Es símbolo de penetración, de apertura. El orificio que produce es una luz. Simboliza también el pensamiento, que introduce la luz y el órgano creador, que abre para fecundar. Es también el trazo de luz que ilumina el espacio cerrado, porque lo abre y el rayo solar, elemento fecundante y separador de las imágenes.
Es símbolo de los intercambios entre cielo y tierra. En sentido descendente es un atributo del poder divino, como el rayo punitivo o el rayo de la luz o de la lluvia fertilizante. En sentido ascendente se relaciona con los símbolos de la verticalidad; significa la rectitud que, desafiando la pesadez, se libera de las condiciones terrestres.
Es el símbolo universal de la superación de las condiciones normales, anticipación mental de la conquista de un bien que está fuera del alcance.
Sirve para simbolizar la ruptura de la ambivalencia, la proyección desdoblada, la objetivación, la elección, el tiempo orientado. Indica la dirección en la cual buscamos la identificación. Es un símbolo de la unificación, decisión y síntesis.
En los Upanishad es un símbolo de celeridad y de intuición fulgurante En la tradición europea la saeta, sagitta, tiene la misma raíz que el verbo sagire, percibir rápidamente. Es símbolo del saber rápido, y su doble es el relámpago que ilumina instantáneamente.
Vuela para sorprender y matar de lejos. Es invocada como una diosa, a fin de que proteja a unos y hiera a los otros.
Es símbolo del destino, de la muerte súbita y fulminante como a través de las flechas de Apolo. Alcanza un blanco determinado e indica un término, semejante a un rayo solar. Se emplea como elemento fecundante. Se alude al carcaj de los dioses y al arco de los centauros. Orígenes califica a Dios de Arquero.
En las tradiciones japonesas, la flecha asociada al arco simboliza al amor. Su apariencia fálica es evidente. En sentido místico evoca la búsqueda de la unión divina.
En cuanto figuras del destino, las flechas han sugerido las respuestas de Dios a las preguntas del hombre, quizá por ello, la adivinación por las flechas, o belomancia, era práctica corriente entre los árabes, basada en confiar a un azar aparente la revelación de la voluntad de la divinidad. Esta práctica terminó por conferir a las saetas designaciones cada vez más precisas. A las flechas primitivas que llevan las menciones “sí”, “no”, “bien”, “mal”, se añadieron otras con menciones más concretas y circunstanciales. La representación de la flecha es dinámica y ascensional. Tiene la seguridad de su trayectoria y la fuerza de su impacto, según el valor del arquero, que se proyecta en ella: la flecha de un dios no falla nunca su diana.
El amante, en cuanto a la simbología amorosa, ve y desea al mismo tiempo, y este sentimiento le hace emitir rayos continuos que van al objeto de su deseo, dice Ovidio, y todas las flechas alcanzan su diana; pero inflaman el amor si son de oro y lo extinguen si son de plomo.
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