Si la Filosofía es Amor a la Sabiduría, en virtud de ese amor, debe provocar el movimiento. El amor no puede quedarse quieto porque busca lo que necesita, lo que ansía.

Ser Filósofo requiere movimiento, porque es:

  • Un amor que siempre pide más y empuja a andar para conseguirlo.
  • Una actualización permanente de todo lo que se sabe o se cree saber. Releer lo que se ha leído, volver a escuchar lo que se cree haber entendido, porque esta nueva búsqueda proporciona nuevos tesoros.
  • Una actualización permanente de los medios a emplear para conseguir los resultados propuestos. Nosotros no somos siempre los mismos, y lo que ayer pudo haber sido herramienta, hoy puede ser obstáculo en el camino.
  • Una revisión y transformación de sí mismo. La revisión es una forma de nacer todos los días.
  • Una comprensión por quienes nos rodean, por sus sueños y necesidades.
    “Hacer las cosas por uno mismo es de sabios, pero no tener de quién aprender es de ignorantes”.

Imaginemos un árbol. Su vida vegetal se expresa, en el ejemplo utilizado, en una naturaleza fundamental de madera. El tronco de madera se expande en múltiples formas de vida, en numerosas ramas que se abren en todas las direcciones. A su vez, las ramas se cargan de hojas, flores y frutos cuyas particularidades dependen del tipo de árbol.

Pero sería insensato de nuestra parte definir al árbol por la cantidad y tamaño de sus ramas, o de sus hojas, sus flores y sus frutos. Lo que nos importa es la naturaleza específica que manifiestan y la relación que mantienen con su tronco, de tal forma que sin tronco, tampoco existiría lo demás.
Así es la naturaleza filosófica… Es el tronco firme del árbol. De su estabilidad y su inalterable condición de madera, dependerán sus ramas y hojas, y la calidad de sus flores y frutos.

Si nuestro tronco es el Amor a la Sabiduría, la fuerza del Amor dará lugar a las ramas del Saber, y de allí vendrán las flores del conocimiento que se convertirán en frutos para la Humanidad.
La naturaleza filosófica tiene la doble cualidad de buscar y dar, de encontrar y compartir, de ser ricos y generosos al mismo tiempo.
Una cosa es lo que se ve, y otra es la raíz que se esconde en el interior de la tierra, y constituye sin embargo el aspecto más importante. Sin raíz no hay vida, y sin vida no hay filosofía. ¿Cómo puede haber Amor a la Sabiduría, si no hay Vida? El Amor es esencialmente vital, necesita raíces que lo alimenten y le permitan sobrevivir a todas las tormentas y dificultades.

Lo que está escondido no intenta escapar de la búsqueda sincera del que participa de la naturaleza filosófica. Solamente pide una búsqueda más profunda, dirigida a las causas y no a los efectos evidentes.
Nadie sabe hacer las cosas bien desde el primer instante. Todos, hasta los más grandes sabios y Maestros, han necesitado su período de práctica y aprendizaje. Todos han probado -y nosotros también debemos probar- cómo se aplican los conocimientos, cometiendo los errores propios del que ensaya. Y avanzando también, poco a poco, como todo el que ensaya a conciencia. No es cosa de repetir acciones de manera automática, o forzar situaciones formales; es hacer lo que nos hemos propuesto, viéndonos a nosotros mismos desde afuera, para observarnos y comprobar si nos equivocamos o si, a pesar de las equivocaciones, vamos mejorando paulatinamente.

¡Y cuidado! A pesar de que a veces creemos haber mejorado, y ciertamente lo hemos hecho, eso no quita que podamos volver atrás, a los mismos errores que creíamos superados. No hay que asustarse: si “volvemos atrás” es que no habíamos superado tantos peldaños como creíamos, o que nuestra conquista necesitaba un refuerzo para ser más sólida. La diferencia entre los errores primeros y las “vueltas atrás”, es que en el segundo caso nos damos cuenta de lo que pasa, y eso es mucho. Es bastante como para seguir insistiendo.

Delia Steinberg Guzmán.

Créditos de las imágenes: cherylholt

JC del Río

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