De las ceremonias iniciáticas en Egipto sabemos muy poco, y lo poco que sabemos se refiere casi con exclusividad a la parte más externa de los ritos, ya que el carácter secreto que asumían las más internas nos priva en absoluto del conocimiento de las mismas.
A los treinta años de la coronación de un Faraón se festejaba una misteriosa ceremonia llamada SED; esta festividad mística es muy antigua, pues ya figura en representaciones de la primera dinastía. Coincidía con la elevación de las columnas simbólicas Djed, y su relación con el Khoi –”retroceso”– aparece como debida a la bajante del Nilo.
Algunos autores quieren que esta ceremonia constituyese la inmolación ritual del viejo Rey para dar paso a otro, pero esta suerte de sacrificio humano no tiene documentación alguna en la historia egipcia. Esta teoría se basa en la interpretación contemporánea de las representaciones del Jubileo de Amenofis III. En cierta manera, entendemos esta ceremonia como un “rejuvenecimiento” o resurrección espiritual, que demarcaría la plena Iniciación del Faraón, cosa que le permitiría participar más conscientemente de las indicaciones generales que siempre recibían estos aparentes Señores de Egipto de los reales directores de sus destinos, que fueron los Sacerdotes.
Se dice que luego de las purificaciones, el propio Faraón honraba a los Dioses en las distintas dependencias del templo de su ciudad capital. Luego, sentado en su trono, presenciaba el desfile de los portaestandartes, de los símbolos de los Nomos (provincias) y de los Grandes de su gobierno. También se acarreaban grandes estatuas de Dioses ante él.
Esto duraba varios días. Luego, se lavaba ceremoniosamente los pies, antes de entrar en lo que hoy traducen como “Vestuario Sagrado”, probablemente una cámara secreta del templo, en la cual el Faraón era investido de ropajes especialmente confeccionados, doblados y perfumados. La traducción literal de este aposento se leería como “Palacio para revestirse”. Subía luego a un doble trono, sentándose alternativamente en cada uno de los dos sitiales, simbolizando su gobierno sobre el Bajo y el Alto Egipto, así como su Poder en los dos mundos: el físico y el espiritual.
Después, con pasos ceremoniales cruzaba el amplio patio del templo, llamado “campo”, como símbolo de su poder de transitar por todas sus tierras y no detenerse ante nada. Cargado en una vistosísima litera (los detalles cambian según las épocas) y precedido por un estandarte con la forma Upuaut de Anubis, llegaba hasta la capilla de Horus Líbico, donde recibía un cetro, el latiguillo y el cayado. Tomados ritualmente estos objetos, se envolvía en su manto y era proclamado cuatro veces.
Parece ser que después, y habiendo oído desde las loas de los Altos Sacerdotes a las lejanas aclamaciones que desde afuera de los pilonos le hacía llegar su pueblo –que lo idolatraba–, se despojaba del manto e iniciaba cuatro carreras simbólicas ataviado tan solo con el faldellín y los Cotros. Estas “carreras” deberían ser marchas ceremoniales para ofrendar a los Dioses de los Elementos, de los Cuatro Puntos Cardinales, pero los modernos investigadores lo ven simplemente como “carreras”.
De su cintura, en la parte posterior, pendía el rabo de un animal que no podemos definir, pero que, según las ocasiones, tendría que ser de un leopardo o de un chacal. El caso parece que era tan solo del Alto Egipto. Pasado todo esto, ofrecía sus insignias al Upuaut, y visitaba las capillas de Horus y de Seth, desde donde disparaba (¿como Anubis-Arquero?) flechas de victoria en las cuatro direcciones.
Existe una versión de que el rabo zoomorfo que se ve pendiente del Faraón en estas ocasiones, es el de un toro, cosa que podría emparentarse con la muerte ritual del Buey Apis y del Alma-osiriana como “Toro del Amenti”; pero nada de esto está probado, ya que las representaciones son muy confusas. La fórmula textual que cerraba el Festival, Sed, era: “Empiezas tu renovación, empiezas a florecer de nuevo como el niño hijo de la Luna, eres joven otra vez año tras año; como Nun al comienzo de los siglos, has renacido al repetir el Festival de Sed.”
Min de Coptos, antiquísima Deidad de la fecundación, recibía también el nombre de “Abridor de las Nubes”, y el Faraón se identificaba con él no pocas veces. En el festival, el Faraón se acompañaba de un servidor del templo, ayudándole a sembrar las semillas sobre el limo del Nilo, ya que la festividad se celebraba en el primer mes del verano, el noveno mes del año, equivalente a nuestro septiembre.
El Faraón y su esposa oficial iban ante la estatua del Dios Min Itifálico, precedidos de un toro completamente blanco, símbolo del Dios. Al llegar la comitiva al campo elegido, se elevaba allí una capilla desmontable, y se instalaba la imagen de un toro tras un dosel, recibiendo complicadas ofrendas. El Faraón segaba con un instrumento ritual un haz de hierbas y lo ofrecía al toro blanco.
En el templo de Mediret Habu aparece Ramsés III con la Hoz Ceremonial; el profesor Gardiner piensa que está así representado para evocar a Horus segando la cebada de su padre Osiris, para evocar sus poderes generativos como Min-Horus, el Poderoso. Al igual que en los Ritos de Coronación, se simbolizaba a los Cuatro Hijos de Horus lanzando ánades en las cuatro direcciones.
Luego, el sacerdote proclamaba: “¡Salve Dios Min, el que fecunda a su Madre (la Naturaleza)! ¡Qué misterioso es lo que has hecho en la oscuridad!”. Aunque esto se ha interpretado tan solo fálicamente, pensamos que la unión simbólica del Rey y la Reina representaba la simbiosis de la Naturaleza espiritual y de la Naturaleza material; una renovación de esa fecundación mística que hace al Universo seguir vivo y justificar su existencia.
Esta festividad era anual; se hacía el primer día del primer mes de invierno, o por lo menos allí tendría su culminación. El Nilo alcanzaba en ese momento su mayor altura, y coincidía con honras a Osiris equivalentes a un tipo de exequias. Según lo escrito en los muros del templo de Denderah, comenzaba con una ceremonia de arar y sembrar el día 12 del mes de Khoiak; desde entonces hasta el 21, una imagen áurea de Osiris momia se cubría con cebada y avena, se envolvía en esteras y se guardaba sumergida en un estanque de poca profundidad, que incluso se regaba ritualmente todos los días. El 22 (noveno día de la fiesta), la exponían al sol inmediatamente antes del crepúsculo, y se la enviaba con imágenes del mismo Dios y de otros, a un viaje en barcas coronadas de antorchas; esto duraba hasta el 24.
Después se la metía dentro de un ataúd de madera de moral (de moras), y se la enterraba. En ese mismo lugar había estado la imagen del año anterior, la que ahora, desenterrada, se colocaba dentro de un sicomoro, o por lo menos recostada en él. El día 30, cuando la inundación del Nilo cedía, se hacían ceremonias sobre el sepelio de Osiris en una cámara subterránea y se colocaba un ataúd con una imagen de Él sobre un lecho de arena. Hasta aquí lo que entresacamos de estos murales con inscripciones ya muy tardías, y de los relatos de los griegos, los que, generalmente –salvo los que en Egipto se iniciaron– tan solo veían la plástica y escenografía de las festividades, y cuanto más, trataban de relacionarlas con los Pequeños Misterios, que en Grecia eran prácticamente públicos.
De todo esto deduciremos, al agregarle la mentalidad especialmente materialista de nuestros traductores, lo tan poco que de estas festividades logramos rescatar.
Créditos de las imágenes: Leoboudv
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Es evidente que Egipto fue la madre de todas las civilizaciones del Mediterráneo, por lo menos las que han conformado nuestra forma de pensar y ser modernas. La ceremonia del Sed debe ser, quizás, el prototipo de todas las fiestas de Jubileo que existen en la actualidad, el del Papa, el de la Catedral de Santiago de Compostela, o del Camino en que se abre la Puerta Santa, el jubileo de diamante ahora del Agha Kan o hace varios años de la reina Isabel II de Inglaterra. La pena es que permanece lo conmemorativo pero dudo que suceda lo mismo con lo mágico, con la verdadera renovación respecto a los poderes de la naturaleza. Qué interesante que en la ceremonia Sed se dé tanta importancia a la forma Upuaut de Anubis, pues es el Dios que “abre los caminos”.