Cine: American Beauty

La belleza puede encontrarse en casi cualquier sitio. El mundo ofrece infinitas oportunidades de contemplar la belleza si el observador está preparado para percibirla. La simple imagen de una sencilla bolsa de plástico mecida suavemente por el viento otoñal se convierte así en el símbolo de la quietud y la calma que invaden el espíritu de quienes saben apreciar lo mejor de cuanto les rodea, lo mejor de sí mismos, no renunciando a los propios sueños más allá de los desengaños y las desilusiones cotidianas.

Este parece ser en leit motiv de American Beauty, una película intimista y sensible que retrata con duro realismo la estrepitosa caída del famoso Sueño Americano, más sometido a los avatares del destino que a la voluntad de aquellos ahora lejanos emprendedores que le dieron una vez origen. Un discurso narrativo que recuerda obras de culto en su propia época, como La muerte de un viajante o El nadador, nos enfrenta a la apática e insignificante existencia de una exitosa sociedad que a pesar de sus triunfos, encara el siglo XXI con la desesperanza de quienes no reconocen ya el sentido que tiene todo cuanto han hecho en la vida.

Sam Mendes ha hecho gala de su afamada capacidad para extraer de los actores el punto de genialidad que convierte a American Beauty en un ejemplo de dirección e interpretación. La sólida construcción del guión a cargo de Alan Ball viene a completar este buen hacer que ha dado como resultado una película sobre la reafirmación de las posibilidades humanas más allá de sus frustraciones y miserias.