Inmersos en las atracciones de los juegos de la Vida (los juegos de Maya), el Destino se nos presenta como una forma de azar, una suerte de ruleta o lotería, donde la casualidad es la que impone una mayor o menor dicha de los hombres.
Pero sí, como hasta ahora, intentamos descorrer levemente los velos de Maya para comprender el sentido de su juego, veremos que no hay tal casualidad sino, por el contrario, una notoria causalidad, un orden, una ley que determina todos los acontecimientos.
La casualidad no existe, aunque Maya aparente lo contrario; sólo hay ignorancia de la causalidad. El hecho de que nosotros, como humanos, no lleguemos a entender la finalidad del juego de Maya, el no comprender por qué hace lo que hace y se dirige hacia donde se dirige, no significa por fuerza que Maya se rija por la casualidad.
Negar el destino y someter todo el mundo al acaso es el peor síntoma de la ignorancia, de falta de observación consciente de la Naturaleza, y a esto podríamos aún sumar una pereza consciente e inconsciente para no tener que averiguar ninguno de los misterios que nos preocupan. ¿Hay misterios? Pues que sigan habiéndolos; con negarlos, el perezoso ha resuelto el problema.
El Destino es la ruta que señala la Ley de Evolución. Esta es una ruta ascendente de esfuerzo donde cada paso supone una superación. Pero así, tal cual las cosas, cruda y fríamente, nadie querría transitar esa ruta, nadie educiría la fuerza suficiente como para hacerlo.
Aquí es donde Maya interviene y adorna el camino con toda clase de artilugios, con mil y un artefactos que sirven para jugar y aun para cree que se puede crear dentro del sendero. Así también nadie advierte que el camino está sólidamente amurallado a sus costados, con gruesas paredes elásticas que devuelven al centro de la ruta a todo aquel que, en su inconsciencia, se aproxima peligrosamente a los bordes. Cada intento de salirse de la línea marcada, es un rebote de las elásticas murallas para indicar sólo hay una sola posibilidad de transitar.
Podremos andar más lentamente o más rápidamente; podremos detenernos en algún recodo del camino; podremos intentar acercarnos a sus costados amurallados; podremos caminar de pie o de rodillas, llorando o riendo, pero no podemos evitar el destino de los hombres. Aunque Maya trate de hacernos el trayecto lo más agradable posible.
¿Adónde conduce finalmente este Destino? ¿Cuál es el final de este juego? Aunque tengamos vagas intuiciones sobre ello, en verdad nada de cierto sabemos. Y si lo supiésemos, con la floja voluntad que poseemos, es muy probable que quisiésemos abandonar la carrera, perdiendo así la oportunidad de ser Hombres, de cumplir con nuestro Destino.
Creo que todos aceptaríamos el concepto del Destino con mayor docilidad, si no nos presentase tan graves problemas como lo hace.
En primer lugar, no sabemos dónde ha comenzado ese camino; no sabemos de dónde venimos. Tampoco sabemos hacia dónde se dirige el camino; no sabemos hacía dónde vamos. Presentimos una larga memoria del pasado en vagas experiencias que de pronto nos estallan en el Alma; presentimos asimismo un infinito futuro lleno de oportunidades… Pero aquí estamos nosotros en el medio, sin ninguna imagen clara, sin que nuestra mente alcance a definir nada de lo que nos sucede, ni siquiera el momento presente que vivimos; es decir que tampoco sabemos quiénes somos, ni por qué estamos aquí.
Esta es una señal de que caminamos dormidos, y que es una bendición el que el camino se halle parapetado, para que no nos salgamos de él. Nuestra vida es una pesadilla de inconsciencia, a la que se suman los velos y luces de artificio de Maya, la cual intenta por todos los medios mantenernos en el camino, al menos en el tramo que a Ella le corresponde dirigir.
Si lográsemos despertar, caminaríamos con más seguridad, y aunque no vislumbrásemos el final Absoluto del sendero, ahora el juego tendría otra modalidad. Se trataría de alcanzar el trozo siguiente de la ruta, como si éste fuese el final; una vez llegados allí nos proponemos otro trozo de el camino y así sucesivamente hasta completar el total, guiados por hiatos si no definitivos, por los mas útiles.
Si sabemos que estamos dormidos, si sabemos que Maya juega con nosotros mientras transitamos por la vía del Destino, ¿cómo saber si transitamos bien, si no nos desviamos demasiadas veces, si cumplimos con aquello que tenemos que hacer?
Hay una señal infalible que nos lo indica: el dolor.
Sólo hay dos tipos de seres que no sienten dolor; los inconscientes y los que se han liberado del error. Suponiendo que ya hemos dejado atrás la etapa de la total inconsciencia, y conociendo que el ser humano todavía está sujeto a error, es imposible evitar el dolor.
Pero, más que denigrarlo, deberíamos aceptarlo como un faro en el camino, como la luz indicadora de nuestras equivocaciones, el toque de alerta que nos lleva a repasar nuestras actuaciones y a corregir nuestros yerros.
¿Poco dolor? Buen cumplimiento del Destino. ¿Mucho dolor? Todavía falta abrir los ojos para ver con claridad por dónde se encaminan nuestros pasos.
No debemos pensar que el destino es un amo cruel que otorga pocas oportunidades –por no decir una sola– a los pobres hombres ciegos que circulan por él. Al contrario, hay múltiples, miles de oportunidades para cumplir con el propio destino, para reparar los errores purgándolos con el dolor aleccionador y con la experiencia acumulada.
¿Qué es una vida, en el largo camino de la evolución del hombre? Nada; apenas un día el lapso que cabe entre el sol que se levanta y el que se oculta al caer la tarde… Muchas vidas, cual si fuesen escalones en el largo ascenso evolutivo, son las que, sumando sus actos positivos, nos llevarán a completar la Única Vida..
Créditos de las imágenes: Andrés Nieto Porras
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