En medio del desconcierto general en que se vive últimamente, por fin se ha llegado a un acuerdo: todos coinciden en que existen problemas graves y que, en casi todos los órdenes de la existencia, la situación no puede prolongarse más.
Hasta aquí el acuerdo. El desacuerdo comienza cuando se trata de aplicar las soluciones. A las puertas de una nueva edad media, en donde el individualismo se impone como norma y ley, no es de extrañar que se propongan tantas soluciones como hombres hay que las propongan. Se sabe de muchas soluciones: unas que parecen mejores, otras peores, algunas inaplicables y otras tal vez posibles. Pero hay una ““solución” que también ha logrado poner de acuerdo a la gente, aunque solo sea para rechazarla unánimemente. Se trata de la solución que aporta la violencia.
Nosotros no somos políticos de profesión; apenas somos filósofos y creemos que todas las cosas que suceden tienen un porqué en su comienzo, y un hacia dónde en su finalidad. Como filósofos no encontramos ni el comienzo ni el fin de la violencia. No podemos aceptar que “los errores de tiempos pasados” son los que motivan la violencia del presente. Quien reconoce errores trabaja para modificarlos, se sacrifica en bien de los otros para lograr que no sufran más –si es que sufrieron antes–pero nunca aplicar la violencia destructiva de la muerte, la tortura, el desastre, la absoluta falta de piedad. Así no reaccionan ni los animales.
Tampoco podemos aceptar que con la violencia se consigan resultados potables para el futuro. No aceptamos el argumento del “somos buenos, pero nos vemos obligados a aplicar violencia para que nos oigan”. Quien se siente y se sabe bueno, tiene mil maneras de hacerse oír y entender, sin necesidad de tronchar vidas inocentes. De sembrar el terror y el odio por donde pase.
El terror no es un sistema; es el anti-sistema; y no aceptamos la vía que nos proponen a través de la negación de todo sistema. El terror no es una solución; es el fin de todas las soluciones; por lo tanto, no podemos aceptar esta pretendida solución que es el mayor de los males.
Quienes amamos la vida (y aun sabemos que toda vida termina con la muerte) queremos vivir en paz los años que nos tocan, y morir en paz, con la conciencia de haber realizado dignamente aquello que teníamos que realizar. Como seres humanos nacimos, y como tales queremos vivir y morir. No cabe vivir en el terror, ni terminar los días como pasto de explosivos que estallan a mansalva en cualquier punto de campos y ciudades.
La violencia es el cáncer degenerado de la fuerza. Seamos sanos, fuertes, y con la fuerza moral y física, quitemos la violencia del campo de nuestra historia para hallar soluciones reales a los reales problemas que nos aquejan. El primer problema por resolver, pues, es el de este veneno que ciega mentes y voluntades, que tapa ojos y corazones, impidiendo a los hombres recorrer el sendero de la Verdad y la Justicia.
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