Dijo Cicerón en cierta ocasión:
—En toda la historia de Roma hemos tenido sólo un cónsul tan preocupado por el bien público, que nunca durmió durante el tiempo de su consulado.
Le preguntaban quién había sido ese cónsul. Y Cicerón dio el nombre:
—Caninio Resizio.
Era el nombre de un ciudadano romano que había sido nombrado cónsul una mañana y destituido de su cargo la tarde del mismo día.
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