“…Nunca he filosofado sino por el amor a la pura filosofía; ni he esperado ni he buscado nunca en mis estudios y en mis meditaciones ninguna merced ni ningún fruto que no fuese la formación de mi alma y el conocimiento de la verdad, por mí supremamente ansiada. He sido siempre amante tan apasionado de la verdad que, dejada toda preocupación de los asuntos privados y públicos, me he dedicado por entero a la paz contemplativa.
De esta, ni las calumnias de envidiosos ni los dardos de los enemigos han podido hasta aquí ni podrán nunca apartarme. Ha sido la filosofía quien me ha enseñado a depender de mi sola conciencia más que de los juicios de los otros y a estar atento siempre no al mal que se dice de mí, sino a no hacer o decir algo malo yo mismo”
(Oratio de dignitate hominis).
Una de las figuras más atractivas del Renacimiento, el nombre de Pico de la Mirándola está estrechamente vinculado al de Marsilio Ficino, treinta años mayor que él, y al de la Academia platónica de Florencia. No obstante, el pensamiento de Pico contiene algunos matices propios que le confieren singularidad.
El 24 de febrero de 1463 nace en Mirándola Giovanni, el hijo menor de los condes de Mirándola y Concordia, señores feudales de un pequeño territorio al norte de Italia. Recibe su primera formación en griego y latín. Siguiendo la costumbre entre la nobleza, es destinado a la carrera eclesiástica, para lo cual comienza sus estudios de Derecho canónico en 1477 en Bolonia, después de ser nombrado protonotario papal a la edad de diez años. Entre 1480 y 1482 estudia Filosofía en Ferrara y en Padua, donde predomina la tradición aristotélica, y enseña el averroísmo el filósofo judío de origen cretense Elia del Medigo, presidente a la sazón de la Escuela Talmúdica de Italia. El encuentro con este maestro fue decisivo en la trayectoria intelectual de Pico, pues le abrió las puertas de la lengua y la sabiduría hebraica y cabalística.
En un viaje a Florencia conoce a Ficino y Poliziano, entre los cuales nace una amistad que durará toda la vida. En Pavía estudia Retórica y Lógica matemática en 1482. Vuelve a Florencia en 1484, donde permanece algún tiempo. Al año siguiente visita la universidad de París, verdadero centro de la filosofía y teología escolásticas. Allí toma contacto con un grupo de humanistas, entre los que se encontraba Robert Gaguin, que seguían con atención el resurgir neoplatónico que estaba produciéndose en Florencia. De vuelta a Florencia, se ve envuelto en un lance amoroso, pues tuvo amores con la bella Margheritta, esposa de Giuliano Marotto dei Medici, pariente pobre de Lorenzo el Magnífico. Aprovechando su salida de misa, la raptó, a la vista de todo el mundo, en Arezzo, con el consiguiente escándalo, en el que tuvo que mediar el propio Lorenzo.
Por ello se vio en la necesidad de dejar Florencia y se traslada a Perugia, donde estudia árabe y hebreo, guiado por maestros que le hacen interesarse por Averroes y la cábala judía. Uno de estos maestros era Guillermo de Sicilia, curioso y singular personaje, casi literario, apodado Flavio Mitrídates, un judío converso que había tenido entre sus discípulos a Johannes Reuchlin, en Alemania. En este retiro compone el Commento a la canzone d’amore, una invitación a la meditación filosófica y a la poesía, preludio del Discurso, que comienza también a elaborar.
Hacia 1486, a los veinticuatro años, tenía escritas sus famosas novecientas tesis (900 Tesis de omni re scibili o Conclusiones philosophicae, cabalisticae et theologicae nongentae in omni genere scientiarum), que tenía previsto que fueran disputadas en Roma, para lo cual invitó a eruditos de toda Europa. Estaba dispuesto a defender 400 conclusiones de diversos autores: escolásticos, árabes, Platón, Aristóteles, neoplatónicos, pitagóricos, caldeos y 47 proposiciones cabalísticas, a las cuales añadió 500 propias (“secundum opinionem propiam“) sobre todas las ramas del saber. Siete de ellas fueron condenadas por una comisión nombrada por el papa Inocencio VIII, quien finalmente desautorizó la Disputa sobre las 900 tesis. La condena decía así: “Las tesis son en parte heréticas, en parte tienen sabor de herejía; algunas escandalosas y ofensivas para los oídos piadosos; la mayoría, renovadoras de los errores de los filósofos paganos…; otras, encaminadas a fomentar las pertinacias de los hebreos; muchas, en fin, bajo un cierto color de filosofía natural, quieren favorecer las artes enemigas de la fe católica y del género humano”.
Las objeciones que se hicieron indican los prejuicios hacia la filosofía hermética: no deben sacarse a la calle los problemas filosóficos, el pensador es demasiado joven como para tocar dichos temas con profundidad y además un solo hombre no puede abarcar tantos conocimientos sin caer en la superficialidad. Las respuestas de Pico a tales objeciones se basaban en tres argumentos, recogidos en su Apología, que dedicó a Lorenzo de Médicis: todos los filósofos estaban convencidos de que por medio de la disputa se accedía al conocimiento de la verdad; frente al reproche sobre su juventud, pide que se le juzgue por el éxito de la contienda y no por su edad y, en todo caso, siempre se puede aprender de los oponentes.
Condenado como hereje, intenta evitar su detención, que finalmente se produce a cargo de León Felipe de Saboya, señor de Bresse, cerca de Lyon, y es trasladado al castillo de Vicennes, donde estuvo alojado a lo largo de un mes.
Se pone en marcha una amplia operación diplomática en la que intervienen el embajador de Milán, la Sorbona, el Parlamento y la corte de Carlos VIII y, por supuesto, Lorenzo de Médicis. Pico es liberado y expulsado de Francia, contando con la benevolencia de los nuncios apostólicos, que certifican su inocencia y buena fe.
Cuando pensaba viajar a Alemania, el 30 de mayo de 1488, recibe una carta de Ficino quien, en nombre de Lorenzo de Médicis, le invita a residir en Florencia. Los últimos cinco años de su existencia son de retiro y apartamiento, de reflexión filosófica, en los que no faltaron acusaciones de que se dedicaba a la magia y la hechicería, cosa que tuvo que rebatir su amigo Girolamo Benivieni. El nuevo Papa, Alejandro VI, el “papa Borgia”, le absuelve de herejía, aunque mantiene la condena sobre las Tesis y la Apología. Muere, en circunstancias un tanto misteriosas, el 17 de noviembre de 1494, el mismo día en que Carlos VIII de Francia hacía su entrada en una Florencia agitada por el visionario Savonarola, después de expulsar a Piero de Medici. Con su muerte, que fue precedida por las de sus amigos Lorenzo el Magnífico, Hermolao Barbaro y Poliziano, termina una época brillante y decisiva en la historia de la cultura.
El discurso preliminar de su obra es el conocido como Oratio De hominis dignitate, en el cual se aborda el tema del hombre como centro del universo creado y la búsqueda de la concordia del pensamiento.
El discurso comienza:
“He leído en los antiguos escritos de los árabes, padres venerados, que Abdala el sarraceno, interrogado acerca de cual era a sus ojos el espectáculo más maravilloso en esta escena del mundo, había respondido que nada veía más espléndido que el hombre. Con esta afirmación coincide aquella famosa frase de Hermes: ’Gran milagro, oh Asclepio, es el hombre’”.
“También nosotros, pues, emulando en la tierra la vida querubínica, refrenando con la ciencia moral el ímpetu de las pasiones, disipando la oscuridad mental con la dialéctica, purifiquemos el alma, limpiándola de las manchas de la ignorancia y del vicio, para que los afectos no se desencadenen ni la razón delire. En el alma, entonces, así compuesta y purificada, difundamos la luz de la filosofía natural, llevándola finalmente a la perfección con el conocimiento de las cosas divinas”.
Cita a Propercio: “por lo que si me faltaren las fuerzas, mi gloria estará en mi atrevimiento: en las empresas grandes basta con haberlas intentado”. Y a Cicerón: “Estos, pese a que mucho les place la filosofía, quisieran que fuera menos intensamente cultivada, lo cual no es fácil, ya que se trata de un estudio que no admite coerción ni restricción. En realidad, la actitud de quienes quieren disuadirnos de la filosofía casi parece más razonable que la de quienes quieren limitar lo que es esencialmente ilimitado y desean la mediocridad en aquello que es mejor cuanto mayor sea” (Sobre los fines, Y,2).
La magia es doble, una se funda en los demonios, la otra es la consumación de la filosofía natural. Según Porfirio, mago significa “intérprete y cultor de las cosas divinas”. Según Platón en el Alcibíades, la magia de Zoroastro era la ciencia de las cosas divinas, que los reyes persas enseñaban a sus hijos para que aprendieran a regir el propio Estado según el ejemplo del orden del mundo. Plotino demuestra que el mago es ministro y no artífice de la naturaleza.
“Lleno de misterios profundísimos abraza la más alta contemplación de las cosas más secretas, y finalmente el conocimiento entero de la Naturaleza… Como trayendo de las profundidades a la luz las benéficas fuerzas dispersas y diseminadas en el mundo por la bondad de Dios, no tanto cumple milagros cuanto se pone al servicio de la Naturaleza milagrosa… Preescrutando íntimamente el secreto acuerdo del universo, que los griegos llaman, del modo más significativo, sympatheian, habiendo explorado el mutuo vínculo de las cosas naturales, adaptando a cada una de las congénitas lisonjas que se llaman iunges, esto es, encantamiento de los magos, lleva a la luz, como si fuera ella misma artífice, los milagros escondidos en las profundidades del mundo, en el seno de la Naturaleza, en los misterios de Dios”. “Y basta ahora de magia, de la cual he hablado tanto porque sé que hay muchos que, como los perros que ladran siempre a lo desconocido, así también ellos condenan y odian lo que no comprenden”.
Créditos de las imágenes: Wikimedia Commons
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Averróes: filósofo y médico andalusí, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas, astronomía y medicina. era de Córdoba, Andalucía, España. No era de Creta.
Efectivamente Averroes (sin acento) nació en Córdoba. En ninguna parte se menciona Creta en este artículo, que trata de Giovanni Pico della Mirandola.