Miles de turistas recorren cada día los monumentos y templos que una vez fueron envueltos por el bullicio de la actividad cotidiana del antiguo Egipto y que resonaban con la comunicación silenciosa entre los dioses y la humanidad. Tres mil años han pasado sobre las arenas del desierto. Los monumentos de piedra, vibrando en armonía con sus complementos celestes, han sido cubiertos y descubiertos por esas arenas a través de los años. Pero en la noche, cuando duermen los humanos y vagan los animales nocturnos, Sirio se levanta en el este, y el viento susurra el nombre de Ramsés II.
Si le pidiéramos a una persona elegida aleatoriamente que nombrase a un faraón, la respuesta probablemente sería: “Tutankamón”. Por supuesto, esto se debe al extraordinario descubrimiento, hecho en 1922 por Howard Carter, de la pequeña, pero intacta, tumba del niño-faraón. Aparte del contenido de su tumba, poco se conoce del reino de este faraón que falleció con 17 años. Si dicha persona fuese capaz de nombrar un segundo faraón, es casi seguro que este sería Ramsés II. Muchos tal vez le recuerden por el famoso, aunque históricamente incorrecto, poema de Shelley Ozymandias. Otros le asociarán con el Faraón bíblico en la historia del Éxodo. Una serie de novelas en la lista de éxitos de ventas recientes está basada en la vida de Ramsés II. Y además, este faraón, popularmente conocido como “Ramsés el Grande”, construyó más templos, estatuas y obeliscos que cualquier otro faraón en el antiguo Egipto.
En un intento de abarcar mejor los 3.000 años de la historia oficialmente reconocida de Egipto, la cual incluye aproximadamente unos 170 faraones, los egiptólogos han dividido al antiguo Egipto en Antiguo Imperio, Imperio Medio y Nuevo Imperio, con periodos intermedios entre ellos. El sistema dinástico data del s. III a.C., cuando Manetón, el sumo sacerdote de Heliópolis, definió la cronología egipcia básica que permanece en uso hasta el presente.
Ramsés II gobernó 67 años en el siglo XIII a.C. Según esto fue un faraón de la XIX dinastía durante el Imperio Nuevo. Cuando el joven Ramsés ascendió al poder habían transcurrido 1.300 años desde la época de la IV dinastía, tradicionalmente asociada con las famosas pirámides y la esfinge del altiplano de Gizeh (aunque hay evidencias que sugieren que fueron construidas muchos años antes incluso que la primera dinastía histórica).
Los faraones del Imperio Nuevo fueron los reyes de una nación poderosa, y muchas de sus extraordinarias obras, templos y fortalezas permanecen en pie hoy día como un legado imponente. Ramsés advino al poder unos 46 años después de la muerte de Tutankamón. El reinado de Tutankamón marcó el final de lo que se conoce como el periodo de Tell-el-Amarna, un lapso de dieciséis años de revueltas en el antiguo Egipto durante el cual el fanático religioso Akenatón ordenó que solo se rindiese culto a su “dios personal”, Atón. Akenatón trasladó la capital a una nueva ciudad en el desierto, que a su vez fue abandonada una vez que la religión y el gobierno tradicional fueron restaurados. Después de Akenatón, una serie de tres líderes militares y oficiales gubernamentales ocuparon el trono. Su asunto principal fue restablecer el sistema antiguo y asegurarse de que ninguna otra nación se aprovechara de la relativa desorganización temporal. El último de ellos Ramsés I, fue a su vez el primero de la XIX dinastía, y el primero del llamado Período Ramésico. Fue el abuelo de Ramsés II.
Seti I fue hijo de Ramsés I y el faraón que realmente restauró en Egipto la grandeza y armonía que disfrutara antes del período de Tell-el-Amarna. Puso en marcha un intenso programa de construcción y definió claramente la política externa. Asumió el título de repetidor de nacimientos, lo cual indica el comienzo de una era nueva y legítima. Afianzó la frontera oriental con Siria y la occidental con Libia, y prefigurando la famosa batalla de Kadesh dirigida tiempo después por su hijo Ramsés II, restableció la preponderancia egipcia en Siria y Líbano.
Su reinado de trece años representa uno de los períodos más importantes en la historia del antiguo Egipto para el Arte, la Arquitectura y la cultura. La calidad de los relieves en los templos y en su tumba son únicos en el arte egipcio. Seti trabajó en el gran proyecto de construcción comenzado por su padre en Karnak, el cual fue completado subsiguientemente por su hijo Ramsés: la sala hipóstila en el templo de Amón. Construyó el magnífico templo de Abydos, la ciudad consagrada a Osiris. En este templo se encuentra la “Lista Real de Abydos”, una de las fuentes más importantes para la historia y cronología egipcias; y detrás de este templo se encuentra el enorme y misterioso Osirión, o tumba de Osiris. Los estudios le atribuyen dicha obra a Seti, a pesar de que existen evidencias que muestran que es mucho más antigua. La mayor obra de Seti fue su tumba en el Valle de los Reyes, descubierta por Belzoni en 1817. Es la más profunda y bella de todas las tumbas descubiertas en el Valle.
Seti se casó dentro de su propia casta militar. Su esposa, madre de Ramsés, se llamó Tuya y sobrevivió a su esposo por muchos años. Ella fue la reina-madre hasta su muerte en el año 22 ó 23 del reinado de Ramsés II. Con frecuencia encontramos sus estatuas en los templos y construcciones de Ramsés: en la fachada de Abú-Simbel, en el Rameseum, y en Piramesse, la capital de Ramsés en el Delta. Un hermoso retrato suyo fue descubierto en 1972 durante una limpieza de su extensa tumba en el Valle de las Reinas.
Seti reconoce a Ramsés como el “Hijo Mayor del Rey”, a pesar de no existir otros hijos, ya que el hermano mayor de Ramsés murió joven. Ramsés fue entrenado cuidadosamente como futuro faraón. Recibió el nombre de su abuelo, un militar, visir y amigo del faraón Horemhab. En las inscripciones de Karnak se le ve en su adolescencia participando en la campaña de Seti en Libia. Marchó al lado de su padre, aprendiendo directamente del faraón, pero también de los maestros en las distintas artes y ciencias: las inscripciones mencionan al joven supervisando el corte de los obeliscos en las canteras de granito de Asuán, y trabajando en los numerosos proyectos de construcción de su padre. Una y otra vez las inscripciones de la época se refieren a Ramsés como un joven y astuto líder.
Basándonos en los papiros y documentos legales del tiempo de Ramsés que han llegado hasta nuestros días, podemos afirmar que su reinado destacó por su paz y prosperidad. Las mujeres participaron activamente en el gobierno, de hecho varias de ellas fueron faraonas en distintas ocasiones durante el Imperio Nuevo, y los trabajadores más humildes podían acudir a la corte suprema si consideraban que estaban siendo tratados injustamente. Hubo, sin embargo, excepciones a la regla en esta tierra de Maat, diosa de la Justicia. Algunos sacerdotes abusaron de su poder, y entre los escribas, una especie de combinación entre abogado, empleado público, académico y recaudador de impuestos, hubo también quienes utilizaron su puesto sin excesivo apego a las normas éticas.
Los más significativos legados a la posteridad del Egipto de Ramsés son de naturaleza cultural. A lo largo de la ribera del río Nilo aún pueden encontrarse templos y monumentos que, pese a lo grandiosos que puedan parecer hoy día, son apenas los restos de los masivos proyectos comisionados por Ramsés, construidos por equipos igualmente grandiosos de arquitectos, constructores, canteros, artistas y artesanos de todo tipo.
Para los egipcios, perpetuar el imperio dependía no solo de rechazar a los invasores, sino de preservar además el vínculo mágico con el mundo celestial. Los temas encontrados en los templos de la época de Ramsés pueden dar fe de este mágico empeño: “Ramsés es recibido por Amón y le es otorgada la Llave de la Vida”; “Ramsés presenta una estatuilla de Maat a Horus, demostrando que la justicia gobierna su reino”; “Ramsés es protegido por Hathor y Amón”. Un imperio formidable necesitaba de formidables templos para mantener esta conciencia mágica.
Una de las más grandes maravillas del antiguo Egipto bajo Ramsés no está hecha de piedra. Es el simple hecho de que esta gran civilización conviviese en armonía, con muy pocas luchas internas, con una estructura semejante a una gigantesca familia en la cual el rey y la reina representan a los padres en esta analogía, la nobleza a los hermanos mayores, y los ciudadanos son los hijos felices. Este hecho, que en cierta forma alcanza su cúspide bajo Ramsés II, es raramente mencionado en las obras de los historiadores y académicos contemporáneos. Acostumbrados a estilos de vida diferentes y formas distintas de gobierno, nos cuesta concebir la felicidad bajo un monarca de carácter absoluto. Este prejuicio se agrava con la historia bíblica del Éxodo. Esta es otra razón, además de las anteriormente citadas, por la cual templos y monumentos contienen frases y afirmaciones que pudieran parecernos alarde o vanagloria. John Anthony West deriva a otras analogías para explicar la relación entre el faraón egipcio y su pueblo. De cualquier modo, juzgar la civilización y la cultura egipcia es realmente complejo y requiere de un estudio serio para poder comprenderlas en su justa medida. Con frecuencia la perspectiva actual de las formas antiguas está teñida, si no totalmente opacada, por los prejuicios contra las concepciones del universo y la deidad que no coinciden con las actualmente aceptadas.
Históricamente, los faraones del Imperio Nuevo parecen haber sufrido mayor número de ataques por parte de invasores extranjeros que sus predecesores. Los libios, sirios, nubios e hititas invadieron alternativamente las fronteras de Egipto. La más famosa guerra en que participó Ramsés y de hecho una de las más famosas en la historia antigua, fue la de Kadesh.
En el año 4 del reinado de Ramsés, el faraón fue advertido de una enorme coalición de fuerzas encabezadas por los hititas. En la primavera del año 5, Ramsés organizó un ejército de 20.000 hombres y se dirigió al norte para enfrentar la fuerza invasora. Las tropas egipcias fueron agrupadas en cuatro frentes: Amón, Ra, Ptah y Seth. El ejército hitita era mucho mayor, con 37.000 hombres y 2.500 carros de guerra y tuvieron de su parte el elemento sorpresa, dado que Ramsés recibió una información incorrecta de su inteligencia militar. Los hititas atacaron y sus carros de guerra aislaron a Ramsés del resto de sus hombres. La confusión se apoderó de los egipcios. El joven Ramsés imploró la ayuda de Amón. Según las inscripciones, el propio Amón encarnó en Ramsés y el faraón comenzó a reorganizar sus tropas, destrozando el ataque. El rey hitita ofreció la paz. Hoy día sabemos, mediante varias fuentes, que la batalla de Kadesh fue un acontecimiento histórico. Sin embargo, el evento fue asimismo simbólico y didáctico, y fue incluido en los grabados de muchos templos.
Durante muchos años, los estudiosos han supuesto que Merneptah, hijo y sucesor de Ramsés fue el “faraón” mencionado en la Biblia. Esto se debe a que la única referencia conocida relacionada con este tema se encuentra en su “estela de la victoria”: Israel aparece en la lista como una de las tierras conquistadas. Sin embargo, actualmente los estudiosos designan a Ramsés II como el faraón bíblico debido a consideraciones cronológicas. Aún se espera descubrir evidencias que arrojen luz sobre este asunto.
Cuando Ramsés tenía 92 años de edad, en el año 67 de su reinado, se unió finalmente con su adorado Amón. Su tumba en el Valle de los Reyes fue terminada mucho antes de su muerte. Desafortunadamente, es muy poco lo que dejaron los ladrones de tumbas. Usando como punto de comparación la magnífica tumba del relativamente menos importante Tutankamón, podemos imaginar que la de Ramsés debió de haber sido sumamente espléndida. La momia de Ramsés fue escondida por los sacerdotes del valle al comienzo del Tercer Periodo Intermedio, y descubierta en 1881 en un escondite en Deir-el-Bahari.
En 1989 se redescubrió una vieja tumba que había sido considerada de poca importancia por Howard Carter en 1902. Era KV5, que ahora sabemos que es la tumba de muchos de los hijos de Ramsés II. Contiene más de 110 pasillos y recámaras cavadas a más de 100 metros dentro de la colina. Es una de las tumbas más grandes de Egipto y todavía está siendo excavada.
Miles de turistas recorren cada día los monumentos y templos que una vez fueron envueltos en el trajín y bullicio de la actividad cotidiana del antiguo Egipto y que resonaban con la comunicación silenciosa entre los dioses y la humanidad. Tres mil años han pasado sobre las arenas del desierto. Los masivos monumentos de piedra, vibrando en armonía con sus complementos celestes, han sido cubiertos y descubiertos por esas arenas a través de los años. Pero en la noche, cuando duermen los humanos y vagan los animales nocturnos, Sirio se levanta en el este, y el viento susurra el nombre de Ramsés II.
Chronicle of the Pharaohs. Peter A. Clayton. New York: Thames and Hudson, 1994.
All the King’s Sons. Douglas Preston. The New Yorker, enero 22 de 1966; 44-59.
The Theban Mapping Project. https://thebanmappingproject.com/, marzo de 1998
The Traveler’s Key To Ancient Egypt. John Anthony West. New York: Knopf, 1989.
Créditos de las imágenes: Jose Javier Martin Espartosa
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