En un mundo en el que todas las fuerzas parecen estar enfrentadas en guerras más o menos declaradas, también los filósofos recibimos el impacto de esa situación. Las ideas se enfrentan, o por lo menos, existen quienes día a día pretenden enfrentarlas, creando la consiguiente inestabilidad en aquellos seres que dependen exclusivamente de la opinión ajena.
Sin abundar en detalles que desembocarían de todos modos en la misma conclusión, lo cierto es que diariamente se vive en la lucha encarnizada entre la causalidad y la casualidad. Apenas una letra cambiada de sitio, puede crear auténtico caos en los hombres desprevenidos.
La casualidad tiene sus cultores bien demarcados: todo lo que sucede es improvisado, producto de la mezcla vital, sin concierto alguno ni dirección inteligente. Por lo tanto, ante esa idea, solo resta el “vive como quieras”, pues se haga lo que se haga, todo pierde sentido ante la imprecisión de lo indefinido.
Los seguidores de la causalidad no son muchos. Hace falta detenerse a meditar muy seriamente para advertir que nuestro mundo no es un simple desatino ni la burla de algún dios cruel; hace falta profundidad y sensatez para comprender que estamos en presencia de una trama maravillosamente tejida, donde los hilos se enlazan inteligentemente, según causas y efectos. La vida cobra así un particular interés, puesto que está regida por una Ley definida y está en las posibilidades humanas el conocer y colaborar con dicha Ley.
Partiendo, pues, de este primer encuentro de ideas entre la casualidad y la causalidad, desembocamos en otra guerra ideológica solapada, también expresión de nuestros días. Me refiero al problema de la definición, del tomar decisiones contundentes, de elegir conscientemente lo que se va a hacer a cada paso.
Para la teoría de la casualidad, no vale la pena definirse; ante un mundo fortuito, la definición es una pérdida de tiempo. Más vale obrar según el instinto –y no la inteligencia—lo que indique en cada momento.
En cambio para la teoría de la causalidad, lo importante es definirse según aquellas mismas definiciones que se observan en toda la Naturaleza.
Y así se vive en plena lucha: los que evaden la definición, le rinden culto definiéndose en ese sentido. Los que aman las decisiones concretas deben arrostrar todo tipo de inconvenientes, pues ya casi no existen canales en los cuales ejercitar esa definición.
En pocas palabras, están los que “definen” una situación y no dejan definirse a los demás. Es la tiranía más cruel: la que no deja de ejercerse a pesar de esconder sus intenciones. “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”
Ante este estado de cosas, Nueva Acrópolis hace una invitación a la expresión libre, natural y consciente de cada uno de los hombres. Saber elegir es sabe vivir; y saber elegir bien, es vivir de la mejor manera. Más allá de las modas, que cada cual recupere el don de escuchar su propio ser interior, y enfoque desde allí, con sinceridad, la maravillosa aventura de la Vida.
Créditos de las imágenes: Kelly Sikkema
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