“Lo que diferencia a un tronco flotante de una barca hecha de la misma madera es que esta última tiene remos y puede bogar contra corriente.” Dr. N. Sri Ram.
Estas palabras las escuché de sus labios en mi ya lejana juventud. La frase no formaba parte de ninguno de sus discursos y no sé si la insertó en alguno de sus libros. Surgió espontáneamente en una conversación.
He meditado mucho sobre ella y a la hora de plasmar los más elevados Ideales en una Escuela de Filosofía a la manera clásica, la parábola del tronco y de la barca estampó su sello en todo pensamiento, sentimiento y actividad.
Por lo general, los hombres y las mujeres son como troncos que han sido lanzados al río de la vida y, primero enteros y secos, luego golpeados y humedecidos derivan siempre en el sentido de la corriente o de los brazos de esa corriente que han desviado los poderosos del Mundo… ¡Allá van!… entrechocándose en inútiles violencias, sucios y embarrados, sin rumbo ni puerto fijo, hasta que se deshacen en astillas y desaparecen de la superficie en este río que no cesa de correr, que no sabemos de dónde viene ni hacia dónde va.
¡Meros troncos, desgajados, cortados, arrastrados de un lado a otro y apenas oponiendo la resistencia de su propio peso a la corriente! La oscura majada se desliza balando crujidos en su andar incansable y, sin embargo… ¡tan cansado! De día, el sol hace ver la oscura podredumbre de las cortezas y de noche, el tumulto de sombras corre siempre horizontal y sólo por excepción alguno levanta un extremo hacia las lejanas estrellas.
¡El río de troncos!
Cada vez son más y unos con otros se entrechocan, se lastiman, se despedazan… ¡el río de los troncos!… ¡Cuánto he meditado sobre esto!
Pero año tras año aprendí las casi olvidadas técnicas de ir vaciando y alivianando la mole de madera… esa madera de la cual estamos hechos todos. Rápidos golpes de azada en la superficie y carbones encendidos luego, que se renuevan constantemente. La experiencia, aunque se inspire en los grandes Maestros de la Humanidad, es siempre dolorosa e infinitamente larga. Hay que cavar en lo más hondo, donde los egoísmos y las cobardías entrelazan sus fibras retorcidas, y la ilusión te hace creer que tú eres el tronco y que te estás destrozando a ti mismo. Pero el constante trabajador, impulsado por su voluntad superior a todos los quejidos de la materia semipútrida, sigue su tarea.
Poco a poco el otrora basto tronco se va convirtiendo en una embarcación. Se perfilan la aguzada proa y la redonda popa. La otrora herida, cavidad es ahora; un pulido receptáculo para el Alma Viajera.
Con los restos se han hecho los flexibles remos que, según como se manejen, serán impulsores y a la vez timón. Y con inmensa paciencia se van puliendo los toscos costados hasta que se convierten en bordas livianas y sólidas.
Y… ¡así hemos hecho la barca!
La multitud de troncos la mira con mezcla de asombro y de repulsa; le parece vacía, inconsistente, innecesaria, cómica, peligrosa, desechable. Pero es que no es un tronco… ¡Es una barca! Y, por si fuera poco, suele bogar contra la corriente. ¡Esto ya es imperdonable! ¿No estar a la moda, no cambiar de color según el barro que viene? ¿Tener color propio y bogar por encima del lodo, rozándolo apenas?… ¡Inconcebible!
¿Y sus extraños tripulantes?
Dicen éstos que no somos todos iguales, que si lo fuésemos nos podríamos equivocar todos juntos sin esperanza de ayuda de unos a otros, que la igualdad no existe en la Naturaleza ni es cosa posible ni deseable. Que las sanas diferencias embellecen el conjunto y lo arrancan del aburrimiento y del espíritu de majada. También, que las diferentes religiones son adaptaciones en el espacio y en el tiempo de un mismo Mensaje y que, por lo tanto, no hay una mejor ni peor que la otra, ya que, aparte de ese breve Mensaje, todo lo demás lo aportaron los humanos con sus ignorancias y apetitos… Y que se fueron copiando los unos a los otros a través de los miles de años.
Afirman que no creen en Dios, sino que saben de Su Existencia y que ésta es evidente. Basta con conocer y andar las vías para su descubrimiento. Que el Alma es inmortal e incorrupta y que no hay que confundirla con los ropajes y disfraces que adopta periódicamente. Que, si es que hay perdón, éste está más allá de la redención según la ley de acción y reacción y que esas son leyes mecánicas de la Naturaleza: que el que siembra trigo siempre recoge, tarde o temprano, trigo, y el que sembró espinos sólo espinos obtendrá.
El milagro no existe como tal, sólo existen planos de conocimiento. Lo fenoménico es secundario; el sacerdote babilónico que deslumbraba con sus pequeños relámpagos artificiales que le saltaban de una mano a la otra, hoy sería un simple electricista. Y San Patricio un químico que sabría qué ocurre cuando echamos agua sobre el fósforo blanco o la cal viva.
El tripulante de la barca no necesita muletillas de engaños. Busca y encuentra, paulatinamente, la verdad. Pone su esfuerzo en los remos y distingue cosas que los demás no ven, pues rema contra corriente. Va escalando el agua hacia sus fuentes puras y descontaminadas. Hay entusiasmo en su Alma y gusta de la risa y de las cosas bellas.
Le molestan los ruidos cacofónicos y gusta de las hermosas melodías de Strauss, de las catedrales de luces y sombras de Wagner y de las íntimas sonatas de Mozart. No finge ver panoramas más allá de la mezcolanza de ojos, narices y rabos de los modernistas y prefiere caminar por la nieve con Goya, mirar los cielos grises velazqueños, sorprender las lágrimas cristalinas de un Greco o perderse en las calles fantásticas de los murales de Pompeya.
No cree que las drogas sean un bien, sino un mal, pues los que de ellas abusan se convierten en bestias degeneradas, que roban y matan para seguir consiguiéndolas. Tampoco en la sucia borrachera del grito alto y el eructo bajo.
Sí cree en el orden armónico y vital, que sobrepasa al mecanismo ciego de programas ya manufacturados por otros. Cree en la libertad en la medida en que haya personas que la aprecien y respeten la de los demás. Cree en la voluntad, en la bondad y en la justicia, y que un mundo sin estas virtudes es una bola de barro a la que hay que dar formas armónicas, venciendo toda la resistencia de la materia bruta. Cree en un mundo nuevo y mejor… pero para que aparezca en nuestro horizonte, debe haber muchos remeros nuevos y mejores. Los que se abandonan al río de la vida en medio de debilidades y lamentos son inexorablemente arrastrados a su destrucción física, psíquica y mental.
Cree en una ciencia al servicio del Hombre, del animal, del vegetal y, sobre todo, del Planeta en sentido global, pues es nuestra casa cósmica y la estamos derrumbando y desequilibrando. Cree que las estructuras ya viejas e inútiles deben dejar paso, en la renovación natural de la vida, a otras jóvenes y fuertes, sin complejos y limitaciones que huelen ya a podrido, pues son cadáveres a los que la fuerza galvánica del dinero y del poder hace que se contraigan y muevan sus miembros en un horrendo simulacro de vida.
Y… sobre todo… los tripulantes creen en ellos mismos y en la barca que han fabricado.
Cuando pasan remontando el río de la vida, muchos hombres y mujeres de corazón joven y mente despierta se ponen a trabajar y a convertir troncos en naves, para conocer la maravillosa aventura espiritual de bogar contra corriente.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Créditos de las imágenes: Tim Collins @ en.wikipedia.org
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Este artículo, de enorme fuerza pedagógica, debería ser enseñado, aprendido de memoria, teatralizado, debatido… en todas las Escuelas del mundo, y cambiaría el modo con que enfrentamos las dificultades del mundo, nos ennoblecería y nos daría la verdadera dimensión de nuestra responsabilidad, tan vinculada a la verdadera naturaleza de nuestra dignidad humana. Ojalá sea así, y esta sea una de las páginas de la Pedagogía de un tiempo y un Mundo Nuevo. Animo a todos los profesores a que lo hagan conocer a sus alumnos, explicándoselo.
Gracias, por regalarnos unas bellas palabras para que entendamos tantos misterios