Educación

Mi amigo el insecto

Una noche cualquiera, como la mayoría de las noches, estaba leyendo recostado en la cama. Era un libro de conferencias del profesor Jorge A. Livraga.

El final de la jornada, la oscuridad en torno, el silencio…

A la luz de la pequeña lamparita de la mesita de noche, mi actividad intelectual se prolongaba en los momentos previos al sueño.

La lectura, la reflexión, la paz en el corazón… Todo era perfecto.

De pronto, apareció él, un diminuto insecto. Perturbador, insensible a mi presencia e incapaz de estarse quieto.

Intenté alejarlo de mi libro, pero fue inútil; volvía una y otra vez. Entonces quise apartarlo de mi mente, pero tampoco lo logré. Ya formaba parte activa del malestar que me invadía. El invitado furtivo se exhibía por la página que yo estaba leyendo y cada vez que pasaba página, con un ligero saltito, el insecto entraba nuevamente en escena. Ufff, era insufrible.

Tanta era la molestia que decidí prestarle la máxima atención.

Ese pequeño ser había llegado hasta mí atraído por la luz de la lamparita. ¡Pues claro! Para él era el lugar indicado al que dirigirse, el único lugar. Y pensé en todos los seres que se dirigen hacia la luz, en todos los que transitan el largo camino de la Vida.

En ese momento, el pequeño insecto se convirtió en el representante de aquellos que se sienten atraídos por lo bello y lo verdadero, por lo bueno y lo justo. Por un instante, la omnipresente ley de la evolución se reveló en su expresión más genuina.

Así que, de mutuo acuerdo, el insecto y yo compartimos la sabiduría del profesor Livraga. Pasó el tiempo, no sabría decir cuánto con exactitud, y tal como había llegado, el insecto desapareció.

Lo busqué entre las páginas del libro, con auténtico miedo de que hubiese sufrido un accidente involuntario. No lo encontré.

Lo busqué a mi alrededor entre las sábanas. No estaba.

No lo vi más. Y sentí cierto dolor. Por aquellos que un día abandonan la presencia de la luz y se sumergen en oscuras zonas desconocidas. Por los que han marchado a nuestro lado y un día, de repente, dejan de hacerlo.

Ese minúsculo insecto, gigante de referencia en su pequeñez, os puedo asegurar que me acompañará durante mucho tiempo. De hecho, han pasado varios meses desde que nos encontramos, y no he logrado olvidarlo.

Tampoco quiero hacerlo.

Me ayuda en gran medida a recordar que siempre los seres vivos se dirigen hacia la luz, y que en ese camino de realización nunca estaremos solos.

Ahí vamos los grandes y los pequeños, los cíclicos y los perennes, los lentos y los veloces, los conformistas y los rebeldes, los sedentarios y los aventureros, los elementos y las potencias… ¡todos y todo!

La gran sinfonía de la vida.

Créditos de las imágenes: Jeffrey Coolidge

JC del Río

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