Siempre recordaré cómo en cierta ocasión trataba de explicar a otro auditorio la gesta de Leónidas, que ganó dos días luchando contra los persas, con lo que permitió que se llevasen de Atenas los tesoros artísticos y los libros más importantes para ponerlos a salvo de la rapiña.
Cierto periodista me increpaba diciéndome: “Pero usted sabe, ¡la vida vale más que cualquier libro, más que cualquier cosa!”. Hasta que al fin le pregunté, ya un poco en broma, que si Leónidas no hubiese estado allí, en las Termópilas para combatir a los persas, ¿estaría hoy vivo? No se le había ocurrido pensarlo. Me dijo: “No, en realidad, estaría muerto”. “Bueno, pues ya ve –le contesté–, todos venimos a morir, la cuestión es elegir la forma, el modo en que podemos vivir y, en el peor de los casos, morir”.
Esta cuestión es similar en más de un aspecto a aquella elección que se dice le habían planteado a la madre de Aquiles; si quería que su hijo pudiese vivir una vida muy larga pero común y mediocre o corta y gloriosa. Y ella eligió una vida corta y gloriosa.
En todos los tiempos se ha destacado la importancia de lo heroico. Los héroes, incluso, fueron considerados, en toda la mitología indoeuropea, como una estirpe de superhombres, una combinación entre los Dioses y los Hombres. Recordemos a Eneas: se dice que era hijo de Afrodita, y que Anquises había sido su padre. De un hombre terrestre y de una Diosa inmortal había nacido un héroe que luego combatiría en Troya en el siglo XII a.C. aproximadamente, y que va a recorrer un largo periplo, según nos cuenta Virgilio, hasta ponerse en contacto con la protocultura de Alba Longa. Todo esto que afirmaba Virgilio y parecía simple literatura hoy sabemos que es cierto por las investigaciones arqueológicas, o sea, que Eneas realmente debió existir. Lo que es tal vez difícil de imaginar es que fuera realmente un héroe, pero cuando vemos toda la obra que llevó a cabo, a veces nos sobrecoge una especie de frío espiritual y psíquico y nos damos cuenta de que hay gente que viene al mundo dotada de tal manera que no son personas comunes.
Mozart se pone frente a un piano con cuatro años, se lo tapan con una sábana y él, a través de ella, interpreta varias obras. ¿Qué niño lo puede hacer normalmente? Una vez a Augusto le dijeron: “Señor, en esta parte de la pared ha quedado un hueco y no sabemos cómo llenarlo”. Él tomó una hoja de palmera del suelo, la mojó en tinta y golpeó la pared. De ahí vino lo que hoy llamamos hoja jónica o corintia, tan apreciada en la estética del arte clásico. ¿Podemos participar de alguna manera del hecho heroico, de esa capacidad de hacer prodigios, cosas que no son comunes?
Como diría Platón, vamos a encontrar en nuestro interior “de lo uno” y “de lo otro”. Recuerdo que Ptolomeo Sother, cuando mencionaba a Alejandro Magno, decía: “Cuando él estaba vivo, nosotros hacíamos milagros. Desde que murió, solamente podemos hacer prodigios, ya no podemos hacer más milagros”. ¿Qué tenía Alejandro para que un pueblo tan celoso de sus tradiciones como el hebreo le haya recibido en el templo de Salomón? ¿Qué tenía para que Poros, el gran rey de India, bajara de sus elefantes y le dijera: “Oh, Alejandro, dame la suerte que yo te habría dado a ti, la que tú quieras será justa y buena”?
Por desgracia, el heroísmo no está de moda. El español, particularmente, suele tomárselo en broma y de Isabel la Católica y del Cid solo nos llegan sombras borrosas. Sin embargo, ellos hicieron cosas, no solamente Historia, sino que gestaron una cultura, promovieron una lengua con la cual nos comunicamos, nos dieron normas con las cuales estamos viviendo. ¿Hasta dónde podemos decir que han desaparecido? Como filósofo creo en los ritmos históricos, y así como hay un momento en que amanece y otro en que anochece, así también en medio de una “noche” histórica vuelve inexorablemente a amanecer.
Vamos a buscar cuál es el resorte secreto, aquello que nos puede transformar de alguna manera en héroes, que puede sacarnos del común denominador, que puede arrancarnos de la masa anodina para individualizarnos de acuerdo a nuestras mayores virtudes, a nuestros más grandes sueños.
Decían los antiguos filósofos que el Hombre no está constituido tan solo por el cuerpo, sino que tiene siete vehículos básicos de expresión que le permiten tener acceso a otras realidades. Más allá del vehículo físico que se puede ver y tocar, habría un vehículo energético que mantiene nuestras células juntas y nuestros órganos en acción. Y más allá un cuerpo psíquico o emocional, llamado por los ocultistas el “cuerpo astral”. Y por encima de él la mente concreta, que especula, que recuerda, que lleva la contabilidad doméstica; y por encima de esta, otra mente superior. Como aparece en el Papiro de Ani, las dos mentes se simbolizan como dos damas; una vestida y otra desnuda. La primera sería Kama-manas o mente concreta, y la otra –Manas– es la dama desnuda, casi escondida detrás de la primera; es la mente filosófica, la que inquiere de dónde vengo, adónde voy, aunque sea por unos instantes. Como está cubierta –no ha llegado el momento evolutivo para que pueda ser mostrada–, se esconde otra vez. ¿Cuántas veces ante la muerte de un ser querido o el nacimiento de un hijo nos preguntamos si volverán a este mundo?
Pero retornamos a lo cotidiano, al problema del trabajo o del estudio que nos saca de este pensamiento, y de nuevo se esconde esa mente filosófica. Sabéis que Filosofía significa la búsqueda de la Sabiduría. Esa mente superior es la que busca la Sabiduría. La otra no: lo que busca es la comodidad; mide el precio de los coches, de las cilindradas. Y por encima de ambas, sin que apenas podamos concebirlo, existe esa parte intuicional, religiosa y volitiva. Dentro de cada uno de estos cuerpos el fenómeno se va a reproducir a mayor escala con sus correspondientes subcuerpos.
¿Cómo podríamos educir en nosotros al héroe, ese que admiramos tanto, no importa que se llame Alejandro o Eneas, o un personaje que nunca existió física pero sí psicológicamente, que es el Quijote? ¿Cuántas veces querríamos salir de esta rutinaria vida que llevamos, aun al precio de ponerse una cacerola en la cabeza, coger una vara y enfrentar en la calle a todos los malos, los injustos, los trasgos, defender a los débiles, a las damas, a los niños? ¿En qué corazón no cabe ese sueño? Y tal vez ir acompañado de un buen Sancho que nos recuerde cuál es la realidad cotidiana, o ser nosotros mismos ese Sancho que pueda marchar junto a un Quijote. Os dije que tal como afirma Platón todo está hecho “de lo uno” y “de lo otro”. Hay Hombres que nacen con una impronta especial y que encarnan una necesidad histórica. Ellos asumen lo que en Oriente se llama el karma, el peso del destino. Una vieja leyenda en España dice que cuando esta esté en peligro ha de venir un hombre que llegue del Tajo. Y aunque sean leyendas, todos necesitamos creer en ellas. No solamente en realidades físicas, sino en otro tipo de realidades que nos llenen los ojos de luz, y a veces de lágrimas, pero que nos hagan seguir andando y pasar por todas las dificultades con la mirada alta, con el paso seguro.
En el Hombre, decían los antiguos, está la semilla de todas las cosas del Universo que nos rodea: dentro de nosotros está el mendigo y está el rey, el bellaco y el hombre noble, el que mata y el que muere, el que persigue y el perseguido. Dentro de cada uno de nosotros está aquel que se amolda a las circunstancias, que sufre como un buey con la cabeza baja, y el que trata de superarlas con una causa noble y brillante.
En cada uno de nosotros puede nacer el héroe. Consiste simplemente en llevar la sustancia de la voluntad espiritual siempre a la parte más alta de cada uno de los planos donde estemos actuando. En la práctica se reflejaría en el plano físico manteniéndolo todo lo más limpio y ordenado posible, no manchando, siendo todo lo ecológicos posible, estando con la Naturaleza y no contra ella. Y en el plano energético ofreciendo nuestras energías a disposición de la gente, no regatear esa moneda que nos pide el pobre y no me refiero a los profesionales que llevan grandes carteles y después compran droga, sino al verdadero pobre. Cuando Alejandro ve a un mendigo y detiene a su caballo Bucéfalo –que así se llamaba por tener en la frente una marca parecida a un buey–, le dice: “Mendigo, te regalo la ciudad de Príamo”. El mendigo lo mira y le dice: “Alejandro, yo soy un mendigo, ¿a un mendigo le regalas una ciudad?”. Y le contesta: “No es el mendigo el que pide, es Alejandro quien da”.
Poder tener ese Alejandro dentro nos lleva a la heroicidad. No solamente por aquel que recibe, sino tener el sano orgullo de ser vosotros los que dais. Ya sé que tampoco está de moda el orgullo. Está de moda hablar de la humildad, de los pueblos en estado de desarrollo, y hablar en nombre del pueblo. Hace siglos, en el nombre de Dios se llevaban grandes cruces de oro, grandes mantos llenos de piedras preciosas. Hoy, en el nombre del pueblo se hacen grandes fiestas y discursos demagógicos. Yo no hablo ni en el nombre de Dios, porque soy muy pequeño, ni en el nombre del pueblo, porque no soy un político electoralista. Quisiera hablaros en nombre de la verdad, de lo que fue, es y será, de lo que está más allá de lo que pueda llevarse en un siglo u otro. Realmente podemos hacer educir en nosotros esa fuerza de voluntad que haga brillar al héroe, siquiera sea por un instante. De alguna forma, la Naturaleza misteriosa compensa siempre esa generosidad.
¿Cómo podemos ser héroes en lo psíquico? Teniendo control sobre nuestras emociones, no contestando a los insultos, etc. Recordad al Quijote cuando dice: “Los perros nos ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”. Cuando el horizonte nos agrede es porque de alguna manera estamos avanzando. Tratemos de purificar nuestros sentimientos, no solamente tener instintos biológicos, sino también instintos espirituales; el de proteger a los débiles, el de poder hacer las cosas bien aunque nadie nos mire, aunque nadie nos regañe.
En cuanto a nuestra mente concreta, aplicarla rectamente. Es muy difícil. Recuerdo a un gran filósofo llamado Sri Ram. Cuando yo era muy joven, me dijo: “Hay que buscar una felicidad que no traiga la infelicidad de nadie. Si un zapatero vende sus zapatos muy baratos, la gente que los compra es feliz, pero el zapatero es infeliz porque pierde dinero. Si ese zapatero los vende muy caros, la gente va a ser infeliz. Hay que trabajar para que todos sean felices”. Yo le repliqué: “Habría que hacer una balanza con los brazos de goma para que se levantasen los dos a la vez”. Y él me contestó: “¡No, habría que salir un poco del mundo material!”.
Si repartimos un pan entre todos nosotros, nos llegaría muy poco. Pero en los elementos espirituales, la música, por ejemplo, si la escuchamos todos, podemos llegar a esa gloria espiritual sin que esta mengüe al repartirse. Si podemos elevarnos hasta esas alturas espirituales, vamos a lograr algo que pueda ser dado a todos sin mengua de ninguno, y donde cada cual reciba lo que deba recibir.
Si seguimos ascendiendo, vamos a encontrarnos con esta otra cara mental: tener ideas nobles, audaces, no repetir simplemente las bibliografías, que es una gran tentación; un escritor actual siembre busca bibliografía, apoyarse en lo que otro dijo. Hay que ser valientes, escribir o decir lo que uno cree sinceramente. En la inmensa rueda del Cosmos, en la inmensa gracia de Dios, hay lugar para todos, los grandes y los pequeños, los que son bellos y los que no lo son, los pájaros y los peces, las piedras y los árboles, los astros y las entrañas de la Tierra. Si cada uno de nosotros asumimos ese lugar, podemos tener ideas elevadas que representen lo que tenemos dentro y ayuden a la gente a caminar.
En el plano intuicional, deberíamos ser eclécticos, no pretender forzar a creer a los demás lo que nosotros creemos. Presentar las cosas tal cual nos parecen, valientemente. Son muchos los caminos que suben hacia la punta de la pirámide. Arriba nos encontraremos todos. Donde estamos separados es abajo, porque a medida que vamos subiendo nos vamos acercando unos a otros, aunque vayamos por caminos aparentemente opuestos. Es la armonía por oposición. A veces las personas que disienten de nosotros, si tienen buena intención, pueden llegar a cierta forma de verdad.
Llegamos al plano de la voluntad. Todos la tenemos dentro del Alma; no hay una rueda que pueda girar si no hay un eje. Somos ruedas que giramos en la vida y hay un eje de voluntad que está en nosotros. Es cuestión de buscarlo, de meter las manos del Alma con toda fuerza y encontrar ese ser interior, más allá de todas las comodidades, de todas las circunstancias, de lo que diga la gente. No es solo una forma de evolución, sino más bien de transmutación, es el atanor alquímico, esa especie de frasco que se decía que contenía la sal, el azufre y el mercurio. Y al fin salía la llama redentora desde donde se elevaba el fénix.
Hace falta algo más que la “evolución”, hace falta ese toque divino, esa mano de Dios en la espalda que nos permita convertirnos en otra cosa. El Hombre pudo ser Hombre más allá de lo animal porque tuvo un toque divino que le permitió dar ese salto hacia delante.
Ser héroe consiste en mejorar nuestra forma de ser, investigar en la Historia para descubrir en nosotros la chispa inmortal. No todos vamos a ser el Cid ni Alejandro. Alguno tendrá que hacer el papel de Bucéfalo, pues él también entró en la Historia, y Babieca, y Rocinante. Lo importante no es estar arriba o abajo, ese es el falso mito de la lucha de clases. Lo importante es ser lo que uno es: es mejor ser un buen caballo que un mal caballero. Platón decía que vale más aquel que barre bien un templo que aquel que es un mal rey. Mejor es cumplir con nuestro propio deber de manera justa y buena. Si un glotón logra vencer su debilidad y comer menos, ya es, en cierto modo, un héroe. Y si puede vencer eso, puede vencer muchas más cosas. Aquel que tiene miedo a la oscuridad y no enciende las luces en casa, ya ha dado un pequeño paso. Aquel que teme a la muerte y un día se va a pasear por un cementerio, sabiendo que tal vez ahí no está más que el polvo y que la vida está más allá… ese es un héroe: ha empezado a crecer en él la chispa del águila de fuego que surge por encima del atanor.
Y más allá están aquellos que son verdaderas encarnaciones históricas, aquellos que personifican el destino, una necesidad, y promueven los grandes cambios en la Historia.
Dentro de nosotros duerme tal vez algún Quijote que cabalga en busca de una Dulcinea inexistente. Tal vez un Alejandro que dice ser hijo de Amón y va a Egipto a buscar su horóscopo grabado en una gran placa de granito. Tal vez un Sancho que quiere ir con un poco de queso manchego y una bota de vino al lado del Quijote. Y no importa que ladren los perros, ladran porque cabalgamos, y las patas de nuestros caballos van marcando sobre la tierra al viejo redoble de los tambores del destino.
Valorémonos, seamos quienes somos, pese a quien pese. Eso es ser filósofo y ser héroe.
Créditos de las imágenes: Oren Rozen
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Vuelvo a leer estas maravillosas descripciones de ser Héroes y siento esperanza y felicidad. Dan ganas de leerle a muchas personas estos textos porque estas verdades contadas con sencillez nos hacen sentir más humanos. me