va a ir devorando a todos sus hijos. El tiempo lo devora todo, crea y devora a la vez. Cronos devora a todos sus hijos, excepto a Zeus que viene a representar el factor mental. Cuando aparece la mente, pues, la mente tiene poder sobre el tiempo. Finalmente, Zeus acaba reinando, se establece la dinastía Olímpica en Grecia y Zeus asume la supremacía.
Pero la mente hemos dicho al principio que es algo a desarrollar. Zeus tiene que combatir contra viejas formas, contra los anteriores hijos de Cronos, contra antiguas fuerzas del Cosmos, contra una serie de elementos e impedimentos que se le van apareciendo. Zeus está en proceso de formación aunque es muy poderoso y puede modificar el tiempo; de hecho, como todos sabemos, Zeus vence a Cronos: la mente puede vencer al tiempo. Por eso decimos que el futuro se puede construir, porque la mente puede influir en el tiempo, que forma parte de la vida.
La vida en movimiento tiene una dirección, tiene un sentido, que solemos llamar “el sentido de la vida”. Entonces, en el sentido y la dirección de la vida de cada uno de nosotros, nosotros podemos influir. ¿Cómo? A través de la mente, y a lo largo del tiempo. Pero tengamos en cuenta lo siguiente: la mente es algo a desarrollar. Todavía no está plenamente desarrollada porque si no, no necesitaríamos de la filosofía. Recordad que hemos dicho al principio que el filósofo se hace preguntas porque hay muchas cosas que desconoce, quiere saber porque no sabe, es consciente de que el misterio le rodea y quiere alcanzar lo que no tiene, comprender aquello que ignora y desconoce. Que la mente no está plenamente desarrollada es evidente. Si miramos a nuestro alrededor, en nuestro mundo, en este momento –donde hemos desarrollado tantas y tantas cosas, tanto potencial, en que hemos avanzado en tantos aspectos de la vida– es donde más millones de seres humanos se mueren de hambre y donde más millones de seres humanos no tienen techo ni casa, ni comida, ni cobijo, ni ayuda. Es evidente que nuestra mente está en desarrollo porque, si vivimos en un mundo dirigido por los mejores de los seres humanos, no puede ser que nos encontremos en la situación en que ahora nos encontramos. Y es una situación generalizada, estoy hablando del mundo en general.
Sabemos que todos estamos en la corriente de la vida, pero la Filosofía Natural enseña que en lugar de ser troncos lanzados a esa corriente y ser arrastrados por ella, ir chocando unos con otros, ir todos juntos a la deriva ahí donde la vida nos lleve sin que nosotros podamos hacer nada, la Filosofía –como os decía– enseña que podemos hacer de este tronco una barca, una canoa, que ese tronco se puede tallar, se puede pulir, se le puede dar la forma adecuada para que pueda navegar.
¡Esto lo puede hacer nuestra mente! Esto lo podemos hacer cada uno de nosotros de manera que podamos controlar nuestra vida. Porque una canoa puede ir incluso contra corriente, puede navegar por el río de la vida, puede ir donde quiera, no donde vayan todos, no donde las circunstancias nos lleven. Podemos ir adonde nosotros queramos, podemos manejar el tiempo. Aunque eso sí, hay que navegar. No podremos salir de la corriente de la vida, habrá que navegar.
Y llegados aquí viene la otra pregunta, que es la que hoy nos ha reunido: ¿Cómo podemos construir el futuro? Yo he anotado cinco elementos. De ninguna manera pienso que son los únicos, puede que no sean los más importantes, pero son elementos que a lo largo de un trayecto filosófico hemos podido ir comprobando aquellos que seguimos esta forma de entender la filosofía, a través de nuestros cursos, nuestros ejercicios, el tiempo que dedicamos a nuestras reflexiones…
Para empezar: el tiempo pasado. Para lanzarnos hacia adelante, construir el futuro, ser de alguna manera dueños de nosotros mismos, hay que tener en cuenta el propio pasado. ¿Qué vamos a hacer con nuestro pasado? ¿Lo podemos obviar? ¿Lo olvidamos? ¿Lo negamos porque no es demasiado agradable? ¿Qué vamos a hacer con el pasado para poder lanzarnos hacia adelante?
Nuestro pasado tiene que ser sólido. El pasado hay que asimilarlo, no podemos ignorarlo ni darle la vuelta porque parte de nuestra vida ha quedado ahí fijada, atrapada en el tiempo, y no se puede cambiar. Hay que aceptar que prácticamente es lo único que no se puede cambiar; aunque podemos pedir perdón por algo que hayamos dicho o hecho. Podemos pedir perdón, pero lo que dijimos o lo que hicimos, dicho y hecho está. El pasado no se puede cambiar. Por tanto, hay que asimilarlo, incorporarlo a nuestra vida, y esta es una mentalidad inteligente. Porque parece ser que hay una ley en la Naturaleza que dice que todas las etapas por las que hemos ido pasando quedan de alguna manera en nosotros. Siempre tendremos algo de niños, algo de jóvenes, algo de adultos.
Desde el punto de vista filosófico, la historia pasada puede ser un pedestal sobre el que apoyarnos para lanzarnos hacia el futuro, puede ser un motor, algo que nos puede dar impulso, que nos puede ayudar a aprender… A nivel colectivo, la historia también nos demuestra que todos los procesos por los que ha pasado la humanidad van quedando en nosotros. Algo queda en nosotros de la rebeldía de todas las revoluciones que la humanidad ha sufrido. Algo queda en nosotros, aunque no estuviéramos en esa época, ni en ese momento, ni en ese lugar, de todo el esfuerzo que se hizo para erradicar la esclavitud en el mundo. Algo queda en nosotros de nómadas, nos gusta ir de un lugar para otro con la mirada fija en el horizonte. Algo queda en nosotros de sedentarios también, y nos gusta tener un lugar a donde recurrir siempre, donde poder descansar de las fatigas de la vida.
Todo va dejando huella, todo va dejando un poso en nosotros. Por eso, nuestro pasado tiene que ser incorporado de manera natural, de manera consciente y sin traumas, porque tenemos que sentirnos seguros de nuestro pasado. Da igual como haya sido ese pasado; si queremos proyectarnos hacia delante, tiene que ser una piedra sólida en nuestra existencia porque si no corremos el riesgo de edificar nuestro futuro sobre un cimiento débil; porque lo único que nos queda es el futuro: “Hoy es el primer día del resto de nuestra vida”. Y por eso hay que empezar a edificar sobre bloques sólidos, por ejemplo, el pasado. Hemos de tener memoria, memoria histórica para empezar a construir nuestros pasos futuros.
Esto es importante, pero también es muy importante el tiempo presente, porque es la casa de la realidad, es donde vive la realidad ahora. Hemos de tener muy claro que lo más difícil, pero lo más necesario para que el presente también sea sólido, es la objetividad. Es muy difícil ser objetivo, mirarse a uno mismo y verse tal cual es, calibrarse como realmente se es. Es muy difícil no mentirnos a nosotros mismos.
Cuando empezamos a engordar un poco, a lo mejor, nos miramos en el espejo, nos ponemos de perfil y nos mentimos a nosotros mismos tratando de ocultar que nuestra silueta ya no es la de antes. Cuando se nos cae el pelo a los caballeros, pensamos que no se nota mucho, que depende de donde se nos mire, que no está tan mal. Y siempre encontramos a otros seres humanos con menos cabello que nosotros, realmente calvos, y muchas personas se consuelan por comparación. Es muy difícil que seamos objetivos con nuestra propia vida.
Pensamos que tenemos un sentido de la calidad tan refinado, que somos nosotros los que no admitimos determinadas compañías, antes que reconocer que nadie nos soporta. Nosotros no reconocemos que hemos dejado a alguien en la estacada sino que nos hemos ido corriendo a buscar ayuda, ¿cómo íbamos a dejarlo en la estacada? Nosotros no, nunca vamos a reconocer que tuvimos un poco de miedo y donde dije sí, luego fue que no. Rompimos nuestros compromisos porque el instinto de supervivencia es superior a muchos razonamientos.
Si tomamos libros de historia vamos a ver que es muy difícil ser objetivo porque el mismo hecho nos lo van a contar de forma diferente. Si leemos periódicos de hoy es muy difícil ser objetivo porque ante el mismo hecho, según qué periódico y su tendencia social, vamos a ver que uno lo cuenta de una manera y otro lo cuenta de otra, algo que ha sucedido hoy o ayer. Es muy difícil ser objetivo, tendríamos que aprender a poner distancia con las cosas, distancia dentro de nosotros y distancia con nosotros mismos.
Esto es fundamental para poder lanzarnos hacia delante, para poder lanzarnos hacia el futuro, porque si tenemos una visión distorsionada de nosotros mismos, es muy difícil que se cumplan nuestros sueños, nuestros objetivos. Estamos empezando de un punto de partida débil, equivocado, tambaleante, y lo único que vamos a conseguir es caernos tarde o temprano. Pero si conseguimos asentar los dos pies en el suelo: por un lado el tiempo pasado y por el otro lado el tiempo presente, podremos empezar a caminar hacia adelante con relativa seguridad.
También hay que empezar a contar con los símbolos, con el lenguaje de los símbolos. Hay muchos tipos de lenguaje. Los animales tienen los suyos: el lenguaje de los pájaros, de los delfines. Hay un lenguaje atmosférico, que los meteorólogos saben descifrar y luego nos lo traducen y nos dicen lo que va a pasar mañana o la próxima semana. Está el lenguaje de los gestos, está el lenguaje de los adultos, está el lenguaje de los niños, que tienen su propio lenguaje.
¿Esto qué significa? Que hay muchas realidades en torno a nosotros. Hay realidades cronológicas, históricas, pero también hay realidades psicológicas, mitológicas, simbólicas. Hay varias maneras de ver la realidad. Por ejemplo, veamos nuestra realidad histórico-cronológica: hemos llegado a esta sala alrededor de las siete de la tarde, ya llevamos casi tres cuartos de hora aguantando a un señor que dice cosas raras, ya veremos si al final esto tiene pies y cabeza… Esta es una realidad cronológica: dentro de media hora estaremos tomando una cerveza con los amigos o nos estaremos tomando un té con las amigas o nos habremos ido a pasear o a cenar. Es una realidad cronológica, histórica: hemos llegado a la calle Pizarro 19, hemos subido unas escaleras… y nos hemos reunido alrededor de 30, 35 personas… Eso es verdad, es una realidad.
Sin embargo, hay otra realidad, hay otra manera de ver exactamente lo mismo. Por ejemplo, esta sala está orientada al este, yo estoy mirando al oeste pero todos los demás estáis mirando al este, al oriente. El este es el oriente por donde sale el sol, o sea, estamos orientados, en realidad estamos en una charla con contenido filosófico para tratar de orientarnos: en el presente, en el pasado y espero que en el futuro. Queremos orientarnos de alguna manera; tener puntos de referencia en nuestra vida. Esto es una realidad psicológica. Otra realidad de esta naturaleza es que estamos reunidos en un lugar donde la luz viene de lo alto, las luces están en el techo. Es un símbolo, pero es una realidad psicológica porque la luz, el ver las cosas claras, viene de nuestros estados elevados de conciencia, viene de que seamos capaces de colocar la mente en lo más alto, en lo más elevado. Esta es una realidad simbólica. Como una realidad simbólica es que estamos sentados –espero que cómodamente sentados– en unas sillas o butacas de color rojo. Ya sabéis que para simbolizar lo más material se usa el color rojo: rojo pasión o rojo de ira, o rojo de vergüenza o rojo de calor. De alguna manera estamos todos muy cómodos porque estamos atrapados en la comodidad de la materia.
Quien se deja llevar por la materia se vuelve muy cómodo, y el confort empieza a jugar un papel muy importante en su vida. Y cuando al acabar esta charla nos pongamos de pie para marcharnos también será un símbolo. Ponerse de pie es un símbolo, y también es una realidad simbólica: ¡ay de aquel ser humano que sea incapaz de ponerse de pie, no tanto físicamente sino internamente! Porque cuando un ser humano se pone de pie está dando fe de su condición de ser humano, de que no es una bestia, de que no es un animal, de que puede caminar erguido, de que puede mirar hacia lo alto, hacia las estrellas, que no necesariamente tiene que ir siempre buscando comida por abajo o fijándose en lo sucio, lo inferior. ¿No habéis visto que muchas veces en los teatros, en los espectáculos, para agradecer al intérprete y para hacerle un pequeño homenaje, la gente no solo aplaude sino que también hay quien se pone de pie?
La realidad de la que hablábamos, para que sea una realidad completa, debe tener en cuenta todo ese mundo oculto simbólico y mítico que nos rodea. Porque si bien todos nosotros tenemos una historia cronológica: el nene nació el año tal, el día tal en tal lugar, le pusieron de nombre Pepito, creció, se casó, tuvo hijos, vive aquí, vive allí, pesa tanto, mide tanto…, también es cierto que todos tenemos sueños del alma, porque a todos nos gustaría ser mejores de lo que somos, ser más fuertes de lo que somos, ser más grandes de lo que somos. Esa es nuestra realidad psicológica, esa es nuestra parte mítica, simbólica, y esa parte se interpreta a través de los mitos, y los mitos cobran significado a través de los símbolos que incorporan esos mitos. Esto forma parte del lenguaje de la vida, y por eso tendríamos que saber leer, interpretar, escuchar lo que nos dice la vida para poder lanzarnos hacia adelante, porque además de todos los otros lenguajes de los que ya hemos hablado, ¿no tendrá la vida su propio lenguaje?
Hay cosas que nos pasan, hay personas que conocemos, hay sueños que tenemos… dormidos y despiertos. Están llenos de símbolos y posiblemente la vida nos esté hablando; lo que ocurre es que no sabemos escuchar, no sabemos interpretar qué es lo que nos está diciendo la vida. Hay que contar entonces con los símbolos, porque son las llaves que abren determinadas puertas de nuestra conciencia, porque fundamentalmente eso es un símbolo: una llave. Una llave que abre puertas necesarias para nuestra realización humana, para nuestro desarrollo y crecimiento interno.
También hay que contar con los ciclos, hay que contar con que la vida no se mueve de manera rectilínea. Todo en la vida se mueve de manera curva, circular o elíptica, absolutamente todo; así se mueven los planetas, los soles, las galaxias, los átomos que forman todas las cosas. Así es nuestra vida, no es un camino de línea recta porque todo lo que existe en el universo sigue un camino curvo. Tenemos que contar con los ciclos, y no me estoy refiriendo a la dualidad, porque los ciclos no se basan en algo tan sencillo como la dualidad: bueno–malo, arriba–abajo, cerca-lejos, por poner unos ejemplos. No. Los ciclos pasan por una serie de etapas, en concreto cuatro etapas, y en esto están de acuerdo tanto los filósofos de Oriente como los de Occidente, como Hesíodo, como Platón y hasta Cervantes, nuestro querido Cervantes.
Todos hablan de cuatro etapas en el transcurrir de la vida a través del tiempo: una etapa de oro, una etapa de plata, una de bronce y una de hierro, y esto se da tanto en las civilizaciones como en cada ser humano: niño, joven, maduro y anciano, son cuatro etapas; como las cuatro estaciones que conforman un año. Y dentro de esas cuatro grandes etapas o ciclos, hay microciclos, micro etapas. En nuestra etapa de oro no todo va a ser brillante, habrá también momentos de dolor, de oscuridad, de pena y, en contrapartida, en nuestras peores etapas también habrá momentos interesantes, porque los microciclos están dentro de los ciclos.
Lo más importante es que no se pasa directamente de una etapa de oro a una etapa de hierro, no hay cambios bruscos en la naturaleza ni en la vida. Todo es paulatino, todo es poco a poco, todo es casi sin darnos cuenta. Pero todos tendremos en nuestra vida una o varias etapas de oro… Aunque ya sabemos que el tiempo lo que trae se lo lleva también. Las etapas de oro, esos momentos tan brillantes se acabarán, tendremos etapas de plata y con el paso del tiempo de bronce y llegaremos a las etapas de hierro que son las más duras, las más terribles y las más negras en referencia a la estabilidad tanto externa como interna.
A grandes rasgos, cuando se habla de edades o etapas de hierro lo que se está diciendo es que la injusticia es la dueña del mundo. Y cuando se habla de etapas de oro son etapas donde reina la armonía, donde uno puede expresarse a pleno, donde nuestros potenciales internos se pueden desarrollar. Donde las cosas son naturales; donde cada cosa ocupa su lugar, su puesto adecuado. En las etapas de hierro es al revés; hay mucha confusión, hay mucho desorden, y en las etapas de oro los jueces son jueces, los políticos son políticos, los deportistas son deportistas, y los actores son actores.
Cuando todo es confuso, resulta que hay una mezcla de todo y no se sabe muy bien qué es qué; sobre todo lo que hay es mucha injusticia, los poderosos no tienen límite, no tienen freno, campan a sus anchas en esas etapas de hierro. Esto es a nivel histórico. Si lo traducimos a nivel individual, comprobaremos que cada uno de nosotros también va a ir pasando por esas etapas y es posible que varias veces a lo largo de la vida. Quiero decir con esto que, por claro que tengamos hacia dónde vamos, el futuro, la proyección que queremos que siga nuestra existencia, hay que contar con los ciclos: habrá días malos, habrá momentos terribles, habrá que luchar mucho. Aun aquellas cosas que hemos conseguido, seguro que no han sido fáciles. Porque nada es fácil, y mantenerlo también cuesta lo suyo, porque el que se relaja con lo que ya posee puede que lo acabe perdiendo. Aquellas cosas que nos trae la vida –seguramente por merecimiento– si luego nos descuidamos y no sabemos mantenerlo, es muy posible que la misma vida a través del tiempo, que es uno de sus servidores, se lo lleve y lo aleje de nosotros.
Y por último, consideramos que es imprescindible saber usar la libertad. No sólo usar la pequeña libertad que, a veces, para mucha gente es aquello de hacer lo que uno quiere, que es la parte más pequeña de la libertad. Estamos hablando de saber usar la Libertad, no sólo usarla, sino saber usarla. Desde el punto de vista filosófico, saber usar la libertad es saber decidir, saber caminar al lado del sentido de la vida, vivir a favor de la corriente de la vida. El problema para esto es que hay que saber a dónde va la vida.
¿A dónde va la vida? ¿Lo podemos llegar a saber? ¿A dónde deberían ir los seres humanos?
Volvamos al principio. Eros es el demiurgo, el constructor del universo, el amor primordial. Eros es el arquitecto, construye el universo. Lo primero que hace el arquitecto son los planos, los modelos. El amor primordial como arquitecto construye los arquetipos. Esos arquetipos son modelos y fuentes, están al principio y al final, son inspiradores y son impulsores. Nos impulsan, nos atraen y nos inspiran. Y estos autores se ponen todos de acuerdo en que los humanos, queramos o no, amamos estos arquetipos porque están construidos por Eros, el amor primordial.
Los cuatro grandes arquetipos que rigen la evolución humana, según Platón, son: lo bueno, lo bello, lo justo y lo verdadero. Los filósofos platónicos y neoplatónicos nos decían que los humanos amamos estos arquetipos, estos modelos, porque están construidos por Eros, el amor primordial. Nosotros entonces, seamos conscientes o no, nos vamos dirigiendo a lo largo de nuestra vida hacia esos modelos: el modelo de belleza, el modelo de bondad, de verdad y de justicia. El acercarnos a esos arquetipos de manera voluntaria y consciente nos va volviendo más libres a nosotros. Es lo que nos permite quitarnos ciertas ataduras, es lo que nos permite pasar del que dirán, de la opinión masificada e inconsciente, de lo que ahora nos dicen que es políticamente correcto. El acercarnos a esos arquetipos, el tratar de alcanzarlos, el usar nuestra libertad para entrar de manera consciente dentro de la corriente de la vida, es lo que nos da real categoría de seres humanos. Esto es lo que dignifica nuestra vida.
He ahí el buen uso de nuestra libertad: saber acompasar nuestra pequeña vida al ritmo de la gran Vida. Si somos capaces de marchar hacia esos arquetipos, seremos capaces de entender que la era de la razón por la razón en sí, ha muerto, está tocada de muerte. “Lo razonable” es lo que ha construido el mundo que ahora tenemos y que todos sufrimos. Tal vez es hora ya de que empecemos a escuchar a nuestro corazón y que nos olvidemos de lo razonable. Que no le demos tanta importancia a las estadísticas, a los números, a los censos, a las previsiones, a los balances, a…
¿No habrá llegado ya la hora de que escuchemos al corazón? ¿No nos dice acaso el corazón que no hay nada superior a la verdad? ¿No nos dice que la mano de la justicia debería alcanzar a todos y que no debería tener precio, que nadie pudiera comprarla, que no fuera manejada por los poderosos en perjuicio de los más débiles o de aquellos que menos pueden? Acaso ¿no nos dice el corazón que lo bello y lo bueno no dependen de la opinión pública ni de los críticos de arte que escriben aquí o allá, más o menos mejor o peor pagados por los poderosos del momento? Lo bueno y lo bello no depende de eso. Lo Bueno y lo Bello es un golpe en nuestro corazón que nos eleva hacia lo alto, y no depende de las modas ni de la opinión pública.
¿No será hora ya de que empecemos a movernos por propia voluntad, a navegar en este océano de la corriente de la vida en nuestro propio barco? como ese mítico Ulises, ese peregrino del mar, ese Odiseo que recorre las rutas sin fin para tratar de alcanzar su hogar y recuperar aquello que le pertenece. ¿No será hora de que todos entendamos que somos como Ulises, que estamos navegando rumbo a Ítaca? Igual que Ulises se ató al mástil de su barco ¿no deberíamos atarnos a la fuerza y al poder que emana de estos arquetipos? ¿No debería regirse nuestra vida por lo justo, lo bueno, lo bello, lo verdadero? Es posible que de esa forma podamos sobrevivir a los cantos de sirena, y evitar los peligros y tentaciones que nos desvían de nuestra ruta.
Algún día, queridos amigos, todos tendremos que llegar a Ítaca. Eso es lo que nos espera al final de nuestro recorrido, al final de toda nuestra existencia. Llegar a nuestra tierra, a nuestra casa, a nuestra verdadera patria, que no es otra que el reencuentro con nuestra alma inmortal. Y más allá todavía, envuelto en la bruma del Misterio, nos aguarda el contacto con Aquello que da origen a todo y que es el fin de todo, que rige los átomos y las galaxias, que es el gran Desconocido pero al que todos los pueblos, a través de todos los tiempos y con diferentes lenguas, llamaron Dios.
Créditos de las imágenes: Osman Yunus Bekcan
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