Ni sí ni no, sino todo lo contrario

Autor: Delia Steinberg Guzmán

publicado el 10-08-2025

No queremos añadir con estas palabras una dosis más de desconcierto al que ya desgraciadamente ataca a casi todo el mundo. Solo las empleamos para reflejar un estado de ánimo que gana paulatinamente a todo el que quiera formarse una idea de la vida actual recurriendo tan solo a los medios de comunicación o a los rumores que de estos medios se derivan.

Hay días en que uno se levanta y la lectura de un periódico ya es suficiente para entrar en esa crisis del “ni sí ni no, sino todo lo contrario”. Surgen deseos de escapar o de alejar la conciencia por un momento de lo que se lee, intentando verlo “desde fuera”, con otra perspectiva, descontaminada de todo lo que se nos va prendiendo a diario, sin casi darnos cuenta.

Si de verdad pudiéramos convertirnos en espectadores desapasionados de todo lo que nos rodea y nos atrapa, comprobaríamos que lo que predomina en la mayoría de la gente es desconcierto, confusión, desasosiego, no saber hacia dónde ni cómo ir…, aunque cada cual expresa esos estados interiores de formas bien diferentes. Algunos se escudan en la autosuficiencia que les proporciona el saber que, en alguna medida, manejan y crean (vaya a saber por qué razones) el mencionado desconcierto. Otros se protegen detrás de la indiferencia, intentando seguir con un ritmo establecido de vida, ya que alterarlo, por malo que sea, crearía todavía un mayor desconcierto. Otros ni se dan cuenta de que pase nada, bien porque no se enteran de lo que pasa o porque han perdido toda capacidad de análisis. Otros prefieren callar antes que ser señalados como locos o endemoniados. Y otros somatizan su desconcierto inconsciente en mil formas de dolores, insomnios, úlceras, indigestiones, abulias o depresiones.desconcierto

Nos gustaría disponer de aquellos yelmos mágicos que aparecen en las antiguas leyendas y volvernos invisibles para mirar todo sin que nadie nos molestase, o disponer de un brebaje milagroso que nos ayudara a quitarnos las vendas psicológicas que nos cubren los ojos.

Hay escasos momentos en que, sin brebaje y sin yelmo, lo logramos, pero son instantes escasos. Tal vez, en mi caso, pueda utilizar uno de esos momentos para dejar algunas líneas escritas sobre ese mareo de opiniones que tanto daño hacen.

Curiosamente, en el atípico “confesionario” de un taxi, al amparo de la incógnita del taxista y de uno mismo, ambos sin nombre ni apellido y con una relación circunstancial de unos minutos, uno se encuentra con gente que expresa lo que queremos decir aquí. Con palabras sencillas pero contundentes. Con un sentido común apabullante. Pero están atados al asiento de su coche y tienen que seguir conduciendo porque el desconcierto no es suficiente para ganarse la vida.

Y ahora vayamos al grano.

Sin orden de preferencia, iremos exponiendo algunos de los puntos que producen nuestra creciente perplejidad. ¿Bibliografía? La más accesible de todas: un par de periódicos de dos días seguidos, lo que recordamos de algunos informativos radiales o televisivos de no más de una semana y algún que otro comentario callejero.

Los niños

Los niños, ¿lo son realmente? Es difícil saber cómo tratarlos, sobre todo a medida que pasan de los cinco o seis años. Dicen que los de ahora son más inteligentes que los de antes y que por eso gustan de otras cosas y les preocupan otras cuestiones. Es posible. Pero eso no quita que, junto a los más “evolucionados”, siga habiendo niños muertos de hambre sin posibilidad de mejorar un ápice su amarga condición de vida, ni siquiera de aprender a leer como para saber que tienen más inteligencia que hace un siglo… Nada de eso evita que la violencia también haga estragos en esta edad y que aparezcan peligrosos asesinos con diez u once años, inspirados en lo que sea que hayan visto y oído; peor todavía… Eso no nos salva de que los niños –los que pueden expresar su superioridad– se vuelvan más caprichosos, desobedientes, inabordables; pero, claro, son libres…

Al mismo tiempo, aumenta la cifra de niños sometidos a malos tratos por sus padres, sus familiares, o vejados por sus propios maestros y profesores. Leemos por ahí: “El tráfico de niños genera un negocio millonario en Centroamérica”. Se refiere a las redes montadas para facilitar adopciones rápidas, sin trámites burocráticos, más que el pago por conseguir una criatura en alguno de esos países donde ni siquiera existen registros de los que nacen y los que mueren. Parece que eso no está bien porque hay quienes se enriquecen ilícitamente con ello; pero si esos niños no son adoptados, terminarán rematados para aprovechar sus órganos (otro buen negocio) o no tendrán más remedio que prostituirse o convertirse en delincuentes para sobrevivir.

Si además de lo mencionado pretendemos adentrarnos en los programas de estudios que se preparan “cuidadosamente” aquí y allá, seguiremos sin saber qué se pretende del niño: si convertirlo en un robot memorizante o dejarlo a su arbitrio, porque forzarlos a estudiar puede crearles traumas.

¿Qué hacer? ¿Tratarlos como a mayores o como a niños? Y después de todo, ¿qué es un niño? Creo saberlo: ni niño ni adulto, sino todo lo contrario.

Adolescentes y jóvenes

Los adolescentes se enfrentan a un doble problema: por un lado están abriéndose a la vida con todas sus complicaciones y por otro, al carecer de una guía apropiada, se ven compulsados a “probar de todo”. Hoy, el que no fuma, no se acerca un poco a la droga, no se infla de alcoholes mal combinados o no escarcea con el sexo, es un “retardado”. Claro está que al mismo tiempo, tienen que sacar unos estudios adelante para “ser alguien el día de mañana”. Y no saben estudiar, no pueden concentrarse, no suelen amar lo que aprenden y, salvo excepciones, no encuentran profesores que les despierten el alma.

Me ha llamado la atención una estadística, correcta o no, que asegura que el 45% de los adolescentes españoles cree estar fracasando en sus estudios. No tienen confianza en sí mismos. No ven nada claro el futuro. Las decepciones y la pérdida de autoestima nacen desde bien temprano. Por otro lado, en el mismo periódico –puede ser que el mismo día o pocos días después– se apunta que esos adolescentes se vuelven locos por un nuevo estilo de “comic” japonés en el que predominan las emociones relacionadas con el sexo y la violencia…

No hablemos de la desesperación del joven que, habiendo estudiado, quiere encontrar un trabajo acorde a su preparación. O del que quiere costear sus estudios trabajando. Si no hay trabajo para los mayores, si el paro es un azote mundial, ¿cómo habrá lugar para los jóvenes sin experiencia? Ahora se intentan soluciones tales como empleos para jóvenes con bajos sueldos mientras aprenden, motivo de sobra para despedir a los más adultos que tienen que cobrar mucho más por años y méritos. Resultado: nadie se queda contento. Y la prueba la están dando las repetidas revueltas callejeras, cortes de carreteras, de vías férreas, en que unos y otros, adultos y jóvenes protestan por una situación que no tiene remedio inmediato para unos problemas que, en cambio, sí son del aquí y del ahora.

Sin ir más lejos, el arzobispo francés de Lyon, ha dicho: “¿Qué es lo que nosotros, los adultos, proponemos a las nuevas generaciones?… Temo, personalmente, que todo esto lleve a la juventud a la frustración y la desesperanza. Somos nosotros, los adultos, los que corremos el riesgo de desesperar a la juventud”.

Por una parte, muchos jóvenes se confiesan a gusto en sus hogares y prefieren vivir bien junto a sus padres ya que, de otra manera, no tendrían cómo pagarse su libertad. Otros, en cambio, se largan de sus casas sin medir las consecuencias y pasan varios años de un sitio a otro, malviviendo, añorando algo mejor o despreciando, sin pensarlo mucho, el valor de la familia.

Por eso no es de extrañar que fracasen tantas parejas y que la tiranía de la moda imponga compartir hoy con uno, mañana con otro, un destino que en verdad no apunta hacia el futuro. El placer del cambio trata de sustituir la olvidada felicidad de un amor compartido y duradero.

Los varones ven con horror la época en que se les aproxima el servicio militar. La comúnmente denominada “mili” es el monstruo que, o bien interrumpe carreras, o se presenta como una auténtica pérdida de tiempo o una tiranía dentro de un sistema altamente jerarquizado y organizado como el militar. Claro que ya nadie puede hablar de nación ni de patria, porque las palabras son “carcas” y porque esos conceptos están en estado de coma. Siendo así, ¿quién y por qué va a querer hacer la “mili”? Mejor y más revolucionario es presentarse como “insumiso”.

¡Pobres jóvenes y adolescentes! ¿Qué hacer ante tamaño conjunto de incongruencias? ¿En quién confiar, o en qué confiar? Creo saberlo: ni en unos ni en otros, sino todo lo contrario.

Adultos y ancianos

Resulta extraño saber que los adultos son los encargados de dirigir con sabiduría el camino de los jóvenes, pero que los mismos adultos no saben cómo conducir sus propias vidas. Salvo los cada vez más escasos que tienen resueltos sus conflictos económicos, cumplir años se va convirtiendo en una maldición: nadie quiere dar un nuevo trabajo al que ya tiene una cierta edad y una familia conformada a la que sustentar, y nadie gusta de la madurez o vejez en ninguno de sus aspectos.

Aunque se promocione la “belleza de la arruga” (debe ser en las telas tan solo), la gente busca todo tipo de artilugios para borrar las arrugas de sus rostros y cuerpos. La aparición de unas “patas de gallo” es más terrible que la presencia de un fantasma tenebroso.

La regla de la perfección es ser joven, ser bello, tener dinero y… después ya veremos qué se hace.

Por eso, hay que conservarse en buen estado, hay que adelgazar, hay que recurrir a los nuevos productos maravillosos que lo harán todo mientras uno duerme, sin que haga falta utilizar ni una gota de voluntad y perseverancia para conseguir lo que se desea.

Mientras tanto, hay sitios en el mundo donde una persona de catorce años parece tener más de cincuenta y no tiene siquiera la posibilidad de medir sus arrugas; en cuanto a adelgazar, es evidente que no le hace falta.

De los ancianos, mejor no hablar. Insistimos en no mencionar las excepciones, pero la mayoría de ellos se debate entre la falta de interés y cariño de su familia y la espera interminable para conseguir un sitio en algún asilo o residencia en los que, de todos modos, detestan estar… A algunos les quedan sus recuerdos, otros mueren mucho antes de haber muerto. Un viejo es algo detestable, inservible, no habría que permitir que se muestren en la calle… Mejor abandonarlos, como a los perros, aunque ahora se alcen voces recordando que quienes aman a los perros y animales en general, son personas cultas. Y supongo que quienes aman a los ancianos, también…

Trabajar la mayor parte de la vida, hacer esfuerzos por ahorrar algún dinero que luego resulta no valer nada, apegarse a los hijos, a los nietos para luego sentirse solo, mirar hacia el futuro y no ver nada salvo un vacío peligroso con el rostro de la muerte: ¿cómo interpretar este panorama? Como que vivir no es bueno ni malo, sino todo lo contrario.

La sociedad

Se entiende por sociedad un grupo humano que convive en base a finalidades comunes. Mejor no buscar esas finalidades, ni tampoco la convivencia.

Lo único claro que se vislumbra es un enfrentamiento de todos contra todos, se le dé el nombre que se le dé. Es cierto que se esgrimen denominaciones rimbombantes como racismo, xenofobia, luchas étnicas, antisemitismo, fascismo, fundamentalismo, nacionalismo… ¡Cuántas palabras tantas veces utilizadas por todos los medios de comunicación y qué pobres ante la cruda realidad de todos los días! Claro que todo eso existe, pero también existen hilos disimulados que transforman a los seres humanos en marionetas sin voluntad, obligándolos a gritar hoy a favor de una idea para revolverlos mañana contra lo mismo que elogiaban. ¿Quién mueve esos hilos y para qué? Son muy pocos los que piensan de verdad y menos todavía los que se atreven a expresar de viva voz lo que piensan: por lo visto, todavía sigue existiendo la pena de muerte por pensar o, mejor dicho, por no pensar como aparentemente lo hacen las mayorías.

Mientras se celebra el Día Mundial del Racismo (¿a favor o en contra?), diariamente se producen reyertas y muertes por motivos raciales a los que se suelen sumar los religiosos. La intolerancia está a la orden del día y cada cual cree tener razón. Así será muy difícil lograr una convivencia que dure más de cuatro días…

Mientras se elogian las conquistas de nuestro siglo, entre ellas, la libertad del voto, resulta que en unas votaciones universitarias sólo acude el 5% de los estudiantes; pero al mismo tiempo en Sudáfrica mueren veintiún presos en un incendio mientras protestan reclamando su derecho al voto.

Mientras se pregona la libertad de creencias y el respeto por todas ellas, estamos cansados de ver el creciente número de muertos por esa misma razón. Se mata en las calles, en los templos (que deberían ser sagrados, ¿o no?), en las casas particulares, durante viajes de turismo, en las escuelas, supermercados y en medio de mítines políticos.

¿Dónde y cómo buscar refugio y seguridad? Precisamente un periódico reciente confirmaba la poca confianza que tienen muchos españoles en el poder judicial o, mejor dicho, en los jueces. Y es natural si hay que enfrentar noticias que reflejan la corrupción de algunos jueces, los mismos en los que habría que confiar; o los malos tratos de policías que teóricamente serían los que tienen que defendernos. Claro que… es tan fácil manipular noticias y dejarnos a todos sin saber nada de nada mientras creemos que lo sabemos todo…

¿Existe la corrupción en la medida en que se nos presenta, o es un arma más para descalificar a los opositores en uno u otro terreno? ¿Existen esos malos tratos tan extendidos como se pintan, o es una forma de proteger a los delincuentes, cuando la delincuencia ha alcanzado las más altas esferas?

Se supone que la democracia nos ha dado a todos la posibilidad de pensar como queremos y elegir los partidos o las personas que más adecuados nos parecen. Pues no. Porque al primero –partido o persona– que se desmarque de los límites establecidos por la democracia, se le tacha de fascista y a otra cosa. Por lo visto, acaba de aparecer un tercer tipo de fascismo (me queda por investigar un poco más sobre las otras dos formas): es el que propugna el poder económico, el que ejercen los millonarios que pretenden entrar en el juego político. ¿Y es que acaso el poder económico no ha tenido siempre un papel fundamental en la política, aunque se haya maquillado con otros colores? ¿Es necesario llamarlo fascismo y crear una nueva fuente de confusión? Y al que no se le puede aplicar algún adjetivo de moda, se le quita de en medio con un par de disparos; más fácil, echarle agua…

Para escapar de tanta alienación cotidiana, quedan algunos medios no del todo sanos: la droga, la “telebasura”, los “party line”, las discusiones inacabables sobre eutanasia sí o no. Mientras los laboratorios farmacéuticos libran sus propias batallitas quitando o agregando medicamentos para el consumo, sin que la pobre gente sepa a qué atenerse, otros claman a los tribunales para que les dejen morir dignamente cuando ya no les queda otro destino que una muerte segura y denigrante. Mientras algunos enfermos luchan denodadamente por curarse y vivir, otros matan docenas y docenas de inocentes que no tuvieron ni siquiera la posibilidad de emplear su voluntad de vivir. Porque resulta que la droga es buena o mala según quien la maneja…

La cultura es algo fuera de uso. ¿Para qué sirve en este mundo competitivo y cruel? Por eso surgen palabras nuevas, como la “telebasura”, para satisfacer al “público-basura” que venimos a ser nosotros, condenados a no tener otra opción o a olvidarnos de esos maravillosos aparatos llamados televisores que tanto atrajeron en el momento de su aparición.

Nos convencieron de que la informática iba a agilizar muchos procesos y todo iría más rápido y mejor. Pero los ordenadores son manejados por seres humanos y también se equivocan y mucho… si es que ya no empiezan a tener una inteligencia individual. ¿No es raro mantener un diálogo con un contestador automático telefónico o discutir con un ordenador que solo sabe dar la misma respuesta mientras no se le cambie el programa?

Nos queda también, el espectáculo frecuente de los gobiernos y sus representantes que ahora llenan las páginas de las revistas rosas con sus devaneos y escándalos, con sus mutuas acusaciones. Nos quedan los políticos que prometen con la misma ligereza de los adolescentes que creen estar enamorados, y al cabo del tiempo solo nos ofrecen sus rencillas domésticas, sus fracasos y sus manipulaciones.

Por suerte, tras una reciente encuesta realizada en ocho países de Europa y Norteamérica, se llegó a la conclusión de que “la Prensa es el perro guardián contra el poder”. Menos mal. ¿Y de la Prensa, quién nos protege? Ya lo sé: ni todos ni nadie, sino todo lo contrario.

Todo lo anterior puede parecer dramáticamente pesimista, pero no lo es. Es una mera queja, dolorosa queja, en son de broma, a falta de otra cosa. Me consuelo leyendo una entrevista a Leszek Kolakouwski (catedrático de Filosofía en la Universidad de Chicago), en la que afirma que no estamos tan “en el aire” como parece, ni que es tan bueno sentirse liberado de todo contexto y compromiso, según qué contextos y compromisos. Dice, pues, que: “Ser totalmente libre de la herencia religiosa o de la tradición histórica es situarse a uno mismo en un vacío y desintegrarse”. Y también que: “La indiferencia es la forma principal de tolerancia en Occidente. A menudo, nuestra actitud tolerante es poco más que falta de interés o incredulidad”.

Y bien, algo nos queda, pues. Una tradición histórica, una herencia religiosa o espiritual, que equivale a decir cultura. Nos queda sacudirnos la indiferencia y la incredulidad, cambiándolas por una postura más activa y comprometida. Si queremos salir de este laberinto de contradicciones, no hay más remedio que moverse, interesarse, jugarse, intervenir, aprender a pensar, a decidir, que es un poco volverse filósofos. De lo contrario, no seremos ni poco ni mucho, sino todo lo contrario.

 

Créditos de las imágenes: Denys Nevozhai

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Referencias del artículo

Publicado en la revista Nueva Acrópolis número 225, en abril de 1994.

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