En el primer portal de los doce que nos esperan en este año de 1983, es bueno –o tal vez simplemente inevitable– aguzar la vista y el oído del Alma para detectar lo que nos deparan nuestras propias características en su relación con el entorno, bajo la sombra curva de la mellada guadaña del tiempo.
No consultaremos con los astros porque somos ignorantes en eso, y tampoco a los hombres porque nos engañan.
Estamos juntos, pero estamos solos.
Alguna vez he dicho que ningún hombre está solo si está con Dios, y eso es metafísicamente cierto, pero nuestras manos se alargan en la oscuridad, y en la pequeñez que condiciona todo lo humano apenas hallamos oscuridad, humedad y frío. Sí… Este frío húmedo del comienzo de la Edad de Acuario donde todas las cosas tienden a disolverse, y mientras se derrumban perdiendo sus milenarias formas, consolamos nuestra razón embotada diciéndonos los unos a los otros que estos cambios son la dinámica de las corrientes de la vida. Y que todo será para mejor. Tan acostumbrada está nuestra lengua a esta muletilla que apenas nuestra boca se abre, la pronuncia; aunque ahora lo haga entre dientes.
He visitado por centésima vez la mayor pinacoteca del mundo y, desde las ventanas doradas de sus marcos, las figuras pintadas en otros siglos se nos muestran alegres y confiadas, naturales y pletóricas de realidad. En los filos de las espadas, pone colores rojos el Dios de la guerra, y en las manos entrelazadas hay dorada luz de amor. Los frutos de los “bodegones” no se ven congelados sino en su pletórica presencia de jugos y sabores. Los desnudos no precisan de pornografía para ser atractivos. En los Cielos y en los Infiernos han pintado escaleras que los humanizan. Se ven reyes y campesinos, santos y beodos, pero ninguno de ellos se disculpa de serlo y vive naturalmente su gloria o su miseria. Todos parecen saber que el mundo es un gran teatro en el cual la virtud en sus personajes es representar correctamente y hasta el fin el papel que misteriosamente han elegido en tiempos olvidados.
Hay dolor, pero no protesta estéril, sino lucha limpia, prácticamente a cuerpo y Alma desnudos.
En mi continuo viajar he visto ciudades que sepultaron las cenizas y otras cenizas que sirven de fundamento a ciudades. Pueblos “en desarrollo” que cada año encuentro más pobres y más débiles; naciones poderosas que tiemblan ante una banda de adolescentes armados con botellas que contienen gasolina y armas de la guerra de Corea; países “capitalistas” en los que casi nadie tiene capital alguno, y otros “comunistas” donde ningún ciudadano tiene nada en común con otro. He visto perseguir a los que se dicen perseguidos; a los que recuerdan haber sido masacrados, realizar un nuevo genocidio a la menor oportunidad histórica; he conversado con Jefes de Estado y con indígenas cubiertos por harapos. Lo que los diferencia es menos importante que lo que los une, pero rara vez lo advierten.
No nos engañemos; ya hemos comprobado que no sirve de nada.
Los hombres de mi generación fueron los que pisaron la Luna… Pero todo quedó en eso; los programas espaciales se van frenando poco a poco y en el cielo y en la tierra se oxida la inútil chatarra que quiso conquistar el cosmos y llevarnos de vacaciones a Marte. Tan sólo se desarrollaron los satélites espías, los artefactos con posibilidad de aplicación bélica. Mientras se hunden las maravillas de Venecia en el mar y en el Museo de El Cairo se salpican las dioritas milenarias con la pintura dada a las paredes por falta de un trozo de plástico protector; mientras en tantos museos y bibliotecas no hay presupuesto ni para la más básica conservación de las obras maestras de la Humanidad, se dejan en reserva pasiva miles de millones de dólares para la investigación de nuevas y más sofisticadas formas de matar. Como si la ciencia –o mejor dicho, los científicos de carril– no hubiesen mostrado su verdadero rostro cuando, apenas lograda la fisión atómica, se la empleó en las dos bombas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki.
Para la investigación médica, rural o industrial, para educar y para comer, jamás alcanzan los medios. Pero se gasta en el desarrollo de los alerones de freno de un avión de guerra lo que costaría levantar mil escuelas; en campañas políticas de lavado de cerebro, lo que bastaría para volver fértiles la mitad de las tierras áridas del planeta; y el combustible falta a los tractores que tiran de los arados o al dueño de un minúsculo automóvil utilitario, pero no a los coches blindados de la oligarquía ni a los submarinos erizados de cohetes de cabezas atómicas que constantemente navegan embozados bajo las superficies de las aguas.
Los supermercados que venden simulacros de alimentos están abiertos las 24 horas del día, incluso los domingos. Pero hay muchos hospitales que no atienden más que media jornada y las iglesias de todas las religiones cierran a la caída del sol.
Quien hable de honor es tildado despectivamente como “nostálgico”; se encarcela a la anciana que tiene en su cartera una botellita de gas lacrimógeno para la defensa de su vida, pero se amnistía a los grandes criminales que ametrallan por la espalda. Las “logias” y las “mafias” trafican cocaína a través de todas las aduanas, pero el que lleva una máquina de escribir de un país a otro ha de tener cuidado de que no se la confisquen.
Los países poderosos colocan sus herramientas de guerra desactualizadas en los “países en desarrollo” como “armas defensivas”, o sus prototipos, para comprobar si tienen buen funcionamiento sin importarles cuántos mueren por ello; pero elaboran trabajosas leyes y documentaciones sobre los “Derechos Humanos”. Y se autoerigen en jueces y en gendarmes del resto de los hombres, sin tener derecho moral ni para existir, y mucho menos para juzgar y reprimir.
El “marxismo” y el “capitalismo”, el “autoritarismo” y el “liberalismo” han fracasado. Hoy hay más analfabetos y más hambrientos que los que hubo en ningún periodo histórico conocido. Se han envenenado las tierras y las aguas; el aire de las ciudades es apenas respirable.
Nos queda el fuego.
Acerquémonos al fuego.
Al fuego físico, psicológico y espiritual.
El fuego fue emparentado por la más viejas Culturas con el Dios que ayudó a los Hombres, sea Huehueteotl en México, Agni en la India o Prometeo en Grecia.
El fuego nos habla de una Tierra y de un Paraíso Vertical, de una fiebre incansable por subir, de una Vocación de Altura, Pureza y Poder que forjó cuanto la Humanidad –tú y yo– tenemos de bueno.
El fuego físico es tan sólo el reflejo en el espejo de la manifestación de ese otro Fuego Espiritual que hoy debe reunirnos alrededor de la Mística Hoguera. Estamos en medio de la noche, hace frío y todo está húmedo. ¿Qué mejor que el fuego para calentarnos, para revivir, para iluminar nuestros ojos, para secar nuestras lágrimas, para dorar nuestras manos alzadas y abiertas sobre él?
Renovemos el más viejo Pacto de la Humanidad. Renovemos el Pacto con el Fuego. Prometámonos en este año que comienza ser más ígneos, más activos, estudiosos, trabajadores, limpios, desintoxicados, carentes de sombras de egoísmo y maldad. Pongamos luz en nuestra inteligencia y calor en nuestro corazón.
A todos los que aún no están ciegos: ¡JUNTO AL FUEGO!
Jorge Ángel Livraga Rizzi.
Publicado en Revista Nueva Acrópolis núm. 101. Madrid, Enero de 1983.
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Gracias, bello alimento para el Alma !!!