1492: el latido de América

Autor: Jorge Ángel Livraga

publicado el 05-12-2024

A veces, cuando uno profundiza en la Historia, parece como si hubiese un gran director de orquesta marcando la entrada de un instrumento o de una voz. No pensamos que los acontecimientos históricos sean casuales, sino que todo obedece a un ritmo secreto, profundo, que existe en las cosas.

Más que de un descubrimiento de América, yo hablaría de una integración de América a la imagen del mundo. Porque es muy probable que el conocimiento del continente americano haya existido mucho antes de la época de Colón. Incluso las naves utilizadas no eran superiores a lo que pudieron ser las naves romanas que llevaban trigo desde Egipto hasta Roma. No había una verdadera superioridad.

Cristóbal Colón

Alguien que conozca el tema pensará que las naves antiguas tenían dos timones de popa y no uno. Eso no es ventaja ni desventaja; una nave se puede gobernar igual con timones laterales o con un timón de popa. Este aparece también en algunos grabados de pequeñas naves en Pompeya y Herculano. Entre los etruscos vemos grandes veleros de tres palos que tienen un timón de popa, o sea, que las antiguas naves bien pudieron haber cruzado el mar.

No olvidemos que, además de la tradición que Platón recoge de los egipcios sobre la existencia de la Atlántida, había otra tradición sobre un continente que estaba más allá de las columnas de Hércules, una tierra que, con seguridad, los vikingos habían visitado entre los siglos X y XII. A través del arco de Terranova, los vikingos visitaron muy probablemente esta parte de América del Norte y tal vez, incluso, hasta América del Sur. Hasta el siglo pasado se conservaban –desgraciadamente, en los países del Tercer Mundo los elementos arqueológicos se pierden con facilidad– unas piedras en Brasil grabadas en púnico –fenicio terminal– con una pequeña leyenda que afirmaba que un marino que había estado navegando en las costas de África, a causa de una gran tormenta, había sido separado del resto de barcos y había llegado a un lugar al cual había llamado “el país de las montañas azules”. La piedra desapareció, pero quedaron las fotografías de las inscripciones.

En las fuentes del río Paraná, a la altura de la ciudad de Asunción, se encontraron pequeñas monedas fenicias, y en los años treinta del siglo XX todo el mundo aseguraba que los fenicios habían llegado a América, hasta que se supo que un jesuita muy aficionado a la numismática había llevado a América gran cantidad de monedas antiguas (romanas, púnicas y griegas).

Hay ciclos para encontrar y perder las cosas. En el mundo clásico había un concepto universalista que podemos ver a través de la representación de Urania cuando sostiene en la mano una esfera; también podemos apreciarlo en Los Soliloquios de Marco Aurelio, cuando nos dice que él es el emperador de Roma, mas, ¿qué es el Imperio romano? Algo muy pequeño, una mota de polvo en medio de un gran universo donde hay muchas motas de polvo. Y se pregunta: ¿cómo puedo sentir vanidad por gobernar estas cosas?

En todos los descubrimientos y grandes cambios históricos debemos ver no solo el esfuerzo de los hombres, su coraje, su valor; también debemos ver la misteriosa mano de Dios, lo que los antiguos llamaban los dáctilos[1], los dedos de Dios, que van interpretando, como en una sinfonía, sobre el gran teclado de la Historia, una música secreta que nosotros seguimos a través de los siglos, aunque sea inconscientemente. Los pueblos van siguiendo estas músicas, de tal manera que a veces avanzan, a veces retroceden, como en una vieja danza.

Durante todo lo que llamamos Edad Media, desde que cayó el Imperio romano, germinará un concepto más antropológico, más centrado en el hombre que en el cosmos, marcado por creencias religiosas que van a canalizar ese sentimiento antropológico para fijar al hombre dentro de una dimensión humana, tal vez falsa, pero cómoda. A veces, el peligro de conocer demasiado, más allá de lo que podemos realmente asimilar, nos transmite una especie de vértigo. Si estamos concentrados en la inmensidad del cosmos y en todas las estrellas y los raudos cometas que cruzan, podemos olvidarnos de ser fraternales en nuestra propia vida. Existe el peligro de una evasión hacia fuera, de una pérdida de identidad. Esa identidad se refuerza en la Edad Media, claro que con la pérdida del conocimiento del universo. El hombre deja de ser universal.

Va a ser con la caída de Constantinopla, cuando termina la Edad Media (otros dicen que con el descubrimiento de América) cuando va a recobrarse ese sentido de inmensidad, con una pequeña posposición de la parte más íntima del hombre.

Todo esto está ligado a un engranaje verdaderamente minúsculo: un grano de mostaza. Porque los hombres de esta época creían que sin las especias no podían digerir los alimentos. Pensaban realmente que no se podía comer sin especiar, y además no tenían frigoríficos. Las especias servían para mantener la frescura de los alimentos. Vino una verdadera desesperación en la búsqueda de las especias, puesto que al caer Constantinopla se había cortado la ruta y había que ir a buscarlas. Los portugueses lo hicieron en el sur de India y en África; otros tomaron otros rumbos. Uno de ellos fue ese personaje tan extraño del cual hasta el nombre es sospechoso: Cristóbal Colón, que, según los especialistas, es un apodo. Derivaría de Cristóforos Colombus, o sea, “la paloma que porta a Cristo”. Es probable que haya tenido algunas referencias místicas muy especiales, puesto que aparecen conexiones con los últimos restos de los templarios, que radicaban en los alrededores de la universidad de Coimbra. Hacía dos siglos que los templarios habían desaparecido, pero habían dejado bibliotecas, enseñanzas y, probablemente, rutas desconocidas que cruzaban el océano Atlántico. Estas rutas fueron aprovechadas para llegar al otro continente.

Las tres naves, la Santa María, la Pinta y la Niña, en verdad no eran tres carabelas, sino dos carabelas y una carraca. La carabela era una nave muy pequeña, de origen pescador. Eran bastante maniobrables. La carraca no tanto; era parecida a la coca, una nave pesada. Colón se dirige a las Islas Canarias para cambiarles el velamen, puesto que el normal, el llamado latino, no sirve para las grandes travesías oceánicas. A veces nos preguntamos no tanto cómo llegaron, sino cómo pudieron regresar. Yo he visitado el Museo de Las Palmas de Gran Canaria[2] y los instrumentos de navegación son verdaderamente muy rústicos y bastos.

Cualquiera que haya manejado un barco sabe que educir con tanta precisión el lugar donde iban a llegar no es fácil. Parece que Colón hubiese contado con elementos cartográficos y de ruta que los demás no tenían. Su contacto con América –él no sabe que es América, cree que ha llegado a la India– crea resonancias enormes dentro del continente europeo. No solamente por los elementos geográficos y meramente humanos, sino por ese ritmo oculto de las cosas que va a despertar al continente europeo con lo que los italianos llaman el Cinquecento. Ese continente no va a llevar el nombre del que lo descubrió, sino el de un cartógrafo –Américo Vespucio[3]–. Colón va a llevar su nombre a Colombia, mas por una de esas paradojas del destino, el nombre de Colombia lo debemos a Simón Bolívar y no a ningún antiguo navegante español.

Se crearon vivos conflictos con las religiones. Se pensó que los pueblos de América, de alguna manera, correspondían a tribus de Israel que hubiesen salido hacía mucho tiempo. No se tuvo una percepción inmediata de la importancia que podía tener este hecho más allá de haber conquistado un mundo. En América existían pueblos muy avanzados en muchos sentidos.

Desgraciadamente, el fanatismo acompañó a esos personajes, en otros muchos sentidos heroicos. ¿Cómo hacían para caminar con sus armaduras, sus hierros, para llegar a la boca del Amazonas, del Orinoco, sin los elementos básicos que hoy podemos tener nosotros? Es evidente que tenían un valor y una fuerza que hoy desconocemos. Cuando Pizarro dice en Perú que el que quiera ser rico y tener oro márchese al norte, y el que quiera simplemente la aventura, venga con nos, vamos a conquistar el mundo, habla a una docena de hombres, nada más. Los historiadores lo explican por la posesión de las armas de fuego, pero las que ellos tenían no eran precisamente las que hoy conocemos; eran armas con gran efecto psicológico, pero el efecto físico prácticamente era escaso. Los grandes arcabuces que habían de plantar en el suelo con una horqueta, para poner encima el mosquetón y luego acercar una mecha para que pudiese encender y disparar, suponían una operación verdaderamente lenta. Lo que tal vez impresionó más a los americanos fueron los caballos, porque les parecieron una especie de seres mitológicos. Yo he encontrado en un túmulo olmeca en Guatemala una representación de un caballero a caballo, unidos como si fuesen un centauro, en plomo, procedente del siglo XVI.

Aquellos pueblos no se comprendieron. Se encontraron, como siempre, con esta maldición que tenemos los hombres. Dos mundos paralelos, con creencias diferentes, con arquitecturas diferentes, con formas de pensar y de sentir diferentes. Podemos condenar las masacres que se dieron en aquella América primitiva; podemos también cantar los grandes logros de aquellos conquistadores. Pero quisiera que fuéramos conscientes de esa ignorancia que nos lleva al enfrentamiento perpetuo. Siempre aceptamos lo que conocemos previamente. Si no, lo rechazamos y, si podemos, lo destruimos.

De ahí la lamentable pérdida de la biblioteca de Tenochtitlán, Méjico, donde se guardaban pieles de animales prehistóricos (algunas sobrevivieron casi hasta la llegada de los españoles, sobre todo en la Patagonia). Algunas de estas especies habían sido aprovechadas en sus pieles para escribir textos, libros hoy perdidos. Por ejemplo, el libro de Chilam Balam, que trata sobre astronomía, astrología y augurios, es una recopilación tardía, pero extraordinaria, que entre otras cosas contiene en uno de sus capítulos una especie de profecía. Afirma que un día llegarían unos hombres desde Oriente en grandes naves de madera, con signos cruciformes rojos en las velas. Esto fue escrito siglos antes de que las naves de Colón se acercasen a las costas de América. O sea, que estos hombres habían desarrollado no solo las ciencias y las artes, sino también lo que hoy llamamos Parapsicología, el estudio de cosas que no son tan evidentes.

Tal vez no sea de público conocimiento que en aquel tiempo el zoológico que existía en Méjico, Tenochtitlán, era el mejor del mundo. Y sus cálculos astronómicos eran superiores también a los de Europa. Si descendemos hacia el sur nos encontramos con antiguas culturas esplendorosas, como la inca, que a su vez no era más que el final de lo que fueron grandes culturas, como la mochica, la chimú, la de los valles transversales de la cordillera de los Andes, la Paramonga… lugares donde existían artesanos, astrónomos, filósofos. En cierta ocasión, el rey o cacique inca Pachacutec tenía que elegir entre dos hombres para el cargo de gobernador de una de sus provincias. Les reunió y les dijo: “Yo ahora voy a poner un dios en mi mano. Aquel que le vea, que me dé sus colores, que me lo pueda describir, ese será gobernador”. Entonces extendió la mano y uno de los señores dijo: “Hijo del Sol, yo no veo nada”. Y el otro dijo: “Evidentemente, no has nacido para gobernador, porque lo que tiene en la mano muestra…”, y empezó a describir una forma de Viracocha, basada en el descenso de los antiguos huaris. Entonces Pachacutec elige al primero, pues para gobernar hacen falta hombres que no ven fantasías, sino cosas reales. Otra anécdota que se cuenta sobre él es que, yendo en su silla de mano, se va a encontrar con una especie de lobo, un aguará guazú, que estaba en la orilla del camino. La guardia saca sus lanzas y él los detiene y les dice que este aguará es como los pueblos. Cuando son maltratados por tiranos, castigados injustamente, la mano que les viene a salvar y a rescatar es mordida, porque creen que es la mano de un nuevo tirano. Mas si lo acarician –y empezó a acariciarlo–, si no le tienen miedo, entonces se amansan los pueblos. Y se dice que el aguará quedó entre sus pies mansamente.

Estas viejas crónicas fueron recogidas tardíamente. Aún hoy podemos ver cómo en el mundo reaparecen el racismo y las divisiones entre los hombres. Somos tan débiles que empezamos a combatir antes de dialogar.

La grandeza de España estuvo en haber podido llegar a esas tierras, pasando tantas dificultades, prácticamente por nada, porque la leyenda de que España se enriqueció a través de los tesoros de América es falsa. Carlos V siempre tenía deudas, y su propio hijo siguió teniéndolas torturado por los prestamistas.

Un hombre ejemplar e ilustre como Pedro de Gante escribió un pequeño libro[4] donde trataba de enseñar el Evangelio, pero no a través de hogueras o torturas, sino de una manera muy simple. Este pequeño libro, rescatado el siglo pasado, está hoy en la Biblioteca Nacional de Madrid. A través de signos jeroglíficos trataba de enseñar la nueva religión. Desgraciadamente, él fue una excepción.

El fundamento del choque cultural estribaba en pensar que aquello que no estaba en nuestra religión tenía que ser malo. Para nosotros las formas americanas nos son extrañas, pues somos europeos, pero una forma romana o griega nos resulta agradable. Nos sería grato despertarnos viendo a la Venus de Milo, pero no tanto si viésemos a Ollin Tonatiuh, con sus caprichosas formas y dientes. A nosotros nos asusta y a ellos les pareció obra del demonio. Eran simples expresiones diferentes de una misma mística, de una misma búsqueda que había llegado en la religión y el arte precolombinos a una estilización muy marcada. Todavía hoy no sabemos qué representa la puerta de Tiahuanaco, con todos sus emblemas. Sabemos que en su centro se halla el dios Viracocha, pero los seres alados con una rodilla en tierra como agazapados… no lo sabemos bien. Hay quien afirma que el pórtico completo es un calendario, como el circular de Méjico, y que esta puerta no era exterior, sino que había todo un palacio al costado, y fue volado con barriles de pólvora porque se pensaba que en su interior se albergaban grandes tesoros.

Así fue destruido otro gran templo en Pumapuncu[5], del cual solo queda la explanada, y es impresionante. Yo he pasado la mano por la superficie de las losas de granito negro, y es como deslizarla por encima de una loza o de un cristal. Son obras de hombres muy anteriores a los que encontraron en la conquista. El mismo Tiahuanaco era un puerto sobre el lago Titicaca (hoy está a casi 50 Km. del lago). Ese puerto, según calculamos la disminución del agua, tuvo que haber dejado de ser operativo hace unos once mil años.

No somos plenamente conscientes del gran fenómeno que representó la colonización de América. Hoy unos 350 millones de personas hablan español. Aquel que haya viajado sabe cuánta importancia tiene el lenguaje. En ese sentido los elementos hispánicos lograron algo muy importante, formar un mundo cultural, con una sola lengua.

Yo me pregunto no solo cómo pudimos llegar allí, sino cómo pudimos abandonarlos en medio de una guerra civil, que otra cosa no fue la independencia. Una guerra civil de diversas facciones, ante la aparición de ese gran monstruo histórico que fue Napoleón. Este fue como una inmensa hacha que dio un golpe que partió la Historia en dos, para bien y para mal. Y eso repercutió en las entrañas de España, que se había dejado acorralar, empequeñecer, manteniendo costumbres anquilosadas, con una especie de deseo inconsciente de quedarse atrás, y manipulada por muchos intereses, religiosos y de otros tipos. Así se fueron perdiendo aquellos lugares. Si habéis leído el diario de Simón Bolívar, sabréis que se pregunta: “¿Valdrá la pena después lo que estamos haciendo ahora?”. Y lo decía junto a su esposa, que era española (se había casado en Madrid).

La unión que existía entre esos pueblos y España fue realmente profunda, metafísica y ontológica, y la hemos dejado morir hasta el extremo. ¿Por qué no hemos conocido más lo que era y es América? ¿Por qué no hacemos un esfuerzo de unión y nos reencontramos, por lo menos aquellos que hablamos de la misma forma? No os horroricéis con los problemas de América Latina. Pensad que hace no tantos años también hubo una guerra civil aquí en España, donde todos sufrieron. Esa violencia también la hay hoy allá, en una inmensa guerra civil.

El problema básico es la falta de infraestructura: América es muy rica, pero no puede exportar lo que tiene, porque ha caído en manos de otras potencias, como rusos o estadounidenses, que les convencieron de que para abrir una mina hace falta una enorme maquinaria rotatoria que va entrando en los senos de la montaña, y que necesita repuestos, carburantes, electricidad, ingenieros. Hoy esa enorme maquinaria está en el puerto del Callao, en Perú, convertida en un montón de escombros. Si se hubiese empleado la mano, el pico y la pala como en la época de los incas, se hubiesen podido salvar muchas riquezas.

Argentina era llamada el granero del mundo. Yo he visto a niños rebuscar comida en los cubos de basura porque no tenían qué comer. En Uruguay he visto a hombres con escopetas disparar sobre automóviles que venían a cargar gasolina porque se había acabado en Argentina y en Brasil, y solo había en los lugares cercanos a Montevideo. Son elementos terribles y difíciles de superar. Pero los ciclos históricos prosiguen y debemos tener la esperanza de que más allá de todas estas luchas volveremos alguna vez a reencontrarnos.

Yo no reniego de la vocación europea: España fue siempre no solo parte, sino alma y corazón de Europa, incluso dio varios césares al Imperio Romano. No podemos dejar de pensar en España como parte de Europa, pero tenemos que entender que España derramó su sangre, sus lágrimas y sus conocimientos, y también sus ignorancias y brutalidades cuando se masacraba a un sacerdote maya o a alguien que no pensaba como piensan los cristianos. Pero lo dio todo, bueno y malo a la vez. Y todavía queda el aroma, todavía hay millones de hombres y mujeres que os saludarían en español, y a veces en un español sorprendentemente bueno, profundo, y todavía existe esa corriente subterránea, oculta, que podemos volver a captar, a sentir.

No hay ninguna razón histórica para que España tenga que ser una especie de vagón de cola de la Comunidad Europea. Por el contrario, puede llegar a ser cabeza de algo muy grande. Existen grandes tesoros no solamente físicos: tesoros de amor y de concordia en todos esos pueblos. Yo quería traeros esa imagen de aquellos que siempre sueñan con España y hablan español. La esencia profundamente española cala muy hondo. Gentes de Perú, de Colombia, de Méjico, hablan del Cid Campeador con un sentimiento tan profundo… y en toda casa de América Latina hay un libro que se llama Don Quijote de la Mancha. ¿Dónde está el Quijote en España, por qué ha dejado de cabalgar? Tenemos que hacer que vuelva a cabalgar entre nosotros, que no solo Sancho juegue con su redondo queso manchego; que el Quijote juegue con su redonda luna, buscando lo inalcanzable, lo primordial, lo maravilloso de un Ideal.

 

NOTAS:

[1] Del griego “dáktylos”: dedo.

[2] Nota del editor: se refiere al museo Casa de Colón, cuyas salas abarcan entre otras cosas el paso de Colón por la isla y la cartografía e instrumentos de navegación de la época.

[3] En italiano: Amerigo Vespucci

[4] Catecismo en pictogramas atribuido a fray Pedro de Gante para la explicación de la doctrina cristiana a los indios mucaguas.

[5] Es parte del complejo monumental de Tiahuanaco cercano al poblado de Tiwanaku en el Departamento de La Paz, Bolivia. Se encuentra al suroeste del Templo de Kalasasaya. En aymara, su nombre significa, “La Puerta del Puma”.

Créditos de las imágenes: Vesle norske leksikon

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Referencias del artículo

Artículo publicado en la revista Cuadernos de Cultura, N.º 285, en octubre de 1999, como homenaje a un escrito que dejó en 1990, antes de su fallecimiento.

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