“El Arte no solamente debe ser una expresión del hombre en un estado determinado de conciencia, sino que debe ser la captación de un misterio cósmico y de un misterio humano”.
J. A. Livraga
La dualidad arte-artista tiene el mismo valor que otras similares, como cuando, por ejemplo, nos referimos a un Ideal y a los idealistas, a la justicia y a los juristas, a la ciencia y a los científicos, y así en otros tantos aspectos.
El arte, como expresión de la belleza y reflejo de lo bello, es una realidad en sí, aunque no existiera ni un solo artista que lo captara y lo hiciera visible en nuestro mundo. Es el artista el que debe llegar a la altura del arte, y no contentarse con llamar “arte” a cualquier actividad o pretendida creación.
En la actualidad el arte está sujeto a variadas interpretaciones que resultan tanto más subjetivas cuanto más se esfuerzan por no serlo. Buena parte de los autores caracterizan el arte por dos factores: la creación y el desinterés. Por creación se entiende la facultad de producir cosas nuevas; y por desinterés, el “arte por el arte en sí”, ajeno a otros intereses y ataduras. Pero ¿podemos hablar de verdadera creación de “algo nuevo bajo el sol”? ¿Podemos concebir un arte absolutamente libre, que no tenga relación con unos principios y unos fines?
Esto nos lleva a otro escollo: ¿cuál es la finalidad del arte? Volvemos a enfrentar varios intentos de respuestas que no nos dejan satisfechos: el arte es una imitación, un mimetismo, una forma de sensación o expresión, un recuerdo, una fórmula de perfeccionamiento moral… Y alrededor de estos presupuestos se siguen tejiendo más y más polémicas.
En nuestra opinión, la actual confusión de ideas, que afecta a principios, medios y fines, proviene de la necesidad –que es en verdad temor– de dejar contentos a unos y a otros, de no dar la razón ni a unos ni a otros, de no aceptar el pasado ni pensar en el futuro, y de soñar con un presente siempre en movimiento que jamás alcanza la solera de la experiencia, el sabor del conocimiento profundo.
Sin duda, todo artista intenta expresar algo, todo filósofo intenta explicar algo, y aun en la perplejidad aparecen sombras de verdad. Pero no toda expresión o explicación puede llamarse arte o filosofía.
Analicemos algunos de estos puntos.
El arte es creación: si no lo es en el sentido absoluto de la palabra, sí lo es en el plano de la intuición-imaginación en que el hombre percibe los arquetipos, las Ideas genuinas, y recrea una y mil veces con ellas los sistemas de armonía del universo.
El arte es imitación, bien sea de la Naturaleza viva, bien sea de aquellas Ideas que no están manifiestas a nuestro alrededor pero que la intuición puede aprehender. Esa imitación no le resta valor al arte, sino que lo acrecienta, tanto más cuanto mejor imita y más se acerca a los arquetipos; de la imitación se pasa entonces a la experiencia cierta de la realidad.
El arte es recuerdo, porque el alma, según Platón, tiene reminiscencias de su condición divina, y aunque no sean claras y precisas, son lo bastante poderosas como para impulsar buena parte de nuestras imágenes y de nuestros actos.
El arte es expresión, pero no de cualquier sensación, impulso o sentimiento desordenado; no puede ser la vía de escape de los estados anímicos del pretendido artista. Antes bien, debe expresar lo mejor del hombre y lo mejor que el hombre recoge del universo en el que se integra. Sensaciones, sentimientos, ideas, intuiciones, deberían ser refinados y considerados como escalones necesarios, para comprender cada vez mejor los grandes misterios del alma y del mundo. El desconcierto, el vacío, el asco y el horror no son arquetipos: son el producto de la falta de arquetipos, y mientras sea eso lo que se exprese, no hay arte ni artista.
El arte es catarsis, aunque autores como Hegel no gustan de adjudicar al arte la perfección moral como finalidad, bien podría considerarse esa perfección como un efecto propio y natural, sin que por ello sea la finalidad. Ya los griegos vieron aquí una inapreciable fuente de purificación, justamente a causa del contacto entre el hombre y las Ideas arquetípicas. Ese contacto limpia el alma de escorias y le otorga la eterna juventud, ya que acrecienta la imaginación y la mantiene siempre despierta, siempre activa, siempre en busca de algo superior a lo ya obtenido.
El arte es evolución, en cuanto no se contenta con remedar lo cotidiano, sino que aspira a entonarse con las leyes universales. A pesar de quienes, como Hegel, otorgan más belleza a la creación del artista que a la Naturaleza misma (¿acaso Dios no es un artista?), preferimos aquella otra recomendación iniciática de La Voz del Silencio: “ayuda a la Naturaleza y trabaja con ella, y la Naturaleza te considerará como uno de sus creadores y te prestará obediencia. Y abrirá ante ti… los portales de sus cámaras secretas… solo muestra sus tesoros al ojo del Espíritu…”[1]
En cuanto al artista, empezaremos por señalar algunas características, pero sin ceñirlas a definiciones dogmáticas que menoscabarían la condición artística. Él es quien da a luz la obra de arte a través de su imaginación. Para ello, necesita, pues:
El artista debe ser un verdadero “oficiante”, un intérprete de la Naturaleza, un hábil mediador entre las Ideas Perfectas y los hombres. Esa es su misión: despertar el alma de sus observadores, y no solo la admiración.
Estética y ética
Teniendo en cuenta esta propiedad transmutadora del arte y de los artistas, pasamos a valorar otro aspecto íntimamente ligado: la estética en paridad con la ética.
Habíamos dicho que el arte cumple una función purificadora, de transformación moral; aquí la estética promueve la ética, del mismo modo en que la ética profunda y atemporal reaviva el concepto de belleza.
Los conceptos éticos son inseparables de los estéticos cuando el arte lo es verdaderamente y cuando contiene un auténtico mensaje. Y no se trata de una ética superficial y variable como las modas, o acorde a unos u otros pueblos; es el conjunto de valores inalterables que han conmovido el alma de todos los hombres en todos los tiempos.
Todo lo que el artista es, queda de alguna manera reflejado en su obra, pues aunque su intuición actúe como un médium y pueda entrar en contacto directo con sus principios inspiradores, la personalidad “humana” teñirá en parte la expresión concreta de esa intuición. Cuando su carácter es grosero, su arte –si es que puede llamarse así– también será grosero y burdo, aunque los hombres de su generación, imbuidos de las mismas ideas, no lo adviertan en el momento. Aquí reside el secreto de lo metafísico plasmado en lo físico: la ética y la estética reflejadas en el arte, a través del artista.
No fueron ajenos a estas ideas quienes dedicaron al arte palabras como las que reproduciremos, y que sin agotar tema ni autores, son muestra importante de lo que pretendemos destacar.
“El arte trata fundamentalmente de las cosas reales y eternas, no de las temporales e ilusorias”
Jinarajadasa.
“El arte es el Alma desprendida del Hecho”
Carlyle.
Y es que, según lo que antecede, al arte no se agota en la mente que conoce los hechos, sino que requiere la acción intuitiva para llegar al “alma de los hechos”. El arte, pues, en cualquiera de sus ramas, nos conduce a la esencia eterna de las cosas.
Esto es lo que hizo decir a Schiller que el arte es “lo que restituye al hombre su perdida dignidad”, y afirmar a Wagner que es “el más potente impulso de la vida humana”. Fue Wagner quien soñó con un arte total, un conjunto lo bastante amplio como para conjugar al mismo tiempo magia y ciencia y como para cumplir una misión transformadora y renovadora en el hombre. Fue Wagner quien, con fuerza intuitiva y colosal inspiración, compuso su “credo”, haciendo del arte una religión, una ética y una estética metafísica. Sus palabras son más que elocuentes para cerrar este trabajo.
“Creo en dios Padre, en Mozart y en Beethoven, así como en sus discípulos y en sus apóstoles. Creo en el Espíritu Santo y en la verdad del Arte, uno e indivisible. Creo que este arte procede de Dios y vive en el corazón de todos los hombres iluminados por el cielo. Creo que quien ha paladeado una sola vez sus sublimes dulzuras, se convierte a él y jamás será un renegado. Creo que todos pueden alcanzar la felicidad por medio de él. Creo que en el juicio final serán afrentosamente condenados todos los que en esta tierra se hayan atrevido a comerciar con este arte sublime, al cual deshonran por maldad de corazón y grosera sensualidad. Creo, por el contrario, que sus fieles discípulos serán glorificados en una esencia celeste, radiante, con el brillo de todos los soles, en medio de los perfumes y los acordes más perfectos, y que estarán reunidos por toda la eternidad en la divina fuente de toda armonía. ¡Ojalá me sea otorgada tal gracia! Amén.”
Nota:
[1] Compilación de antiguos textos tibetanos realizada en el siglo XIX por Helena P. Blavatsky.
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