Vamos a tocar hoy el tema de la magia en Asia Menor. Podemos decir que el redescubrimiento de Asia Menor se debe fundamentalmente a los trabajos realizados en lo que va de este siglo XX. Hasta el siglo pasado se pensó que toda la historia de Asia Menor abarcaba únicamente ciudades como Nínive, Babilonia, etc. En este siglo, mediante cateos arqueológicos e investigaciones serias realizadas en la zona, se han encontrado gran número de ciudades correspondientes a culturas que aún no podemos identificar de manera segura, pero que podríamos incluir en lo que se llama la cultura sumeria. Incluso, los nuevos cateos han descubierto culturas todavía más antiguas, por lo que nos tendríamos que referir a una especie de proto-Sumeria.
Es evidente que el ser humano tiene una particular alienación: cuando descubre algo, cree haber descubierto la cultura más antigua, y así pasa constantemente. Antes se pensaba que Egipto había sido la cultura más antigua, luego que India, y actualmente se habla de que en Sumer aparecen las formas culturales más primitivas. Hoy no podemos saber a ciencia cierta cuál fue la cultura más antigua, porque en este momento de conocimiento ya no podemos hacer lo que se hacía en el siglo XIX, cuando se decía: «En tal año se inventó la rueda», «en tal año se inventó la palanca», «en tal año se descubrió el fuego», etc.

El dios mesopotámico Ninurta (con rayos) lucha contra Anzu, que se parece a un grifo; a menudo asociado con la batalla de Marduk contra Tiamat.
Es evidente, sin embargo, que las culturas en el área de Asia Menor —especialmente la de la famosa Mesopotamia, entre el Tigris y el Éufrates, una de las culturas más viejas— son culturas fundamentalmente mágicas.
Quiero recordar una vez más nuestro concepto de magia como conjunto de conocimientos, conjunto de afirmaciones que nos vienen por tradición y que sería muy difícil de racionalizar desde nuestro actual punto de vista. Como hemos dicho ya en charlas anteriores, descartamos el concepto de magia como una serie de configuraciones extrañas de tipo filológico, como una serie de creencias de personas analfabetas. Entendemos, mejor, por magia el espíritu que subyace tras las religiones, tras las artes, tras las ciencias.
Es verdad que el hombre en la actualidad tiene una serie de conocimientos, pero también es evidente para todos que esa serie de conocimientos ha hecho obnubilar conocimientos anteriores. El ejemplo, visto en nosotros personalmente, es sencillo: ¿cómo se puede concebir una forma cultural, una clase de conocimientos y experiencias si, en cierta forma, todos nosotros hemos perdido cierta frescura de los primeros años y han quedado atrás algunos ideales, han quedado atrás algunas creencias? El ideal sería poder ser tan fresco como cuando éramos niños, poder tener los mismos sueños de la adolescencia y tener la experiencia que tenemos hoy.
Lo que intento, al preparar esta pequeña charla, es rescatar esas raíces profundas –prehistóricas, podríamos decir–, de lo que es la religión, de lo que es la ciencia, de lo que es el arte.
Nosotros encontramos en Asia Menor, a través de una serie de configuraciones como son tabletas, pequeñas joyas y trabajos metalúrgicos antiquísimos, una serie de elementos que nos hacen pensar que esas viejas culturas eran fundamentalmente mágicas. Por ejemplo, ustedes habrán oído hablar de que en Asia Menor existen unos grandes monumentos llamados zigurats. Los zigurats son especies de pirámides escalonadas parecidas a la pirámide de Sakara, en Egipto, parecidas a las pirámides mayas y aztecas en América. Esos zigurats —dicen las antiguas tradiciones— se elevaban a siete alturas, conformadas cada una de ellas por un alto muro y cada uno de esos muros representaba un planeta, un color, un metal y, además, según hemos expresado en otras ocasiones respecto a la magia en India, representaría también un estado de conciencia, o sea, un plano de conocimiento de la Naturaleza.
Aunque ya lo hemos hablado otras veces, me gustaría repetirlo de nuevo ahora: querría definir bien lo que entendía el antiguo ocultismo oriental por cuerpo y por plano. Ahora, nosotros vemos aquí una serie de objetos físicos objetivos: esta mesa es objetiva, este libro , esta pluma y este cuerpo mío son objetivos. Todo este conjunto de entes objetivos podría conformar el plano objetivo. Por ejemplo, mi mano no puede atravesar la pared. ¿Por qué? Porque está en la misma dimensión que la pared; si mi mano estuviese en otra dimensión tal vez mi mano podría pasar la pared.
Esto no es una cosa rara, ustedes tienen a cada momento la comprobación de esto mismo si oyen la radio. Le damos vueltas a un dial y suena, a pesar de que todas las puertas están cerradas, que las paredes son sólidas. ¿Cómo llegan hasta nosotros esas vibraciones emitidas por una antena a veces a cientos o miles de kilómetros de distancia? Es evidente que esas vibraciones no son del mismo tipo, o sea, no están en el mismo plano que las paredes, que el techo o que el suelo, porque si estuviesen en el mismo plano no lo podrían atravesar; lo atraviesan porque están en un estado de vibración completamente diferente y, entonces, esas ondas hertzianas penetran a través de las paredes y llegan hasta nuestro pequeño aparato donde, por un fenómeno de reversión, se produce de nuevo un sonido que ha sido emitido muy lejos.
El mismo fenómeno lo encontramos en los rayos X. Nosotros miramos un cuerpo humano, le miramos el pecho y no vemos el esternón; sin embargo, los rayos X nos permiten ver el esternón. Esto quiere decir que los rayos X están en un periodo vibratorio que hace que para ellos no exista la parte física densa, como sí existe para nuestra simple visión, o sea, que ellos pueden penetrar y reflejarse en algo que para nosotros está oculto, puesto que nuestra vista refleja nada más que lo que está en la superficie.
Es, entonces, que incluso con las ciencias y con el conocimiento técnico actual hemos llegado a comprender ciertos secretos de la magia, y hasta hemos llegado a comprender algo que, tal vez, negábamos: la existencia en la Naturaleza de campos vibratorios diferentes.
Tenemos, entonces, que todo este ámbito es un campo vibratorio mágico, es un campo vibratorio físico dentro del campo mágico.
¿Cómo puedo definir el cuerpo? Yo tengo aquí mis manos. Yo puedo mover esta mano y puedo mover esta otra mano, pero no puedo mover este libro, salvo que lo tome entre mis manos; entonces, aquella parte del plano físico que responde de manera directa a mi voluntad la puedo llamar cuerpo, o sea, este es mi cuerpo y cada uno de ustedes tiene su cuerpo, tiene su vehículo físico.
Los antiguos ocultistas decían que además de este plano había otros planos que se interpenetraban y que en cada uno de esos planos el ser humano tenía como una «barca», como un vehículo para poder moverse, para poder percibir en esos otros planos de conciencia. Ahora, es evidente que, si yo no soy consciente de que tengo este cuerpo físico, si yo estoy embotado, no podría mover mi brazo, no podría caminar, no podría sujetar las cosas de manera correcta.
Decían los antiguos ocultistas que, así como el hombre aprende a manejar su cuerpo, aprende a caminar o a nadar, también podría aprender a manejar sus cuerpos más sutiles y podría manejarlos de una manera definida, podría tener acceso a otras realidades que no son realidades físicas, incluso podría ver a través de las paredes o podría, en cierta forma, recordar cosas que una persona común no puede recordar, y hasta podría conocer el futuro.
Pero es evidente que, sobre este tema del conocimiento del futuro, en donde parece que han sido tan duchos esos viejos ocultistas de Asia Menor con su famosa teoría de los fravarshis, o sea, de las luces ígneas o de los fuegos que existen en las cosas, es también digno de ser discutido, porque muchos dicen: «¿Cómo podemos conocer lo que todavía no existe?» Evidentemente, las cosas del futuro aún no existen, pero nos podemos preguntar:
«¿No habrá un plan de acción para el futuro?» Nosotros vemos que todos tenemos un plan de acción según un cálculo de posibilidades; por ejemplo, es posible y es probable que yo termine esta charla, aunque, lógicamente, nadie puede asegurar que yo la termine, ¿no es cierto? Me puede dar un ataque al corazón, se puede hundir el techo, puede explotar una bombona de gas en el subsuelo, en fin, cualquier cosa así, pero es bastante improbable, y lo probable es que yo termine de dar mi charla. Entonces, lo probable es que, dada una marcha histórica, lo más normal es que esa marcha continúe.
El conocimiento de las leyes que hacen la evolución y la trayectoria de las cosas nos puede llevar al conocimiento de los hechos futuros, si no de una manera exacta, sí de una manera muy aproximada. Supongamos, por ejemplo, un hombre que viese el derrotero de un automóvil desde lo alto de una montaña y percibiese otro automóvil que viniera en sentido contrario y con la misma velocidad; pues bien, él podría prevenir la colisión. Los de un auto, que están entre paredes o montañas, no pueden ver al otro auto, igual que los del otro auto no pueden ver a éste, pero el hombre que desde arriba de la montaña ve los dos autos a la vez sí podría deducir el momento, la violencia y las características de la colisión.
De igual modo, decían estos antiguos ocultistas, que el hombre que puede remontarse por encima del mundo material, el hombre que puede remontarse por encima de las circunstancias comunes adquiere una capacidad de apertura de conciencia que le permite predecir.
La teoría mágica de los fravarshis que conocemos a través de recopilaciones neoplatónicas de Asia Menor, quería concebir que todas las cosas estuviesen impregnadas de un cierto hálito, de un cierto espíritu. Los fravarshis eran fundamentalmente siete, eran las siete almas ígneas que habían partido del trono de Ahura Mazda. Decían ellos que, de alguna manera, en el fondo de cada ser humano, había una especie de llama espiritual. Decían que esa llama estaba cubierta por varias lámparas sucesivas, y que si esas lámparas tenían sus vidrios opacos y los tenían mal conformados, la luz interior prácticamente no se veía, pero si los vidrios estaban bien conformados, estaban bien limpios, estaban bien orientados, la luz interior se vería. Y decían que no se le podía dar alma a la gente porque toda la gente tiene alma, toda la gente tiene espíritu, toda la gente tiene fuego interior. El problema era limpiar los vidrios de las lámparas, o sea, ir tornándolos transparentes y, así, por naturaleza, el fuego interior se iba a manifestar. Decían también que cuando esas lámparas se rompían por el tiempo, la luz de ese fravarshi interior volaba al cielo, feliz, hasta que era atrapada otra vez por otra lámpara y entonces volvía al mundo de los humanos. Con lo que nos encontramos otra vez con la famosa teoría de Extremo Oriente sobre la reencarnación.
Sobre esta teoría de la reencarnación se ha fabulado mucho. Generalmente, nosotros estamos muy aferrados a la vida física, y la teoría de la reencarnación tiene un gran atractivo para nosotros porque nos gusta volver a vivir, volver a ser jóvenes, volver a amar, volver a saltar en el campo, volver a jugar; sin embargo, los orientales consideran una maldición este retorno a la vida. Consideraban los antiguos mags de Persia y de Caldea —mag, de la misma raíz que la palabra «magia»— que la peor maldición que podía tener el hombre era la de tener que retornar otra vez al mundo.
Si nosotros pensamos y analizamos un poco de manera fría esta vida y la tomamos de manera negativa, o aun tomándola de manera positiva, si pensamos todas las tonterías que hemos cometido, todos los engaños que hemos sufrido y que hemos producido queriendo o sin querer; si pensamos todo lo que hemos dejado atrás, de manera fría, de manera objetiva, tal vez no nos encantaría tanto tener que volver otra vez a cometer las mismas necedades. Es evidente que, de alguna manera, a los occidentales nos encanta pensar que vamos a volver a estar en el mundo. Por eso, tal vez, las viejas teorías de reencarnación de Oriente han sido tomadas con gran entusiasmo en Occidente, aunque no con el espíritu oriental. Insisto, para los orientales la reencarnación era una verdadera maldición, era un hecho en la Naturaleza, pero considerado como una enfermedad y no les alegraba en lo más mínimo. Ellos pensaban que al final de un largo ciclo de reencarnaciones el hombre podría escalar, subir en su conciencia, hasta un punto en el cual ya no hacía falta volver atrás, es decir, había llegado a un puerto en el que ya no cabían más las maniobras laterales, sino que cabía un descanso, una paz, una serenidad, una vida interior.
Uno de los mitos mágicos más famosos de Asia Menor era el mito de Innana. La diosa Innana era una Virgen sumeria —algo así como la Virgen María, pero bastante más compleja— que descendía a los infiernos acompañada de un séquito. En su descenso tenía una serie de experiencias, tenía una serie de pruebas, actualizaba una serie de poderes mágicos, hasta que habiéndolos actualizado verdaderamente, volvía otra vez a la superficie de la Tierra para comunicar a los hombres los conocimientos que en el submundo había logrado. Esto que parece simplemente un cuento o una leyenda tiene, sin embargo, una honda raíz psicológica, porque, de alguna manera, mis queridos amigos, todos nosotros somos Innana, todos nosotros tenemos que descender hasta el fondo de nuestro infierno interior y superar pruebas, hemos de poder enfrentarnos con los monstruos que llevamos adentro para poder vencerlos, y es entonces, únicamente, cuando llegamos, cuando el alma asoma a los ojos, cuando también asoma a la lengua, asoma a las manos y asoma a la acción.
Debemos entender que los antiguos mags no pensaban que el ser inteligente es ser espiritual; pensaban más bien que la inteligencia era un vehículo, como es un vehículo el cuerpo físico, y lo que valía era esa conciencia interior, que, generalmente, nosotros no apreciamos en su verdadero valor. Si nosotros, por ejemplo, dedicásemos unos minutos a la meditación de determinado tema metafísico, casi nos enorgulleceríamos de ello, casi estaríamos tentados de comentarlo con nuestros amigos o colegas. Sin embargo, consideramos completamente común pasarnos, a lo mejor, más tiempo leyendo una revista que quizás no tiene ningún sentido, o escuchando una conversación completamente intrascendente o simplemente rascándonos la espalda, y lo consideramos una cosa común, natural, humana; y en la palabra «humana» hoy cabe todo; cabe todo dentro de lo humano, incluso lo bestial, y decimos: «eso es humano»; en cambio, lo otro es una excepción.
Pero decían esos antiguos mags que lo natural en el hombre no es solamente la vivencia de lo físico, sino que lo natural en el hombre también es una vivencia de lo interno, porque el ser humano, además de tener vehículo físico, también tiene esos vehículos invisibles que le permiten relacionarse con ese otro mundo.
Entonces, el problema para poder entender lo que estos antiguos mags nos decían, fundamentalmente, es un problema de conciencia; es lo que muchas veces hemos comentado con nuestros discípulos más jóvenes, cuando les advertimos que las dos grandes claves para tener acceso a ese mundo interior son: una, el control de la imaginación; y la otra, el control de nuestro cuerpo.
El control de la imaginación nos permite, en cierta forma, liberarnos de una gran carga de dolor inútil. Nosotros, por ejemplo, nos vamos a sacar una muela. Primero empiezo a pensar cómo me va a doler la muela, cómo me la van a sacar, qué ruido va a hacer cuando se despegue la muela, de qué manera me van a meter la inyección, cómo me va a sangrar después, cuánto voy a poder aguantar; o sea, yo me he pasado siete u ocho horas pregustando lo que me va a pasar cuando me saquen la muela. Luego viene el dolor real cuando me sacan la muela. Ya me la sacaron, ya está, pero ahora empiezo a recordar y a comentar con los amigos: «Resulta que tenía las raíces cruzadas y entonces me dolía mucho, me dolía mucho», y a los dos meses contamos: «Y cuando me la sacaron, cuando forcejeó con las tenazas, me cortó la encía.» Resulta que una extracción dental que dura tres minutos yo la viví tres meses; tuve tres minutos de dolor por naturaleza y tuve veinte millones de minutos de dolor por imbecilidad, o sea, por mi falta de control de la imaginación, puesto que lo he imaginado antes y lo he imaginado después.
Esta imaginación de después es el recuerdo, o sea, si nosotros pudiésemos seleccionar nuestra capacidad de imaginación y seleccionar nuestra capacidad de recuerdo, podríamos llegar a aprovechar más nuestro tiempo y tener acceso a lugares concienciales a los que no podemos tener acceso en la actualidad. Estas son experiencias básicas, simples, pero que, sin embargo, nos vienen desde el fondo de los tiempos.
Otra de las leyendas o mitos de esos antiguos pueblos de Asia Menor era el mito de Gilgamesh. El mito de Gilgamesh es, probablemente, el arquetipo del mito de Hércules y el mito de todos los grandes prohombres y superhombres que encontramos en toda la zona cultural helenística. Aparece generalmente asociado con un león, o sea, con la fuerza solar; aparece también asociado con el árbol de la vida. A propósito, estos elementos mágicos, como el león solar, el árbol de la vida, las deidades de tipo planetario han ido pasando, poco a poco, de pueblo en pueblo hasta llegar a influenciar incluso a toda el área helenística.
Hay misterios que nos han quedado de los antiguos mags y que tal vez no podamos resolver en mucho tiempo. Algunos de ustedes han visto por ejemplo la figura de Ormuz o de Ahura Mazda. Generalmente, Ormuz, en una de sus claves, era el planeta Saturno, pero ¿cómo representaban al planeta Saturno? Los antiguos parsis lo representaban con tres anillos. ¿Cómo podían saber que Saturno tenía tres anillos, si eso únicamente lo supimos en nuestra civilización, hace 250 o 300 años, cuando pudimos utilizar el telescopio? Esa es una buena pregunta y, sin embargo, hay cualquier cantidad de figuras de Ormuz y de Ahura Mazda en donde aparece Saturno con tres anillos.
Eso está ante nosotros y nos abre un cálculo de posibilidades. Voy a seleccionar dos grandes posibilidades: una es que estas antiguas civilizaciones hayan sido restos de civilizaciones mucho más antiguas que, de alguna manera, tenían medios mecánicos u ópticos para poder percibir los astros; esa sería una suposición. Otra suposición es que algunos de sus individuos hubiesen desarrollado, de alguna manera que se nos escapa, el poder de tener como una super visión, como una especie de super poder o una percepción de cosas que normalmente el ser humano no puede percibir. Esta última suposición es tan difícil como la primera, sin embargo, podría ser avalada por algunas investigaciones recientes de la llamada parapsicología, donde se ha llegado a demostrar que hay individuos que pueden llegar a ver lo que hay en una caja cerrada o percibir lo que pasa al otro lado de la pared. Si aumentamos la capacidad de poder ver lo que hay en una caja cerrada podríamos llegar a concebir que alguien pudiese aumentar su capacidad visual enormemente.
Y como esto, también tenemos otro pequeño fenómeno que vamos a exponer. Ustedes saben lo que son las tabletas sumerias y babilónicas. Las tablillas cuneiformes tienen una forma semejante a pastillas de jabón. Háganse la idea de pastillas de jabón que tienen marquitas por un lado y generalmente también marquitas por el otro. De eso hay todo un libro, todo un tratado. Están escritas en cuneiforme, que es una de las tantas lenguas de Asia Menor y la más generalizada. Conocemos de catorce a diecisiete formas de cuneiforme. Muchas de estas formas son muy difíciles de leer, son de dudosa lectura; incluso las tabletas no están todas en estado óptimo como las que pueden ver en los libros de arte, donde se aprecia un cuneiforme perfecto; en algunas es muy difícil poder leer.
Estas «pastillas», que las hay de piedra, de cerámica, incluso de arcilla cruda, guardan, algunas, cierta relación de tamaño un poco enigmático. Por ejemplo, después de la guerra se descubrieron unas pequeñísimas tablillas de las que se pensó siempre que eran sellos para poner al pie de documentos. Acuérdense que, incluso en la época de Sumer, al pie de los documentos se ponía, como hoy, la impresión dígito-pulgar sobre la arcilla fresca, o a veces también se ponían unas rayas hechas con las uñas —parece ser que diferenciaban la raya hecha por la uña de una persona de la raya hecha por la uña de otra persona—. Eran formas de identificación, como hoy se identifica por las huellas de los dedos, como en la antigua China se identificaba por las huellas de los pies. Esto que parecían sellos fueron sometidos a una observación mediante lupas de 10, 12 o 15 aumentos, y se vio con gran estupor que no eran sellos, sino que eran tabletas escritas que contenían tratados. Y nos preguntamos: ¿cómo pudieron haber escrito en caracteres tan pequeños que el ojo a simple vista apenas percibe como si fuese un puntillado?, ¿es que acaso conocían las lupas? Y si conocían lupas, ¿cómo no nos han quedado restos o por lo menos representaciones de sus lupas?
Claro que yo les voy a hacer otra pregunta: ¿todas las lupas tienen la forma de las que conocemos? Porque esa es otra pregunta. ¿Cuántas veces mirando un mural de los antiguos tiempos decimos: «¡Ah, cuántos vasos!»? Pero no son vasos. Lo que pasa es que nosotros podemos tener una idea de lo que puede ser una lupa, una idea de lo que puede ser un vaso, pero piensen esto: si un tatarabuelo de ustedes hoy volviese a la vida, y viese por ejemplo un satélite del tipo del Pájaro Madrugador[1] ¿se daría cuenta de lo que es? ¡No! Si lo ve volando creerá que es una estrella fugaz, que es lo primero que parece. Y si lo ve en un museo o en un salón de exposiciones, ¿qué pensaría que es? ¿Una escultura?, ¿tal vez una máquina para cortar fiambre? ¿Qué puede ser? Porque no responde al canon o a la idea que podrían tener, a mediados del siglo XIX, de lo que podría ser algo que pudiera llegar a la Luna. Ellos concebían, según lo descrito en las novelas de Julio Verne, que era un cañón que tiraba una bala; por lo que una estructura abierta con una serie de pantallas, que parece una pajarera, verdaderamente no guarda ninguna relación con lo que esa gente aceptaba como una nave que pudiera ser interplanetaria. Les pongo este ejemplo que está tan cercano y es tan común para que nos demos cuenta de que tal vez viendo no veamos, como diría el Evangelio, y que muchas representaciones de Asia Menor probablemente no son aquello que nosotros creemos que son.
Es evidente que las construcciones y la magia de Asia Menor influenciaron profundamente en todo el mundo que nosotros hoy conocemos a través de la cultura hebrea, por ejemplo, a través del cristianismo. La misma famosa torre de Babel, de la que ustedes han oído tantas veces hablar, ¿se dan cuenta de que es la torre de Babilonia, que es una torre a la que se han aplicado una serie de mitos para hacerla figurar como una gran torre donde los hombres habían perdido el lenguaje original, etc.?
He querido traerles a ustedes unas notas para poder relacionar la magia de Asia Menor con la magia hebrea, o sea, con lo que podemos encontrar de magia y religión en el hebraísmo.
Para ello, nos vamos a apoyar en la Sección XX del Tomo V de La Doctrina Secreta de H.P. Blavatsky, en la parte donde habla de la Gupta Vidyá y de la Cábala. Gupta es «caverna, obscuridad», vidyá es «conocimiento», de la raíz vid en sánscrito. Entonces, Gupta Vidyá sería el conocimiento esotérico y la parte exterior de Vidyá se llama Brahma Vidyá, es decir, el conocimiento de Brahma, el conocimiento de los dioses “exteriores”, el conocimiento religioso.
Se encuentra recogido en el Génesis, en la parte segunda, un buen dato sobre la probable antigüedad de las culturas de Asia Menor en la parte mágica. Dice así: «Yahvé Dios plantó un huerto en el Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado; Yahvé Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y frutos buenos para comer. Un río salía del Edén que regaba el huerto, pero este río se dividía en cuatro ramales que se llamaban: Pisón, Guijón, Hiddekel y Éufrates;» y el Hiddekel es precisamente el nombre hebreo del Tigris. O sea, que se habla del Tigris y del Éufrates y se coloca el Edén entre ellos. Quiere decir esto que la antigüedad de los pueblos que estaban entre el Tigris y el Éufrates, o sea, Mesopotamia, es muy grande, en cuanto que recopilaciones confeccionadas hace dos o tres mil años ya nombran esas tierras como el origen de la humanidad más remota.
Yo voy a leer y comentar. Dice: «Consideremos ahora nuevamente la identidad esencial de la Gupta Vidyá oriental y el sistema cabalístico, al paso que mostremos la disparidad de sus interpretaciones filosóficas desde la Edad Media.» Recuerden ustedes —y esto es una cosa que yo suelo recalcar mucho— que nuestro gran problema, nuestro gran peligro, es la deformación que han tenido todos estos conocimientos a través del tiempo, una deformación que se debe no solamente a un mal conocimiento de la lengua, sino que se debe a una conformación psicológica especial.
Supongan que en la actualidad determinado libro fuese destruido o perdido; ustedes tendrían que conocerlo a través de un relato de memoria, un relato oral que, a través de 20, 50 o 200 generaciones es evidente que se habrá deformado tanto que, prácticamente, tendrá muy poca relación con el relato original.
Así pasa que no solamente mueren los hombres, no solamente mueren las cosas, también, queridos amigos, mueren los libros. Por eso, hay otros libros luego, que reemplazan a estos, y son como reencarnaciones de las ideas de los viejos libros que esos nuevos libros vuelven a presentar a los hombres. Acuérdense del viejo poeta Kempis, en Imitación de Cristo, cuando decía que todas las cosas pasan, como las naves, como las nubes, como las sombras. Así pasan todas las cosas, incluso el ser humano. Así pasan las religiones.
Hoy, ustedes pueden encontrar en museos y en colecciones los viejos sellos de los reyes, las bandas reales, los mantos que han cubierto a emperadores. Se pueden conseguir, es cuestión de dinero nada más. Hoy son piezas arqueológicas y si ustedes tienen dinero pueden adquirirlo. ¿Dónde quedó entonces esa gloria del manto del emperador? ¿Qué fuerza tienen ya los antiguos sellos del Rey de Reyes? ¿Dónde están los aqueménidas que vengan a rescatar de nuestras manos los sellos de la época antigua? Verdaderamente, todo transita, todo pasa, y si bien la verdad no pasa, las formas que asume la verdad también pasan, también se deterioran.
Dice aquí el libro[2]: «Hemos de confesar que los juicios de los cabalistas en sus sintéticas conclusiones respecto de la naturaleza de los misterios enseñados solamente en el Zohar, son tan contradictorios y desencaminados como los de la misma ciencia. Al igual que los alquimistas y rosacruces medievales, en cuyo nombre juran, muchos ocultistas modernos tienen a la Cábala hebrea como fuente universal y única de sabiduría.» O sea, que si cada uno de los núcleos se enamora o se identifica con aquello que está investigando, crea una secta, y muchas veces son formas pseudorreligiosas de afirmación de determinadas cosas. Hay sectas que se aferran a un libro u otro libro, no para estudiarlo, sino para seguirlo, que es muy diferente la actitud. Una cosa es la actitud filosófica de la investigación, de la búsqueda, y otra es la actitud del tabú, «esa es la estatua sagrada, el que no crea en la estatua, maldito sea; el que crea en la estatua será salvado», pero eso es un tabú.
También podría colgar ahí un salami hecho de oro y decirles que el que no crea en el salami hecho de oro será perdido por siempre, y si tenemos real fe, psicológicamente nos vamos a beneficiar de él. Es el problema del famoso san Genaro italiano, san Genaro que hace milagros. La gente que cree en eso, la gente que hinca las rodillas y se golpea, y golpea con ese ritmo característico las losas del suelo durante horas y horas, provoca fenómenos de tipo parapsicológico; pero si en vez de decir san Genaro fate miracolo, dijesen san ‘Salami’ fate mira-colo, sería exactamente lo mismo. ¿Por qué? Porque la fuerza no viene de san Genaro, la fuerza viene de la afirmación psicológica de todas esas personas; incluso puede venir la fuerza de la imagen, porque la imagen puede ser cargada con ese psiquismo, puede ser revestida de ese psiquismo. Es la misma consagración mágica hecha de manera popular ‒no muy efectiva, pero no importa‒, un montón de energía que han ido acumulando esas viejas estatuas. Por eso, incluso, estatuas de Ishtar, y también estatuas de Isis encontradas en el Mediterráneo han sido consagradas milenios después en iglesias modernas. ¿Conocían, de alguna manera, los sacerdotes de aquellos tiempos, hace 200, 300 o 400 años, que esas imágenes guardaban algo, que todavía tenían como un hálito de aquel viejo esplendor y que podía ser canalizado para provocar determinados fenómenos? Vean, por ejemplo, en Cuzco, en donde la Iglesia corta los templos incaicos, pero respeta su subsuelo y edifica iglesias sobre los templos por varias razones. La razón psicológica es que la gente está acostumbrada a ir a determinado lugar y sigue yendo, aunque ahora encuentra otra cosa: antes saludaban a un cubo, ahora a una cruz, y antes tenían que rezar de pie, ahora de rodillas. Aparte de eso aprovechan eso otro que no se puede definir, que es esa carga psicológica, esa carga mágica. Por eso mismo es por lo que se dice que son eficaces los amuletos.
Seguimos leyendo: «Para ellos es el Zohar un tesoro esotérico de todos los misterios del Evangelio cristiano; y el Sepher Yetzirah es la luz que disipa toda obscuridad, la clave de todos los secretos de la Naturaleza. Si muchos de los modernos partidarios de los cabalistas medievales tienen alguna idea del significado real de la simbología de sus maestros elegidos, esa es otra cuestión. Muchos de ellos ni siquiera se han fijado en que el lenguaje esotérico de los alquimistas era de su propia invención.» Esto pasa muy comúnmente. Ustedes conocerán a personas que les dicen: «Yo soy astrólogo, yo conozco los misterios de la astrología», y ustedes le preguntan: «¿Y qué es la esfera celeste?» «No sé…», y ustedes le dicen: «Bueno, ¿conoces el orden de los planetas?» «No sé…», y si le preguntan: «¿Qué es Aldebarán?» «No, eso yo no lo conozco.» ¡Ah!, pero pretenden conocer Astrología, pretenden conocer el significado oculto de las posiciones de los astros, cuando lo único que conocen es cuatro simples nombres, que es, aparte, Astronomía. Hay personas que dicen: «Yo conozco Alquimia, yo sé los secretos poderes de los elementos», y si ustedes le preguntan qué es un metal, qué es un metaloide, no lo saben; si ustedes le preguntan qué es un radical, le dicen que un radical es un político… O sea, no puede ser que lleguen a la para-química si no conocen química.
Tenemos que desarraigar la idea de que aquellos antiguos sabios eran analfabetos, o mejor dicho en sánscrito, amánasas, o sea, personas sin mente, sin ninguna capacidad. No, no era así; debían tener otros conocimientos. Acuérdense cuando Heródoto nombra a uno de los reyes de la Frigia, de Asia Menor, a quien el astrólogo predijo que iba a morir por culpa de una carreta, que una carreta estaría presente en su muerte. Este rey —y aquellos eran reyes de mano dura— dijo: «Bueno, yo en este momento no quiero una sola carreta dentro de mi reino.» Se retiraron todas las carretas y entonces él se quedó tranquilo, y dijo: «¡Qué suerte!, no hay más carretas, no hay más peligro.» Un buen día estalla una revolución, hay gran entrechoque de espadas en la sala del rey y uno de los príncipes saca su espada y clava al rey en el trono; éste, al morir, mira la empuñadura y ve que tenía forma de carreta. Hubo una carreta presente en el momento en que se iba a morir. ¿Cómo es que ese astrólogo pudo conocer esa circunstancia? ¿Fue casualidad o lo había descubierto mediante un método, que podemos ignorar pero que puede ser tan científico como el que nos permite extraer determinada substancia química o producir determinado fenómeno termodinámico?
Por eso decimos que los pseudo especialistas jamás se han preocupado por conocer a fondo el problema que están tratando, o sea, se han revestido de una serie de nombres, han hecho una serie de afirmaciones, y total, como ese es un punto esotérico… ¡Tantas veces se lo han dicho a ustedes! Si yo les digo: «Señores, el hidrógeno tiene 51 valencias», yo me arriesgo a que ustedes sepan química y digan: «Pobrecito, el profesor Livraga enloqueció»; pero si yo les digo: «Señores, los misterios de Ur Nermer estaban pintados en una tabla de color rojo», y si ustedes no conocen la tabla de Ur Nermer, lo aceptan, ¿no es cierto? Y si yo les hablo de los misterios del árbol Ban, puedo decir cualquier cosa, puedo afirmar cualquier cosa, porque están en tratados prácticamente no traducidos, y puedo inventar, incluso puedo delirar. Es el viejo caso del señor que trae una muestra de tierra —como ya ha pasado— que «le trajeron en un plato volador», y quiere que se le haga el análisis supraconsciente, pero cuando yo propongo el análisis químico me lo niega, o sea, es el gusto por el pseudo misterio, es el gusto por la cosa oculta, es el gusto —digamos, un poco infantil— por el «rincón obscuro», que uno mira de reojo cuando es chiquito porque piensa que hay algo ahí adentro; no sabe qué hay, pero le gusta pensar que hay algo ahí adentro. Pero debemos ser adultos y tratar de investigar qué hay detrás de estas cosas para poder llegar realmente a conocerlas.
Seguimos leyendo el libro. Dice entonces que «muchos de estos lenguajes fueron empleados como un velo para evitar los peligros de la época.» Por ejemplo, muchos de los signos de reconocimiento masónicos no tienen origen estrictamente mágico; algunos de ellos simplemente son la faz para evitar persecuciones, o sea, para poder sobrevivir en una época adversa. Vamos a suponer que ahora volviese aquí una época adversa, que volviésemos al medioevo; para poder reunirnos y hablar de esto yo no les podría invitar, no podría poner un cartel en una librería porque iríamos a parar todos a la hoguera. Entonces propondríamos una señal: cuando ustedes ven un joven que levanta dos dedos de la mano derecha y pone dos dedos de la mano izquierda hacia abajo, significa que dentro de dos días hay que encontrarse en tal lugar para hablar de esto. Ese era el tipo de reconocimiento. Y dentro de 500 años vendrían los pseudo ocultistas y dirían: «¡Ah!, levanta dos dedos de la mano derecha; dos dedos, dos más dos son cuatro, los cuatro ríos del Edén; tiene la mano izquierda hacia abajo, así que está tratando de convocar a los demonios subterráneos, y la derecha para arriba señala la paloma de la liberación». Harían toda una novela sobre algo que en el fondo no tenía contenido esotérico, era una simple señal.
Continuamos leyendo: «La cuestión se nos ofrece ahora de modo tal que, como los alquimistas antiguos no dejaron la clave de sus escritos, resultan estos un misterio dentro de otro misterio.» O sea, que aparte del misterio natural que tenían los viejos escritos, nos encontramos con el otro misterio del cual están recubiertos. «La Cábala se interpreta y compulsa únicamente a la luz que los místicos medievales proyectaron sobre ella; pero como éstos, en su forzada Cristología, tuvieron que disfrazar con caretas dogmáticas las antiguas enseñanzas, sucede que cada místico moderno interpreta a su manera los antiguos símbolos, apoyándose en alquimistas o en rosacruces de hace tres o cuatro siglos. Los dogmas místicos cristianos son el maelstrom[3] central que engulle todos los antiguos símbolos paganos; y el cristianismo antignóstico es la moderna retorta que ha reemplazado al alambique de los alquimistas, en donde se ha destilado, hasta dejarla desconocida, la Cábala, esto es, el hebreo Zohar y otras obras místicas de los rabinos. De ello resulta que el estudiante interesado hoy en las ciencias ocultas ha de creer que el ciclo simbólico del ‘Anciano de los Días’, y cada cabello de la poblada barba del Macroprosopos, ¡se refiere tan sólo a la historia terrena de Jesús de Nazareth!»
Es como el caso de América, cuando los últimos mayas mostraban sus viejos símbolos sobre Hunab Ku a los sacerdotes europeos, y estos les decían: «Bueno, ¿ustedes cómo representan a Dios?», y los mayas decían: «Con una plancha negra y un punto blanco en el medio; es la representación de lo más material de Dios, porque Dios no se puede representar.» «¿Que no se puede representar Dios?» «No, Dios, no se puede representar.» «¡A la hoguera! ¡Jesús es hijo de Dios!» Entonces, los primeros dijeron que no se podía representar, pero los que vinieron después, para salvar la vida, dijeron: «Dios se representa en Jesús de Nazareth, y en una cruz, etc.; debemos ir a la iglesia.»
Eso ha afectado sobremanera la concepción de esos tratados, y nos han llegado a nosotros hoy completamente deformados; tanto es así que, subconscientemente, muchos de ustedes piensan que todo lo mágico o todo lo esotérico o todo lo que no sea estrictamente físico y racional es diabólico, es algo malo, es algo, en fin, donde uno no debería meterse, donde uno no debería entrar.
Y es la misma inhibición que antes había para con la hoy llamada ciencia común. Ustedes saben que se decía que no se podían disecar los cadáveres porque eso era cosa que Dios prohibía, y que no se podía mirar con una lupa la estructura de la piel, etc. Y ha habido grandes problemas sobre ello porque era penetrar en los misterios de Dios. La primera vez que se empezó a dominar la corriente eléctrica se pensó que se había llegado al summum, que se había llegado a violar el conocimiento que el hombre había podido acumular en todas las edades y que estábamos como robando el conocimiento divino. O sea, que el hombre tiene esa intuición, tiene esa sensación de que no puede penetrar más. Pero con voluntad hay que tratar de entender que esto tan raro que es lo invisible no tiene por qué ser malo. Puede ser malo y puede ser bueno; demos las dos posibilidades, como a todas las cosas de la vida. Incluso, ¡cuidado!, reconozcamos que es muy difícil saber qué es lo bueno y qué es lo malo, porque, también, dependiendo desde qué punto se vean las cosas, éstas son blancas o son negras. Ese es el gran problema moral.
«Dicen otros que la Cábala fue comunicada primeramente a una escogida compañía de ángeles por el mismo Jehová, quien, por una especie de modestia, a lo que cabe presumir, se hizo únicamente en ella el tercer sephirot, y femenino por añadidura.» Los sephirots son los diez elementos cabalísticos que descienden desde el Kepher Sephirot, es decir, desde el primer sephirot, desde la primera emanación, van cayendo como una pirámide, como la Década pitagórica, hasta llegar a nuestro mundo, donde se divide en dos elementos. Nuestro mundo, según la Cábala, está constituido por dos elementos, Malkut y Sekinah, o sea, por el impulso y por la materia que recibe el impulso.
Y esto es cierto. Todas las cosas están hechas de forma y contenido. ¿La forma es física, tangible? No, lo que ustedes tocan es la materia; la forma no la pueden tocar. La forma es el misterio que asumió la materia, pero tocamos la materia. Tanto es así, que, si ahora me imagino aquí un jarrón, es una forma y ustedes no la pueden tocar; la podrían tocar en cuanto yo la represente en materia: relleno esa forma de materia y entonces sí se puede tocar. Por eso dicen los cabalistas que todo este mundo está hecho de Sekinah, es decir, de luz materializada, de luz retardada, de luz detenida, y eso casi estaría de acuerdo con algunas novísimas teorías de física teórica.
Continuamos con la lectura: «El misterioso idioma empleado en el Zohar y en otras obras cabalísticas fue, en tiempos de inconcebible antigüedad, una especie de idioma universal del género humano.» Casi todos los pueblos hablan de esta especie de idioma universal que alguna vez hablaron todos los hombres. «El Zohar, El Libro del Esplendor, fue compilado por el rabino Simeón ben Jochai (su hijo Eleazar, también rabino, recopiló con ayuda de su secretario Abbas las enseñanzas de su difunto padre en un libro llamado Zohar). Aquellas enseñanzas no son originales del rabino Simeón, según demuestra la Gupta Vidya, sino tan antiguas como el mismo pueblo judío, y mucho más todavía. En resumen, la obra que con el título de Zohar se atribuye al rabino Simeón, resulta tan adulterada como las tablas sincrónicas de Egipto después de haberlas copiado Eusebio; o como las Epístolas de san Pablo luego de su revisión y corrección por la Santa Iglesia.»
«De esto da prueba un sencillo ejemplo. Pico della Mirandola, al ver que la Cábala tenía más de cristiano que de judío —pues exponía los dogmas de la trinidad, de la encarnación y la divinidad de Jesús, etc.—, ultimó sus pruebas e invitó a una controversia, desde Roma, a todo el que quisiera sostenerla. A este propósito dice Ginsburg: ‘En 1486, cuando sólo contaba veinticuatro años, publicó Pico della Mirandola novecientas tesis cabalísticas expuestas en un cartel en la misma Roma, y se comprometió a defenderlas en presencia de cuantos eruditos europeos quisiesen acudir a la ciudad eterna, prometiéndoles de antemano costearles los gastos del viaje.’» O sea, que no existe oposición entre los distintos libros, que la oposición está hecha nada más que por las formas exteriores y por la pérdida de elementos a medida que se van retransmitiendo.
«Echemos una mirada retrospectiva a la historia y vicisitudes de ese mismo Zohar, según nos lo dan a conocer la verídica tradición y documentos fidedignos. No necesitamos discutir si se escribió un siglo antes o un siglo después de Jesucristo. Bástenos saber que los judíos cultivaron en todo tiempo la literatura cabalística, y aunque su historia date tan sólo de la época de la cautividad, todos los documentos literarios, desde el Pentateuco hasta el Talmud, se escribieron en lenguaje misterioso, constituyendo en realidad una serie de memorias simbólicas que los judíos habían recopilado de los santuarios caldeos y egipcios, pero adaptándolas a su historia nacional. Lo que nosotros afirmamos, y no negará ni el más obstinado cabalista, es que la sabiduría cabalista se transmitió oralmente durante muchísimos siglos hasta los últimos Tanaim precristianos; y que, aunque David y Salomón puede que hayan sido muy versados en ella, nadie se atrevió a escribir texto alguno hasta los días de Simeón ben Jochai.»
Este es el problema de las tradiciones de tipo esotérico: la transmisión. Por temor de que la parte escrita caiga en manos indebidas, se realiza de manera oral, y esa transmisión de manera oral hace que muchas veces se pierda la transmisión. En la actualidad, esto pasa siempre que el hombre le da extrema importancia a algo, por ejemplo en los secretos de física atómica actual. Cuando se llega a determinado límite, el hombre teme que eso sea conocido por los muchos y pueda ser usado para provocar desastres y entonces lo oculta. Hoy lo oculta mediante una clave de una máquina electrónica de interpretación, antes mediante una clave de colores; siempre lo oculta de alguna manera. Si por cualquier circunstancia, esa máquina o esa clave o esos planos o ese señor que memoriza algo, se pierde, muere, se destruye, perdemos esa fórmula, perdemos ese saber. Los científicos que pueden estar escuchándome saben perfectamente que se han perdido cualquier cantidad de descubrimientos científicos, en la química, en la química industrial, en la física, precisamente por eso. Un incendio en determinada entidad a veces destruye una fórmula de pintura que se había descubierto y que se había mantenido en secreto por temor a la competencia o por temor a que la patente no fuese debidamente interpretada, y se pierde para siempre. Así que este es el mismo fenómeno que ocurre en la parte esotérica.
Entonces, amigos, la magia en el hombre está en el conocimiento real de sí mismo, en la conquista de su ser, en la vivencia profunda; en conseguir que nuestro cuerpo no moleste, que nuestra psique no nos envuelva en ideas circulares materialistas que nos impidan ver y vivir más allá. Como hemos visto, las tradiciones de todos los pueblos vienen en nuestra ayuda. Es cierto que hemos perdido la clave de interpretación, pero también es cierto que esta clave existe y que por medio del estudio comparado de estas tradiciones y de las distintas culturas del pasado la podemos redescubrir cuando tenemos la capacidad de asimilarlas y obtener su síntesis.
De entre la Humanidad, en ciertas oportunidades, surgen seres que hacen reverdecer las hojas secas de la Historia, las hojas secas del saber tradicional. Hoy os he traído un perfume de la profunda obra que H.P. Blavatsky desarrolló a lo largo de toda su vida y, particularmente, nos hemos detenido en La Doctrina Secreta, donde hemos encontrado fuentes para podernos reconocer en ese estado de frescura que debemos mantener a lo largo de toda nuestra vida, para abrir las puertas de los enigmas, para abrir la puerta de los misterios, para redescubrir esa magia que transmuta el ser humano animal en ser humano divino.
Notas:
[1] Nombre dado al Intelsat I, satélite norteamericano lanzado al espacio en el mismo año que fue dada la presente conferencia.
[2] La Doctrina Secreta de H.P. Blavatsky.
[3] Tipo de remolino que se produce en los estrechos donde las corrientes marinas llegan violentas y de dirección variable. Son famosas las tradiciones en Noruega que hacen referencia a este fenómeno. Edgar A. Poe describe uno en forma de embudo que todo lo arrastra hacia su vórtice y lo engulle.
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