Cual si fueran vientos cíclicos, de tanto en tanto aparecen con más o menos potencia, ciertas ideas –mejor deberíamos llamarlas «formas mentales»– que acaparan el interés de las mayorías. Una de ellas es la de la libertad, palabra que extraída fuera de contexto casi siempre, se aplica a cualquier actividad humana y aun al sentido de la vida.
En general por libertad se entiende un conjunto de beneficios harto curiosos si se analizan a fondo: se trata de lograr una independencia total, de no atarse a nada ni a nadie, de no comprometerse para no verse obligado a rendir cuentas de actos, palabras, pensamientos… En síntesis: es la negación de la responsabilidad y el temor a perder lo que sea.
Pero ¿qué libertad es esa? Como decíamos antes, si la analizamos a fondo, proporciona muchas más ataduras que las que quita.
Lo suyo es:
SOLEDAD: porque al no atarse a nadie, no pueden crecer aquellos sentimientos por los cuales todos los seres humanos suspiran, aunque lo oculten discretamente. No hay amigos, no hay amores duraderos, sólo compañías circunstanciales que sirven para hoy y ya no tendrán vigencia mañana.
INSEGURIDAD: al no atarse a nada, uno no tiene en qué apoyarse. Nada le sostiene en la vida pues todas las ideologías son temibles. Pero como también es temible conocerlas o acercarse a ellas, lo cierto es que tarde o temprano la angustia va minando el carácter de quien no puede responderse a cuestiones tan vitales como el de dónde vengo y hacia dónde voy, extremos que a la vez le restan sentido al qué hago en el mundo.
AVARICIA ESPIRITUAL: que se traduce como el miedo a perder cualquier cosa en nombre de una restricción de la libertad. Pero ¿qué perder, cuando no se tiene nada? ¿El vacío en el que se vive, la comodidad de seguir en ese vacío que a nada compromete, salvo mantenerlo sin dejar que nada perturbe ese caos de ausencias? En este caso nos preguntamos: ¿libertad para qué?
Sabemos que este otro término goza de poco prestigio entre los que se consideran en la avanzada del pensamiento. Imaginan el compromiso como una cadena perpetua que no da posibilidad de cambio ni de avance, sino que fija los pies en la primera piedra que nos detiene en el camino. Sin embargo, y aun sabiendo que vamos contra corriente, creemos que el compromiso es una de las actitudes más maduras que podemos asumir, porque:
Para comprometerse, primero hay que instruirse, saber de lo uno y de lo otro dentro de las posibilidades que tenemos a nuestro alcance y hacer de ese conocimiento una vía inteligente de comparación.
El compromiso requiere capacidad para elegir. Si bien son muchos los que odian tener que decidirse entre una y otra cosa, la vida entera es una constante elección, y si no sabemos asumir responsabilidad de manera personal y consciente, la vida se encargará de elegir por nosotros, llevándonos de un lado a otro, haciendo que sean los sucesivos golpes de dolor los que despierten nuestra voluntad de decidir sobre lo que verdaderamente nos conviene.
El compromiso encierra una sana dosis de orgullo por cuanto nos lleva a cumplir con una empresa elegida: un amor, una vocación, un trabajo, un ideal…
El compromiso desarrolla la voluntad porque nos ayuda a mantenernos firmes en aquello que escogimos.
El compromiso otorga la virtud de la fidelidad, ya que es imposible no amar y no ser fiel a lo que representa nuestra elección libremente aceptada.
El compromiso no es rígido, sino que, al contrario, por voluntad y por conciencia, nos obliga a corregir los errores que cometemos, con lo cual nos ayuda a ser elásticos, a movilizarnos por dentro y por fuera y a crecer en todos los sentidos.
El compromiso crea unión con aquellos que tienen los mismos compromisos y es una unión tan especial como para poder denominarla, sin temor, fraternidad, solidaridad, comprensión y concordia.
El compromiso nos pone metas, cada vez nuevas y más altas, a medida que alcanzamos lo que nos proponemos. Por lo tanto, la vida adquiere un sentido y una dimensión que de otra forma no tendría.
De todos modos, es interesante llegar a reconocer que, le guste o no a la gente, de hecho está comprometida, solo que inconscientemente, con muchísimas cosas de las que no puede escapar y tan bien maquilladas que jamás muestran su verdadero carácter de trampas o prisiones.
Existe el compromiso con las modas, a tal punto que a pesar de quererlo o no, uno termina por ceder compulsivamente a lo que la mayoría lleva, sea en el cuerpo, en la psiquis o en la mente.
Existe un compromiso con los miedos que se nos han ido metiendo dentro. Todos temen un conjunto de males que consideran inevitables los males sociales de nuestro tiempo y compulsivamente deben reaccionar ante ellos, sea con la huida o la agresividad.
Existe el compromiso con las ideas de los demás. Cuando una idea, la que sea y sobre lo que sea, gana el mercado de la opinión, es casi imposible ponerse en contra a riesgo de ser llamado loco, reaccionario, sectario u otras preciosidades. Por otra parte, a quien por falsa libertad no ha desarrollado su propio criterio, le resulta muy difícil que advierta cuándo piensa por sí mismo o cuándo le están empujando sin que note la mano que lleva en la espalda.
Existe el compromiso con la debilidad –no hagas nada, deja que hagan los otros– y los vicios disfrazados de virtudes –¿qué tiene esto de malo cuando todos lo hacen y no les pasa nada?–.
Existe el compromiso con la ignorancia. La desinformación, o la información manipulada, hacen que nadie sepa lo que pasa de verdad en multitud de ámbitos, pero tampoco tiene medios para llegar a ese análisis razonable.
Existe el compromiso con la inestabilidad, como si fuera la marca de reconocimiento de nuestra época, y con los cambios por los cambios sin más. No hay metas fijas ni claras. Hay palabras para entusiasmar hoy, y mañana ya veremos… Mañana cambiaremos, porque esa es la única señal reconocible de avance; no importa hacia dónde se dirija el cambio, si es que tiene alguna dirección.
Por todo lo cual, nos reafirmamos en la idea de que el filósofo no teme el compromiso sino que, al contrario, lo convierte en una herramienta inteligente de acción para apoyarse y avanzar. Teme, eso sí, la falsa libertad que produce el efecto de un somnífero fatal.
Más vale un compromiso consciente que una pseudolibertad inconsciente. La segunda, tarde o temprano se convierte en una cárcel de la que uno no puede evadirse. El compromiso es un cauce para canalizar la corriente del río de nuestras vidas. Seamos libres: sepamos elegir, sepamos asumir nuestros compromisos con alegría y confianza en nosotros mismos. Así lo hicieron todos los grandes Maestros que hoy señalan calladamente el rumbo que ha de seguir la Humanidad.
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Muy bueno, pues en base a decisiones y compromisos es que se moldea el futuro; mas quisiera saber ¿hasta qué punto somos libres? ¿qué diferencia tiene la libertad con el libertinaje? Agradezco infinitamente estas enseñanzas y de antemano, la respuesta que me pueda dar.
Gracias por el articulo! justamente estaba buscando algo sobre esto.
Genial! Me encantó leer este artículo, acentuó mi idea del compromiso y la libertad que es algo de lo cual hablo e intento que mis hijos lo entiendan de esta manera.
Gracias!