Tal vez desde un lejano e impreciso pasado, se siguen transmitiendo algunas expresiones que, a fuerza de repetidas y perdido su valor interno, empiezan a carecer de significado profundo. Son aquellas cosas que se dicen… sin saber por qué se dicen. Esto viene a cuento en relación con el mes de Marzo y la consabida frase: “el mes de la primavera”, “el despertar de la Naturaleza”…
De la misma manera que en Acrópolis nos hemos propuesto recobrar el contenido de los antiguos filósofos, de las viejas tradiciones de todos los pueblos, de la sabiduría encerrada en todas las formas de mística y religión habidas, así de igual modo pensamos que en esas diluidas expresiones verbales, permanece oculto un sentido más valioso que nos interesa desentrañar.
Ya no se trata del simple hecho físico de abrir los ojos todas las mañanas. Ya no se habla de un despertar que es salir del sueño biológico. Aquí la palabra “despertar” asume un simbolismo mucho más rico y se aplica a todas las circunstancias en que se abandona un letargo, un descanso, un desmayo, una baja notoria en las energías productivas. Despertar es prácticamente “volver a la vida”. Despertar y renacer se convierten en sinónimos. De allí que para la vieja Sabiduría podemos nacer muchas veces, tantas como somos capaces de “despertar”.
A lo largo de una vida podemos despertar en múltiples ocasiones. De hecho, lo hacemos diariamente… y tal vez lo hagamos incluso cuando nos alcance la muerte, abriendo entonces los ojos ante una nueva dimensión. Pero también despertamos a otros niveles: un golpe psicológico, una revelación mental, una captación intuitiva, o un arrebato místico, son algunas de las formas diferentes que tenemos de “despertar”. Son esas otras formas de ver las cosas nuevas, de abrir los ojos ante nuevos amaneceres… que ya existían… pero que nosotros no habíamos percibido. Son tantas formas de nacer todos los días, a cada momento, haciendo uso de la maravillosa facultad de renovación que nos señala la Naturaleza con sus ciclos, y que lleva implícita el hombre en su capacidad de recuperación y plasmación.
El frío y los días cortos y oscuros señalan el período de las fuerzas latentes, de la semilla que duerme en el fondo de la tierra. Tras ese compás de descanso y espera, la Naturaleza responde vibrando y lanzándose hacia afuera. Entonces no alcanzan los colores ni las formas para expresar la maravilla de la vida que brota con renovadas fuerzas.
También el hombre, como parte de esa prodigiosa Naturaleza, tiene sus días cortos, fríos y oscuros, sus momentos de descanso –y aún de ceguera– en que no es consciente del milagro que se gesta en sus semillas interiores. Recuperemos parte de aquellos conocimientos mágicos, y vivamos con nuevos colores esa Primavera que asimismo se abre en los corazones humanos. Es el mejor momento para despertar, el mejor momento para renacer, para abrir los ojos ante el prodigio de la Vida que nunca cesa.
Par ti, lector: ¡Feliz Primavera! Que tengas un buen despertar, y aunque veas cosas dolorosas al salir sobre la faz de la tierra, no olvides que también se te acaba de abrir la posibilidad de mirar hacia el Cielo.
Créditos de las imágenes: Daniel Seßler
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