No tiene que convertirse en una contradicción o en una oposición insalvable. El gran problema es no tener puntos de contacto cuando se trata de dialogar para buscar elementos comunes que puedan ayudarnos a resolver conflictos.
Estudiando el pasado y reflexionando sobre el presente, me he encontrado con un par de características semejantes. Lo que en el año 1000 se llamaba milenarismo –aunque se le llamó así después del año mil–, es algo semejante a lo que ahora está pasando después del año 2000. Antes del año 1000 la gente tenía muy fuertes convicciones sobre el advenimiento del fin del mundo. Esto estaba basado en el Apocalipsis de Juan, por una frase que dice que cada mil años la bestia despierta. En eso se basaba la idea del milenarismo sobre la extinción del mundo, apoyados en la autoridad religiosa de ese momento.
La colapsología nos habla hoy de que van a coincidir un colapso ecológico –si queremos llamarlo así– con un colapso económico. Según los que siguen estas teorías se va a dar todo al mismo tiempo: un colapso económico, un colapso geopolítico, un colapso energético, es decir, varios colapsos al mismo tiempo. No sabemos qué desencadenará toda esta catástrofe: puede ser un terremoto bursátil, una enfermedad con alcance mundial, o algún movimiento violento y destructivo del planeta Tierra.
Lo cierto es que algo está fallando en nuestro mundo. Tenemos que reflexionar.
¿Cómo es posible que ahora mismo, Bolivia que produce el 20 % de litio en el mundo esté en la ruina? El litio es fundamental para que podamos usar los teléfonos móviles, para ordenadores portátiles, automóviles, relojes, etc., productos que invaden todo el planeta.
¿Cómo es posible que Venezuela que tiene reservas de petróleo para más de 100 años –petróleo del que todos dependemos– esté en la ruina? En el año 2010 tenía más de 300.000 millones de barriles, y cada barril son unos 160 litros; tenía la mayor reserva del mundo. ¿Cómo es posible que en ese país haya apagones de luz cada día? Porque hay algo colapsado, algo que no funciona.
Numerosas especies animales están desapareciendo y otras están en vías de extinción, y más de mil millones de seres humanos viven en pobreza extrema, es decir, con menos de 1’50 € por día.
No nos debe extrañar que haya gente que sufra de lo que ahora se llama depresión verde o ecodepresión. Gente que se da cuenta de lo que se nos viene encima, gente que ama el planeta, ama la naturaleza, ama a los demás seres humanos y se está dando cuenta de que la explotación brutal de los recursos naturales, unida a la contaminación y al efecto devastador de nuestra forma de vida, está produciendo consecuencias irreversibles de carácter negativo.
Pero si abordamos todo esto como filósofos, tendremos que admitir que el futuro siempre es impredecible, incierto, y nosotros somos inevitablemente subjetivos.
¿Qué puede ocurrir?
Yo creo que el mundo está en transición.
Lo que veo es que el individuo está siendo empujado a una velocidad cada vez mayor hacia la multitud, o sea, que el individuo se va difuminando en la multitud y abandonando la actitud crítica de valoración de las propias ideas. A nivel de pensamiento se prefiere optar por la cantidad aprobatoria por delante de la calidad.
Hoy los lazos que predominan son comerciales, económicos y de aprovechamiento unos de otros, más que lazos realmente humanos, afectivos, psicológicos, espirituales. Estamos en un mundo en movimiento, y el movimiento implica relación. Tenemos un mundo de relaciones, pero es un mundo de conflictos porque nos hemos movido por la superficie de las cosas, y al movernos por la superficie, las relaciones que hay entre los seres humanos son superficiales y se generan conflictos.
Pero el ser humano puede mejorar las cosas. Cada momento histórico y cada época tiene su problema, pero todo problema tiene su solución y tendremos que tratar de buscar esa solución.
Para lograr una sociedad más justa y un mundo más humano, el individuo tiene que volver a ser valorado. ¿Cómo podríamos conseguirlo? Sobre todo, a través de una buena educación. En Nueva Acrópolis enseñamos que una buena educación se fundamenta en educar sin deformar, instruir sin politizar e informar sin engañar. Pensamos que la educación es la base del presente y del futuro, y que afecta tanto a los pensamientos como a los sentimientos y a las acciones.
Las grandes preguntas que conciernen al existir son: ¿qué estoy haciendo yo con mi propia vida? ¿Cómo me relaciono con los demás? ¿Cómo me relaciono con la naturaleza?, ¿en un sentido de colaboración o de explotación?, ¿en un sentido de comprensión o de imposición? Las respuestas tenemos que buscarlas y encontrarlas.
Tampoco podemos olvidarnos de los ciclos de la vida ni de los ciclos de la historia. A los que os guste la ciencia sabréis que no hay nada que se desplace en línea recta. Estamos en un mundo donde todo se desplaza, todo se mueve, porque nada está quieto y, sin embargo, nada se mueve en línea recta, pues si ahora trazáramos una línea recta entre dos puntos no sería recta porque si la prolongamos volvería al punto de partida, dado que el planeta es esférico.
¿Qué funciona en línea recta? ¿Acaso nuestra vida es una línea recta? ¿Tenemos más energía por la noche cuando se nos cierran los ojos para dormir que cuando hemos acabado de desayunar? Todo se mueve de forma cíclica y nosotros también. Todos los seres humanos tenemos una primavera, un verano donde alcanzamos la madurez; todos tenemos un otoño y luego llega el invierno. Si sobrevivimos, volveremos a vivir otra primavera… Los ciclos se manifiestan en todos los ámbitos de la vida.
Y parece ser que también en la historia, cíclicamente, las civilizaciones aparecen, nacen, crecen, se desarrollan, se desgastan, mueren, y vienen otras formas nuevas y diferentes. Tenemos que hacernos a la idea de que algo va a tener que desaparecer de nuestro modo de vida y del mundo que conocemos. Algo no va a sobrevivir, pero hay cosas que todavía hoy día no existen o están empequeñecidas o brotando como una pequeña planta y que aparecerán algún día.
¿Qué aparecerá o qué quedará? Si echamos un vistazo hacia atrás, veremos que lo que ha quedado del pasado ha sido lo grande, las grandes obras, los grandes descubrimientos que han permitido el avance de la especie humana. ¿Qué dejaríamos de nuestra vida? Si pudiéramos borraríamos nuestros errores, nuestras equivocaciones, esos malentendidos que nos han costado perder verdaderas amistades y soportar tantos dolores. Pensadlo un poco. Acaso no dejaríamos, como decían los platónicos y neoplatónicos, aquello que se acerque al bien, a la belleza, a la verdad y a la justicia, ¿no es eso lo que nos gustaría que permaneciera?
Tal vez sea eso lo único que valga la pena. Lo que seamos capaces de crear y de construir en este mundo, y que refleje un poco de aquellos arquetipos de los que nos hablaban los filósofos antiguos. Porque, ¿qué sería de un ser humano sin bondad? ¿Cómo sería un mundo sin belleza y sin justicia? Sería un mundo inhumano, de alguna manera.
Yo estoy convencido de que el progreso tiene que basarse en el ser humano, en la valoración individual de lo que atesora cada uno de nosotros en su interior y que es capaz de atestiguar con sus actos.
Los filósofos antiguos nos decían que hay dos reglas para medir el progreso individual de cada ser humano. Una es la fuerza que demostramos ante la adversidad, cuando las cosas pintan mal. Hay que ver si somos fuertes y mostramos una recta presencia de ánimo, o nos desmoronamos echando la culpa a los demás de lo que nos pasa.
La otra es que hay que tener sentido de la proporción, o sea, sentido común y madurez. Poco a poco hemos de tener ese sentido de la educación, del buen trato, de la elegancia, no solo por fuera sino por dentro sobre todo. Saber relacionarnos con los demás, mostrar cortesía, mesura en actos y palabras, no abusar de personas ni cosas, no querer dominar desesperadamente a los demás sino más bien trabajar el autodominio. Estos son síntomas de progreso.
Tal vez, sea un error confiar tanto en los sistemas, porque nada mejora si no mejora cada uno de nosotros. Y además, no se puede progresar por fuera si no se progresa realmente por dentro. De hecho, por fuera ya hemos progresado, puesto que si quisiéramos, por poner un ejemplo, acabar con el hambre en el mundo, tenemos los medios para producir y trasladar la comida allí donde sea necesario. Técnicamente podríamos hacerlo. Pero no hemos progresado por dentro, y la triste realidad es que no somos lo bastante solidarios con los demás.
Sin embargo, a pesar de que no vemos las consecuencias de nuestros actos hasta que ya la solución es muy difícil, estoy convencido de que la humanidad puede mejorar y avanzar hacia un futuro mejor. Pero cada cual ha de admitir su parte de responsabilidad, aceptarla y actuar en consecuencia, con un esfuerzo notable para conseguir que la vida en común sea más bella, más buena y más justa.
Si nos comprometemos en lo más profundo de nuestro ser a cuidar del planeta, que es nuestra casa, y de los demás reinos de la naturaleza, que son nuestros compañeros, podemos albergar la esperanza de un futuro mejor para una humanidad mejor.
En la vida estamos todos, y estamos juntos. Un clima de cooperación, libertad y respeto mutuo es imprescindible para seguir adelante.
Créditos de las imágenes: Gwendal Cottin
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