Título original |
La fleur du mal |
Año |
2003 |
Duración |
104 min. |
Director |
Claude Chabrol |
Guión |
Claude Chabrol, Caroline Eliacheff, Louise L. Lambrichs |
Música |
Matthieu Chabrol |
Fotografía |
Eduardo Serra |
Reparto |
Nathalie Baye, Benoît Magimel, Bernard Le Coq, Suzanne Flon, Mélanie Doutey, Thomas Chabrol, Caroline Baehr, Henri Attal, Jérôme Bertin, Françoise Bertin, Michel Herbault, Dominique Pivain |
Productora |
MK2 Productions / France 3 Cinéma / Canal Plus |
La película que hoy comentamos no es una excepción. Si le aplicamos el ojo crítico del analista cinematográfico, muchos no verán en ella más que un melodrama femenino al estilo de los de antaño, lleno de maldad, sufrimiento y temas pendientes entre madres e hijas que se adoran a la vez que se destruyen. Los motores del éxito arrollador que experimentó en Estados Unidos el original literario parecen confirmarlo: una novela de Janet Fitch convertida en best seller gracias a las recomendaciones televisivas de Oprah Winfrey, presentadora de uno de los talk show más influyentes y con más audiencia del país.
La historia desde luego es de llorar. Astrid, es una adolescente sensible y desorientada que ve como su vida perfecta desaparece de la noche al día cuando su madre, Ingrid, es arrestada, juzgada y condenada a cadena perpetua por asesinar a su amante. Desde ese momento, Astrid tendrá que renunciar a su mundo cotidiano y seguro para ir de casa de acogida en casa de acogida. Inocente y atemorizada por una realidad que no comprende, busca algún valor estable al que asirse, adoptando las formas y actitudes de las familias que la reciben, principalmente el de las esposas. No tendrá mucha suerte y acabará influenciada por una hipócrita fanática religiosa que casi la mata, una suicida que le destroza el corazón proyectando sobre ella todas sus inseguridades, y una buscavidas que la enseña a sobrevivir en las calles. Entre todas van destruyendo centímetro a centímetro su infancia en un traumático paso a una adolescencia perturbada y cada vez más inconformista.
Pero eso no es lo peor. En realidad el centro de la trama lo constituye la destructiva relación entre madre e hija. Bajo el lema “el mundo es un estercolero en el que sólo sobreviven los fuertes”, Ingrid es quién más influencia ejerce sobre la joven Astrid, a pesar de encontrarse encarcelada. Uno a uno irá destruyendo los valores a los que Astrid se agarra desesperada, en lo que al principio parece un intento sincero de hacer que la adolescente descubra la verdad de las cosas, la realidad que ocultan las personas que la acogen más allá de las apariencias morales o sentimentales. Astrid podrá ser libre para tomar sus propias decisiones sin la influencia de nadie, porque su espíritu es el de una artista. Pero la realidad es bien distinta. Mientras la joven se hunde en su desconcierto, se hace evidente que Ingrid, cada vez más desequilibrada, no desea en realidad sino convertir a Astrid en una copia de sí misma, una réplica de la vida que ella debería haber tenido y que el mundo le ha negado, para lo cual, la suya debe ser la única influencia que se ejerza sobre su hija.
Película eminentemente femenina en su contenido y en su forma, casi lo único que merece destacarse es la soberbia interpretación de las actrices protagonistas: Michelle Pfeiffer, malvada y manipuladora, interpretando a Ingrid en uno de los papeles más multidimensionales de su carrera; Alison Lohman, la niña que crece desconcertada y aturdida; Renée Zellweger, parodiándose a sí misma y su imagen de pobre corderito indefenso; y Robin Wright Penn en un papel duro hecho a la medida de sus fuerzas. Finalmente, el guión desgarrado de otra mujer, Mary Agnes Donoghue, y la realización casi televisiva de Peter Kominsky -lo peor del conjunto-, para poner en escena una película sin conclusiones ni moraleja. Y casi mejor que tú tampoco intentes sacar la tuya si no quieres deprimirte. La única que parece posible es que el mundo es verdaderamente el estercolero que hemos construido los adultos, y del que son víctimas los niños que no tienen un solo valor, un solo ejemplo al que asirse.
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