Empezamos por aclarar que el verdadero sentido etimológico e ideológico de la palabra “cortesía” nos viene de las antiguas “cortes”, lugares habitualmente usados por los filósofos, artistas, literatos, políticos, economistas, jueces, médicos y, en general, todos los profesionales y personas distinguidas a quienes correspondía tomar las consideraciones y decisiones en un Estado o Reino, en una –al decir de Platón– congregación de quienes, por sus talentos, saberes y habilidades, prestaban un servicio público a la sociedad; los que estaban encargados del Estado, palabra que en la latín se transformó en la “Res pública” (de la costa pública), de donde viene la palabra “república”.
En todas las antiguas culturas y civilizaciones que conocemos, aún parcialmente, existía una forma “cortés” de relaciones entre personas. En la llamada Edad Media de Occidente, lo cortés se configuró en círculos más cerrados de comunicación entre Damas y Caballeros y de estos entre sí, desde la formación como pajes hasta la culminación como caballeros.
Desgraciadamente, con el andar del tiempo, muchas de esas sanas y útiles tradiciones cayeron en desuso y aun en la degeneración, promoviendo costumbres falsas y mentirosas. Esta última imagen es la que nos ha llegado a nivel de comunicación masiva. Y hoy, sobre todo entre los medianamente jóvenes, los que sufrieron las deformaciones de la posguerra, la cortesía aparece como un sinónimo de falsedad y falta de autenticidad.
Los filósofos queremos rescatar y generar formas de cortesía que nos aparten de la animalidad estupidizante y del aburrimiento de lo meramente instintivo.
La cortesía es, a la vez, una forma de generosidad y de amor. Un reconocimiento de la fraternidad universal más allá de todas las diferencias de clases, etnias, sexos, nacionalidades, estados sociales y económicos. Es una manera humilde pero agradable de aplicar nuestro Primer Principio:
Reunir a los hombres y mujeres de todas las creencias, razas y condiciones sociales en torno a un ideal de fraternidad universal.
Así como cuando hacemos un regalo, por pobre que este sea, solemos recubrirlo de papeles y cintas de colores, de manera que antes de llegar al objeto en sí, el destinatario tenga la sensación de que hemos pensado cariñosamente en él y que nos preocupamos por expresarle nuestros sentimientos afectuosos y nuestros buenos deseos, toda palabra o acción debe estar prudentemente envuelta en nuestra capacidad de dar y amar.
No se es menos hombre o menos mujer por superar rusticidades. Son, por el contrario, el caballero o la dama más eficaces y agradables si ponen en todo lo que hacen una pizca de belleza, de amor y cortesía. Es cortés saludarnos con un apretón de manos, abrazo o beso según sea la circunstancia y los actores, y por “actor” debemos entender lo que el Emperador Augusto entendía: partícipes activos y eficaces de la vida… el que hace algo. El verdadero “actor”, según el teatro mistérico, es el que representa las cosas; el que las presenta de nuevo, pero ahora con una carga de interpretación humana que las mejora, embellece y ennoblece, de modo que todos puedan participar de alguna manera de ellas.
Deberíamos esforzarnos por dejar fuera todo gesto de ira y amargura, de odio o de rencor. Esta actitud, aunque comience por ser meramente externa, si se mantiene con fortaleza y perseverancia, llega a calar en lo más hondo y, como el payaso de los cuentos, de tanto sonreír y hacer reír, termina por contagiarse a sí mismo de su alegría y halla consuelo para las desventuras de la vida.
Hay muchas “ideologías” políticas y religiosas que han provocado genocidios y han hecho llorar a mucha gente. Demos nosotros lo contrario; demos alegría, paz, concordia, prosperidad. Un filósofo triste por banales circunstancias no es un verdadero filósofo, y menos aún, si lo demuestra y anda llorando sus penas a todas sus amistades, dando signos de flojera, impotencia espiritual y debilidad vampirizante.
Acostumbrémonos a dar antes que a pedir.
Evitemos juzgar a los demás a la escasa luz de nuestro aún naciente discernimiento, abundantemente deformado por nuestras pasiones. Seamos fuertes y verticales.
En el mundo ya hay demasiados mendigos… No seamos uno de ellos.
Y no me refiero tan solo al plano económico, sino al global. ¡Demos a manos llenas! Nuestra energía, nuestra bondad y buena voluntad para todos. Trabajemos mucho. Estudiemos, pensemos y oremos lo necesario… pero por encima de todas las cosas, rompamos nuestros moldes de egocentrismo, con Humildad de Corazón, que no es la del cuerpo y los harapos. Seamos corteses… Hagamos realmente y todos los días un Mundo Nuevo y Mejor… y habitemos en él.
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Conferencia dictada en Madrid, en Junio de 1990.
Créditos de las imágenes: Mikko Paananen
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