La preocupación es vieja, pero al referirse a ella tiene la novedad de los problemas no resueltos, de aquellos que siguen torturando al hombre actual. Muchas veces hemos hablado del poder que la mentira ha adquirido en todos nuestros medios de vida, y a medida que la mentira se expande, la necesidad de combatirla se hace mayor.

Ya no se trata siquiera de la actitud filosófica y paciente de la meditación: se trata de una asfixia progresiva y de un impulso tan vital y primario como el aspirar aire violentamente cuando uno se siente cada vez más ahogado.

La que más duele no es la mentira que se advierte, sino la que engaña subrepticiamente. Todos sabemos y aceptamos que, hoy por hoy, se fabrican plásticos de gran perfección que son capaces de imitar los más variados materiales. Tanto es así que a veces solemos preguntarnos ante un mueble de buen aspecto, si es de madera o de fibras sintéticas… Esas, más que mentiras son imitaciones, y aunque intentasen hacernos pasar “gato por liebre”, sonreiríamos ante la pretendida sustitución.

Pero ¿cómo reaccionar ante las mentiras sutiles? ¿Qué fuerzas oponer a las afirmaciones contundentes que se disfrazan de verdad, y logran imponerse con toda facilidad entre la gente sencilla y de buena fe? ¿Cómo reconocer las sonrisas sinceras de las falsas? ¿Cómo descubrir las palabras verdaderas de las que ocultan segundas intenciones no siempre claras? ¿Cómo discernir entre los actos justos y nobles y aquellos otros que lo parecen aunque encierran la semilla del mal y el desastre? En lo psicológico, lo intelectual y aun lo espiritual, según se nos plantea, ¿cómo distinguir entre el brillo del sol verdadero y el de las luces falaces?

Esta no es una actitud alarmista. No es tan sólo querer ver mentiras donde no las hay. Lo cierto es que existen mentiras, y en todos los aspectos, pues con mayor frecuencia se oyen promesas de logros y realidades inminentes, que luego sólo desembocan en dolor y decepción. Lo cierto es que, ante tantas desilusiones como las que se nos suman día a día, hay mentiras, y muchas.

Como filósofos, como amantes de la sabiduría, proponemos una vez más el viejo culto a la verdad. No pretendemos lograr en pocos instantes la Verdad Absoluta. Sabemos que la verdad cotidiana y sencilla no es el Bien Total, pero también sabemos que es un óptimo camino para llegar a él.

En estos nuevos tiempos, se impone ser veraces con uno mismo, con los seres que nos rodean; ser veraces en nuestros sentimientos y hacer coincidir con ellos nuestras acciones; ser auténticos en nuestras aspiraciones y no ceder un ápice en los esfuerzos por llegar a una meta de Bien, de Belleza y de Justicia.

Ante la mentira, opongamos la única fuerza capaz de detenerla: una inteligente sinceridad, un profundo amor a la verdad y una búsqueda ininterrumpida de los Valores Supremos que hacen al Hombre Verdadero.

Créditos de las imágenes: André Koehne

JC del Río

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