Una vez más estamos en presencia del último mes del año: Diciembre. Y reconocemos la falta de lógica con que el tiempo se nos muestra, ya que muchas veces hablamos de lo “último”, como si lo último pudiese repetirse, o como si detrás de lo último pudiesen venir otras cosas…

Indudablemente, estamos frente a la típica dualidad con que los hombres afrontamos nuestra existencia: por una parte queremos concebir principios y finales, pero por otra nos atemoriza aceptar que hay principios o fines absolutos.

Así, pues, año tras año, Diciembre es el último mes, y Enero es el primero, donde primero y último no son más que metas intermedias para no perdernos en la intimidad del reino de Cronos.

Sin embargo, esta forma de demarcar el tiempo tiene también sus explicaciones psicológicas, además de las simples de comodidad y medida. A falta de una conciencia continua, que nos permita vivir plenamente minuto a minuto, extrayendo las máximas experiencias y enseñanzas de cada hecho, optamos por establecer hiatos, paradas en el camino, a fin de detenernos un instante y recapacitar. Todo fin de etapa implica un recuento, un revisar de nuestros actos y de nuestros logros, un apenarnos ante nuestros fracasos y un enorgullecernos de nuestros triunfos; es decir, una justificación de nuestra vida. Y todo comienzo es la posibilidad de proponernos nuevas promesas, de comprometernos a nuevos hechos, y de tratar de mejorar en relación general al período anterior.

Diciembre tiene sabor a revisión de la conciencia, a repaso de horas y días; tiene sabor a despedida, y guarda igualmente la ilusión del próximo encuentro; tiene sabor a noche de descanso tras el día de trabajo, y aun sabor a misterio de la muerte con la promesa incluida de la vida futura. Porque todos sabemos que tras la noche viene el día, tras la muerte sigue otra forma de vida, y tras Diciembre que es el “último” mes, viene Enero que le continúa…

Como el mito de la serpiente que muerde su propia cola, el fin del año es “mordido” por el principio, creando una rueda continua, donde muchas veces es imposible diferenciar un extremo de otro. ¿En qué se distinguen los días de un mes u otro? ¿Por qué nos resultan diferentes las horas de uno u otro día, cuando todas tienen siempre sus 60 minutos? Y si la diferencia la ponemos nosotros, si es nuestra conciencia la que necesita de principios y fines para normalizar nuestra vida; pongamos ese condimento psicológico en cada hora, en cada día, en cada mes del año, para que el recuento de nuestros hechos positivos y negativos, nos permita una mejor y eficaz existencia. Pues, como lo hemos dicho muchas veces, para Nueva Acrópolis lo importante no es simplemente vivir días nuevos, sino que, además de nuevos, resulten mejores.

Créditos de las imágenes: annca

JC del Río

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  • La revista Esfinge es el agua que necesita el alma sedienta en el desierto del mundo actual.

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