Humanismo

Propaganda y libertad. Entrevista

Pregunta.- Dado que este tema tiene dos partes: una, de carácter práctico, de aplicación de esa propaganda, y otra, de carácter filosófico, de comprensión de lo que es la libertad, comenzaremos preguntando sobre la parte filosófica. ¿Qué es lo que hoy se entiende por libertad?

Respuesta.- Mientras usted preguntaba, yo escuchaba a unos jóvenes que pasaban gritando por la calle: “¡Libertad, libertad!”. Yo creo que tendríamos que hacerles el reportaje a ellos, preguntarles a ellos sobre lo que realmente piensan que es libertad.

Pienso que para esa gente, libertad debe de ser correr, gritar, tener una bandera; o ir a un partido de fútbol, hacer un viaje, pasear…

Pero la libertad, desde el punto de vista filosófico, es algo completamente diferente. Todas las cosas pueden ser consideradas desde un punto de vista profundo. Para poder entender la libertad desde un punto de vista profundo, filosófico, tendríamos, no solamente que remontarnos a lo que, sobre libertad, dijeron los grandes clásicos (Platón, Aristóteles, etc.), sino a la propia lógica de las cosas.

La libertad no es una “esencia” en sí; es una propiedad que tienen los seres y los entes. O sea: no es un Ser en sí, es una propiedad que pueden tener los seres.

P.- En este caso, si –como usted dice– la libertad es propiedad de los seres, ¿podría explicarnos a qué parte del Ser concierne la libertad? ¿Es algo exterior? ¿O una combinación de ambas cosas?

R.- La libertad es la posibilidad de elección entre dos o más cosas. Pero ¿cómo puede elegir el Hombre que no sabe? Para que haya posibilidad de elección, lo fundamental es tener conocimiento; es tener lo que se llama en Filosofía, conciencia. Si tenemos conciencia de las cosas, podemos elegir.

De ahí que, para mí, la libertad se fundamenta en la conciencia del individuo, en su posibilidad de conocerse a sí mismo y de conocer el mundo circundante. La ignorancia de sí mismo y del mundo circundante limita la libertad.

P.- ¿Podríamos catalogar la libertad como un medio o como un fin en sí?

R.- Creo que la libertad es un medio. La libertad no es un fin en sí. Podríamos preguntarnos –por ejemplo– sobre la libertad de mover un brazo: yo tengo el brazo sujeto y pido libertad para moverlo. El hecho de mover el brazo, ¿es un fin en sí, o es un medio? La libertad de mover un brazo, entonces, aunque parezca un fin mientras no se tiene esa libertad, es solamente un medio en cuanto se la posee. Porque, al igual que en todas las cosas, sobre la libertad imperan leyes de causas y efectos propias de la Naturaleza. Todas las cosas están eslabonadas de tal suerte que lo que es efecto de la primera, es causa de la tercera.

El Hombre esclavo, el Hombre que no puede moverse, el paralítico, encuentra como máxima expresión de libertad el poder moverse. Pero una vez que se puede mover, no se contenta con eso. Ahora piensa: ¿qué haré yo de mi libertad? ¿En qué aplicaré mi libertad?

Diremos, entonces, que la libertad no es un fin, sino un medio; aunque, para aquellos que carecen de libertad y para aquellos que interiormente se sienten esclavos, la libertad puede resultar un fin.

P.- Con este criterio, ¿podríamos decir que todos y todas las cosas gozamos de libertad?

R.- Este es un problema que estudiamos también en Filosofía y en Metafísica. Es el problema de los valores, a los que generalmente atribuimos escalas absolutas. Eso está en nuestra tendencia. El Hombre es metafísico por naturaleza y tiende a atribuir a todas las cosas virtudes metafísicas. Así, el enamorado le dice a la amada: “Yo te amo para siempre”. Ese “siempre” generalmente es corto, y sin embargo, se dice “para siempre”. También se suele decir a un amigo: “Cuenta conmigo para lo que quieras”. Ese “para lo que quieras” tiene un límite, pero uno lo expresa así.

Está en nosotros el exagerar las cosas, el llevarlas más allá de su medida. En verdad, no existen valores absolutos. No existe el “siempre”: existe tan solo una larga duración. Tampoco existen, como valor absoluto, lo grande ni lo pequeño; porque, ¿qué es lo uno o lo otro? Una silla puede ser pequeña en relación con una casa, mas es grande en relación con un pequeño insecto. Todas las cosas son grandes o pequeñas en relación con las demás.

Tampoco existe una libertad absoluta, sino condicionada; una libertad que, como decían las viejas leyes romanas, termina donde comienza la libertad de otro. A veces, la libertad parece un juego de sombras chinescas: si se superponen unas con otras, se convierten en monstruos, en seres casi incontrolables.

P.- Desde épocas muy antiguas, los filósofos –por ejemplo Aristóteles– nos hablaron de la propiedad de las virtudes de descomponerse por exceso o por defecto. Hoy se usa mucho hablar del exceso de libertad como libertinaje, como un mal. ¿Podría explicarnos usted algo acerca de esto?

R.- Yo creo que todo exceso es un mal. Una copa de agua puede ser buena cuando uno está sediento. Pero ¿muchas copas de agua serían buenas? Las cosas no son tampoco buenas en sí, sino que lo son en relación a cómo nosotros las utilizamos.

Todas las cosas deben darse en su justa medida, y lo que se llama a veces “libertad”, no es realmente tal, sino simple obediencia a los instintos. Un dejarse llevar por los impulsos.

La libertad pura no existe; es una utopía. Todos estamos sujetos a ciertas circunstancias desde el momento en que estamos manifestados. De ahí que yo diría que, más que a un exceso de libertad, es un “amontonamiento” de libertad a lo que llamamos “libertinaje”. Cosa que también es relativa, porque lo que es libertad para unos, es libertinaje para otros. Esto lo comprobamos con las modas, sobre todo en las damas: lo que podría ser una moda atrevida en un año, al siguiente es completamente usual. Y, sin embargo, al cabo de otros pocos años, vuelve a ser una moda atrevida.

Otro tanto pasa con todas las cosas. Existen ciclos en la Naturaleza, nos vemos afectados por los ciclos. Lo que hoy nos parece normal, nos lo parece porque aceptamos una serie de convenciones.

Igualmente es importante ver qué es lo válido en un lugar del mundo y qué es lo válido en otro; tratar de no importar o de no exportar ideas o puntos de vista que puedan ser naturales en un sitio, pero que no lo son en otros sitios del mundo.

P.- Cuando usted nos habla de que hay ciertas cosas que horrorizan en algunos sitios, y otras que no, es porque entra un nuevo factor que nos condiciona y que nos hace pensar de una determinada manera. Creo que ese nuevo factor es la propaganda… ¿Qué entiende usted por propaganda?

R.- Quiero marcar la diferencia entre lo que se entiende por propaganda y lo que es publicidad. Lo que generalmente vemos hoy no es propaganda: es publicidad. La publicidad trata de hacernos ver qué virtudes y características tienen las cosas. La propaganda es otra: es algo natural. Una planta –por ejemplo– se propaga: hace propaganda. Los microbios se propagan: hacen propaganda.

Todos los seres vivos tienden a la propagación de sus especies; todos los seres vivos tienden a la propagación de lo que les es válido. Y, obviamente, cuando creemos que algo es válido –un Ideal, por ejemplo, o una afirmación cualquiera–, tratamos de propagarlo. Pero no estamos vendiendo algo externo a nosotros; somos nosotros mismos lo que nos entregamos con esa propaganda. El que hace publicidad, simplemente señala unas características ventajosas del objeto publicitado. Pero él no se va, no se pierde, no se quema, no se tortura; él no se destroza con lo que está diciendo. Si lo vende, bien; y si no, ganará un poco menos.

En cambio, el que realmente hace propaganda, da parte de su propio ser; siente que va dejando en cada palabra un trazo de color, un poco de su vida, de su esperanza, de su historia.

Cuando se hace propaganda, cuando realmente se propaga, surge una fuerza interna, de adentro afuera; no se trata de vender nada, es una forma de desangrarse. Siempre que uno hace propaganda, si lo hace por un Ideal, de alguna manera escribe con sangre, con una parte de sí mismo.

P.- ¿Cuáles son las cosas que se pueden propagar de esta manera, de adentro hacia fuera?

R.- Yo creo que se puede propagar todo, no solamente las ideas. Estamos en un mundo que, aunque materialista, está altamente intelectualizado. Todo debe entenderse, todo debe comprenderse; todo se discute. Pero a la hora de la acción, son pocos los que van a vivir aquello que han conversado.

Estamos en un mundo hecho de palabras, donde todos hablamos, pero donde casi nadie vive aquello que está hablando.

Yo creo que en la verdadera propaganda, hay que tratar de propagar no solamente ideas, sino también emociones y vivencias.

Recordemos las enseñanzas de nuestros mayores, cuando decían que la mejor propaganda era el ejemplo. El ejemplo es una forma de vivir en público, de tal forma que la gente, viendo lo que hace uno, diga: “Yo querría hacer lo que ese hace. Yo querría ser como es ese hombre”.

Creo que la buena propaganda, no solamente propaga ideas, sino que lo hace también con las emociones y los hechos concretos; propaga acciones.

¿De dónde nacen los patos? De los patos. ¿De dónde nacen las tortugas? De las tortugas. ¿De dónde naces las ideas? De las ideas. O sea, que las ideas no engendran emociones; las ideas engendran ideas.

Ahora bien, que a la sombra de las ideas, crezcan las emociones, eso sí puede ser, como también los hongos crecen bajo los grandes árboles. Pero las ideas engendran ideas; las emociones, emociones; y los actos engendran actos. Esta es también la ley de causa y efecto, llamada “karma” en Oriente, por la cual, según sea lo que plantamos será lo que recogeremos.

P.- ¿Considera la propaganda como algo natural o como algo artificial? Usted nos explicó muy bien que está en el Hombre la necesidad de propagar; pero el hecho de la propaganda y los medios de los cuales se vale, ¿es natural o se torna artificial en ese caso?

R.- Desde mi punto de vista, todo este mundo que vivimos es artificial. El propagar es natural; el hombre que cree en algo y que tiene una fe, es natural que se acerque a otro hombre y trate de comunicárselo.

Pero hoy todo se volvió artificial, robotizado. Hay factores económicos que rigen lo que llamamos propaganda o publicidad. No valen las ideas en sí; no vale la profundidad ni la fuerza de una idea. Vale, en gran parte, en este mundo material, la cantidad de dinero que se puede invertir en propagar algo, es decir, en hacer un montaje emisor. Esta es la desgracia de nuestro siglo.

La desgracia de nuestro siglo es un excesivo materialismo que nos penetra a todos. No obstante, ese materialismo no es externo a nosotros. Generalmente, hablamos del materialismo –cosa muy propia de los Hombres– como de algo cuya culpa la tienen los demás. Todos los demás son materialistas; pero nosotros no lo somos.

Pero ¿todo este mundo exterior, no será reflejo de nuestro mundo interior? De alguna manera misteriosa, todo este mundo de chatarra, de hierro y de plástico, ¿no será la expresión exterior y el reflejo de otro mundo que tenemos adentro? ¿No habremos perdido en nuestro interior la fuerza de la fe? ¿No habremos perdido el conocimiento, la posibilidad de diferenciar el bien del mal? ¿No habremos perdido la seguridad en nuestras convicciones, y todo ello se traduce en un mundo caótico exterior que nos abruma? ¿No estaremos contaminados por dentro y es por eso que estamos contaminando la Naturaleza? ¿No se nos habrán contaminado los sentimientos? ¿No habremos perdido la pureza, con lo que provocamos el que la Naturaleza carezca de ella? ¿Por qué tratamos de lavar por fuera cuando tendríamos que lavar por dentro? Yo respondo con estas preguntas.

P.- Nos ha hablado sobre libertad y sobre propaganda. Ahora, quisiera preguntarle a qué ha obedecido el unir estos dos conceptos. ¿Por qué junta propaganda y libertad? ¿Es que estos dos conceptos se excluyen? ¿Es que son compatibles y pueden convivir?

R.- La causa fundamental ha sido el responder a las preguntas que me hicieron algunos discípulos sobre la libertad y sobre la propaganda. Se trata de gente joven, que no sabe por quién decidirse, no sabe qué hacer, no sabe a quién votar, no sabe qué adquirir; entonces se pregunta hasta dónde es libre de poder hacerlo y hasta dónde la propaganda lo está moviendo hacia una u otra parte.

Yo considero que la libertad es algo ingénito en el Hombre. Todos nosotros tenemos derecho a la libertad. Todos nosotros. No es algo para conversarlo ni para discutirlo. Es algo para reflexionarlo dentro de nosotros. Ya demasiado mal hay en el mundo, demasiada violencia e injusticia por enfrentarse unos hombres con otros hombres. Tratemos a veces de reflexionar en nuestro corazón, en presencia de Dios o como se le quiera llamar. Démonos cuenta de que dentro de nosotros existe un principio de libertad, un principio de libre albedrío, que es lo que nos permite seleccionar las cosas.

Mas, en nuestra ignorancia, ¿cómo podemos seleccionar lo bueno de lo malo? ¿Cómo podemos seleccionar lo puro de lo impuro? ¿Cómo podemos estar absolutamente seguros de que algo es o no válido?

Obviamente, tenemos que hacer un análisis en nuestra conciencia; luego, tenemos que hacer una síntesis. Tenemos que llegar a una nueva educación; a una educación integral, que no solamente eduque nuestra mente, haciéndonos recopilar y recordar cosas, sino que pueda también educar en cierta forma nuestras emociones y nuestros actos; que pueda depurar nuestra Alma, la parte más íntima que tenemos.

Necesitamos una purificación. Y esa purificación nos va a hacer realmente libres. Yo creo que la libertad llega hasta nuestra conciencia, nuestro propio autoconocimiento y nuestro conocimiento de las cosas.

Lo más cruel que se le puede hacer a un Hombre es obligarlo a elegir cuando ignora. Es una suerte de ruleta rusa. Es como ponerle delante diez vasos y decirle luego: ¿cuál bebes?; en unos hay agua, en otros hay veneno, en otros hay vino; ¿cuál bebes? Y si él no sabe dónde está el vino, dónde está el veneno, dónde está el ácido, ¿no es cruel obligar a ese Hombre vacilante y que no puede saber? ¿No podemos recordar lo que dijo Shakespeare, que “aquel que teme muere mil veces”? Ese Hombre, aunque luego eligiese un vaso depurado, moriría de miedo al beberlo, porque creería que es veneno.

Debemos cuidarnos en este sentido, tratar de ampliar nuestra conciencia, para tornarnos realmente libres, para no torturar a los demás a que elijan algo cuando no saben lo que tienen que elegir. Porque todos tenemos derecho a la libertad, pero, fundamentalmente, todos tenemos derecho a la vida. Tenemos derecho a seguir viviendo, a seguir experimentando. Es una libertad inalienable: la de volver a ser seres humanos, no máquinas, manejadas únicamente por movimientos físicos, o secreciones hormonales.

Debemos llegar a ser HOMBRES en el sentido total de la palabra. Tener plena libertad, sin que nadie nos fuerce a elegir ni el color del cepillo con el cual nos tenemos que limpiar los dientes. Y esa será la verdadera libertad. La libertad de una Nueva Educación, en un Mundo Nuevo y Mejor.

Créditos de las imágenes: Dawid Zawiła

JC del Río

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