Cuando hablamos de Yoga, relacionamos esta doctrina con la India, incluso el término que empleamos, Yoga, proviene del sánscrito.
Sin embargo, esta disciplina no es exclusiva de la India ni de Oriente, dado que otros muchos pueblos de la Antigüedad, como persas, egipcios, mayas, griegos o etruscos, han practicado esta ciencia aunque no la hayan llamado de la misma forma, e incluso existan pequeñas discrepancias sobre la manera de aplicarla.
El Yoga es la disciplina que permite reunirse al hombre, consigo mismo, con los demás hombres y con Dios; todo lo que sea volver a la unidad primera, retornar a la raíz, lo podemos resumir en esta expresión, Yoga, o en la expresión occidental religión, reunión, re-ligare.
El Yoga fue una ciencia reservada para quienes tenían la decidida intención de practicarlo; es decir, de reunirse consigo mismo, con los demás hombres y con Dios.
Hay una tendencia generalizada a comprender, no el yoga en su totalidad, con todos los aspectos que abarca, sino a quedarnos con partes del yoga, sub-yogas, si se pueden llamar así: caminos preliminares a los que se les otorga una tendencia radical e individualizada.
Tomemos como ejemplo el caso del tan conocido Hatha-Yoga, el yoga corporal. En Occidente es casi lo único que se conoce: lo referente al yoga físico, de las posiciones y del dominio del cuerpo. El Yoga no son solo posturas corporales. Estas posiciones son el principio de algo mucho más profundo. La mala interpretación ha hecho que hoy se entienda el Hatha-Yoga como un método para recuperar la salud, para volverse más joven y más bello.
No tendría sentido que estos sabios de la Antigüedad hubiesen creado una ciencia para hacer que los ancianos pareciesen niños o que los niños pareciesen ancianos. Lo que los sabios han querido siempre es que los niños pareciesen y se comportasen como niños, que los hombres maduros pareciesen y se comportasen como tales, y que los ancianos pareciesen y se comportasen como ancianos: es decir, como culminación de la sabiduría y del conocimiento.
Así pues, uno de los errores a los que conduce la falsa concepción de partes del yoga es el de creer que es una especie de remedio sine qua non para cualquier tipo de dolor físico, y que con el yoga todo se resuelve.
En otro sentido se suele creer que el yoga es una manera eficaz de quitar las angustias, los temores y de conseguir un gran éxito en nuestro medio social. Se dice que el Yoga nos va a quitar la timidez, la inseguridad interior, y lograremos, por una especie de milagro, poder hablar bien, ser simpáticos, agradables y sonrientes. Tampoco eso es el Yoga.
Hay también quienes creen que el Yoga otorga una serie de poderes que nos facultan para influir en los demás, convencerles más rápidamente, modificar sus ideas e inculcarles otras. Así, el Yoga se transforma en una forma de “magia negra” mediante la cual podemos transmitir ideas y, sobre todo, inculcar las nuestras a los demás sin el menor esfuerzo.
Otro error es creer que el Yoga, sin mayor estudio ni preocupación, con la simple práctica corporal, conduce a la paz y a la felicidad definitivas. Tal vez este sea el mayor de los errores, porque indudablemente ¿quién no busca la paz y la felicidad?, ¿quién no quiere encontrarse consigo mismo? Entonces, cuando de estas prácticas devienen las desilusiones y nos damos cuenta de que no encontramos la paz y no somos felices, que no podemos dominar a nadie mentalmente, que ni siquiera hemos dominado nuestros temores psicológicos, mientras los años pasan por nosotros como pasan sobre todos los demás, pensamos que el Yoga no sirve, es un cuento o un mito que nos llega del lejano Oriente como tantos otros.
Nada de esto es cierto; lo que pasa es que, influidos por las tremendas alienaciones de nuestro siglo XX, nos encantan las cosas fáciles, las cosas simples que no requieren esfuerzo. En cuanto comprendemos que el Yoga, como disciplina de unión, de encuentro y autoconocimiento, requiere esfuerzo, trabajo y continuidad, solemos abandonar esta vía, puesto que pensamos que era algo así como una gimnasia o concentración para estar bien.
Hay una primera parte que los hindúes suelen llamar el pórtico del Yoga, “el camino inicial”, que no es exactamente un Yoga, aunque sí una forma para introducirse en él: el Hatha-Yoga. Ese pórtico es el que pretende dominar el cuerpo; la respiración, los músculos, los movimientos y tensiones corporales en general. Dominar el cuerpo no por la satisfacción del dominio en sí, sino porque se entiende que un cuerpo tranquilizado y que el hombre pueda manejar a voluntad permite una mayor evolución mental, y espiritual, por cuanto sus deseos se van aminorando poco a poco.
¿Cuál es el problema que nos acarrea el cuerpo? No es tan solo llevarlo con su carga de peso, molestias y necesidades, sino que está acostumbrado a exigirlo todo para sí y no deja tiempo ni lugar para que otras intenciones o valores asomen. Entonces la mente y el espíritu se encuentran coartados.
Basta con sencillos ejemplos: cuando necesitamos leer o estudiar y nos proponemos aquietar nuestro cuerpo, ¿cómo reacciona este? Molesta, siente sed, dolor en cualquier sitio… y dejamos la lectura para mañana. Parece que el cuerpo busca todas las molestias posibles en cuanto le proponemos quedarse quieto para concentrarnos en algo.
Quienes alguna vez hemos tenido que preparar algún estudio o examen largo, sabemos positivamente que el cuerpo no resiste esa quietud. Así, el Hatha-Yoga pretende educar el cuerpo, conformarlo de tal manera que cuando se le pida quietud o movimiento él obedezca siempre, y sea una entidad al servicio del ser interior, y no a la inversa
El Hatha-Yoga no está destinado a mejorar ni embellecer el cuerpo, sino que estas funciones vienen por añadidura. Un cuerpo dominado y ordenado se torna armónico, saludable y bello. Esas no son las intenciones fundamentales, pero todo lo demás llega cuando se está armonizado consigo mismo.
Pasado este pórtico, tenemos el primer Yoga; el Karma-Yoga, el de la acción, que es lo que significa la palabra Karma, y que el oriental suele referir no solo al concepto de acción como una forma de movimiento, sino también a su contraparte, la reacción.
En Oriente se hace evidente algo que no siempre terminamos de aceptar de manera definitiva: que nuestro mundo es dual. Todo lo que concebimos es doble: para nosotros hay luz porque hay oscuridad, calor porque hay frío, bueno porque hay malo, hombre porque hay mujer, silencio porque hay sonido. Nos hemos acostumbrado a catalogar las cosas según pares de opuestos.
El oriental, concibiendo esta dualidad, cuando habla de Karma no lo hace tan solo de acción, sino de acción y reacción: un movimiento y la reacción que está implícita en él. No hay acción que no provoque una reacción, ya sea en el mundo físico, psíquico o mental.
En el mundo físico estamos acostumbrados a estudiar una ley que denominamos precisamente de acción y reacción, y se nos hace memorizar esa fórmula por la cual sabemos que si sobre un cuerpo se aplica una fuerza en un determinado sentido, reacciona con otra fuerza igual y de sentido contrario. Esto lo hemos repetido hasta el cansancio y nos enorgullecemos de haberlo descubierto.
Los orientales van un poco más allá. Aquello que sucede en el mundo físico, se da por igual en el mundo psíquico y en el mundo mental y espiritual. Toda acción encierra una reacción. Esto es lo que trata de modelar, de trabajar el Karma-Yoga: nuestras acciones y las reacciones que provocan.
Hay una ley fundamental que trata de regular este campo, y es la siguiente: si nosotros nos dejamos arrastrar por esta dualidad, como está encadenada perpetuamente, no nos liberaremos jamás de nuestras limitaciones.
¿Cómo se corta esta cadena o cómo se libera el hombre del resultado de sus actos? De una manera muy simple: no deseando dicho resultado, no buscando recompensa alguna por sus acciones, pues toda acción trae consigo su reacción. No obrar pendientes de la recompensa sino únicamente de la acción en sí. Esto requiere, indudablemente, una máxima concentración, responsabilidad, un criterio para entender que aquello que hacemos lo hacemos porque debemos hacerlo, más allá de la recompensa que devenga.
No se trata tampoco de actuar de manera opuesta: quedarse quietos, no hacer prácticamente nada, no motivar reacciones negativas. No se trata de no actuar. Uno de los más sabios libros de Oriente, el Bhagavad Gita, nos dice que la inacción no existe. Nosotros podremos quedarnos quietos en una silla pensando que no actuamos, pero eso es falso. Psíquica y mentalmente seguimos en movimiento, y por lo tanto estamos en acción. No podremos evitar las reacciones de nuestro movimiento psíquico y mental. La inacción para los seres vivos es imposible.
No se trata de inmovilizarse ni de evadir responsabilidades; se trata de actuar como todos los días, pero hacerlo de la mejor manera posible, cumpliendo con la máxima responsabilidad, con la máxima conciencia, volcándonos íntegramente en todo aquello que estamos realizando. Y esta es la llave, el misterio, el secreto del Karma-Yoga.
Superado este estadio del Karma-Yoga, deviene otra fórmula del Yoga que los orientales denominan Bakthi-Yoga. Es el Yoga de la devoción, de la religiosidad, el que trata de purificar al máximo los sentimientos. Es el Yoga de la entrega del corazón.
Aquí entra en juego el grave problema de la religiosidad en el ser humano. Para lograr el Yoga en este segundo paso, lo que el hombre debe desarrollar es una profunda religiosidad, y no nos referimos a una religión o religiones como suma de definiciones determinadas. Aquí no importa remitirse a una fórmula, a algún nombre de Dios, a alguna determinada Iglesia, a algún determinado ritual. Se trata de religiosidad en cuanto a ese sentimiento profundo que subyace en el interior del hombre y que nos indica que hay un alma inmortal, la cual terminará por volver a su propia fuente, cuya naturaleza es muchísimo más sutil y profunda.
Tal religiosidad suele faltar en quienes pretenden practicar el Yoga, y no es culpa del hombre que, harto de buscar, salta de fórmula en fórmula.
Esto no lleva más que a una serie de cambios que el verdadero practicante de Yoga debe terminar por resumir en el sentido de que todas las religiones, en su naturaleza interna, en su raíz, son idénticas. Todas pretenden religar, unir al hombre con su alma, con Dios. La fórmula exterior podrá ser más o menos diferente, según los seres humanos, que somos distintos unos de otros y tendemos a expresarnos según una u otra forma. Mas lo importante es la religiosidad, el sentido de religión.
Esta religiosidad, este sentido interno es lo que para el Bakthi-Yoga provoca la limpieza interior, la limpieza de las emociones, cada vez más definidas, más puras. Sobre todo, se trata de erradicar dos emociones muy negativas y totalmente dañinas a la hora de la realización humana: el temor y la ira.
Un hombre con temor difícilmente puede transitar ningún camino, ni el del Yoga ni ningún otro. Un hombre con ira se siente afectado por el más mínimo inconveniente que el camino le depare, cuando es sabido que no existen caminos en la vida que no los contengan.
Vivir es un camino y está lleno de inconvenientes, desde los meramente físicos que nos reporta nuestro propio cuerpo hasta los psíquicos o mentales que nos reporta la relación con los demás seres humanos.
El hombre que se enoja con sus inconvenientes, que se deja dominar por la ira, es muy improbable que pueda realizar este segundo paso, del Bakthi-Yoga.
El tercer estadio es el Gnani-Yoga, el Yoga del conocimiento, del discernimiento. Para el mundo antiguo no basta con conocer, con saber, con definir; hace falta discernir, separar, poder elegir. Eso es lo fundamental. Hay que desarrollar en el ser humano no solo la capacidad de retener conocimientos, sino de elegir, de seleccionar lo bueno de lo malo.
En Oriente esta facultad se denomina viveka. Y para simbolizarlo se utiliza la figura de un ave, el cisne negro que tiene la propiedad de que, cuando se le da a beber leche mezclada con agua, según la tradición puede separar la leche hacia un lado y el agua hacia el otro.
Indudablemente, esto es un símbolo, pero lo que se quiere expresar a través de él es la posibilidad de separar lo válido de lo que no lo es, lo verdadero de lo falso. En esto consiste la verdadera sabiduría: no en atesorar datos, sino en discernir los válidos de los inválidos, lo beneficioso de lo nocivo para el alma. Este es el camino de Gnani-Yoga, el tercer paso dentro del Yoga.
El cuarto, el superior, es el Yoga real o Raja-Yoga, según la terminología sánscrita. En este Yoga se ha logrado un dominio perfecto del cuerpo, de las emociones, de la mente, y ahora se trabaja con un arma mágica, un arma poderosísima: la voluntad. Esta procede de lo más profundo del ser humano, de su cúspide, aquello que hace que nos asemejemos a Dios, aunque sea en un chispazo.
En el Raja-Yoga se mantiene el cuerpo educado, la psiquis purificada y la mente quieta, para que aquello superior que existe en el hombre pueda reflejarse con toda claridad en el propio hombre. Si poseemos un alma inmortal de raíz divina, ha de poder reflejarse en los principios inferiores, y para ello estos tienen que permanecer quietos como un espejo o como las aguas de un lago tranquilo.
De todo ello se desprende que el Yoga es una técnica, una ciencia efectiva que trata de proporcionar al hombre un conocimiento de sí mismo, claro, real, intenso y sobre todo continuo. No a la manera de un chispazo que se enciende por un instante y desaparece, sino de forma constante.
Este es, tal vez, otro de los problemas contra el que tenemos que luchar: nuestra mentalidad inestable, acostumbrada a derivar de un sitio a otro. Cualquiera de nosotros pudo, alguna vez, haber tenido su experiencia, su momento de encuentro consigo mismo, algún sentimiento profundo, alguna intuición de algo más serio, más hondo… ¿Pero cuánto duran estos instantes? Se nos escapan de entre los dedos como si fuesen agua. Cuando queremos retenerlos, ya estamos pensando en otra cosa, ya nos hemos evadido, ya somos de nuevo los seres vulgares que a diario transitamos por la vida.
Lo que pretende el Yoga es el conocimiento de uno mismo, efectivo y continuado; es decir, que el hombre pueda seguir conociéndose y pueda avanzar sin pausa por este camino sin perder aquello que conquista, afianzándose poderosamente en sus logros. Para poder lograr este conocimiento de sí mismo, lo fundamental es querer hacerlo, tener inquietudes trascendentes y profundas que nos lleven a conocernos. Conocerse a sí mismo indudablemente, no es mirarse en el espejo; tal vez sea esa la forma más falsa de autoconocimiento. Conocerse a sí mismo requiere decidir, discernir si el sí mismo reside en nuestra parte animal o está en la parte espiritual; es decir, que tenemos que autodefinirnos: ¿quién soy yo?, ¿dónde estoy yo?, ¿qué es lo que de mí vive y permanece y trasciende el tiempo? Y habiendo decidido dónde estamos y quiénes somos, entonces nos dedicaremos a conocernos. Y si para conocernos, hay que dominar, cercenar, o minorizar un tanto la parte animal… se hace. En eso radica uno de los intereses fundamentales del Yoga: en despertar inquietudes profundas que puedan pasar más allá de nuestra máscara, más allá de la cáscara exterior con que nos recubrimos.
Indudablemente para practicar Yoga, además del deseo profundo de querer hacerlo y de conocerse, hay que saber un poco de las doctrinas filosóficas, religiosas y científicas que constituyen el fundamento del Yoga. Es muy difícil practicar algo que no se conoce. Y si nos referimos, por ejemplo, al Yoga de Oriente, al Yoga de la India, es indispensable manejar el “ABC” de esta filosofía para saber qué es lo que buscamos a través del Yoga, dado que como aclaramos desde un comienzo el Yoga va mucho más allá de un sentirse bien físicamente. Y hay que conocer ese más allá, a dónde llegamos, qué buscamos, qué queremos con ese Yoga.
La filosofía oriental se apoya en un par de leyes, sin las cuales entender el mundo, el universo en general y al hombre en particular, es prácticamente imposible.
Una de estas leyes es la Ley del Dharma. El Dharma es la Ley Universal en su más amplia acepción; el Dharma lo abarca todo: el funcionamiento de una hormiga, de un árbol, de un sol, de un sistema planetario, de una galaxia. Todo lo que vive, todo lo que se manifiesta, todo lo que vibra, todo está regido por una ley perfecta y matemática que es el Dharma.
Esta ley podríamos figurárnosla como si fuera un gran camino que está flanqueado en sus costados por altos muros de consistencia muy especial, como si fuesen elásticos.
¿Qué pasa con nosotros, los seres humanos, a la hora de transitar por el sendero del Dharma, de la Ley Universal? Pasa que somos ciegos y carecemos de comprensión, tenemos poca sabiduría y todavía me- nos discernimiento. Entonces, al caminar, lo hacemos como un ciego: vamos andando como buenamente podemos, desconocemos lo que es el camino recto y, muchas veces, golpeamos sin querer contra las paredes laterales.
¿Qué hacen estas paredes cuando nosotros golpeamos contra ellas? Como son elásticas, rebotan y nos rebotan también a nosotros en sentido contrario. Eso es Karma, eso es acción y reacción; es decir, que el Karma es la aplicación que los humanos hacemos del Dharma. Al no entender una ley unitaria, perfecta, la aplicamos según nuestra concepción dual, y entonces necesitamos acción y reacción, un premio y un castigo; necesitamos sobre todo esos golpes contra las paredes laterales que nos obligan a retornar al centro del sendero.
Esos golpes duelen, pero un aforismo oriental nos indica que el dolor es vehículo de conciencia, y que donde nada nos duele difícilmente aprendemos algo. De modo que estos golpes, estos rebotes contra la paredes elásticas del camino que mencionamos, no están hechos para castigar, ni para dañar; están hechos para corregir y para hacer que el hombre, de manera natural, retorne al sendero del medio.
Comprendiendo el Dharma y el Karma, se comprende inmediatamente que el hombre es un ser evolucionante que transita ese sendero desviándose muchas veces, deteniéndose otras, pero que sin embargo a través de sus esfuerzos, su continuo caminar, su continuo levantarse, evoluciona.
Entendemos también por qué el oriental nos habla de reencarnación, de un constante retornar a la vida. Se parte de la base de que de la vida nunca salimos, estamos siempre vivos; a veces con cuerpo, a veces sin él. A veces, para experimentar, necesitamos de esta cobertura como si fuese el invierno de la existencia y precisásemos abrigarnos más, entonces nos cubrimos con un cuerpo. Cuando llega el verano de la existencia y todo esto sobra, nos desprendemos del cuerpo para seguir experimentando por el continuo sendero del Dharma.
El Yoga es el método, la disciplina que permite al hombre armonizarse consigo mismo y con el Universo, de tal forma que pueda circular por este sendero del Dharma y evite en lo posible aquellos choques dolorosos contra los costados del camino que continuamente nos recuerdan «te estás equivocando, te estás equivocando».
Eso es sintéticamente el Yoga, el sentido de unión que caracteriza al Yoga, y así tenemos que reivindicarlo, pues en Occidente es un poco difícil entender la mentalidad oriental. No hay que creer que por el simple hecho de que uno vaya a la India, cualquiera va a enseñarnos el Yoga; es como si pretendiésemos que todos los españoles supieran lo que se dice en el capítulo octavo por ejemplo de El Quijote. Así como hay expertos en España que de El Quijote saben mucho, hay también expertos en la India que saben del Yoga. Sin embargo, en general, nuestro siglo XX nos ha materializado, nos ha perturbado, y tanto en Oriente como en Occidente, existe una falsa popularización del Yoga que desgraciadamente lo ha estropeado, lo ha minorizado y falseado.
Nuestro mundo exige cuestiones materiales fáciles, y así el Yoga se ha convertido en un comercio más. ¿Qué hay de ese “actuar sin afán de recompensa”? De momento, todo Yoga que actúe como un comercio no es Yoga; es una aproximación a un estudio de algo que sabían unos señores de la antigüedad, pero no es Yoga.
El Yoga, si es simplemente un pasatiempo, tampoco es Yoga. Para hacerlo se requiere una entrega profunda y decidida, aunque no sea a la manera oriental. Pero si el Yoga es unión, se requiere decisión para unirse, seriedad para hacerlo, porque ni es un escapismo ni es una manera de evadirse de los problemas, sino que, al contrario, es una manera de afrontarlos; y en lugar de escapar de ellos, es la fórmula para resolverlos.
Unión requiere esfuerzo, y de eso no nos salvará nadie. Si pensamos que efectivamente fueron sabios orientales los que postularon estas doctrinas, recordemos otro de sus aforismos: el maestro puede enseñar el sendero al discípulo, pero no puede recorrerlo por él. Todo aquel que se considere discípulo, que quiera aprender algo, necesita caminar por sus propios medios, con el esfuerzo que le significa caminar.
La práctica del Yoga no puede escapar de la acción: hay que hacerlo. Por eso a mi modo de ver, y ya que hablamos de las distintas formas de Yoga, tal vez para nosotros, para quienes estamos decididos de alguna forma a cambiar, a ser un poco diferentes, a vivir con un poco más de profundidad sin conformarnos con vegetar y aparecer y desaparecer de la vida como si fuésemos tan solo una casualidad, la fórmula del Yoga más apreciable sea aquella del Karma-Yoga, el Yoga de la Acción, aquel que requiere actuar sin esperar recompensas, que requiere de nosotros tan solo un poco de generosidad, un poco de entrega sin pensar qué va a venir a cambio de eso.
Un poco de generosidad de corazón, un poco de abrirse hacia el mundo, hacia los seres humanos, dándose cuenta y percibiendo de verdad que el amor es mucho más que una palabra, y que en todo ser humano late un alma que vibra, que sufre, que tiene las mismas necesidades, o más, que la nuestra propia.
Indudablemente, estamos todos acostumbrados a que las cosas se nos presenten hechas: la Historia viene hecha, viene en libros, es magnífico… Uno abre sus hojas y se entera de todo lo que otros han hecho para nosotros, y cuando se habla de la historia futura, solemos poner los ojos en otros que harán cosas para nosotros, mientras observamos cómo pasa la vida.
El Yoga de la acción supone algo muy distinto; actuar, hacer, decidirse, responsabilizarse, tomar conciencia de que el mundo en el cual estamos no es bueno ni malo por ley de causa y efecto, sino que es exactamente el mundo que merecemos, es el mundo que nos hemos hecho. ¿Es malo? Pues se trata de hacerlo mejor. ¿Es bueno? Disfrutémoslo en paz.
Mas como evidentemente estamos todos de acuerdo en que este mundo no se soporta, que es doloroso, que trae infinidad de conflictos, hay que asumir la responsabilidad que nos enseñan los antiguos sabios del Yoga y decir: «Esto que tengo es lo que me merezco, y si lo quiero diferente, yo, con mi mano, con mi esfuerzo, con mi acción, lo voy a transformar en algo mejor, según mis posibilidades. Es poco lo que puedo hacer, pero es algo; y muchos pocos reunidos hacen un algo grande».
Todos unidos, eslabonados mano con mano, corazón con corazón, con ese eslabón que hoy hemos denominado Yoga, debemos realizar un mundo nuevo, pero que no basta con que sea nuevo, sino que también tiene que ser mejor.
Créditos de las imágenes: Jared Rice
El ojo es símbolo tanto de ver como del origen de la luz que permite…
Acceso a revistas digitales de descarga gratuita, promocionadas por la Organización Nueva Acrópolis en Costa…
Una de las reflexiones que podemos hacernos es de si sirve de algo la Filosofía…
Una vez más llegamos al mes de diciembre, tan cargado de contenido psicológico porque nos…
A veces, cuando uno profundiza en la Historia, parece como si hubiese un gran director…
Un día, un hombre analfabeto se acercó al Mulá Nasrudín con una carta que había…