Intuyo que nuestro convulso siglo, además de la revolución tecnológica, quizás aporte algo más importante: la señalización del comienzo de un nuevo nivel de la evolución biológica humana, al término del cual el matemático marchará unido al poeta (Nicholas Tabakis).
El hombre ha observado siempre la Naturaleza, las estrellas, los cristales, el cosmos en general con una profunda admiración, dando por supuesto que se comportan y rigen por leyes armónicas preestablecidas. Se supone que los planetas se mueven en sus órbitas sin sufrir la menor variación desde épocas inmemoriales. El sistema solar se ve como un enorme reloj que no se desajusta nunca. Las combinaciones químicas, moleculares y atómicas están sujetas a leyes inalterables y a efectos controlables y predecibles. La Naturaleza entera es como una máquina bien rodada y engrasada que funciona automáticamente por sí sola, a disposición y bajo posibilidad de control del hombre. Esta concepción mecanicista y materialista del mundo, enraizada en la sociedad moderna occidental y laica y aun en la mentalidad científica hasta hace muy poco, ha convertido a la estética y al arte de los últimos tiempos en un formalismo automatizado desprovisto de alma y vida, de imaginación intuitiva, sin conflicto vital, sin dejar margen a lo inesperado, lo desconocido y lo sorprendente.
La irrupción del racionalismo cartesiano en la civilización occidental, el triunfo del mecanicismo y el orden newtonianos condujeron a un profundo cambio en la mentalidad moderna, cuya consecuencia en el arte fue una limitación a estrechos moldes estéticos, sometidos a formulaciones mecanicistas y tecnológicas.
Las concepciones contemporáneas estéticas en la Escuela de Bauhaus en la Alemania de la preguerra son un ejemplo de esta mentalidad formalista, mecanicista, superordenada y racionalista, pero sin dinámica ni vida interna. La arquitectura de Bauhaus –que posteriormente ejerció también gran influencia en las demás artes plásticas– se mueve en un espacio estético euclidiano, lo mismo que la pintura moderna de Joseph Albert, como caso extremo representativo, con sus múltiples cuadrados de colores, lineales, geométricos, regulares y monótonos. Suponen una geometría estética de orden estático. En la misma línea se moverán Mondrian, Paul Klee o Kandinsky, dentro de corrientes artísticas y estéticas como el cubismo, el abstraccionismo, el estructuralismo, etc.
Hoy, en plena época de la postmodernidad, los arquitectos no se interesan por construir enormes rascacielos como el edificio Seegram de Nueva York, que durante las décadas de los años 50 al 70 fue tan alabado e imitado. Hoy esa mentalidad estética está cambiando. La causa quizás sea muy clara: los esquemas simples geométricos son deshumanizados, incluso antinaturales, pues la Naturaleza es en gran medida caótica. Los esquemas simples no responden a la manera con que la percepción humana concibe el cosmos ni tampoco a la manera con que la Naturaleza misma se organiza generalmente.
Al respecto, son reveladoras las palabras del físico alemán Gert Eilemberger, especialista en ciencias no lineales y en superconductividad: ¿por qué la silueta de un árbol desnudo que se dobla en la tormenta, sobre el fondo de un atardecer invernal, se considera hermosa, mientras que la correspondiente silueta de un edificio universitario, con sus múltiples objetivos y finalidades, no se considera hermosa a pesar de todos los intentos del arquitecto? La respuesta, aunque hipotética, se determina por los nuevos conocimientos sobre los sistemas dinámicos. Nuestro sentido de la belleza –y nuestra estética, por tanto– nos lo inspira la coexistencia armónica del orden y del «desorden», tal como existe en los objetos físicos, en las nubes, en los árboles, en las montañas y en los cristales de nieve, las formas físicas, donde coexisten de modo inmanente combinaciones concretas de orden y desorden.
Una gran parte de la Naturaleza está invadida de desorden, de caos. Son sistemas dinámicos de tipo caótico, desordenado, impredecible e indeterminable. Las turbulencias de las aguas en un río, los vórtices de aire en las capas de viento o las volutas de humo de un cigarro, los movimientos del fuego o las formas de los rayos, las líneas de tensión geológicas, las ramificaciones arborescentes del sistema vascular o la estructura del pulmón, todo ello son manifestaciones del caos en la Naturaleza, que no pueden ser apresadas por las hasta ahora conocidas formulaciones matemáticas o por las leyes estéticas. Igualmente sucede en los sistemas sociológicos, donde el caos aparece por todas partes, en los ritmos de alzas y bajas en las curvas de precios en el mercado, en la Bolsa, en las curvas de accidentes, etc.
Los replanteamientos de la problemática del caos en las ciencias físicas de las dos últimas décadas han hecho reconocer la existencia de dicho caos, incluso en sistemas que eran considerados ordenados y estables, o sea, predecibles y controlables. Tal es el caso del sistema solar, en el cual se han descubierto anomalías y desequilibrios que solo pueden ser explicados como efectos de la existencia del caos en el sistema. Las investigaciones, sobre todo en la década de los años 80, nos informan de que en realidad ninguna órbita planetaria puede ser considerada predeterminable y sujeta a un orden estricto.
Así, una nueva rama científica ha nacido en la década de los 90: la física del caos, especializada en los sistemas dinámicos de la Naturaleza que obedecen a ecuaciones de tipo no lineal, o sea, aquellas en las que el resultado obtenido no es una función lineal de los factores que se incluyen en la ecuación, sino que incluye nuevos factores de desorden, lo imprevisible, y la aparición, consecuentemente, de caos.
Sin embargo, el caos puede ser descrito, determinado y formalizado con la ayuda de una nueva geometría, la llamada fractal, que ha hecho su aparición en esta última década. Esta nueva geometría, que permite poner orden en el caos, encontrar causas a lo casual y determinar lo indeterminable, puede ser considerada una verdadera geometría de la Naturaleza, que contiene las leyes y principios de una nueva estética natural.
Jorge Alvarado Planas
Créditos de las imágenes: OpenClips
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