De símbolo altamente complejo y profundamente dual, la serpiente es un animal muy enigmático e imprevisible, tanto en sus decisiones repentinas como en sus metamorfosis, que se distingue del resto de todas las demás especies por sus especiales características. Si situamos al hombre como término de un largo “esfuerzo genético”, tendríamos que situar a esta criatura fría, sin patas, sin pelos ni plumas, en el comienzo de ese mismo “esfuerzo”. En este sentido, hombre y serpiente son opuestos, complementarios o rivales; hay algo de serpiente en el hombre que, singularmente, está en su parte más incontrolada, pues la serpiente encarna la psique más oscura y misteriosa del ser humano.
Es también la manifestación de cualquier nivel de fuerza, la fuente de todas las potencialidades materiales y espirituales estrechamente asociadas a la vida y a la muerte. Mantiene contactos con el mundo subterráneo y las tinieblas, teniendo acceso a la magia y a la omnisciencia. Es enemiga del Sol y de todos sus poderes luminosos y espirituales, en cuanto que representa las fuerzas oscuras de la humanidad.
La serpiente simboliza el conocimiento, el poder, la astucia, la sutileza y el ingenio, y a la vez las tinieblas, el mal y la tentación. Es un símbolo fálico masculino, pero también acompaña a deidades femeninas, adoptando sus cualidades más secretas, enigmáticas e intuitivas. En su sentido cosmológico representa el océano primordial si está enroscada, así como los ciclos y el movimiento. Su simbolismo está efectivamente ligado a la idea misma de la vida.
Desde el punto de vista macrocósmico, la serpiente Kundalini tiene por homóloga a la serpiente Ananta, que encierra en sus anillos la base del eje del mundo. Asociada a Vishnú y a Shiva, Ananta simboliza el desarrollo y la reabsorción cíclica, pero, como guardiana del nadir, es la portadora del mundo, al que asegura su estabilidad.
Cuando la serpiente se muerde la cola formando una circunferencia su figura es la del uroboros, que sugiere, según la expresión de Nicolás de Cusa, la idea misma de Dios. El uroboros es también un signo de manifestación y de reabsorción cíclicas, es unión sexual en sí mismo, autofecundador permanente según lo muestra su cola hundida en su boca, como perpetua transmutación de muerte en vida, ya que sus colmillos inyectan veneno en su propio cuerpo. Aunque evoca la imagen del círculo, corresponde sobre todo a la dinámica de éste, o sea, a la primera rueda, de apariencia inmóvil, pero cuyo movimiento es una rotación indefinida. De esta forma, el uroboros no es solamente el promotor de la vida, sino que lo es también del tiempo y la duración.
Créditos de las imágenes: Bofu Shaw
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Realmente me ha fascinado el artículo, por su sencillez, claridad y profundidad. Estaba buscando algo en relación a estos seres, y lo he hallado. Gracias M.A. Carrillo de Albornoz