Es evidente que cada época histórica impone unas características que dominan sobre el conjunto, dando un matiz especial a todas las cosas. En nuestro momento, la sobrevaloración del factor económico, el materialismo y el consiguiente consumismo, se han revertido sobre los demás aspectos de la vida, invadiendo cuantos terrenos están a su alcance.
Desde esta perspectiva, queremos señalar el predominio de un falso espíritu de originalidad y de separatividad que detectamos como consecuencia de lo antes dicho. El consumismo exige cosas originales, es decir cosas nuevas, cosas que no tengan parecido con las demás y que tampoco tengan relación con las demás, favoreciendo el enfrentamiento competitivo entre los más diversos elementos, que van desde artículos de consumo hasta ideas filosóficas.
El resultado de todo esto se traduce en búsquedas superficiales y delirantes, acuciadas ya no por el afán de superación y conocimiento, sino por la necesidad de destacar, de diferenciarse, de llamar la atención sobre la originalidad de lo que se presenta. Cada cual quiere tener “la novedad”, aquello único y especial que no poseen ni conocen los demás, ni ahora ni nunca. La originalidad necesita incluso ganarles la carrera al tiempo…
Por si fuera poco, se produce una completa desconexión entre la actividad que los hombres llevamos en la Tierra y el Cosmos grandioso en su ensamblaje y organización. La armonía del Cosmos se deja de lado para destacar, en cambio, el valor de las cosas individualmente consideradas, que seguirán valorándose mientras mantengan esa individualidad.
Hay una ruptura con el tiempo, al que se considera como un enemigo más, ya que puede haber guardado entre sus recovecos algún elemento que venga a quitarle primacía a la originalidad de nuestras ideas actuales. Por otra parte, el tiempo ya no tiene el sentido de la sabiduría acumulada y lo más natural es desaprovechar la experiencia de los demás; ésa es de los otros, no es original.
Ante tal situación, proponemos el espíritu de continuidad antes que el de la vulgar originalidad, es decir, seguir el hilo de la vida, el de la historia que nos atañe, el curso de las infinitas causas y efectos que nos incumben. Proponemos asimismo el espíritu de unidad frente al otro de la separatividad que individualiza y destaca momentáneamente, pues la auténtica unidad no quita lo múltiple ni lo complejo sino que lo armoniza dentro del conjunto universal.
Proponemos, en síntesis, una filosofía natural, profunda, que busque con verdadero amor al conocimiento las raíces de la vida, y sea capaz de lazarse desde el más lejano pasado hasta el futuro más alejado, apoyándose en todas las luminarias del pensamiento. Queremos encontrar la relación, la comparación efectiva, la unificación entre todos los conocimientos y todos los seres; en una palabra, descubrir la unidad detrás de la aparente multiplicidad.
Esto no es romper modas; en todo caso, es ir a favor de la Naturaleza, que podría ser –por qué no– una nueva e interesante moda.
Créditos de las imágenes: Antonio Marín Segovia
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