Que una gran civilización haya podido existir y desaparecer súbitamente es suficiente para fascinar. La Atlántida resume esta historia o este sueño. La palabra evoca una isla misteriosa bañada por los rayos de un sol ardiente y un pueblo fundador de una cultura brillante y efímera.
En el siglo IV a.C., Platón fue el primero en mencionar públicamente la existencia de la Atlántida, cuyos restos desaparecieron hace 9000 años. Hacia el año 355 a.C., dos diálogos de Platón, el Timeo y el Critias, fundan el mito de la Atlántida.
En el Timeo, Critias, pariente de Platón, cuenta una historia que le narró su abuelo, a quien se la contó su padre, habiéndola este último escuchado relatar por el sabio griego Solón. Cuando Solón estaba en Egipto, alrededor del 590 a.C., un sacerdote del templo de Sais le hizo la siguiente confidencia:
“Sí, Solón, hubo un tiempo, antes de la más grande destrucción por las aguas, donde la ciudad que es hoy de los atenienses era, de todas, la mejor para la guerra (…) En ese tiempo se podía pasar por este mar (¿el océano Atlántico?). Había una isla delante de ese pasaje que ustedes llaman las columnas de Hércules (…). Ahora bien, en esta isla Atlántida, sus reyes habían formado un gran y maravilloso imperio (…). Esta potencia, habiendo concentrado todas sus fuerzas, emprendió de un solo impulso la dominación de vuestro territorio y del nuestro y de todos los que se encuentran de este lado del estrecho. Fue entonces, oh Solón, cuando el poderío de vuestra ciudad hizo estallar a los ojos de todos su heroísmo y su energía. Porque la venció por sobre todas por su fuerza moral y por el arte militar (…).
Pero en el tiempo que siguió hubo terremotos espantosos y cataclismos. En un solo día y una noche terrible, todo vuestro ejército fue tragado de una sola vez por la tierra, y asimismo la Atlántida se sumió en el mar y desapareció. Es por esto por lo que aún hoy día este océano es difícil e inexplorable por el obstáculo del fondo fangoso y muy bajo que la isla, al hundirse, depositó”.
En el Critias, el filósofo ofrece más información acerca de la Atlántida. Después de la creación del mundo, los dioses se lo repartieron, y Poseidón, soberano de los mares, recibió la Atlántida. De su unión con una mortal, Cleito, tuvo diez hijos, y cada uno heredó una parte de la isla. El mayor, Atlas, llegó a ser el rey y recibió la mejor y la más grande de las regiones. La isla era muy rica y se beneficiaba de grandes recursos, tanto agrícolas como mineros. Los sabios que la gobernaban hacían reinar la más perfecta felicidad, distribuyendo el trabajo.
La Atlántida descrita en el Critias se divide en distritos. Los numerosos canales que la surcan convergen hacia la capital, de forma circular. En el corazón de esta se levanta el palacio real, antigua residencia del dios del mar. Se trata de una ciudadela de forma igualmente circular y de un diámetro de alrededor de 5 km. Anillos concéntricos de tierra y de mar, unidos por túneles y puentes, componen esta acrópolis.
Abriga templos, palacios y edificios públicos, así como campos de deportes. El más formidable de los templos es el dedicado a Poseidón. Sus fachadas exteriores están completamente cubiertas de plata y sus techos enchapados en oro.
En el interior, las bóvedas son de marfil cincelado con incrustaciones de oro, plata y oricalco (metal misterioso que se cree podría ser una aleación de cobre y oro). El templo está adornado con numerosas estatuas de oro.
Una de ellas sobrepasa a todas las demás; es la que representa a Poseidón, “de pie sobre un carruaje de seis caballos alados, y de tal magnitud que la figura toca la bóveda del edificio”. La descripción de Platón muestra la riqueza y el poderío de la Atlántida.
El texto de Platón es interpretado hoy en día como la primera de las utopías: una alegoría destinada a alabar los méritos del imperio ateniense, que se encontraba en esa época en decadencia.
Pero la ciudad ideal que describe el filósofo, ¿es puramente imaginaria, o la construcción platónica descansa en una tradición que podría tener orígenes históricos? Este debate aún no ha terminado. Los antiguos comentaristas parecen ellos mismos divididos sobre el sentido de los diálogos platónicos. Aristóteles, en el siglo IV a.C., afirma que la Atlántida no es más que un mito. Por otra parte, un discípulo de Platón afirma haber visto en Sais los jeroglíficos que relatan la historia contada a Solón. En la Edad Media, la Atlántida es prácticamente olvidada. El interés por esta isla tragada por el mar renace en el siglo de los descubrimientos, e incluso algunos autores se arriesgan a identificar América como la isla platónica. Con mayor frecuencia, los filósofos retoman el contenido de los tratados platónicos para disertar sobre la noción de ciudad ideal. Así, el filósofo inglés Francis Bacon redacta en 1637 una Nueva Atlántida (Nova Atlantic) especie de novela científica donde navegantes llevados por los vientos a regiones inexploradas del océano acceden a las costas de una isla desconocida, donde un gobierno iluminado hace reinar la felicidad absoluta; el sueco Olav Rudbck traza una alegoría de su propio país como cuna de la civilización (Atland o Manhem, 1679-1702), y el catalán Jacint Verdaguer hace del continente perdido el objetivo de Cristóbal Colón (L’Atlantida, 1876).
En la época contemporánea, el mito de la Atlántida continúa alimentando utopías filosóficas y ficciones novelescas. A comienzos de siglo XX, el escritor francés Pierre Benoit publica una Atlántida pronto famosa, donde la isla misteriosa se encuentra en pleno desierto.
Más seriamente, arqueólogos y especialistas del mar han intentado identificar la isla. Para los griegos Galanoupoulos y Marinatos, así como para el francés Cousteau, la Atlántida no sería otra que la isla de Santorín, situada a 110 km al norte de Creta. La isla es, en efecto, circular, y en el 1500 a.C., Creta estaba en el apogeo de su poderío. Su civilización minoica era brillante y su comercio se extendía por todo el Mediterráneo. Además era enemiga de Atenas y practicaba el culto al toro, al igual que los atlantes. Pero en 1470 a.C. el volcán Santorín hizo erupción brutalmente. La erupción fue acompañada de grandes terremotos, lluvias de cenizas y una ola formidable de varias decenas de metros de altura. Fue esta ola la que debió abatirse sobre Creta, destruyendo su civilización para siempre.
Pero ¿es posible que Platón haya confundido fechas y lugares, o mezcló deliberadamente eventos históricos y una tradición legendaria para forjar una alegoría de alcance político y moral? Esta última es una hipótesis plausible.
Si admitimos que la Atlántida realmente existió, surge el problema de su ubicación geográfica. Las hipótesis que se barajan son las siguientes:
Algunos ubican la Atlántida en América del Sur, con los mayas, y otros en Heligoland, isla de Mar del Norte, cerca de las costas danesas o alemanas (J. Spanuth) o en el Sáhara (idea popularizada por P. Benoit en su novela La Atlántida, 1919). Finalmente, algunos ven en la antigua ciudad de Tartessos (situada en la desembocadura del Guadalquivir, en España) la ciudad atlante.
Tomando en cuenta el texto de Platón, esta ubicación parece ser la más lógica. Ya en 1882 I. Donelly adelanta esta hipótesis. Más tarde, O.H. Muck, desarrollando argumentos adelantados por los arqueólogos Kircher y Schliemann, sostiene que las Azores son la antigua Atlántida.
Insiste en la situación geográfica de las Azores, y afirma que forman una zona de fractura en la corteza terrestre y que existe abundancia de volcanes en actividad.
Pero otros piensan que la Atlántida se encontraba, de hecho, en la parte oeste del océano Atlántico, en las proximidades de la isla Bimini (archipiélago de Las Bahamas). En 1968, una estructura sumergida fue descubierta en esta zona. Siguieron expediciones llevadas a cabo por M. Valentine, conservador honorario del Museo de Miami y D. Reikoff, experto en fotografía submarina.
Se reconocieron dos muros, orientados perpendicularmente uno respecto al otro. Tomando en cuenta que Bimini se hunde en forma paulatina en el mar, los dos investigadores dataron estas construcciones de unos 8000 a 10.000 años, es decir, en una época en que ningún pueblo de la región conocido por los arqueólogos poseía un nivel cultural y técnico que le permitiera realizar tales muros. El único problema es que se ha puesto en duda el origen humano de tales estructuras, considerándolas hoy día como un fenómeno natural.
Así, es posible que futuros hallazgos arqueológicos y científicos permitan aportar datos más precisos sobre la ubicación y existencia de este maravilloso continente atlante, confirmando así las enseñanzas de Platón y todas las antiguas tradiciones esotéricas.
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