Filosofía

La buena voluntad

Sin desmerecer la buena voluntad de todos los que, de un modo u otro, intentan solucionar los problemas que aquejan a nuestras sociedades actuales, lo cierto es que el exceso de soluciones metas, y los métodos no siempre ortodoxos que acaparan las políticas de todos los colores, hacen que el hombre se sienta más confundido que nunca. Elegir es, desde luego, una de las artes más difíciles; y cuando la elección se vuelve imposible, se opta por desentenderse de lo que sea. Surgen entonces los pasotismos, las incertidumbres, las dudas más o menos metódicas, el horror al compromiso.

Vienen a mi mente las afirmaciones de Platón acerca de los grupos humanos en los que abundan aparentes soluciones y en los que impera una aparente libertad de elección. Para Platón son sociedades enfermas…Tampoco puedo dejar de recordar otros períodos en la Historia de la humanidad en los que, a falta de auténticos valores filosóficos y religiosos, se derivó hacia sofismas que oscilaron entre la habilidad y el descaro, entre la necesidad de aclarar conceptos y la búsqueda deliberada de la confusión. Aunque la Historia nunca se repite exactamente, hay sin embargo similitudes que no conviene dejar de lado, del mismo modo que no sería bueno dejar de lado la experiencia acumulada por cada persona individualmente considerada.

Hoy, como en otros momentos difíciles del acontecer humano, la Filosofía ha de realizar una doble labor: la consabida búsqueda –por amor– de la Verdad, y la clarificación del ambiente contaminado que impide esa búsqueda regularizada. Clarificar es quitar sombras, poner cada cosa en su sitio aunque sea en medio del caos, escoger y ser consecuente con esa elección. A esto último lo llamamos COMPROMISO, y sin esta condición, encuentro francamente difícil llegar al hallazgo de la Verdad anhelada.

Compromiso no es, como vulgarmente pueda entenderse, una pérdida de libertad, una cesión de los derechos propios y un encadenamiento pasivo del raciocinio. El compromiso es, al contrario, la mayor muestra de libertad, pues no puede haber compromiso si no ha habido un previo ejercicio de la elección, de la autodeterminación. Una idea, un sentimiento, una investigación, un sueño, el deseo de perfección, todo ello compromete al que se lo toma en serio; aquí no caben los juegos del gusto de la variedad. Y cuando el filósofo se compromete consigo mismo –que no hay compromiso más terrible que éste– a buscar y encontrar la Verdad, empieza a realizarse como filósofo. Su doble función se hace patente: esclarece el panorama y busca dentro de ese panorama clarificado.

Tal vez sea esta una de las más simples soluciones al desconcierto que aqueja a tantos miles de hombres, y para cualquiera de las actividades que intente emprender: saber qué es lo que se quiere, determinarse a hacerlo, y fiel a ese compromiso, buscar una perfección creciente en el desempeño de su labor. Después de todo, esa es, ni más ni menos, la vía de la filosofía tradicional, la que nuevamente queremos reeditar para este momento presente.

 

Créditos de las imágenes: Danil Aksenov

JC del Río

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