El diez es para muchas doctrinas un número sagrado, símbolo de la perfección del universo manifestado, de la culminación de un recorrido. Es el primer número de dos cifras, el que cierra el ciclo de los nueve primeros volviendo al principio, al uno y el cero, unidos ahora en el diez, para comenzar un ciclo nuevo y más amplio de caída en la materia. Para la sabiduría tradicional todo es cíclico. Lo que partió del silencio y el abismo del Cero, el Uno, inicia ahora una nueva serie que va a comenzar con el doble Uno, el Once, un número que indica transición y que, según Schneider, tiene carácter infernal por poner de manifiesto la desmesura del exceso, por intentar sobrepasar “el número de la perfección” tal como lo llamó Pitágoras, el Hijo del Silencio.
Se observará que el 10 es la fórmula binaria que corresponde al 2 en las calculadoras electrónicas, lo que confirma su sentido de origen de lo múltiple y de la manifestación, así como su papel totalizador. No olvidemos que el 10 es el doble de 5, y el cinco ya sabemos que es el número de la primera totalidad, del hombre completo, pues es la suma de 4+1, de la materia y el espíritu, que conforman el ya conocido juego de los opuestos que integran todos los seres creados. El diez muestra así, una vez más, el dualismo interno de cada uno de los elementos que componen el cinco y que equiparan el macrocosmos con el microcosmos, el universo con el hombre.
Diez es también el número de los mandamientos, el Decálogo, entregado por Dios a Moisés en el Monte Sinaí según la Biblia hebrea. De acuerdo a esta historia, narrada en el libro del Éxodo, Dios escribió estos mandamientos en dos tablas de piedra –las Tablas de la Ley-, las cuales entregó a Moisés para que se las diera a su pueblo.
Más tarde, en el catecismo cristiano, citando el Evangelio de San Mateo (Mt 22;37-40) se dice: «Estos Diez Mandamientos se encierran en dos: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». Y Jesús, al despedirse de sus discípulos en la última cena los sintetizó aún más diciendo: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros”.
Para los griegos, el primer dios fue Eros el Viejo, el Amor primordial, que es en definitiva el origen y el fin de la manifestación, el sendero por el que volvemos a casa, a la Unidad de donde un día partimos.
Créditos de las imágenes: Teoamez
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Muy buen material. Gracias